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3. El comienzo del viaje

El canto de las aves sonaba a través del verde alrededor, endulzando sus oídos y envolviéndolos lentamente en una calma que pocas veces se experimentaba en aquel mundo desolado. Igualmente se escuchaban las cigarras y algunos animales ocasionalmente se mostraban en el camino, pero pronto abandonaban el lugar con la intención de alejarse de ellos. Los infectados se alimentaban de cualquier ser vivo, pero para fortuna de los sobrevivientes de la catástrofe; los animales eran incapaces de contagiarse y volverse uno más de aquellos reservorios caníbales.

Aunque algunos seres podían cargar con el enfermedad y llegar a contagiar a cualquiera que los consumiera. Pero eran escasos los casos de animales portadores, aun así nunca bajaban la guardia y se aseguraban de que todo animal que llegasen a cazar y consumir estuviese libre de infección.

La aplanada serpiente de asfalto seguía y seguía por prolongados kilómetros, exhibiendo en el camino los vestigios del mundo que alguna vez fue. Autos abandonados, basura o demás recuerdos de las personas que seguramente dejaron atrás todo para así seguir adelante y buscar una nueva oportunidad para sobrevivir, justo como ellos. Cuando el brote estalló, Sam y su padre abandonaron la ciudad con la intención de dirigirse a un asentamiento militar, tal y como el gobierno había dictado, aquella cruzada fue no solo difícil, sino también desgarradora, aquel evento en la vida de los Anderson tan solo fue un prólogo que anunciaba lo que se transformaría su vida, sino que les mostró la cruda realidad en la cual ya estaban inmersos y de la cual jamás lograrían escapar.

—Revisen los autos, quizás haya algo que sirva —habló entonces Jonh Anderson, se detuvo contra el cofre de un jeep y empezó a revisar la ruta. Sam y Lizz se desperdigaron en torno a los abandonados vehículos y empezaron a revisar.

El clima y el tiempo los había inutilizado por completo, así que no había temor a activar las alarmas, claro que si eran demasiado ruidosos cabía la posibilidad de que algo los escuchase. Sam abrió las puertas de un pequeño auto rojo, dentro no había nada más que sangre seca, basura y algunos casquillos de bala ya gastados.

Mientras, Lizz Graham se acercó a una minivan, estaba totalmente destartalada y llena de maleza, e incluso ni sus neumáticos perduraban. Limpió el sucio cristal y encontró una figura tendida en el asiento de piloto, formó una mueca y tras desenfundar su cuchillo llegó hasta abrir la puerta, el aroma a podredumbre impregnaba el vehículo, todo gracias a la esquelética mujer que yacía ahí. Llevaba una 38 entre las manos, y a juzgar por las manchas de sangre seca en el techo y el orificio que dejó el proyectil al salir, indicaban que no había sufrido mucho.

—Cielos —musitó. Le arrancó el revólver de los dedos y tras revisarla encontró tres balas más en el tambor.

Siguió buscando entre los asientos hasta que en la cajuela halló una porta bebé, el cual estaba manchado de sangre. Continuó revisando, pero a medida que prestaba atención aquel escenario se tornaba más siniestro y lúgubre, más después de encontrarse con la sonaja bañada de carmín y colgajos secos de carne. Arcadas llegaron a ella y se apartó para vomitar, pero solo consiguió escupir algo de bilis.

—Lizz —apurado llegó Sam y apartó su cabello—. Tranquila, no pasa nada —sobó su espalda hasta que se recuperó.

—Lo siento.

—¿Te encuentras bien? —ella asintió—. ¿Qué pasó?

Su entristecida mirada se clavó en el asientito de la cajuela. Sam solo atinó a formar un ademán de condescendencia y amarga resignación.

—Lo siento —apartó su cabello—. Sé que es tonto, pero no pude evitar sentirme mal por la mamá y su bebé.

—No es tonto en lo absoluto. Que te pongas así es bueno, significa que todavía tienes compasión.

—¿Qué hay de ti? ¿Tú aún tienes compasión?

