11. Malos presagios
Regresó por donde había venido en primer lugar, pasando de largo los árboles y la frondosa maleza que componía todo el bosque a su alrededor. Su corazón se agitó con fuerza, así como su respiración, la cual se mostraba en el ambiente con el vaho que exhalaba a medida que corría.
Llegó finalmente al claro donde se hallaba la propiedad, justo en el porche de la mansión se hallaba un lejano tirador con un rifle de caza, era Richards.
No tuvo tiempo de reaccionar, escuchó un rugido cercano y vio como una aterradora figura grisácea y de enmarañada cabellera se aproximaba a él con hambre asesina, no alcanzó a dar ni dos pasos en su dirección, cuando una bala le atravesó la cabeza y la depositó contra el suelo. Manchando así el césped de un profundo rojo.
—¡Caminantes! —vociferó el soldado desde su posición.
Sam se alejó de los inicios del bosque y se mantuvo a mitad del lugar, viendo como desde la maleza más figuras empezaban a emerger. Apretó el mentón y negó con apuro.
—Carajo —masculló y a toda prisa llegó hasta la mansión, al mismo tiempo que los demás salían para ver qué era lo que sucedía.
—¡Sam! —Jonh llegó con él y lo atrapó de la cara—. Hijo, ¿estás bien? —farfulló, abriendo de par en par sus ojos que más que nunca se mostraban enrojecidos cual si no hubiese dormido en un buen tiempo.
—Estoy bien, papá, estoy bien —vio como los soldados corrían hasta situarse en diferentes posiciones a través de la propiedad—. Las armas, rápido, ¿dónde están?
—Tranquilo, muchacho —Milton salió del lugar y vio la hilera de zombis avanzando hacia su posición—. Lo tenemos todo controlado —asintió entonces con firmeza.
—¡Disparen! —indicó Marcus y todos los soldados abrieron fuego indiscriminadamente hacia los errantes.
El barullo provocado por el rugido de las armas se alzó con fuerza, rompiendo con la quietud del bosque. La lluvia de balas se regó a través de todo el lugar, así como también los cadáveres y la sangre que estos dejaban luego de ser impactados por los mortíferos proyectiles. Errantes comunes, y uno que otro hinchado se mostraron en el lugar, pero así como un corto grupo de descarriados ajenos a su rebaño, uno a uno los no muertos de aquel pequeño grupo acabaron siendo exterminados. Al final, tan solo una mórbida alfombra de cadáveres terminó en la propiedad.
—¡Carajo, eso fue intenso! —vociferó Nick con entusiasmo. Los soldados rieron y festejaron su breve victoria.
—Joel, ve por la camioneta, saquemos los cuerpos de aquí antes de que empiecen a apestar todo el lugar —demandó el recio Sargento—. Kingston, Richards, preparen una pira, hay que quemarlos todos lo antes posible. El resto vengan conmigo, asegurémonos de que estos malditos se queden muertos.
Los soldados atendieron al instante y se marcharon para realizar sus tareas, dejando así al pequeño grupo sin saber con exactitud qué había sucedido. Así que Jonh y Sam fueron a conseguir algo de información. Pasaron a través de los charcos de sangre y sesos repartidos por el verde alrededor, viendo como los soldados bajaban con cada infectado y se aseguraban de matarlos por completo, atravesando sus cráneos con cuchillos o navajas, o también rompiendo por completo sus cabezas a punta de golpes.
—Rezagados —profirió el militar mientras desenfundaba un enorme cuchillo. Se hincó y lo hundió de golpe sobre el cráneo de una infectada con la mitad del rostro exhibiendo su nauseabundo interior. Se levantó y empezó a limpiarlo con un trapo viejo que cargaba en su bolsillo—. Hemos tenido que lidiar con grupos así casi desde el inicio, aparecen esporádicamente, la mayoría vienen de una propiedad cercana, una especie de club de campo a un par de kilómetros de aquí, planeamos deshacernos de todos los que haya en ese lugar para que no sigan molestando.
—¿Hay una horda cerca de aquí? —estaba claro que aquello no le había sentado bien a Jonh.
—Horda, rebaño, manada —mencionó el Sargento mientras pasaban por el lugar—. Como sea que se les diga a esas malditas cosas. Hay uno en ese lugar, se congregan, los he visto hacerlo, pareciera que hacen nidos o algo así.
—¿Cuántos?
—La última vez conté al menos cuarenta. Pero la propiedad es grande, seguro que hay más.
—¿Y tú plan es ir y matarlos a todos como lo hacen aquí?
—¿Tienes alguna mejor idea, Jonh?
—No sé, ¿por qué no prenderle fuego al lugar? O quizás alejarlos de algún modo.
—El fuego atraería a más, mucho más que todo este escándalo, y alejarlos no es una opción, tan solo basta con una pequeña distracción para llamar su atención, un fallo y todo se va a la mierda en un instante. No, tenemos que atacar y matarlos directamente, como si se tratara de una plaga.
