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12. Crueldad

El canto gélido de la tormenta era lo único que se escuchaba a la redonda, la nieve volaba con fuerza y con potentes ventarrones que más bien simulaban ser ráfagas heladas; caía sobre todo, llenando de un blanco espectral que abarcaba hasta donde se perdía el horizonte. El barrio y prácticamente toda la ciudad estaban sepultados en aquel manto blanco, consecuencias de la ventisca, y del inclemente invierno que había llegado. Un solitario caminante pasó frente a la fachada derruida de un gran depósito, sus pesados pies avanzaban a través de los montes de nieve puestos en la acera, ocasionalmente regando algunos retazos de carne podrida que a causa de las bajas temperaturas; desistían, y acababan cayendo cual si se tratara únicamente de cuero viejo.

Un ave carroñera pasó por el lugar, graznando con fuerza, pronto captó su atención, trató de seguirla, pero se había atascado en la nieve, estuvo algunos instantes tratando de desprenderse de la capa de hielo, hasta que una flecha salió disparada y le atravesó el cráneo, poniéndole fin a su miserable existencia. Pronto dos figuras se vislumbraron de entre el campo blanco.

—Rápido, vamos —recitó uno de los encapuchados cuya voz apenas era perceptible entre la borrasca. Se movilizó desde un callejón y una segunda figura un tanto más pequeña le siguió.

Atravesaron la calle, ignorando el cuerpo del caminante, pero recuperando la flecha en el proceso. Acabaron entrando en el depósito abandonado. Todo ese bloque de calles estaba designado para más almacenes y depósitos, en su mayoría industriales, grandes edificaciones metálicas, de muros gruesos y altos, los cuales con suerte los ayudarían a pasar la tormenta. Dentro, todo estaba oscuro, ruinas únicamente, ni siquiera parecía que hubiera habido actividad antes por el estado de abandono en el que estaba.

Jonh Anderson se quitó su gorro y pañuelo y pasó la luz de su linterna por el lugar. No había señales de ningún tipo de actividad en las cercanías.

—Vamos, hijo. Busquemos un lugar para descansar —su pequeño Sam se quitó la capucha e hizo abajo su bufanda. Juntos vagaron por los oscuros sectores de aquel depósito de autopartes hasta que en un segundo piso hallaron un pequeño cementerio de autos—. Mira, este parece un buen lugar.

Llegó hasta un destartalado Pontiac y abrió las puertas, el interior estaba viejo y carcomido por el tiempo, pero no había ningún indicio de algo mucho desagradable además del moho y el óxido que cubrían las paredes y el tapiz. Le indicó acercarse y su hijo atendió, avanzó torpemente gracias al calzado extra grande que llevaba en las botas, no habían conseguido unas de su tamaño. Lo ayudó y lo introdujo en el interior del auto, después buscó en su mochila.

—Bien —sopló y el vaho emergió de su boca en forma de una pequeña nube—. ¿Cuál quieres? —mostró dos latas oxidadas y aplastadas—. Tenemos... eh, me parece que son chícharos, y... —observó bien la otra lata, era comida de perro. Le entregó la de chícharos—. Mejor quédate con esa, ¿sí?

Sacó un cuchillo y con sus temblorosas manos perforó la tapa de la lata hasta que se abrió. Sonrió aliviado de ver que no estaban descompuestos, así que se los entregó.

—Toma, hijo.

—¿No comerás tú?

—Eh, no, no hijo. No tengo hambre.

Bajó la mirada y analizó los pequeños balones verdes que nadaban en un jugo amarillento, que se veían todo, menos apetitosos. Agitó la lata e hizo un ademán de desagrado con la cara.

—Sabes que no me gustan los chícharos.

—Hijo, por favor, cómetelos.

—No-no quiero, papá.

—¡Cómetelos! —rugió desesperado, consiguiendo asustar a su muchacho—. Por favor, hijo, cómetelos.

El muchacho aspiró por la nariz y con desgano se llevó la lata hasta la boca hasta que las pequeñas semillas cayeran y terminaran dentro de su estómago. Jonh suspiró, tomó su hombro y con cuidado peinó su desaliñado cabello un poco.

—Perdón por gritarte, hijo, es solo que... no podemos darnos el lujo de desperdiciar nada. Cuando-cuando pase la tormenta, iremos a buscar algo mejor para comer, ¿está bien? —su hijo asintió—. Bien, ahora come, y descansa, ya mañana veremos qué hacer.

Al cabo de unos minutos se durmió, el interior de aquel auto le ayudó a guarecerse del frío, mientras que los muros del lugar le ayudaron a él a poder prender un fuego con una pequeña cantidad de leña que llevaba cargando desde hacía días. Avivó las llamas meneando una ramita delgada y se arrellanó contra el metal del auto, sintiendo el cruel frío que dominaba su sistema y lo hacía tiritar, aun cuando tenía una buena cantidad de ropa encima. Habían pasado un par de años desde el brote, y las cosas habían cambiado por completo. No solo la vida se extinguió, sino que con ella el calor pareció marcharse también.