Sam se quedó pensativo unos instantes, pero antes de que pudiese responder Jonh les llamó.

—Oigan, hay una estación de servicio por acá, vengan, hay que revisarla.

—Vamos. —La llevó del hombro hasta que se acercaron a la estación.

Era uno más de los locales situados a orillas de la carretera en los cuales la gente se detenía en busca de gasolina o algo de descanso luego de un prolongado viaje a través de la ruta. La fachada estaba carcomida por el tiempo y la naturaleza, al igual que no había indicios de que hubiese algo particularmente útil dentro.

—Bien, no se separen —Jonh sacó una barreta y abrió la puerta del lugar.

La estación estaba devastada, todos los anaqueles yacían desprovistos de cualquier alimento o producto que en su tiempo pudo haber sido útil para ellos, aun así se metieron a inspeccionar más a fondo. Había una inmensa alfombra de basura en torno a sus pies y con respecto a cualquier rastro de vida; no había señales.

—Bien, no se alejen mucho, y si algo sucede no duden en avisar.

—Tranquilo, papá, estaremos bien.

Sam sacó un martillo y avanzó silente entre los anaqueles. Lo poco que aún se conservaba era basura y desperdicios. Ratas y cucarachas corrían por el lugar, parecía que ni aquellas alimañas habían conseguido algo bueno. Siguió derecho hasta encontrarse con un mostrador donde estaban regados algunos colgajos de carne e incluso una mano cruelmente cercenada.

—Mierda —masculló. Lamió sus labios y de un salto llegó al otro lado del mostrador. Pronto un nauseabundo cúmulo de carne y huesos repleto de ratas y moscas se mostró ante sus ojos.

El olor de aquel cuerpo era nauseabundo, llevaba un par de días muerto a juzgar por la sangre y el olor reciente a descomposición. Cubrió su boca y se alejó de aquella escena lo mejor posible. Aquel cadáver parecía haber sido emboscado por una jauría de coyotes salvajes, apenas y se podía distinguir su forma entre la masacre.

Corredores —aseguró alarmado.

Cuando la infección atacó y los humanos comenzaron a volverse monstruosos caníbales carentes de emoción alguna; los sobrevivientes pensaron que sería su único problema a lidiar con respecto al apocalipsis. Pero todo cambió cuando la enfermedad mutó, y con ello también cambió a los portadores.

Fue en los primeros años de la infección que se manifestaron los primeros especímenes afectados por la bacteria a nivel extra normal, los llamados Corredores. Dicho infectado era una variante poco usual del huésped, uno que contrario a la mayoría, era capaz de moverse con mayor rapidez y salvajería, eran más peligrosos que los errantes comunes ya que adoptaban conductas dignas de un depredador, movilizándose en manadas y atacando igualmente en numerosos grupos que eran capaces de diezmar gente al por mayor.

En uno de sus viajes de grupo en busca de víveres fue cuando llegó a toparse con algunos Corredores. Eran rápidos y despiadados, de pura suerte consiguió librar la batalla, aunque algunos de sus compañeros no contaron con la misma suerte aquel día.

Se apartó del cuerpo destazado de aquel hombre y se apuró a seguir registrando el lugar, si había indicios de que aquel era territorio de los Corredores, entonces debían tomar todas las precauciones posibles y salir de ahí lo antes posible.

Por su parte, Jonh se encaminó a la zona de empleados de la estación, justo en el cuarto donde guardaban las reservas y demás productos del inventario que posteriormente se incluirían en la tienda, esperaba encontrarse con algún alimento no perecedero o quizás alguna herramienta que los ayudase en su viaje. Aquel sector estaba oscuro y húmedo, encendió su linterna y avanzó entre los charcos de agua estancada hasta que encontró un hacha para incendios tendida sobre una gran mancha de sangre. Curioso se inclinó hasta el arma y la recogió, justo sobre el mango y la hoja había huellas frescas, alguien la había usado recientemente, o... quizás otra cosa había pasado.

Pronto el grotesco chasquido de algo resonó entre las tinieblas, apuntó su linterna e iluminó una harapienta silueta que se alimentaba contra una hielera. El infectado se giró y le gruñó con fuerza, se alejó de su primer bocado y se encaminó a prisa hacia él.