Un lastimoso y agudo grito sonó, todos vieron como una infectada aún con vida había atrapado a Chapman del pie y lo había hecho caer, el soldado se arrastraba y pataleaba, mientras que gimoteaba con horror, viendo como aquella cosa buscaba arrancarle la carne del cuerpo sin descanso. Los soldados repartidos por ahí rieron, estaba claro que aquella cosa no era una gran amenaza, pero el soldado estaba realmente acobardado.
—¿Qué demonios? —arremetió Sam. Milton hizo una mueca de resignación.
—No todos están hechos para este mundo, el muchacho tiene que aprender a defenderse.
La zombi ya había ganado terreno, y no parecía que Chapman pudiera zafarse, ni mucho menos defenderse o recibir ayuda de sus demás compañeros. Sam miró al Sargento y desenfundó su navaja.
—Esto es una mierda —llegó junto a ellos, tomó a la infectada por el cabello y de un jalón la apartó del acobardado soldado que sollozaba como un infante. Alzó su arma y la clavó en la frente de la criatura, poniendo fin a su vida en menos de un segundo.
Milton pasó sus manos tras su espalda y con una mirada le indicó a su soldado el retirarse, después se acercó con Sam.
—Deben entender que esto es por el bien del muchacho, de lo contrario no sobrevivirá mucho tiempo. Ustedes saben cómo son las cosas, deben de conocer mejor que nadie la locura que es estar allí afuera.
—Lo sabemos —aseguró Jonh.
—No tengo dudas, lo veo en ustedes, si no supiera que pueden valerse a sí mismos allí afuera, no hubiesen podido llegar tan lejos. Necesitamos gente como ustedes, sobrevivientes capaces, ¿por qué no nos acompañan mañana? Destruyamos ese maldito nido todos juntos, así podremos mantener este sitio seguro por más tiempo.
—Alguien debe quedarse y mantener el lugar a salvo —mencionó Jonh, no quería comprometer el lugar.
—Entiendo, ¿qué hay de ti, Sam? ¿Te nos unes? No nos caería mal un par de manos extra.
Pasó a observar a su padre. Jonh se encogió en hombros y tosió un poco.
—No me mires a mí, si crees que puedes ser de utilidad allá, entonces adelante.
Estuvo reacio a contestar, aun no confiaba en ellos y mucho menos luego de ver como trataban a Chapman, pero algo le decía que tenía que ir, si lo que quería era encontrar más información sobre aquellos militares, entonces debía ir directamente con ellos.
—Bueno, por qué no —cedió. Milton asintió con cierta satisfacción.
—Así se habla. Partiremos a primera hora, te sugiero descansar bien.
El resto del día se fue en acomodar los cadáveres en la pira que habían hecho los soldados, parecía que al final aquel era el método más infalible para estar seguros de que estaban muertos: el fuego. Los cuerpos chirriaban y soltaban un putrefacto aroma que se alzaba por todo el lugar junto con una gruesa columna de humo negro, lo bueno fue que una tormenta estaba por llegar, con suerte ahuyentaría el olor.
Los tiempos en el apocalipsis eran por demás extraños. Podía haber días enteros en los cuales le era imposible dormir o siquiera mantenerse en un solo lugar durante al menos un par de horas, la sola idea de la muerte vagando en cada rincón, mantenía a Sam en constante tensión, volviéndolo vigilante y en cierta medida paranoico, listo para actuar en caso de que la situación lo sobrepasara. Aun así, también había periodos que le recordaban que no todo en la vida se trataba de matar y correr para sobrevivir. A veces había momentos de quietud, de paz tan inocua y parsimoniosa que llegaba a resultarle aburrido, o increíble en realidad.
Aquella tarde pareció ser uno de esos momentos, tan solo estaba en su habitación, bajo la luz de una vela, escribiendo algunos pasajes de su diario mientras veía la lluvia cayendo a través de la ventana. Nostalgia y viejos recuerdos le acompañaron durante aquella tarde hasta que la noche llegó. Estuvo buena parte del día rememorando su pasado, recordando todo lo que había tenido que hacer hasta ese punto exacto, toda la muerte, destrucción y caos que había tenido que presenciar, ¿y todo para qué? Mientras más le daba vueltas al asunto, más pensaba que todo había sido en vano.
Cuando el brote estalló, él junto a su padre tuvieron que pasar por un completo infierno con la intención de encontrar a su madre en un refugio seguro que en su tiempo había sido designado por el ejército para mantener a salvo a quienes no habían sido infectados. De milagro consiguieron llegar, pero no pasó mucho tiempo hasta que todo acabó por arruinarse también, el ejército cayó y los muertos acabaron por destruirlo todo, después de aquel día, entendieron que sus vidas nunca volverían a ser como antes, así que decidieron seguir adelante y afrontar el nuevo mundo que había llegado. Siempre pensó que su estadía en el Distrito 5 sería algo temporal, estaba convencido de que aquel lugar no lograría mantenerse en pie, si el ejército no había podido mantener seguro todo un refugio, ¿qué posibilidad tenían un montón de sobrevivientes inexpertos contra un mundo hostil y reinado por los no muertos?