Los inviernos se sentían crueles y eternos, no había lugares en los cuales pudieran resguardarse y descansar, ahora solo podían vagar, y mantenerse alerta para no ser encontrados por nada allá afuera.

Frotó sus manos y las acercó al fuego, apenas y lo sentía. Buscó en su mochila y analizó aquella lata de comida de perro, su estómago rugía y cada molécula de su cuerpo clamaba por sentir la comida nuevamente y así restaurar su energía. Así que la destapó, pero el nauseabundo aroma que esta expulsó le hizo apartarla y con frustración arrojarla lejos de ahí. Se cubrió la cara y negó, deseando con toda su alma que la tormenta amainara para poder salir de ahí y de milagro encontrar algo para apaciguar su hambre.

Al final, tan solo pudo dormir un par de horas, las pesadillas y los malos recuerdos no lo dejaron en paz en ningún momento, por lo que acabó despertando abruptamente. Salió del auto y solo se encontró con las cenizas de lo que otrora había sido un intento de fogata, nada había a su alrededor, ni siquiera su padre.

—¿Papá? —su voz con trabajos y pudo percibirse gracias a la imperiosa brisa de la tormenta chocando contra los metálicos pliegues de aquel sitio en ruinas.

Salió del auto y armado únicamente con una linterna, marchó fuera del almacén para buscarlo. Los descascarados pasillos del edificio estaban desérticos, nada más que basura y chatarra cubrían los alrededores de aquella lúgubre estructura. La luz de su linterna era lo único que lo mantenía lejos de la siniestra oscuridad.

—Papá —volvió a llamarlo, pero no escuchó nada—. Pa...

Unas latas cayeron al suelo desde un estante, se sobresaltó y viró la luz a donde habían caído, era imposible que el viento las hubiera derribado. Apresó con fuerza su linterna y avanzó, entonces escuchó un ruido, raudo dirigió la luz hasta que una peluda figura de ojos brillantes se mostró, el animal lo vio, amplió sus pupilas y se marchó de ahí a toda velocidad.

—Un gatito —reconoció con alivio.

La curiosidad le dominó, siguió al animal por donde había ido, surcando en el proceso un amplio pasillo repleto de basura y marcas en las paredes, en su mayoría era grafiti y huellas del tiempo, pero también había mensajes, y no eran muy alentadores. Al final encontró una puerta semi abierta, la abrió y se topó con una sucia bodega llena de colchones, ropa vieja y sucia, basura y demás designios de que alguien había vivido ahí.

—Gato, gato —le llamó delicadamente, pero el animal corrió entre la oscuridad y acabó marchándose por una grieta—. ¡Gato, espera!

Trató de alcanzarlo, pero un monte de basura le hizo caer, su linterna rodó y la luz acabó sitiándose justo frente a lo que parecía era una persona en un rincón. La impresión le hizo echarse para atrás de manera instintiva, pensó en correr, pero aquella persona no solo no lo atacó, sino que se cubrió la cara y como un aterrado animal se guareció en aquella esquina.

—¡Por favor, no me mates! —imploró aquel hombre harapiento en el rincón, de su pantalón sacó algo y se lo arrojó—. Es todo lo que tengo, puedes quedártelo, solo no me lastimes.

Sam lo vio a contra luz, era una barra de chocolate a medio comer. Lo tomó del suelo y analizó al individuo. Quien lo viera, pensaría que se trataba de un indigente, estaba casi en los huesos, su cabellera estaba desaliñada y la suciedad en su cuerpo apenas era equiparable al mal olor que expelía. No daba las mejores impresiones, pero no se veía peligroso.

—Tranquilo —avanzó hasta tomar la linterna y desviar la amenazante luz—. No te haré daño —el sujeto poco a poco descubrió su rostro, lo miró de pies a cabeza y se mantuvo en su esquina.

—Pero si eres solo un niño —reconoció mientras rascaba su nariz—. Un pequeño niño.

—No soy pequeño —aseguró firme—. Ni tampoco un niño, tengo trece.

El sujeto mostró una torpe sonrisa remarcada gracias a su escases de dientes. Limpió su nariz y se levantó lentamente, con las manos en alto.

—Ya lo creo, no eres un niño pequeño, no, eres valiente, muy valiente para estar tu solo en este lugar tan tenebroso —apartó sus enmarañados mechones de su rostro—. Me llamo Tom, ¿tú cómo te llamas?

—Sam —respondió, aun con dudas sobre aquel escenario.

