16. Una razón más
El aroma del humo se unió con la brisa en las cercanías, y sumado al hediondo olor de los cadáveres quemados, se mezclaron en el ambiente de la tarde, generando así una pútrida fragancia que impregnaba los alrededores en torno a la cabaña que desde hacía horas había dejado de arder. Ante sus ojos tan solo restaba una pila de madera carbonizada y ceniza que flotaba a su alrededor y caía lentamente cual si se tratara de una espesa aglomeración de nieve negra venida desde las alturas.
Luego de la explosión, no hizo nada, no dijo nada, ni siquiera se movió o emitió sonido alguno durante un largo tiempo, tanto así que el fuego consiguió apaciguarse y las ascuas dejaron de salir. La madrugada se desvaneció poco a poco y cuando salió el sol de nueva cuenta, tan solo se mantuvo ahí, con las rodillas flexionadas y puestas contra el suelo, las manos abajo, rendidas y dóciles contra sus muslos cual si estuviese realizando una especie de plegaria ante un Dios del cual hacia años había dejado de rogarle, con el rostro inexpresivo y la mirada puesta en el vacío inmenso que confería la nada misma.
Un solitario caminante emergió de entre los alrededores, bramó y alzó su mano apenas y lo vio, pero Sam ni siquiera movió los ojos ante su presencia. La criatura se tambaleó y marchó en su dirección, y cuando estuvo a escasos pasos de atraparlo: Ann apareció para salvarlo, meneó su cuchillo y lo enterró contra la sien de aquel putrefacto penitente, y cuando lo extrajo de su carne, este cayó al suelo y se mantuvo ahí de por vida. Ni siquiera el impacto del zombi le hizo reaccionar.
La pelirroja limpió su cuchillo contra su pantalón y a la distancia vio como Lizz se deshacía de otro que vagaba cerca de ellos. Pasó a observarlo a él a profundidad, era como ver una estatua. Tomó aire y se alejó sin decir nada, avanzó hasta que se sentó sobre una roca y ahí se quedó. En eso llegó Lizz y la acompañó.
—Lleva ahí más de dos horas —arremetió la pelirroja con incredulidad y cierto hastío—. ¿Qué se supone que espera?
—Está en shock —mencionó Lizz en un tono calmo y algo preocupado, cruzó los brazos y suspiró un poco a través de la nariz—. Necesita algo de tiempo para reponerse.
—¿Más tiempo? —lo miró y después al cielo—. Si seguimos así, en cosa de horas llegará la lluvia y después la noche, y solo Dios sabe qué haremos a mitad de una tormenta y sin refugio. Tenemos que hacer algo.
—¿Cómo qué?
—No lo sé —se rascó la cabeza—. Hablar con él o algo. Lo conoces mejor que yo, trata de hacerlo reaccionar.
—¿Y crees que funcionará?
—Nada perdemos con intentarlo —se puso nuevamente de pie.
—Bien —tomó aire y algo de valor y se encaminó a su dirección, avanzó delicadamente a través de la maleza y se situó junto a él. Nada, ni siquiera un suspiro—. ¿Sam? ¿Sam, puedes oírme? —era como hablar con una pared. Se hincó entonces—. Sam, sé... sé que justo ahora no es el mejor momento, pero tienes que escucharme. —Trató acercándose más—. Sé por lo que estás pasando, entiendo cuanto te duele, también me duele, solo... no podemos quedarnos aquí por más tiempo, muy pronto los caminantes regresarán y necesitaremos huir, necesitamos un refugio y comida, necesitas comer, también necesitas descansar, por favor, Sam, solo... —estiró su mano y lo tomó del hombro. Al instante reaccionó, desenfundando una navaja que llevó hasta colocarla bajo su cuello.
—¡Sam, no! —gritó Ann y sin pensarlo alzó la 22—. No lo hagas... estás afectado, lo sé, pero no creas ni por un segundo que no lo haré si me veo forzada. Así que por favor, no me obligues a hacer algo que no quiero.
Sus profundos ojos se clavaron en Lizz, y durante algunos instantes fue como ver a alguien completamente distinto al joven que conocía, pero estos no tardaron en mostrarse como en realidad se encontraban, atormentados, rotos, llenos de ira y dolor, lo sabía perfectamente, pues aquellos mismos ojos los había visto en su reflejo hacía mucho tiempo atrás en ella misma, justo después de quedar sola. Lentamente alzó las manos y se mostró calmada.
—Tranquilo, tranquilo. —Cual si tratara de domar una bestia salvaje, llevó su mano hasta dejarla sobre su mejilla, otorgándole una suave caricia—. No pasa nada. Aquí estoy, ¿sí? Aquí estoy, y no me iré a ningún lado.
Tembló ligeramente, apartó la navaja de su cuello y al final cedió, soltando una profunda y entrecortada exhalación que lentamente desembocó en crudas lágrimas, y estas a su vez, en un frágil y agónico llanto que caló hasta lo más profundo de su ser.
—Se fue. Papá... papá se fue —gimoteó, débil y atormentado. Cerró sus ojos y se rindió ante ella. Lizz lo abrazó con fuerza y buscó socorrerlo en su agonía.
—Lo sé —acarició su cabello y con ello lo alentó a seguir soltando todo aquello que había retenido durante tantas horas—. Lo sé.
Al final, luego de largos minutos de llanto y sufrimiento, por fin pudo ponerse de pie una vez más y seguir con su camino. Abandonaron los límites de aquella cabaña en ruinas y siguieron adelante por el boscoso sector hasta que volvieron a encontrar la autopista. El camino se mostró lúgubre, silencioso y dolorosamente eterno, tan solo una larga y aplanada serpiente de asfalto que seguía y seguía durante quien sabe cuántos kilómetros más hasta que se perdía en el horizonte. Guiándolos lentamente hasta un destino incierto, y ahora más que nunca, solitario.
Las copas de los árboles se agitaban con fuerza, llevando consigo la tersa voz del viento que soplaba. Se abrazó a sí misma y buscó apaciguar el frío que le recorría por todo el cuerpo, miró ligeramente por encima de su hombro y vio a Lizz, no se veía en mejores condiciones, y el último en aquella fila, seguía callado, cual si con ellos vagara uno más de aquellos entes sin vida. Siguieron por la carretera por quien sabe cuánto tiempo más hasta que Lizz escuchó como su compañero cambiaba de dirección y se adentraba de nueva cuenta al bosque.
—¿Sam? —le llamó, pero no le respondió.
—Ay no —reaccionó Ann, se acercó con apuro y lo vio perdiéndose entre la maleza—. ¿Ahora qué?
—No lo sé. Hay que seguirlo.
—Maldición. —Se mordió el labio y levantó los hombros—. Bien, vamos. —Bajaron por una ligera cuesta hasta el bosque, donde los árboles y la maleza lo cubrían todo, no había rastro de él—. Carajo, no lo veo.
—¡Sam!
—¡Sam! ¡¿En dónde estás?!
—¡Sa...! —la detuvo antes de que gritara otra vez. Apuntó hacia el frente y vieron una figura entre los árboles. La siguieron y lo hallaron de cuclillas frente a un enorme cedro de tronco viejo y gris—. ¿Sam?
El silencio se hizo presente una vez más, acrecentando la tensión en torno a ellas y su emocionalmente inestable compañero, estaba irreconocible, cualquier cosa podía suceder, y con cada segundo que pasaban frente a él, ambas se impacientaban más. Se puso de pie y se giró, se notaba extrañamente sereno, y abrazaba un montón de robustas ramas secas. Aspiró por la nariz y se encogió en hombros.
