14. Fragmentos
Se encontraba en una completa catatonia, ajeno del mundo que le rodeaba, con la mirada fija en la nada y sus oídos bloqueados, cual si estuviese sumergido en el agua, respiraba lentamente, sintiendo el aire que iba y venía a través de su nariz y bajaba hasta sus pulmones, acarició delicadamente sus piernas, pasando lentamente los dedos de sus manos por la tela de su pantalón, alzó sus temblorosas manos y acarició su rostro lentamente, asegurándose de que estaba despierto y aquello no se trataba de un sueño.
Bajó su mirada y vio la hora en su reloj, las 03:46 de la tarde. Nuevamente regresó su vista hacia adelante y entonces una ambulancia pasó a toda velocidad a su lado, logrando finalmente arrancarlo de aquel letargo.
—Carajo —masculló, mientras acariciaba sus cansados y desgastados párpados a causa del insomnio que lo había estado aquejando en los últimos meses. Tomó aire y se quedó ahí de nuevo, buscando agarrar el suficiente valor para de una vez bajar del auto, en eso, la estación de radio interrumpió las noticias del día a día para informar sobre un boletín especial.
—Se han reportado ya más de 10,000 casos de contagios en todo el país a causa de esta nueva enfermedad. La Organización Mundial de la Salud acaba de lanzar un comunicado urgente a toda la población, es necesario que todos permanezcan en sus hogares y no salgan hasta que...
Apagó la radio y bajó de su camioneta. Acomodó el cuello de su chamarra y también su cubre bocas, avanzó hacia el hospital. Había bastantes autos en el estacionamiento y mucha más gente de la usual. Una vez que entró, se topó con la sorpresa de encontrar todo el lugar abarrotado de pacientes esperando a ser atenidos.
—¿Qué diablos? —miró en los alrededores como la mayoría de las personas clamaban y exigían por ver un doctor. En las sillas de espera, aguardaban los infortunados que claramente padecían de lo mismo, estaban pálidos, débiles, varios tosiendo o mostrando un malestar general digno de una verdadera súper gripe—. Eh, disculpe, señorita.
—Por favor, señor, espere su turno, lo entenderemos lo más pronto posible. —Recitó una agitada enfermera mientras escoltaba a un anciano hombre que parecía estar a nada de colapsar a causa de la tos.
—Carajo, ¿ahora qué? —miró hacia un pasillo y lo encontró bastante lleno, sin embargo, no había ningún guardia de seguridad, todos estaban en la entrada lidiando con la gente que llegaba con más y más apuro.
Se escabulló entonces, viendo a los dolientes pacientes vagando en los pasillos o siendo atendidos pobremente gracias a la precaria situación. Giró de golpe buscando el área de Oncología y fue cuando chocó contra una chica.
—Cielos, discúlpame, no te... vi —pasmado, retuvo la mirada en los amarillentos ojos de aquella jovencita rubia con la que se había cruzado, dándose cuenta de que estaba siendo afectada por lo mismo que la mayoría de personas ahí, estaba pálida como la nieve, desorientada y algunas gotas de sangre empezaban a brotar de su nariz—. Ti-tienes algo en...
La chica no dijo nada, simplemente avanzó a paso arrastrado y siguió adelante, respirando con dificultad y lanzando pesados jadeos. Jonh la siguió con la mirada hasta que la perdió entre la gente. Aquel singular encuentro le dejó un amargo sabor en la boca y una extraña sensación en todo el cuerpo.
—¡Jonh! —habló entonces un hombre que había salido desde una oficina. Rápido fue con él y entró en su despacho personal.
—Frank, hola —cerró la puerta y se sentó frente al escritorio.
—Lo siento, Jonh, intenté llamarte, pero las líneas están saturadas. Quería que nos viéramos después para entregarte tus resultados, pero...
—Espera, espera, ¿de qué hablas? ¿Mis-mis resultados, ya están? —cuestionó temeroso.
—Sí —buscó en un gabinete y sacó una carpeta—. ¿Quieres...?
Tomó la carpeta y lo primero que emergió fue una tomografía computarizada en la que la difusa imagen de sus pulmones aparecía, nada fuera de lo común, hasta que se percató de una peculiar mancha en el derecho, se quedó mirándola durante bastante tiempo hasta que miró a su doctor y viejo amigo, quien no se mostraba muy animado.
—¿Qué es esto? —su voz temblaba y sus manos también. El doctor avanzó y se sentó frente a él en la esquina de su escritorio.