—Sam —repitió—. Bonito nombre el que tienes, Sam —cruzó los brazos para mitigar el frío—. ¿Estás tú solo, Sam?

—No. Mi papá está conmigo.

—¿Y dónde está?

—Bueno... lo-lo estoy buscando.

—¿Te perdiste?

—No —aseguró—. Solo... ¿a ti qué te importa? —reclamó, y aquel sujeto volvió a sonreír.

—Si estás perdido, yo podría ayudarte a encontrar a tu papá.

—Quédate donde estás —llevó su mano hasta la pistola que llevaba tras su pantalón. El sucio Tom le hizo caso.

—Está bien, está bien —retrocedió y mantuvo sus manos visibles—. No te haré daño, Sam.

—Cállate —temblaba, aunque más que por el frío era por los nervios que le provocaba estar frente aquel desconocido. Era de las pocas personas aún con vida con quien se había topado en meses. Sin embargo, su padre le había dicho que no confiara en nadie, para eso era la pistola—. ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú, supongo. Tengo frío, solo quería calentarme.

—¿Estás tú solo?

—Sí.

—¿Y... vives aquí?

—Sí, lujoso, ¿no crees? —se rascó la barbilla. Sam no dijo nada, lo siguió observando con detenimiento, hasta que el sonido de sus tripas imperó en el lugar, su harapiento acompañante alzó las cejas con sorpresa—. ¿Tienes hambre? —él asintió sin dilaciones. Tom le imitó con pesadumbre—. Bueno... te aventé un chocolate, o al menos un resto, puedes comerlo si quieres, y no te preocupes, no tiene nada, solo nueces, a menos que seas alérgico, ¿eres alérgico a las nueces?

—No lo soy —sacó la barra y sin pensárselo mucho la mordió. Pudo ver la pena y el hambre luchando en los ojos de aquel sujeto mientras se encargaba de aquel dulce. Se apiadó, y le arrojó lo que faltaba.

—¿Seguro?

—Es tuyo.

—¡Oh, gracias! —lo acabó con efusividad y hasta lamió el chocolate residual que quedaba en la envoltura— En serio, gracias, me moría de hambre —empezó a chuparse los dedos de manera desagradable—. Debo decir, que estos eran mis favoritos, cuando era niño me encantaban, tendría tu edad tal vez, recuerdo que podía devorar paquetes hasta vomitar.

—Se nota que te gusta el chocolate.

—Sí, lo dice mi sonrisa de comercial, ¿no es así? —ilustró mostrando los pocos dientes que le restaban en una mueca chistosa.

Aquello consiguió alejar la tensión del muchachito y hacerle dibujar una pequeña pero sincera sonrisa en su rostro. El refugiado limpió su boca, se puso de pie y comenzó a avanzar hacia él.

—¿Entonces... dices que tu papá está contigo?

—Sí, bueno... estaba hacía un rato.

—Eso no es bueno, Sam, ningún padre debería dejar solo a su hijo husmeando por ahí, cosas malas podrían pasar —mantuvo sus profundos ojos pegados a él, como si se tratara de un ente más que una persona. Tragó saliva y dio un paso atrás.

—Yo... eh... creo-creo que mejor debería irme, mi papá seguro me está buscando y... y si no me encuentra se va a poner nervioso —trató de salir de la bodega, pero acabó chocando de frente con una figura más. Alzó la mirada y se encontró con un par más de andrajosos sujetos que se veían bastante siniestros.

—¿Te vas tan pronto? Pensé que éramos amigos —acompañó aquella maliciosa frase con unas risas.

Respiró con agitación y trató de huir, pasando de largo entre aquellos dos tipos, pero aun con su deplorable estado físico, pudieron sostenerlo, arrebatarle el arma y arrojarlo lejos de ahí, hasta llegar con Tom. Aquel sujeto lo sostuvo y se acercó para olerle el cabello.

—Sí... pero si solo eres un niño, un niño muy lindo.

—¡Suéltame! —forcejeó salvajemente y aquel sujeto acabó por darle una potente bofetada que lo catapultó contra el suelo. Pudo sentir la sangre brotando desde su labio inferior.

—Muy bien, niño bonito, quédate quieto.

—¡No! —gritó desesperado—. ¡No me toques! —aquel hombre se posó encima de él y trató con todas sus fuerzas de mantenerlo estático, pero el muchacho estaba incontrolable, como un animal viéndose atrapado a mitad del bosque por una cruel trampa.

—¡Sam! —oyó entonces la profunda voz de su padre en las cercanías.

—¡Papá! —chilló, y aquel sujeto le dio otro golpe. Esta vez con el puño bien cerrado. Aquello consiguió zarandearlo por completo, dejando al pobre e indefenso muchacho apenas consiente.