Jonh quiso dar la media vuelta, pero algo le hizo caer, pronto un segundo infectado desprovisto de piernas se arrastró en su dirección y cual si se tratara de una entidad demoniaca: bramó entre la oscuridad hasta situarse encima de él. Antepuso su hacha contra la criatura y la alejó lo más posible, pero aquel ser estaba ansioso por devorarle.

—¡Sam! —vociferó preso de la desesperación y el miedo. Continuó forcejeando contra la criatura hasta que la apartó, se incorporó un poco y usando la reversa del hacha le atravesó el cráneo con dos golpes.

El bramido de la segunda criatura le hizo girarse y soltar un golpe sin pensar, el hacha falló y acabó clavándose por debajo de su cuello. El muerto llegó hasta él y tal cual como el primero intentó morderle, Jonh hizo fuerza y mantuvo a su hediondo adversario lo más alejado posible. En un segundo empezó a sentirse agobiado, el aire le faltaba y la cabeza le daba vueltas, se puso rojo cual tomate y la criatura se acercó peligrosamente hasta su cuello.

Sin embargo no pudo completar su cometido, un balazo directo a su cráneo lo catapultó de nueva cuenta al abismo, y esta vez para no despertar nunca más. Jonh se tendió al suelo, pronto su hijo guardó el arma y junto a Lizz llegaron para socorrerlo.

—¡Papá! —lo asistió. Estaba pálido y se notaba desprovisto de aire.

Le abrió la chamarra y continuó tratando de reanimarlo. Lizz le echó aire y le dio algo de agua, lentamente Jonh empezó a recuperarse.

—Papá, ¿estás bien? —farfulló, tomándolo de los hombros y verificando que no hubiese sido mordido.

—Sí, sí estoy bien —respondió exaltado—. Gracias, gracias, chicos...

—Por Dios, Jonh, ¿qué ocurrió? —aseveró la confundida joven.

—Me... me atacaron por sorpresa, ni siquiera pude reaccionar.

—Pensé que algo te había sucedido —confesó su hijo. Jonh negó con alivio.

—Tranquilo, hijo, estoy bien —arrancó el hacha del infectado y se la entregó—. Un regalo.

Siguieron con su viaje durante varias horas más, poco a poco los vestigios de la ciudad comenzaban a abrirse camino entre los alrededores, las consumidas ruinas ya se mostraban entre la maleza y los altos edificios ya se alzaban en las cercanías, sin embargo el sol se ocultó y dejó una gran tormenta sobre ellos.

No tuvieron más remedio que frenar su viaje y preparar un improvisado campamento para pasar la noche. Acabaron deteniéndose en un cementerio de autos cercano a una caceta de peaje, el lugar les ayudó a guarecerse de la lluvia y preparar una fogata.

—Sam, pásame un poco más de leña —solicitó sin dejar de soplar a las llamas que poco a poco comenzaban a avivar.

—¿Crees que sea buena idea hacer fuego?

—Tranquilo, ya revisamos el lugar, además, si algo llega a pasar nos ocultamos y aguardamos a la mañana siguiente para seguir adelante.

Agitó la olla llena de vegetales y pedazos de conejo que reposaba en la fogata, había improvisado un estofado que acompañarían además con algo de té de manzanilla. Sam se sentó sobre un neumático despojado y se quedó mirando el fuego. Recuerdos amargos le traían las llamas y su calor, aquellas siniestras imágenes se manifestaban con el danzar del fuego, casi como si se tratara de un espejismo.

Recordaba las casas de su barrio envueltas en fuego, al igual que los gritos, taladraban sus oídos muchas noches en que lo que no conseguía dormir.

—¿Hablaste con ella? —la voz de su padre lo regresó a la realidad una vez más. Sam meneó la cabeza y recorrió su cabello a un lado.

—No realmente.

—¿Por qué? —acercó el cucharon y probó el estofado. Pareció convencerle la sazón, y aunque no lo hiciera no tenía más remedio que conformarse, pues todas las especias se habían quedado en la comunidad.