—Un carcinoma, Jonh.
—¿Cáncer? ¿Tengo cáncer? —había visualizado muchísimas veces aquella escena en su mente, buscando prepararse para cualquier cosa. Había pensado en el peor y el mejor escenario y como debía reaccionar ante él, pero ahora que el día finalmente había llegado y la espera ya había terminado, era incapaz de responder.
—Apenas está en su fase inicial, tenemos que seguir haciendo algunos estudios para saber qué tipo de tumor es, y así empezar con un tratamiento específico. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo, Jonh?
—Cáncer de pulmón —repitió lúgubremente—. La maldición de los Anderson... solía decir mi padre. ¿Sabías que mi abuelo murió de esto también?
—Me hablaste de eso, sí.
—Hereditario al parecer, pero también selectivo, mi abuelo murió de cáncer, pero mi padre se salvó, también Philip —resopló y llevó su cabello oscuro hacia atrás—. Supongo que al final la bala me cayó a mí, y... —mordió sus labios y trató de guardar la calma.
—Oye —posó su mano en su hombro y buscó tranquilizarlo—. Aún faltan algunos estudios, no nos precipitemos, ¿sí? Por ahora necesito que te relajes y te tomes esto con calma.
—Tomarlo con calma... entiendo. —Sonaba como todo un autómata, frío y sin sentimientos.
—Sí —el doctor limpió sus lentes y suspiró—. ¿Cómo está tu esposa, Jonh?
—¿Susan? Oh, ella está genial —dejó su puño contra sus labios e inspiró—. En realidad, las-las cosas han estado algo tensas últimamente, se-se fue con su hermana a pasar algunos días, ya sabes, lejos del estrés.
—Claro. ¿Y tu hijo?
—¿Sam? Bueno, ya sabes cómo son los muchachos, está bien, supongo, adaptándose a todo esto —removió su cabello y tomó aire—. Lo dejé con mis vecinos un rato, solo en lo que venía para acá.
—Sé que han sido meses muy difíciles para ti y para tu familia, Jonh, pero debes mantenerte firme, no solo por ti, sino por ellos, te necesitan.
—Entiendo. —La puerta se abrió de golpe y una agitada enfermera se mostró.
—Doctor Raymond, lo necesitan en urgencias, ahora —farfulló aquella dama vestida de blanco, se veía muy alterada.
—Escucha, Jonh, hablaremos de esto después. Nos vemos luego, ¿está bien? —se colocó su bata y rápido abandonó la oficina, dejándolo varado en completa soledad.
Demoró unos instantes en reaccionar de nueva cuenta, pero al final se marchó de ahí, antes de salir del hospital, pudo ver decenas de autos acumulándose en la entrada y calles aledañas del edificio, así como también una impresionante masa de personas que se congregaban pidiendo ayuda, algo extraño estaba sucediendo.
Condujo durante unos minutos, pasando de largo las estaciones que solo recitaban noticias e informes acerca de una nueva enfermedad que se había originado en India y que rápidamente se había extendido a distintas partes del mundo, ya tenía suficientes cosas en la cabeza, así que decidió mejor apagar la radio y seguir su trayecto en silencio, viendo las calles solitarias y los desolados alrededores del poblado, por lo regular aquellos suburbios eran tranquilos, pero aquel día todo estaba realmente silencioso. Arribó entonces a un bar y entró.
—¡Jonh Anderson, ha pasado tiempo! —clamó el cantinero detrás de la barra.
—Bueno, Jimmy, estaba buscando una excusa perfecta para venir y tomar un trago —se sentó y cruzó los brazos—. Y creo que ya la encontré.
—En ese caso, ¿qué te sirvo?
—Dame una cerveza. —El cantinero abrió una y se la entregó—. Gracias.
—¿Cómo te encuentras Jonh? ¿Todo está bien? Te ves algo pálido.
—Sí, estoy bien, Jimmy. —le dio un trago a la cerveza y pronto escuchó una risa cercana. Era de Boby Marlow, un viejo conocido del pueblo. Aquel regordete sujeto se levantó y avanzó hasta sentarse junto a Jonh.
—No será que también estás enfermo con esa cosa, ¿eh, Jonh? —volvió a reír de forma sonora y bebió, ya llevaba un par de cervezas encima.
—De algo puedes estar seguro, Boby, una simple gripe no me va a matar. Al menos no eso... —susurró lo último, alzó las cejas y bebió, su amigo le dio una palmada en la espalda y rio.