—Hay... hay un lago por aquí y... no sé, pensaba hacerle una tumba o algo así.
—Claro —dijo Lizz, con el corazón enternecido.
—Bien.
Se adentraron más al bosque y al poco tiempo dieron con las cristalinas aguas de aquel lago. Sam y Ann se pusieron a recolectar muchas rocas de la orilla, mientras que Lizz usó un par de ramas robustas y algunas raíces para amarrarlas y así crear un par de cruces improvisadas. Al cabo de unos minutos hicieron dos columnas de piedras en las cuales colocaron las dos cruces, una junto a otra. Tomó una de las rocas más finas que encontró y usando una más porosa: frotó la superficie de esta y escribió un nombre, mientras que Ann hacía el otro. Colocaron las placas sobre cada tumba y al fin estuvieron acabadas, Russel Monroe y Jonh Anderson decía cada una.
—Se ven bien —mencionó Lizz mientras le sobaba la espalda.
—Creo que deberíamos decir unas palabras.
—Bien, e-entonces quiero ir primero —mencionó Ann, tragó saliva y se acercó a las tumbas—. Russel, quiero que sepas que aunque nunca fui muy abierta contigo, te-te apreciaba mucho —su voz empezó a temblar—. Y no sé si me estés escuchando, pero... gracias por estar conmigo a pesar de ser una desgraciada contigo, eso... eso es ser un amigo de verdad. Y a ti, Jonh, aunque nunca pude conocerte demasiado, sé que fuiste un gran hombre. —Se echó para atrás y trató de guardar la compostura.
—Me toca —Lizz aclaró su garganta—. Jonh, siempre estuviste para mí, me cuidaste y me acogiste como si fuera una más de tu familia, y por ello siempre te voy a agradecer y a querer, me hiciste saber que aún hay hombres buenos en el mundo, y aunque te hayas ido, créeme que tu recuerdo siempre estará conmigo. Espero que ya descanses en paz, así como tú, Russel, te lo mereces, ambos lo merecen.
Sam se paró frente a las dos tumbas, sus labios temblaron. Tomó aire y empezó a frotar sus manos compulsivamente.
—Russ, yo... lamento mucho lo que te pasó, quizás no te conocí tanto como me hubiera gustado, pero... el tiempo que estuviste aquí fue fantástico, me hiciste reír y también fuiste alguien a quien no tardé en apreciar, a lo largo de mi vida he conocido a muchas personas, pero no a muchos amigos, y eso fuiste, un gran amigo. Espero y nos veamos algún día otra vez —tomó aire y se posicionó frente a la tumba vacía de su padre—. Papá, no sé qué decirte... siempre pensé que tendríamos todo el tiempo del mundo y que tú y yo seguiríamos juntos hasta el final, pero eso ya no será posible —se detuvo y trató de resistir el llanto que le rebasaba, pronto su voz se volvió frágil y quebradiza—. Solo quiero que sepas que fuiste el mejor hombre que jamás hubiera podido conocer, el más valiente y el más fuerte de todos, lamento no haber podido salvarte y... no lo sé —limpió su nariz—. Espero que donde sea que estés, me estés escuchando y que sepas que te quiero.
Un pez nadó a toda prisa a través de la superficie del lago a pocos pasos de donde se encontraba, agitando su cola le disparó un pequeño chorro que aterrizó justo en su cara y lo hizo reaccionar de nuevo. Se habían alejado de las tumbas para asearse un poco, habían pasado ya varias horas en las afueras, lidiando con las inclemencias del clima así como también de los muertos, por lo cual se habían ensuciado bastante. Se despojaron casi por completo de sus ropas y como si se tratara de un grupo de inocentes niños en un día de pesca: se metieron al lago para asearse y durante algunos instantes disipar sus mentes de la oscura realidad en la que se encontraban.
Se adentró más en las frías y parsimoniosas aguas del lago y con ambas manos formó un cuenco con el cual llevó el líquido hasta su rostro, frotó con fuerza, viendo como el agua a su alrededor se teñía con la sangre vieja y la tierra acumulada, continuó aseándose hasta que se topó con su reflejo, estaba difuso y no parecía reconocerlo del todo.
La abrumadora soledad que le dejó la partida de su padre lo rompió a un nivel tan profundo, que era extraño incluso para él saber qué estaba experimentando en aquel entonces, pues no había sentido nada desde que lo vio partir, estaba desconsolado, claro, lo percibía de alguna manera, como una cruda cuchillada removiendo lentamente su interior, pero era como si las lágrimas y todo el dolor se hubieran hecho a un lado, para así abrirle paso a un interminable sentimiento de frialdad del cual no podía escapar, sabía lo que sentía, más era incapaz de mostrarlo, quizás se había acostumbrado en cierta manera al dolor, o quizás, y solo quizás, ya no tenía más lágrimas que llorar.
Cuando su madre falleció justo frente a sus ojos en aquellos primeros meses del brote, sintió un vacío inmensurable, un dolor tan amargo y profundo que se inmiscuía en cada partícula de su ser, atándolo a un abismal sentimiento de pena y dolor del cual apenas y podía escapar gracias a su constante lucha contra los reanimados y el nuevo mundo que le había tocado lidiar. Sin embargo, aquel traumático evento había sido amortiguado gracias a Jonh, su padre nunca lo dejó en ningún segundo, vivieron su duelo y su lucha juntos, y cuando ella se fue, así como el mundo que conocían también, siguieron adelante, a pesar del sufrimiento. Reflexionaba todo eso mientras se miraba frente a las turbias aguas del lago, y pensaba en tantas cosas que ni siquiera su propia mente se daba abasto, pero lo que más lo atormentaba era la idea de seguir adelante sin su padre, pues si había conseguido sobrevivir tanto tiempo había sido gracias a él, pero ahora que se había marchado y lo había dejado completamente solo y a la deriva, ¿qué le depararía a aquel solitario muchacho en aquel mundo tan cruel y despiadado?
—Lloverá pronto —anunció entonces la pelirroja mientras alzaba la vista al cielo y clavaba su mirada en las nubes grises se acumulaban sobre sus cabezas como un colosal manto grumoso y carente de luz natural, el cual impregnaba el panorama con una tristeza sin igual.
Los rayos sonaban lejanos, pero firmes y estridentes, como una sonata peligrosa que presagiaba el azote de un fuerte vendaval. No tentaron al destino, así que decidieron salir del lago y continuar con su camino, aun cuando ya no había un destino claro al cual estuvieran yendo. Avanzaron por la autopista hasta que se empezaron a vislumbrar atisbos de una antigua sociedad en ruinas en la lejanía, las ruinas de un condado cercano.
—¿Qué tan lejos estamos de eso? —cuestionó Lizz, cubriendo su cabeza de las gotas que empezaban a caer sin piedad a su alrededor y nublaban su vista.
—No lo sé —respondió Ann haciendo el mismo ademán con las manos—. Pero ya no hay tiempo, debemos buscar otro lugar para refugiarnos, al menos por esta noche.
—¿Qué tal allá? —apuntó entonces a algunas viviendas que apenas y se vislumbraban entre la espesa maleza.
—Tal vez...
Viraron hacia la casa, la lluvia incrementó de potencia así que aceleraron hasta entrar en el porche. Ann trató de abrir la puerta, pero la perilla no cedía.