Acabó llevándose una gran sorpresa cuando el lugar se mantuvo durante años, prácticamente terminó de crecer allí, pero cuando La Hermandad atacó, lo que habían vivido él y su padre había vuelto a repetirse, como un ciclo del cual no podían escapar. No importaba cuanto peleaban, por cuantas pruebas tenían que pasar, al final, todo volvía a ser lo mismo, la idea de encontrar Fuerte Esperanza era el última opción que tenían, la prueba definitiva para saber si conseguirían sobrevivir, o no.
Tanto pensar acabó dándole sueño y terminó rendido. Para cuando despertó, la tormenta no era más que una ligera llovizna, los pájaros cantaban en el exterior y poco a poco el sol comenzaba a salir. Era bastante temprano, incluso para los soldados, así que aprovechó la quietud del momento, salió de la casa y marchó con dirección a aquel establo.
A medida que se acercaba, podía ver un gran juego de cadenas resguardando el lugar, ya era sospechoso de por sí, pero lo que acabó por alarmarlo fue el pútrido aroma que emergía desde dentro de aquel almacén. Instintivamente se cubrió la nariz y la boca, aquella era una peste realmente desagradable.
—¿Qué carajos? —masculló dudoso. Recargó su oído sobre la madera y escuchó movimiento en su interior, entonces palmeó la pared y fue cuando un juego de grises dedos emergió desde una hendidura. Se echó para atrás y buscó su arma, pero había olvidado que Milton se las había confiscado días atrás.
Las puertas se agitaron con fuerza y un cántico monstruoso emergió desde dentro, eran decenas. Analizó la pobre edificación y como se zarandeaba, la madera crujía fuertemente y amenazaba con quebrarse, se dio la vuelta y trató de retirarse entonces.
—Sam —pero el Sargento Milton emergió de entre la nada cual si se tratara de una aparición. El muchacho se quedó estático, viendo la expresión seria de aquel soldado, entonces sonrió—. Sabes, a menudo salgo a caminar, me ayuda a despejarme y mantenerme sereno, en especial en estos tiempos tan difíciles —rascó su barbilla—. Por eso me gusta hacerlo solo. Me gusta mi privacidad, y por eso nadie se acerca aquí —avanzó hasta situarse a pocos pasos de él, adoptando una pose dominante pero inquisitiva—. ¿Qué se supone haces?
—Lo mismo que tú, supongo —carraspeó—. Caminaba y escuché ruidos extraños, luego me topé con esto —apuntó al establo. El sargento meneó la cabeza.
—Ya veo.
—¿Qué hacen esas cosas ahí dentro?
—Los mantenemos cautivos.
—¿Por qué? —el Sargento se encogió en hombros y empezó a caminar.
—Te soy sincero, no lo sé —se plantó de cara al establo y dejó salir un pequeño suspiro—. En un inicio era con fines de estudio. Uno de mis hombres se infectó y no tuvimos más remedio que encerrarlo. Demoró treinta y seis horas en convertirse, ¿puedes creerlo? Ha sido el mayor tiempo que he visto aguantar a alguien antes de sucumbir por completo a la infección. Sabes, pasé años matando esas cosas indiscriminadamente sin cuestionarme por un segundo si seguían vivas o no, quizás estaban enfermas, o tal vez en una especie de trance, yo que sé —se giró nuevamente para observarlo—. Aproveché que alguien que conocía se había transformado para estudiarlo a fondo, ver como se comportaba, además, tenía a Chapman, quería ver si podía encontrar algo y así poder ayudarlo.
—¿Lo hiciste? ¿Averiguaste algo?
—Nada —aseguró—. No sé si estén muertos o no, no sé si se trate de una enfermedad, un castigo divino o alguna clase de maldición, lo único que sé es que esas ya no son personas.
—¿Entonces por qué las mantienes con vida?
—No lo sé. Me gusta pensar que quizás algún día podrán sernos de ayuda —avanzó hasta dejar su mano sobre su hombro y endureció el mentón—. Mira, Sam, sé que no cofias en nosotros. Lo veo en tu mirada, has pasado por mucha mierda, créeme, yo también. No te pido que entregues ciegamente tu corazón a esta causa, solo te pido que tengas la seguridad de que estamos para ayudar. A final de cuentas, solo de los muertos tiene que temer uno, ¿no crees?
Guardó silencio. Tenía una perspectiva muy diferente a la de aquel soldado, no se lo diría, pues aun necesitaba estar seguro de con quien estaba tratando. Milton sonrió.
—En unos minutos saldremos a destruir ese nido, ¿vendrás, no?
—Claro.