—No lo sé, creo que aún está algo afectada por lo que pasó en el refugio. No quiero abrumarla más.

—¿Y tú? ¿Quieres hablar de ello? —siguió meneando la sopa.

—No hay mucho que decir en realidad —tomó el hacha que hacía horas le había obsequiado, acarició la hoja y se mantuvo centrado en ella, buscando huir de esa conversación.

No había más que decir con respecto a ello, habían conseguido salir vivos de milagro, mientras que la gente que solían conocer ya estaba muerta y el lugar hecho cenizas, fuera como fuera, todo había quedado sepultado y olvidado para siempre.

—Aún me cuesta creer lo que sucedió allá, lo que hicieron esas personas —suspiró—, fue una completa locura.

—Sí —atinó a decir sin ánimo alguno.

Un gran trueno restalló en la lejanía e iluminó las ruinas de la ciudad. Mostrándolas como un páramo desolado y misterioso al cual se enfrentarían muy pronto.

—Toma —le entregó dos platos con el caluroso brebaje—. Llévale un poco. Para estas instancias seguro algo de hambre tendrá.

—¿Qué hay de ti?

—Ve, yo me quedaré vigilando —se arrellanó contra un automóvil y bebió de su té mientras contemplaba la lluvia.

Sam se levantó y se alejó un poco hasta llegar a un camión de correos, justo encima de él yacía Lizz, parecía meditar con ayuda de la lluvia, aun cuando esta no fuese muy armoniosa. Trepó un monte de chatarra hasta que subió con ella.

—Hey —la saludó. Lizz despegó su vista de panorama y lo miró de reojo.

—Hola —su voz era suave y fácilmente se perdía entre la brisa. Sam se encaminó hasta darle el plato.

—Imaginé que tendrías hambre. —No le respondió, meneó la cuchara y se mantuvo silenciosa durante prolongados instantes que apenas eran menguados con las gotas cayendo por doquier—. Bueno, te-te dejaré sola.

—Aguarda, quédate, me vendría bien la compañía.

—Claro.

Se sentó junto a ella y empezaron a comer, mirando el pos apocalíptico escenario frente a ellos. Tiempo después de haber recuperado algo de confianza; Lizz le contó que vivía en un pueblo en las afueras de la ciudad, un sitio tranquilo donde no pasaba mucho. Le contó que cuando la infección llegó; el caos demoró en llegar con ellos, el ejército trató de contener la amenaza, cercando toda el área de los suburbios y dejándolos alejados de la destrucción de la ciudad. Sin embargo no tardó mucho tiempo para que los muertos llegasen con ellos y mandaran todo al demonio también ahí.

Poco o nada sabía de su familia, no era muy abierta en esos temas. Bien por él, así tampoco se veía en la necesidad de desenterrar el pasado y seguir atormentándose por todo lo ocurrido.

—¿Crees que sea verdad? —preguntó repentinamente—. Sobre ese refugio, ¿en verdad crees que exista?

Sam se encogió en hombros y le dio una cucharada más al estofado de conejo.

—La verdad, no lo sé. Pero quiero creer que aún tenemos una oportunidad, y si ese refugio es esa oportunidad... entonces no quiero desaprovecharla.

Lizz se quedó unos instantes analizando sus palabras, parecía que aquel traumático evento no se alejaría de ella en un buen tiempo.

—Ojalá hubiera podido salvar a Melany —profirió, limpiando rápidamente su nariz y una lágrima—. No se merecía lo que le pasó.

—Nadie lo merecía.

—Al menos me hubiese gustado enterrarla, ¿sabes? Darle una digna sepultura, pero Bill se adelantó, supongo que ahora está con ella también.

—Sí, quizás —reconoció con pesadumbre y meneó sus labios.

—Tengo mucho miedo, Sam. Luego de lo sucedido allá en el Distrito, no sé qué pueda suceder en la ciudad, me dan escalofríos solo de pensar en ello.