—Mierda —golpeó la madera y se apartó para ver mejor si había algún otro punto de acceso—. Quizás podríamos entrar por aquí —apuntó a la ventana.
—Están tapiadas —aseguró Lizz—. Además, ¿qué tal si hay algo dentro?
—Tenemos que encontrar refugio en algún lugar o moriremos de hipotermia.
Antes de que cualquier otro plan fuera lanzado, Sam pasó entre ellas y de una patada rompió la puerta, consiguiendo darles el acceso a la vivienda. Polvo y tierra flotaron entre la brisa y el interior se mostró, así como también su ocupante. Otrora había sido una señora, algo mayor a juzgar por sus viejas pero bien definidas ropas que aún mantenía consigo, llevaba una especie de velo sobre la cabeza, apenas y abrieron la puerta, sus degradadas mandíbulas se abrieron, mostrando sus grotescos dientes en una mueca espectral, estiró sus esqueléticos brazos hacia ellos y avanzó entre tambaleos en su dirección. Ann desenfundó la 22 y Lizz sacó su cuchillo. Pero Sam entró y de un solo puñetazo al rostro consiguió derribar a la muerta, esta intentó levantarse, pero él se adelantó, alzó su pie y de un firme pisotón le destrozó la cara, rompiendo sus huesos y regando algunos de sus dientes por el suelo, el sonido era escalofriante. Lo levantó de nuevo y volvió a golpear su rostro con el doble de fuerza, repitió el proceso tantas veces que lo último que quedó fue una grotesca figura decapitada y un gigantesco charco de sesos podridos y fragmentos de hueso a través de la alfombra.
Ambas se le quedaron mirando mientras dejaba salir su ira a través de aquel arrebato, quizás con la intención de que aquello le resultara al menos un poco terapéutico para aminorar su pena, sin embargo, llegó un momento en que aquello fue demasiado grotesco como para seguir mirando. Respiró fuertemente, limpiando el sudor y la saliva que se habían colado entre sus gruñidos, después las miró, pero no les dijo nada. Lizz cerró la puerta y suspiró.
—Vamos —se hizo a un lado y llegó hasta un mueble—. Hay que bloquear la puerta.
Cubrieron la entrada principal con algunos muebles, después Ann y Sam tomaron a la muerta, la colocaron en el centro de la alfombra y la envolvieron por completo, después la sacaron de la casa. Mientras que sus compañeros se encargaban de ella, Lizz subió al segundo piso con la intención de revisar que todo estuviera en orden, quizás aquella mujer no vivía sola, y efectivamente aquel era el caso, salvo que los ocupantes de aquella casa estaban en iguales o peores condiciones que ella.
Abrió la puerta de la primera habitación y con lo primero que se encontró fue con un hombre, o lo que quedaba de él al menos. Estaba postrado en la cama, tenía amarados los tobillos y las muñecas con un juego de sábanas y algunas prendas para que ayudarían a que cuando se transformara no se volviera todo en un completo caos. La luz de los rayos iluminaba con ligereza el cuarto así que lo pudo ver bien, había sido mordido en el costado, múltiples gusanos y moscas se habían apoderado de la herida, cubrió su boca y resistió las náuseas, entonces avanzó y le puso fin a su existencia hundiendo el cuchillo en su cuenca derecha. El cuerpo cayó y aquel pálido ser quedó en el olvido, buscó por el suelo alguna sábana con la cual cubrirlo, y en el proceso se encontró con una fotografía, el marco estaba roto y la humedad la había dañado con el tiempo, pero lo distinguía, así como también a la mujer mayor de abajo, junto a ellos había algunos miembros más con los que no se habían topado antes y de los cuales esperaba no tener que lidiar después. Un trueno cayó en el exterior y por algunos instantes iluminó el cadáver de aquel hombre, fue entonces que la amarga melancolía le invadió.
Había pensado en ello durante años, pensaba en ellos, en todos aquellos quienes habían sucumbido por la enfermedad y habían sido traídos desde el más allá por una fuerza tan maligna que únicamente los impulsaba a alimentarse de quienes aún respiraban. Pensaba en las posibilidades, si es que en realidad estaban enfermos como es que decían en las noticias antes del colapso de la sociedad, o tal vez era algo más, quizás una maldición, o un castigo impuesto por Dios, no lo sabía, nadie lo sabía con certeza. Lo único que no cambiaba era el hecho de que todos aquellos que se marchaban, volvían, pero a menudo se preguntaba si aún había algún atisbo de humanidad en ellos.
A final de cuentas habían sido personas. Quizás no eran conscientes, o tal vez sí y no lo podían evitar, quizás estaban atrapados en algún trance que los obligaba a cometer semejantes atrocidades, cual fuese el caso, ya no importaba, pues no había ninguna esperanza para que volviesen a ser quienes eran antes. Meneó la cabeza y cerró los ojos con fuerza, tratando de menguar aquellos pensamientos intrusivos que a menudo se apoderaban de su mente y la hacían considerar escenarios tan inverosímiles, como escalofriantes. Salió del cuarto con cuchillo en mano y llegó hasta el baño, dentro de la tina había un cadáver también, de alguien ligeramente más joven, sobre el suelo había un charco viejo de sangre y una navaja, no le costó mucho intuir lo que había sucedido. No tentó a la suerte y al igual que con el sujeto de la habitación, perforó su cráneo.
Siguió adelante a la última habitación y se topó con un cuarto diferente, este estaba lleno de juguetes, la pintura y los adornos en los muros eran mucho más infantiles que en los demás, pronto un amargo sentimiento de pena le invadió en el segundo en que se topó con una cuna, tomó valor y se acercó a esta, encontrando un bulto, cubierto con una manta de dinosaurios pero con una gran mancha de sangre en el centro. Tragó saliva y se animó a mover la cuna un poco, pero no reaccionó, experimentó cierto alivio con ello, pero este se marchó cuando el gruñido cercano de uno de aquellos seres imperó desde las sombras, rápido tomó su cuchillo y lo enfiló contra la oscuridad, y ahí la vio, era una mujer, estaba podrida y su piel estaba tan dañada por el tiempo y la infección que para cualquiera hubiese sido casi imposible reconocerla, de no ser porque la había visto en aquella fotografía. Estaba separada del suelo, colgada de un ventilador adherido a la pared, una soga apretujaba su cuello.
—Carajo —llevó su vista hacia el suelo y suspiró con pesar. Avanzó hacia ella y usando una pequeña mesita de juego se elevó para poder cortar la soga, la mujer cayó, y antes de que pudiese levantarse, Lizz tomó la navaja y la enterró en su sien, después dejó de moverse.
De igual manera a como lo había hecho con aquel hombre, buscó por la habitación hasta que encontró una manta y con ella la cubrió. Avanzó hacia la salida y cuando ya sus ojos pudieron distinguir mejor entre la oscuridad, vio algo escrito en la pared que resaltaba gracias a los rayos.
"POR FAVOR, DIOS, PERDÓNAME POR LO QUE HE HECHO Y POR LO QUE VOY A HACER."
Pesarosa llevó su mirada hacia el suelo y abandonó aquella habitación, sintiendo la amarga sensación de haber visto algo que en realidad no deseaba ver, ya estaba algo acostumbrada a ello, o al menos eso pensaba, pero el mundo en el que vivía a menudo le otorgaba nuevas y muy desagradables sorpresas.