—Bien —palmeó su brazo—. Busca a Richards, él te dará tus armas y equipo para la expedición, ¿de acuerdo? —dio media vuelta y buscó retirarse—. Oye Sam.
—¿Sí?
—Aun no le cuentes a tu grupo sobre el establo, ¿quieres? No queremos que se alarmen innecesariamente.
Asintió pausadamente, miró una última vez al establo y se marchó de ahí. Dejando ahí al soldado, quien analizaba a aquel muchacho y pensaba en qué habría que hacer con él y su malsana curiosidad. Acabó reuniéndose con el resto de los soldados en una bodega dentro de la mansión. Habían acondicionado aquel espacio para guardar suministros, en su mayoría eran reservas alimenticias, pero también había un buen arsenal de armas y una impresionante cantidad de municiones e incluso explosivos. Quizás por ello no habían escatimado en el uso de balas a la hora en que aquella horda arribó a la propiedad.
—Toma —Richards le entregó un uniforme militar igual que el del resto de los soldados, además de un par de botas de campo traviesa y un rifle M16 con tres cargadores, una Colt 45 y un hacha de mano.
Sam se vistió y preparó su armamento, mientras veía a sus compañeros llegar al lugar. Jonh se quedó unos segundos mirando a su muchacho, sintiendo prontamente el abismal peso de la realidad golpeándolo a la cara, de un momento a otro había perdido de vista a su pequeño, ahora, ante su mirada se alzaba un valeroso hombre listo para enfrentar los peligros del mundo exterior. Sonrió con añoranza y llegó con él.
—Te queda bien —su voz sonó entre cortada, pero alcanzó a disimular al final.
—Creo que está un poco demás todo esto del uniforme.
—Eres un soldado, muchacho —reconoció Marcus mientras se ajustaba las botas y colocaba un imponente cuchillo de supervivencia en su fornitura—. Todos ustedes lo son, no cualquiera hubiera podido conseguir llegar tan lejos.
—Pero ya no tenemos uniformes —Nick se puso su chaleco—. Pero creo que para ser soldados así se ven bastante bien —observó al par de chicas, quienes no supieron cómo reaccionar ante sus comentarios.
—¡Atención! —vociferó Kingston una vez que el Sargento Milton arribó al lugar. Todos los soldados saludaron con firmeza.
—Descansen —nuevamente regresaron a sus acciones—. Sam, ¿cómo vas? ¿Estás listo?
—Sí –acomodó sus fornituras.
—Esa es la actitud —miró a quienes se quedarían en la mansión—. Jonh, Jiménez y Richards se quedarán, pero ¿puedo confiar en que ayudarán a proteger el fuerte en nuestra ausencia?
—Haremos lo mejor posible.
—Bien —tomó su rifle—. Entonces vamos, el tiempo apremia.
—Sam, hijo, espera —le detuvo antes de que saliera junto con el resto de la unidad. En su mente tan solo ahondaba un pensamiento, intentó hablar, pero las palabras no salían, suspiró y le dio un corto abrazo—. Cuídate mucho, ¿sí?
—Lo haré, papá.
—Bien. Anda, no te retrases.
—Supongo que los veré después —llegó frente a sus amigos.
—Eso espero —mencionó Ann.
—Bueno, nos-nos vemos —le dio un corto apretón de manos a Russel y un abrazo a Ann, llegó con Lizz y le dio un beso rápido en la mejilla y una breve sonrisa antes de finalmente partir.
Se adentraron en lo profundo del bosque y como una unidad yendo a una misión de reconocimiento se mantuvieron a la expectativa de cualquier cosa que pudiera suceder. En cierta medida, Sam se sentía algo intimidado al encontrarse rodeado de hombres más experimentados que él, o al menos eso durante los primeros minutos de recorrido, después, todos dejaron de lado la actitud seria y se centraron más en bromear entre ellos y hacer chistes de mal gusto. Más de alguna ocasión los soldados trataron de incluirlo en las conversaciones, pero el muchacho estaba fuera de sintonía, al igual que Chapman.
Aquel muchacho revisaba las rutas en un mapa, a su vez se orientaba con una brújula, y apuntaba todo en una libreta.
—¿Qué se supone que haces? —le preguntó y el soldado salió de su ensimismamiento.
—Eh... llevo una bitácora —acomodó sus lentes—. Anoto las rutas que hacemos, si encontramos algún infectado o problema en el camino, solo son anotaciones para tomar en cuenta más adelante en posteriores misiones.
—Como ya te podrás haber dado cuenta, nuestro cerebrito aquí presente prefiere matar a los muertos de aburrimiento antes que con balas —largó Nick a modo de broma y sus compañeros le dieron la satisfacción de reírse.
—No les hagas caso.
—No me importa que hagan bromas. He lidiado con suficientes hombres estúpidos a lo largo de mi vida como para no saber cómo es que se comportan.
Aquel comentario le hizo liberar una sincera carcajada que consiguió contagiar al soldado también. Siguieron con su camino luego de eso con mucha más tranquilidad, vagando a través del boscoso y húmedo entorno, mientras que escuchaban como los truenos resonaban en el cielo gris.