—Ey, está bien sentir miedo, en especial a lo desconocido. La clave aquí es no dejar que te domine, si sucumbes ante el miedo, te tragará vivo.

Nuevamente la luz incandescente de un trueno iluminó la lejanía, tardó unos segundos y el estallido resonó con la fuerza de una explosión.

—Tengo frío —confesó, acurrucándose tiernamente contra él.

—Creo... creo que deberíamos descansar un poco, mañana tenemos que seguir y necesitamos estar preparados ante cualquier adversidad. —No le dijo nada más, solo se alzó un poco para darle un beso en la mejilla, el muchacho se quedó petrificado.

—Me alegra mucho que estés conmigo y me protejas —Sam formó una leve sonrisa en sus labios. Se aventuró a darle un abrazo y ella lo aceptó con gusto.

—Yo siempre te voy a proteger.

Acabaron durmiendo dentro de aquel camión. La lluvia siguió durante el resto de la noche, helando aquel confinado espacio. El par de jóvenes durmieron acurrucados uno con el otro, brindándose mutuo calor hasta que la mañana llegó. La lluvia había dejado un día gris y desprovisto de cualquier rayo de sol, incluso parecía que seguiría lloviendo por más tiempo, no quisieron demorar más, así que desayunaron lo más pronto posible y siguieron con su camino hasta la ciudad.

Luego de un par de horas surcando las carreteras y las autopistas; la urbe se plasmó ante sus ojos. Los edificios ya se mostraban más nítidos y cercanos que nunca, evocando nostalgia en cada uno, aquel lugar que otrora había albergado vida en cada rincón, ahora tan solo era un recuerdo más del pasado. Se abrieron paso en una autopista elevada, justo abajo pasaba un río formado a través del tiempo, el concreto enmohecido y las raíces brotando desde cualquier superficie adornaban los alrededores, nutridos por la humedad del agua que corría salvaje por ahí.

Asombrados, la joven parejita se acercó hasta el borde de la autopista para observar los rápidos, algunas ruinas incluso se vislumbraban entre las aguas de aquel río, era impresionante. Cierto aire de confort inundó a Sam, el ver tanto verde, tanta extensión de selva plagando todo le hicieron sentir una amarga felicidad, a final de cuentas la tierra había recuperado lo que le pertenecía por derecho, aunque el costo fuese exterminar a sus habitantes.

Las calles y sectores de la ciudad se habían llenado de árboles enormes, frondosa maleza e incontables extensiones de vegetación. Era como haber entrado en un mundo alterno, casi surreal, tan solo un reflejo lejano de lo que alguna vez llegó a ser.

Jonh se encaminó hasta un buzón de periódicos y encontró uno hasta el fondo que no estaba tan dañado. Lo extendió y con añoranza leyó las fatalistas noticias que lo conformaban.

—"Nueva York es bombardeada y declarada oficialmente pérdida total", "el presidente ha declarado estado de emergencia", "todos los reportes de la misteriosa enfermedad caníbal alrededor del mundo" —dobló el periódico y lo dejó adentro nuevamente—. "14 de Septiembre del 2015."

—Mierda —masculló su hijo. Jonh alzó las cejas y siguió caminando.

—Y que lo digas.

Su camino a través de la ciudad les hizo encontrarse con más recuerdos, locales que alguna vez llegaron a frecuentar, restaurantes o antiguas cadenas de comida en las cuales comieron en aquellos días del pasado, inclusive anuncios o promocionales mostrando productos que en algún punto conocieron o llegaron a ser útiles.

Las ruinas de la ciudad les hacían andar más lento. Ya no estaban en los bosques que tan bien conocían, ahora estaban en un territorio totalmente nuevo y lleno de misterios o potenciales peligros acechando por doquier. No había señales de los Podridos o los Corredores, y gracias al cielo no había rastro alguno de los Hinchados.

El tiempo había transformado gran parte de los caminos en sinuosas extensiones pantanosas hechas de concreto y acero oxidado. Tras múltiples intentos fallidos por parte del gobierno, el ejército optó por bombardear las zonas con mayor afluencia de infectados, pretendían erradicar de raíz la amenaza, cosa que no se logró. Pero los bombardeos acabaron por trasformar aquellos sectores en una dificultosa zona repleta de obstáculos.