Al cabo de un rato de revisar a fondo la casa y asegurarse de que ya no había más reanimados rondando por ahí, el trio de jóvenes se reunió de nueva cuenta en la estancia. Bloquearon el resto de las entradas principales de la casa y de igual forma se aseguraron de que las ventanas estuviesen bien tapadas para evitar que quien pudiese rondar en el exterior no los viera, luego de eso, simplemente buscaron descansar un poco.
—Encontré algunas velas —anunció Ann trayéndolas a la mesa principal. Tomó unos cerillos y las encendió. La luz de estas fue suficiente para ahuyentar la penumbra y recuperar un poco el calor en aquella noche tan fría y lluviosa.
—Y yo esto —Lizz dejó sobre la mesa un par de latas, una de frijoles para hornear ya abierta y la otra de lo que pensó era atún o quizás anchoas a juzgar por su maloliente olor—. Quienes vivían aquí tenían algunas reservas, pero ya todo está echado a perder. —Se arrellanó en el sillón principal y se colocó una manta para menguar el frío—. La verdad es que no tengo mucha hambre.
—Sí —la pelirroja meneó los frijoles, apestaban y se veían bastante desagradables—. Yo tampoco, en realidad.
—¿Sam?
—No.
—¿Tienes frío? ¿O sueño? Ann y yo podemos vigilar esta noche, tú descansa, o tal vez...
—Estoy bien —imperó, en un tono frío y sonando ligeramente hostil. Lizz no dijo nada, se acomodó en su lugar y se dispuso a contemplar el fuego.
Pasó un buen rato y tan solo se mantuvieron acurrucados en aquella sala, viendo como lentamente la cera de las velas se iba derritiendo, escuchando la lluvia en el exterior, y como los truenos la acompañaban rugiendo en el cielo cual bestias infernales. Lizz estaba recostada en el sillón principal, casi parecía un bebé enorme con aquella posición, Sam se encontraba cavilando en un sillón individual, mientras que Ann se encontraba en el suelo, jugueteaba con su dedo, pasándolo fugazmente a través de la flama de la vela más próxima a extinguirse.
—¿Creen que alguna vez esto terminará? —lanzó la pregunta sin ver nada en específico, toda su atención yacía en el fuego, el cual se reflejaba a través de sus pupilas cual si este emanara de su interior.
—¿Qué? —contestó Lizz mientras se incorporaba un poco.
—Sí, ¿creen que todo esto alguna vez termine? ¿Creen que alguna vez todo pueda volver a ser como antes?
—Antes solía pensar que sí, pero ahora... ya no lo creo posible. —Respondió Lizz, adoptando una posición fetal.
—Recuerdo que mi papá solía decirnos cada noche a mí y a mi mamá que todo estaría bien —siguió deslizando sus dedos a través de la diminuta flama, recordando por breves instantes aquellos días en los cuales aún se encontraba con su familia—. Solía decir que todo sería pasajero, y que igual que con otras catástrofes, todo se solucionaría con el tiempo. No fue así. En cuanto el caos empezó, las afueras se transformaron en una zona de guerra, los muertos se apoderaron de las calles, ni la policía, ni el ejército, ni nadie pudo contenerlos, por lo que nos recluimos en nuestro departamento durante quien sabe cuánto tiempo, esperando a que cualquier cosa sucediera. Cada día escuchaba los lamentos interminables de quienes eran brutalmente asesinados a pocos metros de donde vivíamos, y cada noche nos manteníamos en vela, buscando no hacer nada de ruido para no atraer a quienes merodeaban en la oscuridad, con el paso de los días, la electricidad se marchó, el agua se acabó y también la comida, por lo que tuvimos que dejar atrás nuestra casa y probar suerte en el exterior. —Hizo una larga pausa y se quedó unos segundos con la mirada situada en la nada.
—¿Y qué pasó? —interrumpió Lizz, había sido completamente sumergida en aquel relato. La pelirroja se irguió un poco y acomodó su cabello.
—Pues lo que uno esperaría. Decidimos salir, y fue entonces que todo se fue a la mierda. —Limpió su nariz con su manga y tras acomodarse un poco su desaliñado cabello de zanahoria, siguió con su historia—. Vagamos por las calles algunos días, enfrentando a uno que otro infectado por ahí, nada serio. El plan era salir de la ciudad, pero todo estaba devastado por el ejército y los bombardeos, así que los autos y demás transportes no eran una opción, así que decidimos hacerle caso a la propaganda y llegamos a una plaza comercial en donde se suponía había un puesto militar con el cual nos proporcionarían vehículos para así sacarnos y llevarnos a algún sitio seguro lejos del caos —negó con amargura—. Pero para cuando llegamos, ya era demasiado tarde, no había sobrevivientes, ni soldados, únicamente un puesto vacío, lleno de sangre y cadáveres, lo registramos un poco, pero estaba vacío, o al menos eso parecía —tomó aire y suspiró, estaba temblando por los nervios—. De un segundo a otro el lugar se llenó de infectados, estaban en todas partes, y lo peor es que estaban frescos, algunos todavía corrían, intentamos salir, y fue entonces que mi mamá se quedó atrás, y ellos la alcanzaron... yo... traté de ir por ella, pero fue imposible, la marea de muertos la atrapó. Mi papá me sacó de ahí. Pasaron varios meses luego de eso y mi papá y yo seguimos adelante lo mejor que pudimos, conocíamos y gente, perdíamos gente por igual, pero siempre estábamos en movimiento, procurando alejarnos de las ciudades y los poblados más grandes. Pasaron un par de años y al final mi papá se infectó, y luego de eso seguí por mi cuenta.
—¿Tú...?
—Estuve sola mucho tiempo, sí. Pero entonces encontré un nuevo grupo, así como a Jerry y a Russel —cierto atisbo de felicidad se plasmó en su mirada, pero este no tardó en desvanecerse—. Hasta que, bueno, pasó lo que pasó...
Un trueno cayó y durante breves instantes iluminó aquel sombrío escenario con aquella escalofriante luz proveniente del cielo. Las historias sobre el pasado se detuvieron, ya no necesitaban saber más, así que mejor buscaron descansar, a final de cuentas, habían pasado mucho tiempo ya sin dormir.
Pero aun cuando la noche estaba en su punto más alto, ni la tormenta, ni los malos recuerdos le permitían consolidar un buen sueño, los horribles escenarios del pasado y el presente se entremezclaban, en una continua tortura que poco a poco se introducía en su mente y cual si se tratara de laguna especie de parasito, lo inducía a un estado de ira y rencor reprimidos, reabriendo viejas heridas y extrayendo así el dolor que alguna vez creyó dejar atrás. Abrazó sus rodillas y como un niño asustado se quedó ahí, rogando en sus adentros por que el dolor se fuera de una vez para que pudiese descansar y volver a verlos.
Luego de quien sabe cuánto tiempo despertó, el día era soleado y hermoso, cosa que lo tomó de sorpresa, así que se levantó y avanzó por el lugar, encontrando así que todo estaba limpio y en orden, como si el fin del mundo jamás hubiera llegado. Escuchó algo desde la cocina así que se encaminó allá. Solo para encontrar a una mujer de espaldas. Se quedó congelado, viendo su figura y su cabellera rubia que reconocía sin problemas, pero de la cual estaba seguro era imposible que estuviera ahí.
—¿Mamá? —enunció entonces, con una voz débil y que tiritaba a causa del llanto contenido.