—Entonces, ¿piensas que todo esto lo pasó porque alguien creó esa bacteria?
—Cepa bacteriana —corrigió y después pegó un suspiro—. Amigo, ya te lo dije, es solo una teoría.
—¿Pero tiene un sustento, no? Es decir, algo debiste de ver o encontrar para darte cuenta de que no se trataba de una enfermedad cualquiera.
—Una enfermedad cualquiera no te convertiría en un caníbal asesino —meditó un poco e hizo memoria de todas las veces que estuvo estudiando las muestras en aquella universidad—. Además de eso, lo que me hizo saber que era algo nuevo y muy peligroso fueron las mutaciones que generaba en las personas.
—Hace poco encontré un diario, me parece que le pertenecía a un doctor del ejército o a un científico militar o algo por el estilo, ahí se ven sus anotaciones, y escribe sobre como la enfermedad mutó e hizo cambiar a las personas.
—El agente patógeno afecta por completo al huésped, no solo lo enferma y asesina, sino que también lo trae a la vida transformado en algo completamente aberrante. Llámame loco, pero creo que si un microorganismo es capaz de arrancarte tu humanidad, y así convertirte en un monstruo carente de alma, entonces no me parece algo de origen natural.
—Dios...
Aquello le había puesto mucho en que pensar, si era verdad lo que aquel sujeto le decía, entonces la humanidad había conseguido alcanzar el ultimo escalón en la lucha por la supremacía, consiguiendo crear el arma más poderosa y letal de todas, una que no solo había funcionado, sino que también se había revelado contra su creador, trayendo funestas consecuencias para el mundo entero.
Siguieron avanzando hasta que un claro en torno al bosque se dibujó, y más adelante, una gran estructura en ruinas se mostró. Un club campestre sin dudas, los vaivenes en el campo de lo que imaginaron alguna vez fue un sitio para jugar golf lo evidenciaba. El lugar estaba lleno de agua, las lluvias se habían acumulado y habían hecho crecer la hierba a tal punto que parecía que estaban a mitad de una ciénaga.
—No se separen —el Sargento Milton, levantó su M4A1 y avanzó por delante de aquel escuadrón.
El resto de la unidad se desperdigó a través de la maleza y con total sigilo avanzaron en línea recta rumbo a la derruida edificación. Un par de solitarias figuras se vislumbraron por delante.
—León.
—Ya me encargo, señor —alzó entonces un sofisticado arco de poleas y apuntó hacia el caminante más directo.
Disparó una flecha, la cual nadó por el aire y acabó incrustándose sobre la sien de aquel infectado, derribándolo al instante. El soldado sacó de su carcaj otra e hizo lo mismo con el otro zombi, apenas un corto silbido sonó gracias a su disparo, pero el infectado acabó colapsando entre la hierba.
—Despejado —dijo Joel.
—Avancen.
Pasó a propósito al lado de uno de los infectados que previamente habían sido fusilados por aquel soldado arquero y así pudo ver entonces la innata habilidad que poseía aquel sujeto, el golpe había sido certero y al primer intento, se notaba que tenía práctica, cosa que lo puso a pensar seriamente si debía revelarles o no que él también sabía utilizar aquel mortífero instrumento también. Viendo la actitud de aquellos soldados, lo más seguro es que acabaría envuelto en alguna estúpida competencia para ver quién sería el mejor tirador, por lo que optó por mantener aquello en secreto y mejor seguir enfocado en la misión.
Recorrieron el inmenso campo hasta que se vislumbró la entrada del club. Las puertas se encontraban abiertas, ni siquiera había designios de que la gente que llegó a habitar en ese lugar había atrincherado o reforzado la posada para intentar resistir el asedio de los no muertos. A como se percibía el interior; lo más seguro es que todo resultó siendo una completa masacre. Las paredes estaban manchadas de sangre, agujeros de bala y rasgaduras, basura cubría los alrededores, así como la maleza y una impresionante cantidad de polvo y lo que parecía era humedad guardada dese hacía años.
—Bien, sepárense y cubran cada sector del lugar. Asegúrense que cada hijo de perra hediondo que vean acabe con una bala en la cabeza, ¿entendido? —un sí señor de parte de los soldados sonó como respuesta—. Bien, Sam, ve con Nick, no te separes.
—Ya oíste al Sargento, conmigo —demandó el autoritario soldado y avanzó a través de un pasillo. Sam Anderson vio cómo se desperdigaban a través de toda la posada y después lo siguió.
En su tiempo, aquel lugar debió ser sumamente lujoso. La edificación era impresionante y solo equiparable con la de un palacio, quizás en el pasado llegó a ser frecuentada por excéntricos clientes bien acomodados, pero el tiempo había pasado factura, convirtiéndolo en un sitio siniestro, donde únicamente vagaban los fantasmas del pasado. Registraron las estancias y salas de estar, así como los salones que daban frente a las piscinas y al campo, estaba vacío, así que decidieron ir al segundo piso.