Se abrieron paso entre los pantanales urbanos, las selvas que se abrían paso a través de los vecindarios, así como también las ruinas inundadas y lodosas hasta que frente a ellos se hizo presente un edificio totalmente derrumbado, bloqueando por completo su camino.

—Mal-di-ción —expresó Jonh. Frustrado cubrió sus ojos y refunfuñó por lo bajo.

—¿Podemos evitarlo? —dudó Lizz con cierta agitación.

—Si nos desviamos más acabaremos quedando muy expuestos, luego la noche vendrá y deberemos buscar un sitio seguro para descansar, lo cual no es muy probable estando aquí.

—¿Y si lo atravesamos? —volvió a inferir. Jonh resopló con recelo.

—No lo sé, quien sabe cuánto tiempo tenga ahí, no sabemos si es estable o si haya algo adentro...

—Bueno —Sam se agachó y tomó una roca—. Hay que averiguarlo.

—¡Espera, Sam, no!

Fue demasiado tarde, arrojó la roca y esta atravesó múltiples cristales y causó un eco que resonó por todo el lugar.

—Creo que está vacío.

—¿Qué, eres estúpido o algo así? —vociferó su iracundo padre, llegó frente a él y lo agitó con fuerza—. ¿Cómo se te ocurre hacer algo tan tonto? ¿Qué tal si la estructura colapsa, o qué tal y hay algo adentro? Mierda, Sam, esto no es ningún juego, no puedes tomártelo a la ligera.

—Lo siento, solo quería ver si el lugar estaba vacío —reviró, sonando triste y humillado.

—Bien, pues ahora gracias a ti deberemos buscar una nueva ruta o...

Un séquito de escalofriantes bramidos procedentes de aquel derrumbe silenció toda la discusión en cuestión de segundos. Jonh giró lentamente su cabeza en dirección hacia aquel edificio, nuevamente los gritos de aquellas cosas sonaron con fuerza.

—Corredores... —farfulló Lizz.

—Mierda... corran —volvió a decir Jonh, aquel dúo estaba estático—. ¡Corran!

Emprendieron la huida a toda velocidad, descendieron por una callejuela maltrecha por las explosiones y siguieron sin parar hasta arribar a un extenso paraje verdoso. La calle estaba parcialmente vacía, tan solo algunas ruinas o vehículos tragados por la maleza se vislumbraban en su camino.

Sam volteó y encontró un grupo extenso de aquellas criaturas corriendo a toda velocidad hacia ellos. Sus pieles pálidas y ojos ensangrentados los diferenciaban en gran medida a con los errantes comunes, además claro de la ira asesina que resaltaba en cada molécula de su ser.

—¡Allá! —clamó Jonh. Justo a unas calles de distancia se encontraba un edificio grande, una especie de edifico corporativo o quizás una fiscalía.

Sam tomó la ventaja y se encaminó lo más pronto posible hasta el lugar, surcó una gran cantidad de escalones de piedra hasta llegar a la entrada principal, la cual estaba cerrada y encadenada.

—¡Mierda! —tomó su hacha y empezó a destrozar la madera que recubría la entrada.

—¡Sam! —Lizz le hizo girar y ver como su padre se había quedado rezagado en los escalones. Pronto abandonó su tarea y desenfundó su pistola.

Bajó aquellos escalones disparando contra los enérgicos infectados que no se detenían por nada, a penas y consiguió eliminar a los dos más cercanos. Llegó con su papá y lo ayudó a levantarse, Jonh estaba exhausto, parecía que había corrido un maratón completo. Prácticamente lo llevó arrastrando de vuelta arriba hasta la entrada principal, Lizz había destrozado el resto de la madera.

—¡Rápido! —les dijo una vez dentro de aquel edificio.