—Hola, Sam —sonreía. Estaba tan hermosa y feliz como la última vez que la había visto. No aguantó más y corrió hasta llegar a sus brazos.
Aquel reconfortante gesto le hizo sentir paz y calor como nunca antes, su olor y su tierno agarre le hicieron sentirse a salvo, lo hicieron sentirse completo una vez más.
—Estás aquí. —Gimoteó mientras sus labios temblaban.
—Claro que estoy aquí, tontito —acarició su rostro con ternura y le sonrió.
—Te extrañé, mucho —volvió a abrazarla con ahínco y ella igual.
—Ya estoy aquí. Y nunca más me iré.
Soltó un sollozo, pegó su cara sobre su frente y suspiró. Aquel cálido momento se mantuvo hasta que el pútrido olor de algo en descomposición le hizo reaccionar, abrió los ojos y vio el lugar, estaba devastado, bajó temeroso la mirada y vio la piel de su madre, estaba gris y sin vida, repleta de heridas viejas que exhibían una acelerada necrosis. Se alejó un poco y la vio, su rostro estaba maltrecho por la infección, sus ojos otrora oscuros y hermosos ahora exhibían un color amarillento enfermizo. Inclinó la cabeza hacia un lado y formó una mueca aterradora.
—No, no, no.... No otra vez, por favor.
—Debiste morir hace mucho tiempo, Sam.
—¡No! —aterrado se apartó y buscó salir de ahí, pero acabó chocando con alguien más, un hombre, su padre.
—Ya no huyas, Sam —su padre igualmente era uno de ellos. Sus labios se habían degradado a tal punto que solo sus dientes permanecían en un gesto siniestro, estaba igual o más putrefacto que ella, incluso gusanos rebosaban desde sus heridas expuestas—. Es tiempo de que te unas a nosotros.
—¡NO, ALÉJATE!
Intentó correr en otra dirección, pero todo el lugar estaba lleno de infectados. Gritó con todas sus fuerzas, y fue entonces que se le abalanzaron y cual si se tratara de un enjambre asesino, lo despedazaron en vida hasta que dejó de respirar.
—Sam, despierta —Lizz lo sacudió un poco y entonces logró salir de aquella pesadilla. Se irguió de golpe, estaba lleno de sudor y su corazón estaba agitado—. Tranquilo todo está bien. Estás a salvo.
Miró presuroso en diversas direcciones, encontrando así el desolado panorama de aquella vieja casa en ruinas en la que se habían quedado para acampar, suspiró pesadamente, sabiendo así que se encontraba en la realidad, aunque esta no fuese muy diferente a la de aquella horrible visión.
—¿Estás bien? —preguntó Ann desde el otro lado de la estancia, parecía estar preparando una mochila.
—Sí, solo... fue un mal sueño.
—Bien —asintió con ligereza y siguió acomodando sus cosas.
—Vamos —le dijo Lizz nuevamente—. Ya está amaneciendo, hay que irnos.
—Sí... claro.
Aprovecharon la luz del sol y registraron las habitaciones a fondo, se hicieron con algo de ropa nueva, unas cuantas mantas y algunas valijas para el viaje, una lámpara de aceite, unos binoculares de largo alcance, un revólver Smith & Wesson de calibre 38 de cañón largo con algunas balas sueltas, un par de cuchillos de cacería, un machete, un rifle Mendoza de calibre 22 con mira para cacería y una caja casi llena de munición, quienes habían vivido ahí no habían utilizado aquellas armas demasiado. Luego de hacerse con un par de botas nuevas de campo traviesa, así como también de una cómoda chamarra de mezclilla azul marino, tomó su mochila vieja y abandonó el lugar junto con sus compañeras.
El día estaba ligeramente nebuloso, con breves espacios en los cuales los rayos del sol se filtraban e iluminaban tenuemente el camino, pero aun así el frío se elevaba, el verano se marchaba con forme pasaban los días y el otoño se acercaba cada vez más, muy pronto el verde espesor de los bosques se transformaría en una gran pintura de colores ocre y naranjas varios, el frío incrementaría, por lo que el cosechar y sembrar se volvería mucho más difícil. Allá en el distrito tenían carpas especiales para mantener el ambiente seguro para los plantíos, así como también una gran colección de reservas en caso de que la temporada fuese demasiado difícil. Pero ahora que se encontraban a la deriva y a cientos de kilómetros lejos de la civilización, su supervivencia era cuestión del azar y la suerte.
Los caminos eran guiados gracias a los señalamientos en las orillas de la carretera, los cables y los postes de luz abandonados que se prolongaban durante kilómetros, anunciando que algo de civilización había en su camino, pero el mapa se había dañado por el agua, era inútil el conservarlo, así que solo se guiaban yendo en línea recta, o al menos ese era el plan, pues pronto varias encrucijadas se mostraron. Decidieron seguir hacia la izquierda y pronto se encontraron con las vías del tren, con suerte los llevaría a una estación o quizás a un nuevo destino, la última parada.
Siguieron las vías, encontrando ocasionalmente algún designio de vida, nada más que ardillas o aves que cruzaban por ahí, el sonido de la madre naturaleza imperaba en toda la zona. Pronto una figura se mostró, era un cuerpo que colgaba desde una vieja estructura ya oxidada, quizás alguna especie de señalamiento olvidado, se quedaron mirando el cuerpo, nada tenía consigo más que un buen cúmulo de moscas que revoloteaban sobre él.
—Vamos —habló Ann mientras se acomodaba las correas de su mochila—. Hay que seguir.
Su viaje se prolongó por varias horas más, la ruta se volvió más angosta y el bosque a ambos lados de la vía regresó en forma de pronunciadas pendientes de tierra y maleza que los dejaban únicamente con la opción de seguir adelante siguiendo los rieles hasta donde estos llegaran, la ruta se mantuvo fija y sin obstáculos hasta que frente a ellos se mostró un choque, un tren se había descarrilado, los vagones estaban caídos y desperdigados a través de todo el lugar, algunos completamente desechos y otros que de milagro se habían conservado íntegros hasta aquellos días.
—Carajo —exclamó Lizz—. Mira esto, ¿qué pasó?
—Puedo darme una idea —mencionó la pelirroja mientras se agachaba hacia un caminante. Estaba partido a la mitad, estaba casi en los huesos, y la poca piel que aún conservaba estaba hecha colgajos, incluso la podredumbre y el tiempo habían hecho que su cuerpo se llenara de lianas y bastante vegetación, como si la propia naturaleza lo hubiera intentado recuperar.
Desenfundó su cuchillo y le atravesó la cabeza. Luego de eso se adentraron en el vagón. Estaba lleno de polvo algunas telarañas, dentro estaba repleto de piezas grandes de madera. Seguramente el cargamento de algún aserradero cercano. Cruzaron aquel vagón semi destruido y siguieron con un par más que contenían el mismo cargamento. Después un par de vagones sin techo, una suerte de enormes cajas de metal expuestas en las cuales no había nada.
—Mierda —exclamó Ann mientras intentaba forzar la entrada del siguiente, pero la manija estaba oxidada y muy vieja—. Esta porquería no se abre.
—Déjame ver —Sam se acercó y trató de forzarla, hicieron el intento los dos y apenas pudieron moverla unos cuantos centímetros. Así que Lizz se les unió.