—Despejado —mencionó Nick luego de subir las escaleras y revisar su lado del pasillo.
—Despejado —dijo, después de haber lo mismo desde su lado.
—Revisa ese sector, yo reviso este.
—Bien.
Marchó con firmeza alzando el arma y dirigiendo el cañón hacia las puertas de las habitaciones, listo para abrir fuego en caso de que algún indeseable inquilino se hiciera presente y tratara de atacarlo, pero el lugar en donde estaba se percibía bastante tranquilo. Aunque no tardaron mucho en escucharse detonaciones lejanas, parecía que el resto de la unidad si había tenido "suerte", encontrando a los infectados. Posó su oído sobre la puerta de una de las habitaciones y prestó atención a si algo se movía del otro lado.
—¿Qué demonios haces? —Nick llegó con él y lo encaró.
—Trato de escuchar.
—Olvida eso —le dio un empujón y después pateó la puerta con fuerza. La humedad de la madera y el tiempo en esta hicieron que se quebrara con muchísima facilidad—. ¡Cariño, estoy en casa!
Levantó su AR15 y abatió con una poderosa ráfaga a un grupito de putrefactos entes desperdigados a través de toda la estancia. La lúgubre habitación se iluminó por breves momentos, mientras que la sangre y los sesos se regaban a través de los alrededores cual si un aspersor se hubiese activado. El soldado Nick era un fiel adepto a la violencia, la facilidad que tenía para matar era apenas proporcional a su gusto por hacerlo, reía y se mostraba muy contento de fulminar a todo lo que encontraba a su paso.
—¡Mira eso, carajo! —gritó con emoción y recorrió su recortada cabellera café hacia atrás—. En verdad soy bueno —prestó atención a su compañero—. ¿Y tú, qué se supone que estabas haciendo?
—Estaba siendo sigiloso, eso estaba siendo. —Recriminó disgustado.
—Al carajo el sigilo, vinimos a hacer mierda a esas cosas. Y eso es lo que vamos a hacer.
Motivado, salió del lugar y repitió el proceso con la habitación adjunta. Sam, sin más remedio, se encaminó a uno de los muchos cuartos en el pasillo, abrió la puerta de golpe y recibió con fuego asesino a todos los que estaban adentro. Era una familia, o al menos en su tiempo lo había sido, un padre, una madre y dos pequeños, quizás habían ido a ese lugar para unas vacaciones o solo a pasar un buen tiempo en familia, pero todo había cambiado y ahora no eran más que un grupo de grotescos cadáveres deshechos por el plomo. Apretó el mentón y observó con pena a la familia, sintiendo en lo profundo de su pecho una pena que desbordaba como el agua de una cascada.
—¡Ey, necesito una mano!
Abandonó la habitación y surcó el pasillo hasta llegar a con el otro soldado, quien disparaba hacia una habitación de la cual había brotado un numeroso grupo. Levantó su arma y abrió fuego, reduciendo la carne y huesos de los errantes que se acumulaban en el pasillo hasta convertirlos en nada más que un grotesco espectáculo de sangre y pedazos carnosos que cubrían todo hasta donde abarcaba la vista.
—Dios, que olor tan asqueroso —comentó el soldado mientras se cubría la nariz con la mano.
—Seguro estuvieron encerrados durante todos estos años.
—Lo que digas —soltó su cartucho vacío y lo remplazó con uno nuevo—. Vamos, sigamos registrando este lugar —siguieron adelante hasta que llegaron a una elegante oficina al fondo del pasillo, a diferencia del resto de las habitaciones, se encontraba vacía—. Fantástico —el soldado avanzó hasta recostarse sobre un sillón.
—¿Qué haces?
—¿Qué parece? Me tomo un descanso.
—Se supone que deberíamos estar limpiando este lugar.
—Tranquilo, nadie se dará cuenta si nos tomamos unos minutos —levantó los pies y los dejó encima de un escritorio, después sacó un cigarro y empezó a fumar—. Si quieres puedes seguir y adelantarte, aunque no creo que llegues muy lejos sin mi ayuda.
Decidió ignorarlo y registrar el lugar. No había muchas cosas llamativas en aquel despacho, a excepción del imponente librero que albergaba una gran colección. Empezó a registrarlo, con toda la ilusión de hacerse con alguna lectura interesante para un futuro cercano.
—La pelirroja, Ann —empezó a decir el soldado—. ¿Es tu novia o algo parecido?
—Somos amigos —rectificó.
—Entonces es soltera —sonrió.
—¿Por qué lo preguntas?
—Curiosidad —arrojó su cigarrillo—. Debió ser difícil, tener que hacer todo ese trayecto con esas dos bellezas y no poder tener algo interesante con ellas. Aunque imagino que no eres la clase de sujeto.