Juntos atravesaron la grieta de la madera, se apartó y pudo ver las siniestras extremidades de los muertos, rasgando y tratando de abrirse paso en el lugar. Se levantó y encontró una máquina expendedora, empezó a empujar, pero no fue hasta que Lizz le ayudó, que juntos pudieron derribarla frente a la grieta y así bloquear aquel acceso. El golpeteo salvaje de los Corredores y sus estridentes gritos les hacían tiritar.

—Esa cosa no evitará que entren —barboteó presuroso. Ayudó a su padre a levantarse y tomó su hacha—. Debemos salir de aquí.

Resultó siendo un juzgado, las oficinas y las pequeñas salas de corte lo evidenciaban. Aquel lugar tan solo se notaba afectado por el tiempo, pues dentro no había ningún indicio de que alguien hubiese pasado por ahí en mucho tiempo. Quizás cuando se decretó la cuarentena y todos los establecimientos no esenciales cerraron; fue gracias a ello que logró perdurar hasta el día de hoy.

—Déjame —insistió Jonh.

—¿Seguro puedes caminar?

—Sí, solo... estoy muy cansado, necesito reponer energías, es todo.

No se notaba muy convencido de ello, tampoco Sam, pero no podía hacer mucho por él y menos en esa situación, lo primordial era salir de ahí y encontrar un refugio seguro al menos para pasar el resto del día de forma inadvertida. Avanzado un buen tramo de aquel sitio; el barullo siniestro de los infectados dejó de oírse, tomaron eso como una buena señal, sin embargo no se detuvieron, los Corredores eran capaces de mantenerse un buen rato en un solo lugar a la espera de una presa confiada.

Pronto una segunda puerta se plasmó en su camino, pero esta estaba bloqueada con una inmensa cantidad de cadenas y demás trabas que imposibilitaban tanto la entrada como la salida de cualquier persona.

—Carajo —negó con frustración y acarició su barbilla—. Nos tomará una eternidad quitar todo esto, debemos buscar otra salida.

Lizz se encaminó hacia una reforzada ventana y trató de ver hacia el exterior.

—Creo que hay algunos andamios afuera, tal vez podamos usarlos.

—En ese caso hay que subir —concluyó Jonh.

Cada paso a través de las escaleras de madera era precedido por un chillido desgarrador, era como si aquel edificio estuviese conspirando contra los sobrevivientes para así ser detectados por cualquier cosa que merodeara por ahí. El segundo piso llamó su atención, estaba tapizado con mantas, colchonetas e incluso algunas casas de acampar, al igual que demás vestigios que mostraban que por ahí hubo gente.

Recorrieron el pasillo encontrando ropa y más rastros de actividad, sin embargo no había ninguna señal de vida. Lizz se inclinó hasta una nota empapada de sangre, la volteó y encontró un breve escrito sobre esta.

—"En serio lo lamento, Tomas, no quería hacerle esto a tu familia, pero no había más opción, sé que jamás podrás perdonarme, pero lo hice por el bien del grupo, Amanda lo entendía, y estoy seguro de que de haber estado en mis zapatos hubieras hecho lo mismo, como sea, todos están en la sala de juntas del 13-B, una vez más, lo siento, hice lo que tuve que hacer para mantenernos vivos, aunque al final no funcionara. Te deseo suerte, atentamente Frank."

Sintió un nudo en la garganta luego de leer, no quería averiguar más sobre lo que había pasado en aquel sitio, y con las personas que habían vivido ahí.

—Hay que seguir... —indicó Jonh.

Evadieron el improvisado campamento y siguieron su rumbo hasta que un ventanal repleto de madera y demás protecciones se mostró, entre las fisuras se podía ver los andamios que Lizz había encontrado.

—Hay que quitarlas —Sam desenfundó su hacha y Jonh también sacó su barreta.

Su incesante golpeteo sonaba en el pasillo con fuerza, las paredes se percibían huecas, la humedad las había debilitado en gran medida. Lizz miraba con preocupación desde ambos lados del pasillo, temía que las cosas que los habían seguido los encontraran. Desvió su mirada hasta un oso de peluche manchado por la sangre y mugre y lo recogió, aquel pequeño reminiscente de inocencia tenía una pequeña nota envuelta en su bufanda. La sacó y la leyó, la letra, era de un niño pequeño, pero el mensaje era claro y escalofriante.