—Ese es el espíritu, amigo —acabó con su cerveza y alzó el envase vacío para pedir otra—. Hablando de eso, ¿han visto las noticias últimamente? Se ve que esa mierda es cosa seria.
—¿La nueva enfermedad? Oí que solo estaba en Asia —comentó Bertha, la otra encargada del bar, que estaba limpiando las mesas.
—Pensé que solo era una gripe o algo así —habló Jimmy.
—Déjame de decirte algo, amigo, sea lo que sea esa gripe, es el gobierno.
—Oh, por favor, Boby —recriminó Jimmy con cierta gracia.
—Piénsalo, son los gobiernos, ellos envenenan el agua, modifican nuestras cosechas, ellos nos espían y nos lavan el cerebro sin que siquiera lo sepamos, es el maldito gobierno, estoy seguro.
—Ya deja de servirle o empezará a hablar de extraterrestre en su establo —bromeó Bertha y todos rieron.
—¡Oye! Era real, lo juro, pero desapareció antes de que pudiera fotografiarlo —le dio un gran trago a su cerveza y se limpió la boca con la mano—. Lo que trato de decir es que...
Un repentino pero estruendoso golpe le hizo detenerse, todos prestaron atención a alguien en la puerta, parecía querer entrar. La figura tras el cristal golpeó varias veces con fuerza, lanzando quejidos y rasgando el cristal con los dedos, hasta que Jimmy le gritó, entonces se detuvo unos instantes y después entró. Era un hombre, rubio y de edad media, vestía de traje y corbata cual si estuviera yendo a la oficina, en cualquier otra situación no habría significado nada, pero algo estaba mal con aquel hombre. Su piel otrora caucásica estaba colorada con una tonalidad gris que lo hacía lucir enfermo, sus ojos estaban amarillentos y parecía que había estado llorando sangre.
—¿Todo bien, amigo? —preguntó Jimmy tras verlo muy mal. Apenas y se podía mantener de pie.
—Oye, ¿cuántas te tomaste, eh? —Boby se burló, aunque ya empezaba a ponerlo nervioso. Entonces el hombre se inclinó preso de un espasmo, abrió la boca y dejó salir una impresionante cantidad de sangre contra el suelo.
—¡Ay carajo! —exclamó Jonh. El hombre vomitó sin parar hasta que acabó colapsando.
—¡Mierda, Bertha, llama una ambulancia, rápido!
Boby Marlow fue el primero en acercarse, se inclinó un poco y lo agitó, pero aquel sujeto no se movía. Alargó su mano y con sus dedos puestos en su cuello trató de percibir su pulso, pero no había nada.
—Mierda... —de un segundo a otro hasta la borrachera se le fue—. Está... muerto...
—¿Cómo...? —habló Jonh, estaba completamente impactado. Como todos ahí.
—Maldita sea, Bertha, donde está la ambulancia.
—¡No responden, las líneas están ocupadas! —trató de llamar de nuevo, pero nada.
Pronto un escándalo empezó a sonar en el exterior, patrullas, gritos y caos, gente corriendo e incluso disparos lejanos. Boby estuvo a nada de levantarse, hasta que escuchó un ligero quejido proveniente de aquel cadáver, se acercó para escuchar y pronto se dio cuenta de que parecía estar despertando.
—Ay carajo —volteó con los demás—. Está vivo. ¿Amigo, estás bien?
Tocó su ligeramente su hombro. Entonces el hombre abrió sus amarillentos ojos, lanzó un quejido ahogado, torció su cuello de manera antinatural y de un solo movimiento enterró sus dientes sobre su mano, Boby Marlow gritó con fuerza, aquel hombre apretó más y acabó por arrancarle un buen trozo de carne al viejo granjero. Boby gritó, mientras que todos veían con absoluto horror la sangrienta escena. Jonh se levantó del banco y vio a aquel hombre ponerse de pie, con la piel ennegrecida a causa del poco oxígeno y su rostro bañado de sangre humana; aquel hombre se mostró frente a él como un monstruo.
—¡No te muevas, imbécil! —rugió Jimmy mientras levantaba una escopeta recortada. El sujeto giró su cabeza y lo vio, en eso una ventana reventó y otro más cayó dentro del bar.
La impresión hizo que Jimmy bajara la guardia, a lo que el hombre respondió abalanzándosele y mordiendo su cuello sin piedad. Bertha gritó sin control, mientras que aquel otro sujeto que había irrumpido llegaba con Jonh, levantó sus manos y llegó hasta él, de puro milagro lo atrapó, lo mantuvo a raya, mientras que aquel ente bramaba desesperado, buscando morderle.