—¿Tienes algo que decirme? —pasó a encararlo directamente,
—Nada, amigo, nada —se puso de pie—. Solo trato de decir... que de haber estado yo en tu lugar, ellas dos estarían a mis pies.
—Cuidado —amenazó fríamente. Pero el soldado no desistía.
—Sé sincero conmigo, la chica callada que siempre te acompaña, ¿es una salvaje, no es así? —lamió lentamente sus labios—. Las tímidas siempre son las más zorras.
Lo estampó contra el librero luego de decir eso, e instintivamente bajó su mano hasta sujetar su cuchillo. El soldado empezó a reír con una mezcla de euforia y nerviosismo, pero mientras que Sam amenazaba con apuñalarlo, él solo levantó las manos.
—¡Adelante, hazlo, veamos si tienes los huevos suficientes!
Tembló, tanto de rabia como de frustración, meditando seriamente si lo que estaba pensando hacer sería bueno o no, quería creer que todo estaba en su imaginación, que solo estaba exagerado, pero cada que veía la mirada de aquel soldado solo podía pensar en que algo no andaba bien. Acabó tragándose su enojo y decidió soltarlo, Nick solo atinó a enardecer la petulante sonrisa que llevaba en su cara.
—Eso pensé —lo empujó. Pareció estar a punto de soltarle un golpe en respuesta de su arrebato, pero desistió en el momento en que un potente crujido sonó encima de sus cabezas, precedido además de un aterrador bramido—. Ay mierda... —el soldado no perdió tiempo: levantó su rifle y mandó una ráfaga contra el techo de madera.
—¡No! —lo empujó hasta derribarlo contra el escritorio.
La madera crujió con fuerza y acabó reventando gracias al ácido del Hinchado que yacía en el piso de arriba, la criatura reventó y el corrosivo líquido acabó cayendo en la superficie de la oficina, desintegrando el suelo en cuestión de segundos y causando que el suelo acabara desplomándose también, Sam trató de huir, pero la corrosión y la gravedad le hicieron terminar de nueva cuenta en el primer piso de la posada, justo en una de las muchas salas que esta tenía.
El vapor del ácido y el polvo que dejó el techo al caer imposibilitaban la vista. Trató de incorporarse, pero un buen pedazo de escombro lo tenía atrapado de la pierna. Jaló, pero pronto desistió a causa del dolor.
—Carajo, carajo —murmuró. Volteó hacia arriba, pero Nick se había marchado—. ¡Ey, ¿hay alguien?! —disparos cercanos sonaron de nueva cuenta, apurado estiró su mano y alcanzó su pistola—. ¡Auxilio!
Entonces un par de los soldados de la unidad se mostraron, eran Richards y León. Una vez más trató de zafarse y pedir ayuda, pero no pudo. Los soldados acabaron huyendo del lugar. Desesperado, jaló de nueva cuenta y consiguió liberar un poco su pierna, pero no pudo moverse mucho más, un grupo de infectados acabó mostrándose, eran los que perseguían a los soldados.
—Ay mierda —alzó la pistola y abatió con dos tiros a una putrefacta mujer que no tenía nada de piel en el rostro. Siguió con un calvo corpulento que acabó aterrizando a pocos pasos de él, pero seguían acercándose.
Disparó a diestra y siniestra hasta que las balas se le agotaron. Conmocionado vio una última vez como el resto de los soldados corrían por el lugar, les gritó, pero ninguno fue en su auxilio, ni siquiera Milton, a quien vio detenerse y mirar por unos segundos hacia la manada de reanimados que se acercaban al derrumbe. Acabó por arrancar su extremidad de entre los escombros, justo a tiempo para atrapar a un infectado que se le había arrojado encima. Con una mano en el pecho y otra en la garganta de la criatura la mantuvo a raya, pero los otros amenazaban con llegar. Rugió con fuerza y apretó su cuello, la nula integridad de su piel le hizo capaz de perforarle hasta alcanzar sus viscosos y malolientes adentros, avanzó más hasta que palpó su faringe y la arrancó de golpe, la sangre desbordó como una fuente y lo bañó por completo. El cuerpo decapitado del zombi acabó estampándose sobre él.
Raudo miró a su lado con toda la intención de defenderse del otro, pero el putrefacto depredador se detuvo, se acercó peligrosamente a él y lo miró de arriba abajo, cual si lo estuviera analizando. Durante inacabables segundos contuvo la respiración, no podía creer que aquella cosa se detuviera como si nada. El caminante lo miró con sus amarillentos ojos enfermizos y tras olerlo como si se tratara de un sabueso; acabó por alejarse y seguir rondando el lugar, el resto de los zombis hicieron lo mismo. Uno a uno aquellos seres fueron abandonando la sala hasta que lo dejaron ahí, completamente solo y anonadado.
—¿Qué carajos...? —masculló agitado, apartó al decapitado que le había caído encima y vio como estaba totalmente empapado de sangre y pedazos de carne. Apestaba horrible, entonces cayó en cuenta de lo que había sucedido—. Por Dios, es el olor...