Los tres tiraron con fuerza y finalmente la puerta cedió. Una gran columna de polvo salió disparada así como también un repulsivo olor a podredumbre guardado durante años, pronto un gruñido sonó y cual si se tratara de un engendro del averno: un caminante emergió desde dentro, atrapando a Lizz. La chica gritó, Sam tomó al monstruo por el cabello, en el proceso su cuero cabelludo y piel se desprendieron, pero aun así pudo jalarlo y estamparlo contra la saliente del vagón, y con un pisotón le rompió la cara por completo.
—¡Infectados! —rugió Ann levantando la 22 y abriendo fuego contra los muertos que emergían del vagón.
—Mierda —Sam blandió el machete y asestó un golpe contra otro y le partió la cabeza en diagonal, después avanzó hacia la puerta y trató de cerrarla, pero los reanimados la atraparon y empezaron a jalar—. ¡Suban, rápido!
Treparon y llegaron hasta la cima del vagón y fue que pudieron ver como una gran horda se había quedado atrapada en aquel choque. Había casas de acampar y vestigios de un campamento, las personas habían usado aquellos vagones como una suerte de protección, pero aun con esa ventaja no pudieron mantenerse vivos, y ahora eran más de ellos.
—Carajo —musitó Sam Anderson una vez que estuvo arriba también. Bajó la mirada y los vio acumulándose—. No podemos regresar, sería aún peor, tenemos que atravesar esto.
—Es una terrible idea —espetó Ann, viraba su pistola en diversas direcciones, pero había tantos de ellos que las balas no serían suficientes.
—Es la única opción —se fijó en el siguiente vagón, estaba ligeramente ladeado en dirección hacia los come carne—. Vamos, síganme y no se separen —apresó el machete con fuerza y pegó un salto. Flanqueó un poco debido a la inclinación del vagón, pero afortunadamente se pudo sostener, así que los muertos solo se alteraron aún más al ver a su potencial presa escapándose de sus garras—. ¡Vamos!
La pelirroja guardó el arma en su pantalón y tras tomar algo de impulso, saltó, logró aferrarse bien y Sam igual la ayudó a subir por completo. Lizz hizo lo mismo y ella fue la única que no perdió tanto el equilibrio, una vez que estuvieron juntos, siguieron adelante saltando entre los vagones, siendo perseguidos por aquellas cosas.
Mantuvieron el ritmo lo suficiente hasta que pudieron ver un puente cercano, así como también un río que corría salvaje por debajo, en aquella sección de vagones no se veía ningún muerto merodeando.
—¡Vamos, seguro hay una salida! —la pelirroja aceleró, pero algo no estaba bien.
—¡Ann, espera! —alertó Sam.
La pelirroja siguió a prisa hasta que tarde se dio cuenta de que una parte del puente había colapsado también, el tren había caído por la desembocadura que había dejado aquella sección colapsada, mientras que el río estaba lleno de esas cosas, se habían atascado por las ruinas del accidente y habían quedado ahí, ahora eran la personificación de la muerte que había quedado tras la tragedia. A la espera de más infortunados que cayeran al vacío.
—¡Mierda! —sintió que la gravedad le jugaba en contra y se dirigía a caer a las aguas infectadas de zombis. Pero sus amigos se apuraron a sujetarla y traerla consigo antes de la catástrofe—. Oh Dios, oh mierda... —exclamó jadeante—. Eso estuvo cerca.
—¿Ahora qué? —habló Lizz con apuro—. No tenemos salida.
—¡Por allá! —ilustró Sam llevando su índice hacia una sección del puente. Algunas vigas y parte de la estructura del puente habían resistido, por lo cual tenían una saliente a la cual aferrarse y no caer directo al agua—. Esas vigas, podemos saltar a ellas e impulsarnos para llegar a ese otro vagón —llevó su dedo en dirección a la última sección del puente, la cual estaba parcialmente sumergida en el agua, pero que funcionaba como la última conexión entre la tierra segura o la perdición total.
—Imposible —imperó la pelirroja—. Es demasiado peligroso, tenemos que buscar otra alternativa —farfulló temerosa luego de ver la caída y lo que les esperaba al final.
—¡No hay otra opción, Ann! —aseguró Sam tomándola firmemente de los brazos—. Es la única opción que tenemos para salir de este desastre.
Aterrada se fijó en el río, las aguas estaban agitadas, por lo que si caían, la corriente los arrastraría directo hacia las ruinas en las que se acumulaban la gran mayoría de los infectados, una trampa y muerte segura.
—Ay por Dios, ay por Dios.
—Tenemos que intentarlo.
—Yo lo haré —habló Entonces Lizz. Tomó valor y se echó para atrás—. Yo iré primero.
—Bien —Sam llegó con ella y la tomó del hombro—. Ten mucho cuidado, ¿está bien? Iré tras de ti.
—Bien...
Relajó un poco sus manos y tomó todo el aire que pudo, calculó un poco su salto y entonces corrió a través del vagón y cuando estuvo a nada del borde: pegó un gran salto y aterrizó de bruces contra aquella saliente. Tanto Sam como su compañera casi se infartan ante aquella proeza. Pero lo logró.
—¡Eso es, solo falta el resto!
Repitió el proceso y se arrojó al resto del vagón, se aferró con fuerza al metal y escaló por este hasta que pudo subir a la otra sección del puente y estar completamente fuera de peligro. Los infectados bramaban como bestias carroñeras, ansiando la carne de los sobrevivientes.
—¡Vamos! —exclamó desde el otro lado.
—Bien, me toca.
Retrocedió al igual que ella, midió la distancia y tras correr un poco, se arrojó hasta aterrizar contra la saliente. Agitado se puso de pie y guardó el equilibrio en aquel peligroso borde se fijó abajo y los vio acumulándose como si se tratara de un cardumen de pirañas hambrientas. Volvió a tomar aire y finalmente saltó, aterrizó de lleno contra el metal y resbaló un poco, amenazando con caer hacia los muertos, pero Lizz se apresuró a sujetarlo de la chamarra e impulsarlo para subir por completo.
—¡Vamos Ann! —alentó Lizz
—¡Tú puedes! —animó Sam una vez que estuvo a salvo.
—Mierda, mierda, mierda, esto es una porquería —caminó de un lado a otro en el vagón. Miró una última vez hacia la corriente y cerró sus ojos—. ¡Mierda! —se echó para atrás unos cuantos pasos, se inclinó un poco y tras meditarlo seriamente, se animó, corrió y pegó un salto hasta aterrizar en la saliente—. ¡Carajo!
—¡Ya casi, vamos!
—Puta madre —exclamó. Se puso de pie y midió aquel último salto—. Bien, vamos, tú puedes, tú puedes, solo hazlo —exhaló repetidas veces y tomó impulso—. ¡Vamos! —saltó con todas sus fuerzas y aterrizó contra el vagón, y fue entonces que este tembló con fuerza, escombros empezaron a caer desde la saliente del puente y el vagón empezó a caer.
—¡Ann!
La desesperada pelirroja escaló con manos y piernas hasta la cima y saltó antes de que el vagón cayera por completo, sin embargo, no alcanzó a llegar, pero Sam se apresuró y la sujetó hasta lo humanamente posible para atraparla a tiempo. Pero la pedregosa superficie en la que yacía, sumado al peso extra, lo hicieron empezar a resbalarse también.
—¡Sam! —imploró la pelirroja que pataleaba para apartar las manos de los muertos que buscaban arrastrarla consigo.