Lo retuvo con una mano, mientras que con la otra palpó la barra hasta que sintió una botella, se la estrelló en la cabeza, pero el ser no reaccionó, aun cuando los cristales se incrustaron profundamente en su piel, abrió su boca, pero Bertha apareció detrás de él y le pegó un batazo que consiguió derribarlo y así salvarlo de ser comido. Aterrado vio como Jimmy era devorado y como algo se movía atrás de ella.
—¡Bertha, cuidado!
La mujer se giró, solo para que el ya reanimado Boby Marlow le arrancara un trozo de su cara de una sola mordida. Lanzó un alarido aterrador, y pronto uno más de aquellos entes entró en el bar, Jonh tomó el bate del suelo y salió corriendo hasta llegar a la salida trasera. Agitado, rodeó el bar y llegó hasta la calle principal, la cual estaba sumida en un completo caos.
La gente corría despavorida por todas partes, fuego cubría las casas cercanas y los negocios, la policía disparaba sin contemplaciones, mientras que aquellos seres devoraban a todo el que caía en sus garras. Rápido corrió hasta su camioneta y vio como en un auto vecino uno de ellos caía contra el cristal.
—¡Puta madre! —exclamó. Aquella criatura se removió violentamente entre los cristales y cayó contra la calle, se contorsionó de manera escalofriante y cuando lo centró con la mirada, corrió contra él. Jonh le pegó un fuerte batazo que le rompió la quijada, pero aquella cosa siguió atacando. Se le abalanzó una vez más, así que lo golpeó de nueva cuenta, pudo escuchar como sus huesos se rompían y como la sangre brotaba a cántaros desde sus heridas. La bestia alzó su mano, pero Jonh remató con un último golpe que le deshizo el cráneo por completo y lo dejó contra el asfalto, muerto al fin—. Carajo... carajo... puta madre.
Abrió la puerta de su camioneta y la encendió. Una rabiosa infectada con la mitad de la cara arrancada apareció de improviso y chocó contra el cristal de su puerta, dejando un buen golpe y una enorme mancha de sangre. Jonh volteó y la vio preparándose para impactarse otra vez, así que pisó el acelerador y salió de ahí a toda velocidad.
Patrullas y bomberos pasaban entre las calles a toda velocidad, explosiones cercanas y lejanas resonaban, pintando a su vez los alrededores con una humareda negra y profunda que hacía recordar a una zona de guerra. Miró por la calle, viendo el caos, la gente huía, se escondía o trataba de hacerle frente a esas cosas. Pero la mayoría acababa siendo devorada.
—¿Qué... que mierda está sucediendo? —apurado encendió la radio y buscó entre las estaciones hasta que dio con un reportaje en tiempo real. La reportera estaba aterrada.
—Reportes actuales informan que los atacantes se comportan de manera errática y salvaje, atacando a todas las personas que se encuentran a su alrededor, se desconoce la causa de estos incidentes, pero... ¡oh por dios, Jared, Jared, corre! ¡Auxilio, auxilio por favor! —el reportaje finalizó con los horripilantes alaridos de la reportera, poco después la estación dejó de transmitir.
—No puede ser... —pasó de lado junto a un antiguo restaurante que solía frecuentar con su familia, estaba en llamas y algunas personas salían de ahí, estaban siendo calcinadas vivas. Aceleró y rápido sacó su teléfono—. Rápido, rápido, rápido, contesta —trató de llamar a su hijo, pero las líneas seguían a tope—. Por favor, Sam, ¡por favor! —azotó su celular contra el asiento y siguió su trayecto hasta su casa.
Giró el auto a la derecha y entonces se encontró con un grupo de aviones del ejército que sobrevolaban el cielo a toda velocidad y se encaminaban hacia la ciudad, la cual ya se encontraba envuelta en llamas. Se quedó mirando aquella escabrosa escena, oyendo el pandemonio de fondo, en eso un infectado se estampó contra la ventana y consiguió romperla. Pisó el acelerador por puro impulso, los neumáticos chillaron y lanzando humo, la camioneta avanzó y aquella cosa consiguió aferrarse de la puerta, trató de meterse por completo a la cabina, por lo que no tuvo más opción que hacerse a un lado y así estrellarlo contra un auto ya chocado a mitad de trayecto, el infectado acabó destrozado.