La puerta se abrió de golpe y Jonh entró, hallando aquella horrida escena en medio de la bodega. Preso de la ira y el temor, levantó su escopeta, pero aquellos dos sujetos reaccionaron y el disparo acabó yendo contra el techo, pronto lo sometieron, desarmaron y empezaron a golpearlo.

—¡Sam! —aun siendo sujetado y maniatado por aquellos sujetos, no dejaba de luchar con todas sus fuerzas por ir a salvarlo—. ¡Suelta a mi hijo malnacido hijo de...!

Uno de los sujetos tomó una llave inglesa y le asestó un potente golpe que lo puso de rodillas, aun así no se detuvieron y siguieron con la golpiza. Malherido, pero aun consciente, vio como aquel sujeto olía y acariciaba el rostro de su hijo con una mirada que solo podía evidenciar su cruenta perversión, mientras que él buscaba con toda su alma zafarse y hacerlo pagar.

—¡Suéltalo, suéltalo ahora! —masculló desesperado.

—¡Ey! Tápenle la maldita boca o mátenlo de una vez, intento concentrarme.

—Tráelo acá —mencionó uno de aquellos hombres. El más prominente lo llevó hasta situarlo contra una improvisada mesa repleta de herramientas y objetos de tortura donde se alcanzaban a vislumbrar rastros de que ellos no habían sido los primeros en caer en esa trampa—. Ponlo boca arriba, quiero verlo gritar —sacó entonces un machete lleno de sangre y oxido.

El hombre hizo caso y sonrió, lo volteó, pero lo mantuvo retenido en todo momento. Jonh Anderson bufaba como un toro salvaje, viendo la hoja de aquella arma y aquel sujeto que ya estaba quitándose los pantalones frente a su indefenso cachorro. Rugió colérico y aquel sujeto le tapó la boca con la mano.

—No lo sueltes, Greg —alzó el machete. Entonces Jonh le mordió la mano y aquel sujeto gritó y trató de zafarse, pero Jonh presionó con más fuerza y acabó llevándose un buen pedazo de su mano en el proceso—. ¡Hijo de puta! —gritó y lo soltó.

Raudo, tomó un destornillador de la mesa y lo encajó contra el oído de su captor. Este ni siquiera reaccionó, lo tomó de la nuca y lo estampó varias veces contra la mesa hasta que su cara se deformó en una masa sanguinolenta de la cual ya incluso se podía ver parte de su carnoso interior. El sujeto del machete fue hacia él y lo estampó contra las herramientas. Pero Jonh lo golpeó con todas sus fuerzas en la espalda, ambos acabaron cayendo contra el suelo, tan solo a un par de pasos del cadáver de Greg.

Tomó el rostro de su enemigo y lo arañó en toda la cara, el sujeto gimoteó, pero se mantuvo encima de él. Buscó por el suelo hasta que palpó algo, sin perder el tiempo le golpeó la cabeza con el objeto, era una llave para tuercas. Acabó ganando terreno, tumbó al agonizante tipo, levantó la llave y la estrelló varias veces contra su cara hasta que lo asesinó. La sangre le bañó el rostro por completo.

—¡Sam! —gritó. En eso Tom lo golpeó con una barra de metal justo en la cabeza. Una vez más acabó tendido contra el suelo.

—¡Maldito hijo de puta! Esos eran mis amigos —profirió Tom. Sujetó la barra firmemente y lo golpeó varias veces en la cara. Cuando lo vio atarantado a causa de las contusiones se le encimó y presionó el tubo contra su garganta con todas sus fuerzas. Jonh Anderson gimoteó, pataleó y trató de liberarse, pero estaba cada vez más débil.

Sam escuchó el escándalo y vio como aquel sujeto trataba de ahogar a su padre, se arrastró por el lugar y fue cuando se topó con el oxidado machete en el suelo, desesperado se arrastró y se puso de pie, su padre ya no se movía. Tomó el machete y gritó.

Tom volteó. Y fue cuando la hoja aterrizó contra su frente, acabó cayendo y soltando a Jonh. Su padre recuperó el aliento, pero Sam no se detuvo, alzó el machete una vez más y volvió a golpear, una y otra y otra vez, hasta que aquel sujeto dejó de sollozar, y respirar.

—Sam... —dijo, con voz áspera y débil a causa del aire que apenas regresaba a sus pulmones—... hijo... —alzó su mano y lo alcanzó. Sam volteó, estaba agitado, lleno de sangre y completamente devastado—. ¡Sam! —llegó hasta él y lo abrazó.

El muchachito soltó el arma y descargó todo su dolor en los hombros de su padre. Jonh lo sostuvo, acarició su cabello y reconfortó hasta que el llanto y los gritos de aquel traumatizado muchacho se detuvieron.

—Papá... —gimoteó. Su padre tomó su cara y le hizo mirarlo.