—¡Mierda! —rugió él.
Pronto Lizz lo tomó del brazo y se tiró también, hizo un esfuerzo y lo jaló, y cual si se tratara de una cadena humana buscaron subirla.
—¡Sam, súbeme!
Apretó los dientes y tiró con todas sus fuerzas, al igual que Lizz, juntos jalaron hasta que poco a poco empezaron a subirla, continuaron así hasta que luego de interminables y agónicos minutos, ella estuvo a salvo en la superficie.
—¡Dios! —se apartó de la saliente y agitada miró todo lo que habían recorrido.
—¿Estas bien? —cuestionó Sam con agitación, la pelirroja asintió velozmente y suspiró.
—Sí... sí eso creo...
—Bien —se desplomó en el suelo y trató de recuperar el aliento. Lizz le imitó y al final ella también, quedando así el trio de sobrevivientes finalmente a salvo al otro lado del puente.
Se quedaron ahí durante algunos minutos, hasta que volvieron a su camino. No tardaron en encontrar la autopista nuevamente, por lo que la siguieron, pequeños designios de civilización empezaban a mostrarse, había autos varados en la carretera, señalamientos y algunos locales desperdigados por ahí, parecían los comienzos de algún condado nuevo. Viendo que el atardecer ya empezaba a pronunciarse en el lugar, decidieron ir a una pequeña iglesia, la cual se había mantenido bastante conservada a pesar de los años.
Estaba trabada con un tubo, no fue difícil apartarlo y entrar. Dentro, la capilla estaba como uno esperaría, desecha por el tiempo y la humedad, las paredes estaban descascaradas y llenas de moho, había maleza adornando los alrededores y frente a ellos se alzaban algunos infectados.
—Carajo —Ann desenfundó su navaja—. ¿Hay algún maldito lugar en este planeta donde no estén ustedes?
Aquella oración creo un eco retumbante en su interior. Vio como avanzaba hacia el primero, era un hombre de edad avanzada, a este lo mató hundiendo la navaja bajo su mentón. Del otro se encargó Lizz, era más joven, mismo color de cabello. A ese lo asesinó enterrando su navaja en su ojo, finalmente estaba la última, una mujer, podrida y casi irreconocible por su deteriorado estado tegumentario, pero aun así Sam pudo ver que en algún punto de su existencia había sido muy hermosa.
La muerta avanzó cojeando hacia él, llevaba consigo un oso de peluche. La miró de pies a cabeza, pensando. Había sido transformada hacía muchísimo tiempo, y aun a pesar del tiempo, seguía aferrada a aquel peluche, o al menos lo estuvo, pues en cuanto lo vio, lo soltó y llegó hasta él. No le fue difícil atraparla y detenerla, la mantuvo a raya, teniéndola a pocos centímetros de su cara, viendo sus degradadas manos que se aproximaban a ella con la intención de rasgarle la cara hasta despojarlo de toda su carne, así como sus ojos, fríos y carentes de toda humanidad.
—¿Sam? —la voz de Ann le hizo reaccionar.
El muchacho la empujó, sacó su machete y tras dar un largo suspiro, la mató. Acabó cayendo y llenando de sangre aquel sitio santo. Con amargura extirpó el machete y vio con desilusión y tristeza a aquellos tres mientras que sus compañeras registraban el lugar.
—No hay nada aquí.
—Sí, hay que seguir buscando —le secundó Lizz a su compañera—. ¿Sam, todo bien?
—Eran una familia.
—¿Qué?
—Mira —con la hoja del machete les apuntó a cada uno—. Él era el papá —cambió de dirección hacia la mujer—. Ella la mamá —centró al último cuerpo—. Y el... él era el hijo —apretó el mentón—. Vinieron aquí a ocultarse y a pasar sus últimos momentos de vida, juntos.
—No sabes eso —aseguró Lizz mientras le miraba con mesura—. Vamos, hay que irnos.
Salieron de la iglesia ellas primero, pero Sam se quedó unos instantes más, se quedó mirando en la figura de Cristo clavado en la cruz y negó para sí mismo. Salió de ahí, ellas ya estaban avanzando, caminó un poco, pero a medida que lo hacía sus piernas se sentían cada vez más y más pesadas, cual si llevara un par de robustas polainas en ellas empezó a arrastrar los pies, se quitó la mochila y la arrojó y tras unos instantes, se desplomó contra el suelo quedando de rodillas.
—¿Sam? ¡Mierda, Sam! —apurada Lizz fue la primera en ir con él—. ¿Sam?
—¿Qué le pasó?
—No tiene nada —aseguró extrañada—. ¿Sam? —lo agitó un poco, pero parecía haberse apagado de repente.
—No otra vez —gruñó la pelirroja y se sentó sobre la acera—. Déjalo, ya se le pasará.
Pasaron algunos minutos y aquel joven no había dicho o hecho nada, era como si la vida lo hubiese abandonado y tan solo hubiese dejado atrás un ente vacío, una vez más. El atardecer se marcaba en el horizonte, debían seguir o buscar un nuevo refugio pronto. Pero cada vez que se veía tentada a hablarle, no estaba segura si el reaccionaría bien.
—Sam, tenemos que movernos.
—¿Para qué? —habló finalmente, aunque su voz sonaba fría y sombría.
—¿Cómo que para qué? Tenemos que encontrar un refugio pronto o anochecerá y estaremos desprotegidos.
—¿Para qué seguir? —la miró directamente—. No hay nada más por qué seguir, no hay un hogar, no hay un refugio, no hay nada, solo más muerte y dolor, no hay un motivo por el cual seguir.
—No digas eso, anda —le tendió la mano, pero Sam negó.
—Es como tu dijiste, "todos los que pudimos llegar a conocer están muertos". Acabo de perder a la última persona que más amaba en el mundo. Ahora no me queda nada, no hay nada por que seguir resistiendo.
—No, no es verdad —se acuclilló y lo tomó de la cara—. Aún hay esperanza.
—¿La hay? —ante su tono, no pudo responderle—. Ya no estoy tan seguro de eso.
—Debe ser una maldita broma —rugió la pelirroja, estaba furiosa—. Levántate de una maldita vez, ¡Sam, levántate, ya!
—¿Con qué motivo? No tenemos a donde ir, no queda nada, al final, tan solo seremos uno más de ellos, ¿qué sentido tiene seguir adelante?
—¿En serio? —arremetió con hostilidad—. ¿Luego de toda la mierda que hemos pasado juntos, te rindes así nomás? —negó efusivamente mientras que sus ojos se tornaban brillosos—. Sabes, no eres especial, todos hemos perdido algo, algunos lo hemos perdido todo —al final no se pudo contener, el llanto ganó terreno y empezó a salir—. Desde que el mundo cambió, todos hemos tenido que lidiar con la muerte y el dolor. Yo he sufrido, he llorado y maldecido a los cuatro vientos preguntándome por qué sucede todo esto y por qué Dios permite que esto suceda, no sabes por lo que he pasado, pero sabes que, lo afronté... seguí adelante porque es lo único que queda, si seguimos vivos es por algo. Sé que duele, en verdad lo sé... pero si te quedas ahí, solo demuestras que el dolor y este mundo te habrán vencido. Así que ponte de pie en este instante, o sino... no te levantes, quédate ahí y hazle un favor al mundo y nunca lo hagas, espera a que uno de esos malditos caníbales putrefactos venga y acabe con tu miseria, ya hay demasiados mártires en el mundo como para que haya otro más —limpió sus lágrimas, se puso de pie luego de tomar sus cosas y empezó a avanzar hacia adelante.