Luego de su escalofriante encuentro con el monstruo, siguió adelante, cruzó una intersección y fue entonces cuando un autobús lo embistió. El impacto fue colosal, y de no haber sido por la bolsa de aire y su cinturón de seguridad, lo más seguro es que hubiese terminado muerto. Despertó un tiempo después, no supo exactamente cuánto, su reloj se había destruido gracias al choque, retiró su cabeza del volante y vio su rostro en el dañado retrovisor, estaba lleno de sangre. Desorientado y malherido, trató de quitarse el cinturón. Pronto los gruñidos guturales de un hombre lo despertaron de golpe, era un infectado que gracias al maltrecho metal de su puerta no había podido acceder para matarlo.
Jonh pataleó como loco contra la criatura, abrió su puerta y cayó contra la acera. Ya estaba anocheciendo, pero el caos no terminaba. Se levantó y abandonó la zona, viendo a su alrededor el rastro de muerte que habían dejado esas cosas. Su hogar, o al menos lo que alguna vez había sido su hogar, ahora se hallaba transformado en un escenario dantesco, digno de una pesadilla. Cojeó a través de un derruido vecindario, del cual pudo ver infinidad de casas en el mismo estado, todas con señales de haber sido dominadas por aquellas monstruosas criaturas.
Pronto vislumbró una patrulla de policía a mitad de la calle, quien la conducía estaba tenido en el suelo junto con un gran charco de sangre, avanzó un poco y pudo identificar al oficial Bill Hawkins, un vecino.
—Carajo, Bill —se topó con su pistola en su mano, parecía que no había tenido mucha oportunidad de usarla. Se lo pensó un poco, pero al final se agachó y la arrancó de su fría extremidad, en eso Bill despertó—. ¡Mierda! —se echó para atrás, el policía se tambaleó hasta levantarse—. Bill, basta, no me hagas hacerlo —levantó el arma y le quitó el seguro, el infectado inclinó la cabeza y empezó a avanzar a paso lento hacia él, se había quebrado la pierna, el hueso se asomaba por encima de su carne y aun así avanzaba sin importarle nada—. Bill, por favor, detente —temblaba sin control, la criatura abrió sus fauces—. ¡Mierda, Bill! —acabó disparándole varias veces hasta que un tiro en la frente lo puso a dormir para siempre.
La impresión, sumado además a todo lo vivido a lo largo del día le hizo caer contra la calle y vomitar sin control. Luego de que sus espasmos terminaran y su respiración se normalizara un poco, se puso de pie, guardó el arma en su pantalón y siguió adelante con destino a su vecindario. El resto del trayecto le resultó menos difícil, los pocos entes que residían por el lugar parecían estar más ocupados dándose un festín, que ni siquiera se percataron de su presencia.
Alcanzó a ver su casa a la distancia, estaba intacta, no sabía por qué, asumió que la inactividad dentro de la misma no llamó la atención de aquellas cosas y por ello no se habían tomado la molestia de intentar atacarla. Sin embargo, la casa de los Robinson sí estaba abierta.
—Oh, no... Sam —apurado corrió hasta entrar. La sala estaba repleta de sangre, sacó la pistola y avanzó por el lugar, pronto se encontró con Regina Robinson, su vecina, ella estaba tendida en la cocina, le habían sacado las tripas. Apartó la mirada con horror y siguió buscándolo, pero no había rastro de él—. ¡¿Sam?! —un fuerte golpeteo sonó desde arriba—. ¡Sam! —subió a toda prisa las escaleras y a mitad de trayecto se topó con el amiguito de su hijo, Jacob Robinson, quien ya había sucumbido a la infección.
Horrorizado, Jonh Anderson vio al niño tratar de levantarse, no se lo permitió, le disparó contra el pecho pero este se siguió moviendo sin control, alzó la pistola y le disparó en la cabeza, acertando directamente en su ojo izquierdo, de haber desayunado más, hubiera vomitado de nuevo.
—¡Sam! —rugió desesperado y con todas sus fuerzas, subió lo que restaba hasta el pasillo del segundo piso y vio al padre de la familia, Steve Robinson, en la puerta de un dormitorio, trataba de entrar—. ¡Oye, Steve! —este se giró y ni pronto ni perezoso fue a por él, pero Jonh no se tentó más el corazón, levantó la pistola y le vacío todo el cargador a su ahora convertido vecino.