—Tranquilo, tranquilo, hijo. Ya pasó, estás bien, ya estás a salvo.

—Él... él...

—Lo sé, hijo, lo sé —lo abrazó una vez más.

—Yo... yo lo maté.

Lo miró directamente a él y al cadáver. Luego de tanto tiempo, finalmente había ocurrido lo que tanto se temía desde que el mundo racional había acabado, finalmente se había cobrado su primera vida. Con la manga de su chaqueta limpió lo mejor que pudo la suciedad en su rostro, apretó los labios y lo tomó de los hombros.

—Lo lamento tanto, hijo, no debí dejar que esto pasara —acarició sus mejillas y cabello alborotado mientras pensaba en cómo podía consolarlo, pero fue entonces que se dio cuenta, que ya no había consuelo alguno que pudiera menguar su aflicción—. Pero tienes que escucharme muy bien, ¿sí? —bajó ligeramente la mirada—. Deseé con toda mi alma que esto nunca sucediera, que nunca tuvieras que pasar por algo tan atroz, pero... creo que eso no será posible —miró los devastados ojos de su pequeño y resistió lo mejor que pudo las ganas que tenía de llorar—. Este ya no es el mundo que conocíamos, hijo, ya no más. De ahora en adelante tenemos que ser sumamente cuidadosos, nunca bajar la guardia, debemos que ser fuertes, tienes... tienes que ser fuerte, hijo. Ahora las cosas solo se volverán más y más difíciles, pero tenemos que estar firmes, tú tienes que ser fuerte, ¿me escuchaste? Tienes que resistir, luchar con todo lo que tengas y no dejar que esto suceda otra vez, tienes que ser fuerte, hijo, tienes que resistir.

Aquellas últimas palabras hicieron eco en su cabeza antes de despertar. Estaba empapado, su cabeza le daba vueltas y a su alrededor no podía percibir más que difusas figuras que hablaban y se reían, aunque el solo podía escuchar acuosos y lejanos sonidos, cual si estuviese sumergido en el agua. Poco a poco empezó a recuperar los sentidos, todo se volvió mucho más claro, y fue cuando vio que lo estaban llevando arrastrado a través del lodo. El cielo estaba gris y la lluvia le caía encima y lo espabilaba, a su alrededor alcanzó a ver algunas cercas, fachadas de lo que parecían eran casas y lo que atinó eran resquicios pertenecientes a un vecindario ya sumido en la selva.

Parpadeó varias veces y levantó un poco la cabeza, viendo como dos militares lo llevaban hasta lo que parecía era un antiguo poste de luz, donde otras figuras residían.

—Parece que nuestro entrometido amigo ya despertó —habló León.

—Muy bien. Pónganlo ahí —ordenó otra de las figuras.

Lo soltaron, y sus pesados pies impactaron contra el lodazal, miró a su alrededor y vio a la mayoría de los soldados de la mansión, aquello no había sido un sueño. Rápido trató de ponerse en pie, pero Richards le asestó un culatazo que lo regresó al suelo, tosió algo de sangre. Lo levantaron y lo dejaron sentado con las manos atrás, rodeando aquel poste de luz, entonces le amararon las manos. Confundido vio a los siniestros hombres que lo rodeaban, sin saber con exactitud qué estaba sucediendo. El Sargento Milton rompió formación y avanzó hasta quedar frente a él, vio las heridas en su cara y el deplorable estado en el que se encontraba, entonces sonrió.

—Hola, ¿qué tal estás? —meneó la cabeza y lo analizó—. Debo admitir que me sorprende que sigas vivo luego de semejante paliza.

—¿Qué... qué pasó?

—Bueno —acarició su mentón—. Pasó que te metiste donde no debías. No te sientas mal, tarde o temprano lo íbamos a hacer, solo estábamos esperando al momento adecuado.

—Bastardo —masculló. La furia que rebosaba en cada molécula de su ser consiguió regresarlo por completo a la normalidad en cuestión de segundos.

—Debo admitir que me decepciona un poco que esto sucediera, si te soy sincero, me agradas, muchacho, una lástima que esto tuviera que terminar así. Quizás en otra vida, pudiste ser un gran soldado.

—Dirás un asesino psicópata que come gente. —El Sargento Milton exhibió una ligera sonrisa sarcástica luego de escucharlo.

—¿No te has dado cuenta, muchacho? El mundo cambió, nada importa ahora, tan solo sobrevivir —sacó un cuchillo y lo dejó en su mejilla—. Es la ley de la selva, comer, o ser comido. Somos cazadores, y el mundo entero es nuestra presa.

—Estás demente.