"Papi llora y mami no deja de gritar, los monstruos ya nos encontraron."

Cubrió su boca y arrugó la nota, pronto los golpes aumentaron de intensidad, algo de polvo cayó sobre su cabeza. Intrigada miró al techo y vio como una gran grieta situada en un manto de humedad se expandía y hacía crujir la madera.

—No... —susurró—. ¡Chicos, basta!

El último golpe que destrozó las barreras de la ventana acabó por resquebrajar la estructura por completo, la grieta corrió hasta que el techo colapsó. Inmundicia y agua estancada cayeron por todo el lugar, y junto con ella un grupo de esqueléticas formas acumuladas que bramaban y se contorsionaban sin parar como un mórbido súper organismo ansioso de carne.

—¡Lizz, cuidado! —Jonh levantó su rifle y disparó contra el primer zombi que se levantó.

Pronto la mórbida masa hecha de muertos vivientes se abalanzó contra ellos. Sam destrozó la ventana y se aventó hasta el andamio, le tendió la mano a su compañera y al final Jonh llegó junto a ellos. Descendieron a toda prisa mientras que los muertos caían y se estampaban contra la acera del suelo.

—Carajo —musitó Sam tras arribar al suelo y encontrarse con algunos Corredores merodeando la zona. Levantó su pistola y abatió al primero que corrió en su dirección.

—¿Ahora a dónde? —clamó la aterrada joven.

—¡Allá! —anunció Jonh Anderson.

Pronto se movilizaron en dicha dirección. La zona estaba atestada de vehículos y transportes militares, aquel fue uno de los muchos sitios de la ciudad en los cuales el ejército se movilizó para tratar de contener la amenaza de los muertos en aquellos días.

Una barricada hecha de concreto y algunos vehículos separaban al trío de sobrevivientes de su inminente muerte. Pronto la burlaron y encontraron la entrada del lugar totalmente abierta, Jonh cruzó, Lizz le siguió y justo cuando Sam se disponía a entrar; un infectado se le abalanzó y le hizo caer estrepitosamente contra el cristal que componía la puerta. Batalló con la criatura hasta que de una patada Jonh lo apartó y después le voló la cabeza de un disparo. La pequeña manada de infectados iban hacia ellos, así usaron la cortina metálica del edificio para así sellar por completo la entrada, justo antes de que los hambrientos infectados llegaran a su posición.

La siniestra imagen de los muertos agitando la malla y rugiendo como voraces bestias era simplemente aterradora.

—¿Estás bien? —cuestionó su padre con agitación. El impacto le había causado algunos cortes y golpes menores.

—Sí —reviró, pero pronto una extraña sensación le hizo levantar su camiseta y encontrarse con un corte en su costado. La sangre brotaba con fuerza, de un segundo al otro se puso pálido y pareció perder las fuerzas.

—¡Hijo! —lo atrapó antes de caer—. Lizz, ayúdame.

Juntos lo llevaron hasta un salón, aquel edificio era una escuela. Lo acomodaron en el pupitre del maestro y buscaron algo para curarlo.

—Haz presión, hijo, y resiste, te podrás bien.

—Papá —comentó agitado, atrapó su mano y lo llenó con sangre—. Lamento haber causado todo esto.

—No digas eso, hijo, no pasa nada.

Empezaron a limpiar la zona y desinfectaron con algo de alcohol, los gruñidos lastimeros de aquel joven sonaban con fuerza. Pronto sacaron algunos vendajes y empezaron a tratarlo.

—Tranquilo, Sam, todo estará bien —Lizz lo tomó del rostro y le sonrió, transmitiéndole a través de aquellos oscuros y bellos ojos algo de tranquilidad. Él asintió, era ahora o nunca.

—Lizz...

—¡No se muevan! —imperó entonces una profunda voz desde la entrada del salón. Tanto Sam como Jonh levantaron sus armas y apuntaron contra un peculiar grupito de sobrevivientes que se habían manifestado frente a ellos.

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