El cadáver de Steve cayó contra la puerta y regó toda su sangre por las paredes, todos los Robinson estaban muertos, pero no había señal de su hijo, se aproximó a la puerta y trató de girar la perilla, pero alguien la había cerrado desde dentro.
—¿Sam? —empujó y tiró varias veces tratando de abrirla—. ¡Sam, soy yo, tu padre! ¡Por favor, hijo, ábreme! —empezó a llorar y a golpear con más ahínco, acabó cediendo, se quedó pegado contra la puerta y gimoteó débil—. Por favor, hijo, abre la puerta...
Cayó de rodillas y se mantuvo ahí hasta que escuchó la perilla girar, en eso abrieron la puerta y un pequeño jovencito se mostró ante él.
—¿Papá?
—Oh por dios —se abalanzó hasta tomarlo en sus brazos—. ¡Estás bien, estás vivo, hijo! —lloriqueó frenéticamente, besando y acariciando el rostro de su pequeño como si no hubiese un mañana—. Lo siento, lo siento tanto.
—Papá... Jacob... él...
—Ya, ya —lo abrazó con fuerza y acarició su cabello, buscando reconfortarlo, aunque algo le decía muy por dentro que aquel muchacho tendría pesadillas de por vida—. No digas nada, ya pasó.
—Papá —se quitó las lágrimas—. ¿Qué está pasando? ¿Qué les pasó a los Robinson?
—No-no lo sé, hijo —recorrió su melena castaña y alborotada y lo miró firmemente—. Vamos, hay que salir de aquí, ¿está bien?
Lo levantó y posó su cabeza contra su pecho, quería evitarle el trauma de ver a su amiguito muerto en las escaleras, juntos bajaron hasta el segundo piso y salieron de la casa. Ya era completamente de noche, pero el vecindario brillaba gracias al fuego que cubría todo. Corrió a mitad de la calle, viendo como los errantes dominaban los alrededores.
—Mierda —dio media vuelta y siguió hacia el lado opuesto de la calle, ya lo habían visto. Sam alzó la mirada y vio a los zombis yendo tras ellos como una turba enardecida. Una explosión cercana los derribó gracias a la impresión, el muchacho ni reaccionó, estaba en shock—. ¡Sam, ¿estás bien?! —el niño levantó la mano y señaló a la casa en llamas.
—La casa... la casa de Scotty... —los alaridos y la imagen de sus vecinos siendo calcinados en vida se imprimieron en su memoria para siempre.
—¡Rápido, hijo, tenemos que movernos! —lo cargó y se lo llevó de ahí. Sam pudo ver a alguien gritándole desde la ventana, mientras era consumido por el fuego.
Corrió a toda prisa a través de la calle, viéndose rodeado por los reanimados que emergían desde todas partes y poco a poco empezaban a rodearlos. Supo entonces que no había escapatoria. Cerró sus ojos brevemente y pegó su cara contra la de su pequeño.
—Te amo mucho, hijo.
Lo abrazó con fuerza y lo mantuvo ajeno a la situación, aguardando a su final. Una zombi se acercó, ya estaba a pocos pasos de ellos, levantó su mano, pero antes de poder llegar, un disparo le atravesó el cráneo y la derribó contra la acera, ante la atónita mirada de Jonh. Pronto vislumbró a una persona a pocos metros de ahí, un encapuchado que había disparado.
—¡Por aquí!
No perdió tiempo, salió corriendo de ahí, eludiendo a algunos errantes cercanos mientras que era ayudado por aquel misterioso enmascarado, aquel hombre disparó contra los reanimados y después corrió a través de los jardines de algunas propiedades, giraron en una esquina y pronto arribaron a una casa de dos pisos.
—¡Rápido, entren! —les dijo una vez que abrió la puerta. Una vez que estuvieron a salvo, colocó varios candados y seguros y empezó a recorrer un sillón—. ¡De prisa, ayúdame! —Jonh dejó a su pequeño y lo ayudó a mover el mueble hasta dejarlo contra la puerta, una vez atrancada, se quedaron estáticos, escuchando el grotesco bramido de aquellas cosas y su incesante golpeteo contra la madera y los muros de la propiedad. Jonh estuvo a punto de hablar, pero el enmascarado lo detuvo colocando prontamente su mano contra su boca. Negó lentamente y tanto él como su niño entendieron—. Las luces, será mejor apagarlas —dijo suavemente y se escabulló. Bajando cada interruptor y apagando cada lámpara del lugar.