—Tal vez —apartó la afilada hoja y suspiró. En aquellos instantes, Sam pudo percibir la maldad innata de aquel sujeto, tan solo había necesitado quitar la máscara para mostrar su verdadera y retorcida naturaleza—. Pero loco o no, somos lo que queda. Ustedes... perseguían una fantasía, "¿Fuerte Esperanza?" Son puras estupideces, una ilusión que no les dejaba ver la horrible realidad en la que vivimos, no hay esperanza, solo hambre, y muerte. Confiaron demasiado, y ahora morirán por ello.

—¿Dónde, en dónde están mis amigos?

—Oh, ellos están bien, no te preocupes. No te puedo decir que en una pieza, pero estarán mejor que tú, al menos las chicas.

—¡Hijo de puta! —se agitó con fuerza—. Te lo juro, voy a matarte, ¡voy a matarlos a todos! —rugió, pataleando y luchando por desatarse como un animal rabioso. Los soldados a su alrededor rieron al verlo, excepto por Chapman, quien hacía todo lo posible por desviar su mirada a otro lado—. Si algo malo les pasó... juro por Dios que te asesinaré con mis propias manos.

—No deberías hablar tan alto, o nuestros apestosos amigos podrían venir y encargarse de ti. Que ahora que lo pienso no estaría tan mal, pero quiero que veas esto —lanzó una mirada a sus hombres, pronto, Nick y Joel marcharon hasta un jeep que no había visto antes a causa de la maleza, abrieron la puerta y de la cajuela bajaron a alguien.

—¡Russel! —exclamó al verlo. Estaba igual o más golpeado que él, lleno de sangre y moretones, amordazado cual animal y totalmente indefenso—. Por Dios.... Russel, ¿qué te hicieron?

—Quería traer a tu padre, pero el desgraciado es más duro de lo que pensé —palmeó los hombros de Russel y se mordió el labio—. Así que me conformaré con el gordito —avanzó hasta situarse detrás de él, entonces le arrancó la mordaza.

—Sam...

—Russ, tra-tranquilo... ¡déjalo, déjalo ir! —jaloneó con fuerza, pero fue imposible el despegarse de aquel poste.

—Sam —gimoteó nuevamente, exhibiendo lágrimas de sus temerosos ojos. Sam trató de mirar a otro lado, pero Nick se acercó y lo hizo voltear.

—Creo que querrás ver esto —soltó en un tono sombrío. Sam tembló al ver al Sargento colocando aquel cuchillo bajo su mentón.

—No, no, no, ¡no lo hagas, por favor no lo hagas! —imploró desesperado, Milton sonrió, y de un solo movimiento rajó de lado a lado la garganta de su amigo—. ¡No! —gritó, con toda la fuerza de sus pulmones. La sangre salió volando hasta mancharlo, el pobre muchacho se agitó como un pescado fuera del agua, cayó contra el suelo, y la sangre desbordó de su herida hasta que la vida en él se marchó luego de interminables y agónicos segundos—. ¡No! ¡Malditos!

Milton llegó hasta él y le asestó un puñetazo que le hizo callar. Lo tomó del cabello y lo alzó para verlo cara a cara.

—Escucha, imbécil. El gordo despertará en un rato y se encargará de ti, mientras, nosotros les haremos una visita a tus amiguitas —nuevamente forcejeó, pero fue inútil—. Estoy seguro de que tienen mucho que ofrecernos a mí y a mis muchachos —en un arranque de ira y frustración, le escupió en la cara, Milton rio y se limpió, después alzó su mano y uno de sus hombres le dio un bate—. Sabes, preferiría que esta cosa tuviera clavos o quizás alambre de púas para hacer esto más divertido —apretó la empuñadura y asintió—. Pero así me valdrá...

Le asestó dos golpes en el estómago. Sam se removió violentamente en su lugar, lanzando sangre y quejidos por igual. El sanguinario soldado acomodó su cabello y vio como la lluvia empezaba a empeorar.

—Hora de irnos muchachos, tenemos cosas por resolver.

Dio media vuelta y se alejó junto con sus demás hombres hasta el jeep. Las violentas gotas que caían por todo el vecindario le ayudaron a amortiguar el sonido de su llanto, estaba devastado, viendo el pálido cadáver de su amigo encima del lodo y un gran charco de su propia sangre. Entró en pánico, comenzó a moverse y a agitarse sin control, las cuerdas le quemaban las muñecas y el frío calaba hasta los huesos. Gruñó y pataleó, buscando qué hacer para liberarse, entonces recordó la navaja.

—Mierda —expulsó agitado. Llevó su pie hasta los últimos límites y con su mano palpó aquella herramienta entre su ropa, desesperado rasgó la tela hasta que poco a poco la pudo tomar. Aquella hazaña le tomó su tiempo, pues cuando menos se dio cuenta, el cadáver de su amigo empezó a sufrir ligeros espasmos—. No, no, no —farfulló aterrado al escucharlo moverse, había comenzado—. Vamos, maldita sea, vamos —movía rápidamente su mano, cortando lo mejor que podía aquella soga, y para cuando su mano derecha consiguió ser libre: el reanimado cadáver de su amigo empezó a levantarse—. ¡No, Russel, reacciona por favor!