No dijo nada, tan solo desvió su mirada triste al suelo.
—Sam, por favor —le imploró Lizz entre sollozos, pero él negó.
—Ya no quiero sufrir más, Lizz. Me cansé.
Su compañera suspiró.
—Quisiera que las cosas fueran distintas y siguieras a mi lado, pero creo que no todos pueden tener un final feliz —de igual forma tomó sus cosas—. Sé que te duele, pero estoy segura de que Jonh no habría querido que te rindieras —se acercó a él y le dio un beso en la mejilla—. Adiós, Sam.
Se alejó de ahí y dispuso a reunirse con Ann y así seguir adelante. Por su parte, Sam se mantuvo ahí por un tiempo, no supo cuánto exactamente, se había desconectado por completo de la realidad, nada había en su mente más que los recuerdos del pasado, aquellos en los que era feliz y ni siquiera lo sabía, la amarga nostalgia lo estremecía, mientras que el dolor y la soledad lo doblegaban.
Rompió en llanto, no pudo más, se tiró contra la acera y largó un sollozo tan fuerte y tormentoso que incluso lo sentía en su pecho, similar a un corte directo en su interior, gimoteó como alma en pena por quien sabe cuánto tiempo hasta que las lágrimas dejaron de salir y el dolor se transformó en un abrumador silencio. Sintió entonces el viento soplar, la hojarasca creó un pequeño remolino cercano y aquello lo levantó un poco, vio algunas aves volando en el atardecer y suspiró con pena, fue entonces que algo en su mochila llamó su atención, un objeto, una especie de hoja que estaba bien guardada en uno de sus bolsillos más pequeños y de la cual no se había percatado hasta aquel entonces.
Alargó su mano y la tomó, sobre la cubierta había algo escrito: Para Sam. Era la letra de su padre, abrió aquella hoja y encontró un extenso escrito dirigido a él, cubrió su boca y resistió el llanto, un último presente para él.
"Hola, hijo.
Pensé mucho tiempo en cómo hacerte llegar esto, pero ha resultado más difícil de lo que imaginé. Si estás leyendo esto, significa que he muerto o moriré muy pronto, ya no puedo más, este cáncer me está matando lentamente, no creo poder llegar a Fuerte Esperanza, pero tú sí.
Desde que nuestra vida cambió, tú también lo hiciste, dejaste de ser un niño y te convertiste en un hombre, alguien fuerte y muy valiente, alguien a quien puedo ver a los ojos y estar seguro de que no importa que suceda, siempre seguirá adelante. Me habría gustado seguir adelante contigo hasta el último de mis días, verte crecer, formar un hogar o quizás una familia, pero la vida no es justa, y la muerte mucho menos, mi tiempo en este mundo terminará pronto, pero aun tienes mucho por lo que luchar, hijo.
Sabes, todo este tiempo pensé que te estaba protegiendo, pensé que era yo quien te salvaba, cuando en realidad eras tú, cada vez que escucho tu voz, cada que te veo feliz, cada que en tu rostro veo una sonrisa, todo este tiempo pensé que era yo, cuando eras tú quien me salvaba cada día de la oscuridad. Pero ahora lo sé, ya no me necesitas más. Ahora eres capaz de hacerle frente a este mundo tú solo, cuidar de ti y de los que te importan. Al leer esto, date cuenta de que aunque ya no esté contigo, yo siempre voy a cuidarte, nunca te voy a dejar solo, siempre que el dolor sea insostenible y cuando sientas que no puedas más, yo estaré para apoyarte, siempre, tu nunca más estarás solo. No tienes motivos para llorar o lamentarte, pues estoy feliz de haber pasado todo este tiempo de mi vida a tu lado, me voy con una sonrisa, la sonrisa de saber que estarás bien y que nada en este mundo podrá con mi muchacho.
Recuerda que estoy orgulloso de ti, y que nunca dejaré de amarte, ni en esta vida, ni en la siguiente. Te amo, hijo.
Atentamente, Jonh."
Simplemente le fue imposible contener las lágrimas, cubrió su boca y dejó salir todo aquello que lo atormentaba, sus demonios, sus miedos, el dolor y la pena desaparecieron en un segundo, pues aquella simple carta le había regresado aquello que había perdido, la esperanza. Tomó la carta y con ambas manos la acercó a su boca y la besó, después la pegó a su pecho.
—Muy bien, papá, ya entendí, ya sé que hacer. —Se puso de pie, tomó su mochila y a toda prisa corrió, esperaba no haberlas perdido todavía.
Corrió sin parar por algunos metros, viendo la hermosa carretera bañada con la luz del atardecer, las aves cantaban y la brisa cálida del viento soplaba a su alrededor. Fue entonces que las vio.
—¡Lizz! —gritó con todas sus fuerzas, consiguiendo detenerlas—. ¡Ann!
—¿Sam? —incrédula lo vio acercándose—. Por Dios, Sam, pensé que...
Llegó hasta ella y la envolvió en sus brazos con toda su fuerza, cosa que la dejó impactada, igual que a su compañera.
—Hola —jadeó una vez que se apartó para verlas.
—Hola —seguía sorprendida—. ¿Qué pasó? Pensé que, bueno...
—Lo siento tanto, chicas, yo... me porté como un imbécil, lo siento mucho, pensé, pensé que era el final —sacó aquella carta y sonrió con sus ojos abrillantados, se aferró a ella suspiró, sintiéndose ligero y más vivo que nunca—. Pero mi papá me hizo abrir los ojos, me ha dado un último obsequio, me ha dado una razón más, una razón más para seguir adelante, y no rendirme.
Aquello consiguió enternecerla, se acercó a él y lo abrazó con enjundia, sintiéndose dichosa por tenerlo otra vez en sus brazos. Se apartó un poco y miró a la pelirroja, quien aún se mostraba algo afectada.
—Lamento mucho lo que pasó, yo...
—Ya no hables, tonto —se acercó a él y lo abrazó también, Sam acercó a Lizz y juntos compartieron un enternecedor abrazo, marcado por el cariño, y por la nueva familia que se había formado.
—Gracias por todo, chicas.
—Eres todo un sentimental —Ann se apartó, limpió sus lágrimas y le dio un golpecito amistoso. Sonrió y de su mochila sacó aquellos binoculares que habían conseguido de la casa en el bosque, se los pasó—. Ya que estás aquí, creo que deberías ver esto —apuntó hacia adelante.
Sam levantó los binoculares y a la distancia vio como a unos diez kilómetros, unas enormes murallas se alzaban a la protección de lo que percibió era un pueblo cercano, siguió mirando el lugar y vio en los enormes portones de aquella comunidad atrincherada algo escrito, Fuerte Esperanza yacía escrito en estas. Una nueva sonrisa se plasmó en su semblante, volteó con sus amigas y sintió entonces como toda la pena de aquel viaje, finalmente se iba en paz, así como aquellos quienes no lo habían logrado.
—Lo logramos.
—Sí —Lizz puso su cabeza sobre su hombro y tomó su mano con firmeza—. ¿Significa que esto terminó?
—No, Lizzie —las miró a las dos y después al cielo—. Esto apenas empieza.
FIN.
Dedicada a mi hermosa madre, quien nunca dejó de creer en mí. Un abrazo y un beso hasta el cielo.
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