Una vez que la casa acabó casi en penumbras, Jonh pudo ver como el lugar había sido acondicionado previamente, las ventanas estaban tapiadas con madera, así como la puerta trasera, había una impresionante cantidad de provisiones acumuladas en la cocina y sobre la mesa de centro residían varias armas de fuego. El extraño se quitó el pañuelo que ocultaba su rostro y dejó ver su cara al fin.
—¿Howard? —expulsó con cierto desconcierto—. ¿Howard Miller, eres tú?
—Guarda silencio, Jonh —enunció aquel avejentado hombre de mirada severa—. Si nos escuchan, estamos perdidos.
Cuando Howard Miller regresó a casa luego de haber estado presente en el conflicto de Irak, nunca volvió a ser el mismo. El hombre que había sido había muerto en batalla, y quien volvió no era más que un cascarón vacío y sin sentimientos, que acabó sucumbiendo a los traumas vividos en sus años de servicio. Menos de un año después de su regreso, se había divorciado de su esposa, sus hijos lo habían abandonado y perdido todo contacto con él también, mientras que aquel veterano únicamente se recluyó en su hogar, alejándose por completo de la sociedad.
Había quienes decían que estaba demente a causa de la guerra, otros que simplemente era un paranoico. Lo único que se sabía era que aquel recio e inexpresivo sujeto había preferido adoptar la vida de un ermitaño antes que tratar de reinstaurarse en la civilización otra vez. No se equivocaban del todo, los horrores que había experimentado lo habían dejado marcado de por vida, volviéndolo alguien paranoico y temeroso, alguien quien estaba seguro de que cosas malas pasarían tarde o temprano, por lo cual se preparó, quien diría que al final sus oscuras predicciones terminarían siendo reales.
—Toma —llegó con Jonh y le ofreció una lata de macarrones con tomate y una botella de agua.
—Gracias —aceptó sus ofrendas y bebió de la botella, después siguió acariciando el cabello de su hijo, quien había dejado de llorar y había caído rendido ante el sueño—. Y gracias por lo que hiciste, allá afuera.
—No lo hice por ti —aseguró sin titubeos—. Fue por él —miró al niño en su regazo y se acomodó en su sillón—. Bajo ninguna otra circunstancia habría abandonado mi posición y dejado vulnerable mi hogar, no, te habría dejado a merced de esas cosas, pero te vi ahí, tratando de proteger a tu muchacho... y no pude evitar intervenir, comprometí mi hogar gracias a ti.
—Lo-lo lamento, Howard.
—Cuando amanezca, tú y tu muchacho tienen que irse.
—No hablarás en serio. —Reprochó al instante, de milagro habían conseguido salir vivos, y eso solo con la ayuda del veterano. Por lo que la idea de regresar a aquel infierno únicamente se sentía como una sentencia de muerte.
—Ya hice demasiado dejándolos entrar y dándoles de mi comida, si las cosas empeoran, necesito racionarlas bien, y eso no será posible con dos intrusos en mi hogar.
—Por favor, Howard...
—Ya dije —se puso de pie y subió al segundo piso. No trató de disuadirlo, no quería atentar contra su suerte otra vez.
Al poco tiempo el sueño le invadió también, y logró dormir un rato, pero el escándalo del exterior le hizo despertar de nueva cuenta. Miró un reloj en la pared, eran las 02:25 de la madrugada y aun no cesaba el desastre. Frotó sus ojos y vio a aquel hombre mirando por una franja entre las tablas que cubrían su ventana, se levantó con cuidado de no despertar a su hijo y llegó con él.
—¿Tienes idea de lo que está pasando?
—No.
Jonh Anderson miró también, el vecindario estaba completamente devastado, y ya varios de aquellos monstruosos caníbales rondaban los alrededores cual si almas en pena se tratara.
—Esto no tiene sentido, al empezar el día todo estaba tranquilo y de repente, la gente perdió la cabeza, es... es como si no fuesen humanos.
—Lo tienen, están infectados —miró de reojo al consternado padre sobreviviente—. Esa enfermedad, lo que decían en los noticieros, es lo que los cambió. Miriam Harmond estaba enferma, la vi esta mañana, fue la primera que vi transformándose.
—¿La enfermedad los convirtió en monstruos? ¿Cómo es posible?
—No lo sé, pero sea lo que sea, parece que no solo los cambia, sino también los trae de entre los muertos... —un grotesco escalofrío recorrió la espalda de Jonh al escucharlo.