Alzó sus manos y lanzó un quejido, sus ojos estaban manchados de una enfermiza pigmentación amarillenta que junto con su pálida piel le hacía saber que ya no era su amigo. Se acercó como un depredador y trató de morderlo, pero alzó sus piernas y de un empujón lo hizo caer. Rápido cortó el resto de la soga y consiguió liberarse por completo, tomó una gran roca del suelo y sin más opción, le dio un golpe a la cabeza. Nuevamente cayó.

—¡Lo siento, lo siento, lo siento! —usó la roca varias veces para golpearlo, la sangre le bañó por completo y le hizo llorar sin control—. Lo siento, lo siento... —soltó la roca, y vio el decapitado cuerpo de su amigo tendido ante sus ojos.

Llevó sus manos hasta su cabello y gritó con agonía. Gritó con tal fuerza que sus cuerdas vocales le dolieron y sus pulmones se quedaron sin aire. Su alarido se escuchó por todo el lugar, pronto múltiples figuras se dibujaron entre la maleza y los árboles. Escuchó un bramido cercano y vio a una mujer de vestido amarillo acercándose, se puso en pie, avanzó hasta atraparla del cuello y tras estamparla contra un árbol: encajó la navaja en su ojo, la mujer dejó de moverse. Arrancó la navaja y el cadáver se deslizó a través del tronco húmedo y acabó sentada contra el lodo, se agachó y le arrancó el vestido, tomó su arma y sin perder tiempo le abrió el estómago, haciendo un corte vertical que abarcó desde su tórax hasta los inicios del pubis.

Sus negruzcas y malolientes entrañas se mostraron ante él. Regresó la mirada hacia los errantes que se le acercaban, tomó aire y sin más que perder, hundió sus manos en el pestilente interior de aquella mujer hasta que sus manos estuvieron llenas de una gelatinosa masa putrefacta y olorosa. Empezó a cubrir todo su cuerpo con la sangre, hasta que al final quedó bañado en una oscura capa fétida que inclusive lo hacía parecer uno más de aquellos condenados errantes caníbales. Un descompuesto anciano se aproximó tambaleante a él, lo analizó detenidamente y tras verlo unos segundos, se marchó de ahí, ignorándolo por completo. Había funcionado.

Avanzó por el vecindario, pasando entre los errantes como si fuera uno más de ellos. Quería encontrar una salida, pero por más que trataba de orientarse no lograba dilucidar en donde se hallaba. Una columna de humo a varias cuadras de su posición le hizo darse cuenta de que no estaba solo. Raudo se movilizó por el bosque, como un espíritu, buscando no llamar la atención de aquellos que vagaban por el lugar y que de pura suerte no se habían percatado de que era un impostor. Llegó hasta una patrulla abandonada y a lo mejor vio como un par de figuras conversaban. Eran Richards, León y quien parecía era Chapman, al parecer Milton no había tentado a la suerte y los había dejado para asegurase de que el plan había funcionado.

—Puta madre —exclamó Richards mientras encendía un cigarrillo.

—Quieres dejar de quejarte, me estás provocando dolor de cabeza —reclamó León mientras colocaba una flecha en su arco.

—Es que no entiendo —fumó con desesperación—. ¿Por qué carajos Milton nos dejó aquí a mitad de la lluvia y el puto frío?

—¿Tú por qué crees? —tensionó la cuerda de su arma y disparó contra un caminante que había salido del bosque—. Quiere aprovechar el mayor tiempo posible con aquellas dos, seguramente no quiere que los molestemos en un rato.

—Qué hijo de puta —tembló y se abrazó a sí mismo—. Él coge y se embriaga mientras nosotros nos quedamos aquí a la mitad de ninguna parte, vigilando a un imbécil que desde hace rato lo escuchamos morir.

—Ya cállate —avanzó hasta el cadáver y le arrancó la flecha—. Cinco minutos más y nos largamos de aquí, con suerte nos tocará un poco de diversión antes de que esas chicas dejen de respirar.

—Quita esa maldita cara, Chapman —arrojó el cigarrillo—. Cuando lleguemos a la mansión tendrás tu turno con ellas, o si quieres puedes cogerte al viejo —lanzó una ráfaga de risotadas burlescas—. Algo me dice que te gusta más lo que lleva entre las piernas, que las mujeres.

El afligido soldado no dijo nada, solo resistió las burlas, apenas y podía con su consciencia como para hacerle caso a los comentarios estúpidos de su compañero. En eso un sonido captó la atención de León, quien tomó su arco y cargó otra flecha.

—¿Oyeron eso?