—A Boby Marlow lo mordieron en el brazo, no pasaron ni diez minutos y ya estaba convertido en uno de ellos —hizo memoria y se percató de que lo que aquel hombre decía no sonaba tan descabellado.
—Entonces el contagio es a través de la sangre y los fluidos. Como la rabia o el VIH. Todo aquel que es mordido o de alguna manera expuesto a fluidos infectados, se convierte en uno de ellos al parecer.
—Esto es una maldita locura.
De un segundo a otro las paredes y el suelo empezaron a vibrar con fuerza, algunos retratos cayeron desde los muros, la pocas luces que estaban encendidas parpadearon sin control y pronto, un estruendo resonó a la distancia con la potencia de un estallido.
—¡Papá! —el pequeño Sam despertó y temeroso lo buscó en todas partes.
—Tranquilo, hijo, aquí estoy —llegó con él y lo tranquilizó.
El viejo veterano tomó su rifle y salió hasta el patio trasero, Jonh y su hijo aguardaron a que los temblores terminaran y fueron con él. Salieron por completo y vieron entonces el rojo horizonte, la ciudad estaba en llamas, aviones del ejército pasaban encima y pronto más explosiones azotaban en la lejanía, pintando el panorama como una roja escenografía extraída del infierno mismo.
—La están bombardeando... —reconoció Howard con un crudo sentimiento de horror palpable en su voz.
—No puede estar pasando esto, no puede... —masculló Jonh Anderson, tapando su boca y cerrando sus ojos.
—Mamá... —habló finalmente el pequeño Sam y su padre lo abrazó con fuerza.
—Algo me dice, Jonh, que las cosas se pondrán muy feas de ahora en adelante...
Los recuerdos de aquellos oscuros días poco a poco empezaron a desvanecerse, abrió el único ojo que pudo y entre difusos escenarios pudo divisar a quien reconoció como Lizz Graham, quien iba junto con él en lo que parecía era el asiento trasero de un auto, se giró un poco y vio a Sam, discutía con Ann en el asiento delantero. Pronto el sonido regresó a sus oídos, había una tormenta.
—Sam... —susurró débilmente y nadie lo pudo escuchar.
—¡Mierda! —gritó su hijo una vez que se encontraron con una gran procesión de reanimados emergiendo desde la carretera—. Carajo... —apretó bien fuerte el volante con ambas manos y le pasó el mapa a su copiloto—. ¡Rápido, Ann, necesitamos otro camino!
—Eh... —apurada empezó a buscar en la inmensa maraña de caminos y rutas que había a su alrededor.
—¡¿Ann?!
—¡Espera! —siguió buscando, en eso un Corredor se estampó contra el cristal y empezó a resquebrajarse. Sam sacó una revolver y disparó, el muerto cayó, pero más empezaban a llegar y a rodear la camioneta.
—¡Al carajo! —dio media vuelta y aceleró a tope, yendo en dirección a través del sendero entre el bosque.
Aquel camino rural únicamente funcionó para permitirles ver la inmensa cantidad de zombis que habían aparecido, una turba colosal que superaba con creces la horda más grande que cualquiera hubiera visto antes. Maniobró el auto a través del claro, evitando a todos los que podía, pero más de alguno era arrollado o despedazado gracias al frente del vehículo.
—¡Allá! —Lizz vislumbró una estructura en la lejanía, era una cabaña.
Volteó brevemente hacia con su padre y lo vio, revolcándose de dolor en el asiento y largando frases sin sentido, estaba delirando, Jonh levantó su débil mano y trató de alcanzar algo en una mochila, pero Lizz lo tomó.
—Tranquilo, Jonh. Resiste.
—¡Mierda, otro más! —exclamó la pelirroja. Uno de ellos saltó contra el parabrisas y empezó a golpearlo sin parar, rompiéndolo y regando sangre, obstaculizando así su vista.
—¡Ann!
—¡Ya lo tengo! —apuntó el revólver y disparó varias veces hasta que lo derribó.
—¡Maldición, no veo nada!
Ann pateó con ambas piernas y tiró el maltrecho cristal del parabrisas. En eso una robusta figura se mostró frente al auto.
—¡Hinchado!
Trató de eludirlo, pero terminaron impactando directamente contra aquella cosa, el estallido regó tripas, sangre y poderoso ácido a través del vehículo, dañando así el motor, que pronto empezó a fallar y a lanzar humo. La camioneta perdió fuerza, y antes de que siquiera pudiera reaccionar, acabó estrellándose de frente contra un árbol.
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