—Seguro fue un puto errante —cruzó los brazos y bufó con desespero—. ¿Qué más da? —una vez más se escuchó y con más fuerza, una especie de golpe cercano.

—Iré a revisar.

—Haz lo que quieras. Solo no dejes que te coman —volvió a reír, se mantuvo en silencio unos segundos y luego percibió que nada más se escuchaba—. ¿León? ¡Oye León! —le llamó luego de perderlo de vista entre la maleza—. ¿León? —tanto él como Chapman tomaron sus armas—. Carajo.

Apretó los dientes, observó entre la vegetación y alcanzó a ver una figura. En eso una flecha salió disparada y aterrizó contra el hombro del soldado. Este gritó y disparó accidentalmente una ráfaga de su M4, el estruendo resonó por todo el lugar. Miró aterrado entre los árboles y vio otra flecha, esta se incrustó en su pierna, acabó cayendo, gritando sin parar.

—¡Chapman! —vociferó desesperado. Pero su compañero no hizo nada más que temblar.

En eso, una atemorizante figura bañada en rojo emergió dentro la maleza, sus ojos no pudieron creer de quien se trataba. Soltó su rifle y por la impresión acabó resbalando entre el lodo. Sam avanzó sin decir nada, cargó una flecha y le apuntó a Richards justo en el entrecejo.

—No puede ser... tú... tú estás muerto... —Sam entrecerró los ojos y apartó el arco.

—No todavía —sacó su navaja y la enterró justo en su pecho. El soldado abrió su boca hasta lo humanamente posible y soltó un desgarrador alarido mientras que él bajaba la hoja a través de su carne. Arrancó su arma y el soldado dejó de moverse, en eso miró a Chapman, quien parecía estar a punto de cargarse encima.

Tomó una nueva flecha y la dirigió contra él. Chapman cerró sus ojos y alzó las manos. Aguardando por su inminente final, pero cuando pasaron los segundos y siguió sintiendo su corazón latir, fue que decidió bajar la guardia y verlo nuevamente. Sam lo fulminó con la mirada, y aunque meditó seriamente en si acabarlo o no, al final decidió desviar el arco.

—Tu chaqueta, dámela.

—¿Q-qué?

—Tu chaqueta, dámela, ¡ahora! —demandó. El temeroso soldado se la quitó y se la arrojó. Rápido se la puso para protegerse del frío—. También tu equipo, dámelo, ya —le hizo caso, se quitó el rifle y las fornituras donde llevaba una Colt Diamondback calibre 38 y unas cuantas balas sueltas puestas en una pequeña bolsa de lana que llevaba consigo cual si se tratara de un amuleto de la suerte. Luego de colocarse las armas volteó hacia un auto—. ¿Es de ustedes?

—S-sí.

—Las llaves. ¿Dónde están?

—Las-las tiene Nick.

—¿Nick?

Una corta ráfaga cayó por el lugar. Se alejó de ahí, huyendo de las veloces trazadoras que impactaban contra la calle y los alrededores, al final, Chapman lo perdió completamente de vista, así como también el resto de los soldados que se mostraron en el lugar.

—¡¿Dónde está?! —vociferó Nick luego de arribar apurado al lugar.

—¡Yo que mierda sé, fuiste tú quien le disparó! —reviró Joel con fuerza. Analizaron la zona y no vieron ningún rastro de él por ninguna parte—. Mierda, escapó. Y el bastardo mató a León.

—También a Richards —mencionó Kingston, quien se había agachado para comprobar el estado de su compañero. Acabó por hundirle su cuchillo antes de que se reanimara.

—¡Tú, ven aquí! —llegó con Chapman y lo levantó de un jalón—. ¿A dónde demonios fue?

—¡No lo sé! —farfulló aterrado.

—Te vi hablando con él varias veces, imbécil, sé que estaban tramando algo, así que no me mientas. ¿En dónde está?

—¡Te juro que no lo sé!

—Siempre fuiste un cobarde —lo soltó, exhibió una sonrisa y se relajó, al igual que Chapman, pero cuando menos se dio cuenta, le enterró una navaja en la garganta. Chapman abrió los ojos y sujetó su cuello, pero Nick removió la hoja y la sangre desbordó con mucha más intensidad. El soldado cayó de rodillas, balbuceó sin control, ante la atónita mirada de sus compañeros y acabó muriendo justo ahí.

—¿Qué mierda hiciste? —protestó Kingston luego de ver aquel desplante de ominosa crueldad. Nick no dijo nada, se acomodó sus fornituras y recargó su arma.

—Ya era hora de que alguien se deshiciera de él, tan solo nos estorbaba —aspiró por la nariz y se acomodó el rifle—. Bien, ahora, busquen a ese imbécil, ¡y tráiganme su puta cabeza! Esa decorará mi habitación...

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