Se sintió como caer sobre un estanque de agua helada, tan directa y avasallante le resultó aquella epifanía, que se mantuvo ajeno a la realidad durante algunos instantes en los cuales no pudo pensar en otra cosa más que en lo que había descubierto. Hasta que un imponente trueno azotó en el cielo y le recordó que todavía no se encontraba fuera de peligro. Poco a poco se incorporó de entre el montón de escombros que había dejado el derrumbe y cojeó hasta llegar al pasillo, algunos zombis aún merodeaban por el lugar, respiró profundamente y tomó el valor necesario para avanzar.
Avanzó lentamente, hasta que captó la atención del primero. Era un escalofriante hombre consumido casi hasta los huesos, la piel lacerada le colgaba cual pellejo y su mandíbula dislocada exhibía una grotesca cueva repleta de dientes manchados de sangre seca que hacían buen juego con su mirada depredadora. Tembló y se mantuvo quieto mientras que la criatura le pasaba en frente, apretó con todas sus fuerzas la empuñadura de su navaja, aguardado lo peor.
Pero el infectado le pasó de largo como si fuera uno más de aquellos condenados sin alma. Soltó un resoplo cargado de pánico y alivio simultáneo una vez que comprobó su teoría. Había sido afortunado, de lo contrario no habría podido llegar muy lejos. Siguió adelante, escurriéndose lentamente entre los errantes que no le prestaban atención hasta que llegó a la salida, afuera había más de ellos, pero el grotesco camuflaje que llevaba encima lo volvió prácticamente invisible para ellos. Incluso su cojera lo hacía mimetizarse de mejor manera con aquella horda desperdigada.
Alzó la mitrada y vio el gris cielo sobre su cabeza, los truenos sonaban con fuerza, muy pronto empezaría la tormenta, así que se apresuró a salir de ahí antes de que la lluvia atentara contra su suerte.
Luego de que los soldados abandonaran la mansión, el lugar se mantuvo en silencio durante un buen rato. Sin nada más que hacer, abandonó su habitación y empezó a recorrer los alrededores con la intención de distraerse un poco, al menos en lo que se presentara algo más interesante por hacer. Pero muy pronto se dio cuenta que su rato de ocio en aquella mansión no sería muy entretenido, poco o nada había ahí que la pudiera distraer o entretener, así que sin más remedio siguió vagando por el lugar.
Acabó regresando al segundo piso, estaba decidida a marcharse a su habitación y quizás dormir un poco de aquí en lo que Jiménez tuviera la comida lista, pero un fuerte sonido procedente de un baño le hizo frenarse súbitamente y correr al lugar.
—¿Hola? —tocó varias veces la puerta, pero del otro lado lo único que se escuchaban eran quejidos. Empujó varias veces hasta que consiguió abrirla. Dentro estaba Jonh, aferrado al retrete y vaciando todo su estómago dentro de la taza como si no hubiera un mañana—. Por Dios, Jonh —llegó rápidamente con él y lo sostuvo en lo que completaba su desagradable tarea.
El infortunado hombre se meneaba y gemía con dolor mientras que las arcadas le ganaban, al final tosió varias veces hasta que escupió sangre, después se tumbó contra la taza para recuperar el aliento. Ann tiró de la llave y se acuclilló para revisarlo. Se veía fatal, pálido, sudoroso, demacrado y claramente enfermo.
—Por Dios, Jonh, necesitas ayuda. Necesitamos traerte medicinas o algo —el hombre frente a él siguió tosiendo. Se apiadó un poco de él y lo ayudó a levantarse, lo encaminó hasta el lavabo y lo dejó lavarse la cara y beber agua.
—Olvida eso, niña —espetó, ronco y débil—. Nada de eso funcionará.
—Jonh, mírate, estás agonizando —se miró en el espejo y no pudo resistir lo que vio, de inmediato apartó la mirada y cerró los puños con impotencia—. Al menos tenemos que hacer algo.
—Sé que quieres ayudar, niña, pero mi destino está sellado. Voy a morir, y por lo visto será muy pronto.
—¿Y qué hay de Sam?
—Es fuerte, sé que se las arreglará bien solo.
—No hablarás en serio...
—¡Mírame! —acabó por romperse—. Solo mírame... ¿qué más puedo hacer? —llevó sus avejentadas manos hasta cubrir su rostro y con pena e impotencia descargó todo lo que llevaba acarreando desde hacía tiempo a través de las lágrimas.
—Habla con él, por favor —sollozó igualmente—. Es tu hijo, él entenderá. Ahora más que nunca lo necesitas a tu lado —Jonh Anderson gimoteó y asintió levemente.
—Lo sé —cedió, tomó aire y recuperó la compostura—. Lo haré, le diré la verdad. Merece saberlo.
La joven pelirroja se acercó a él y le dio un abrazo. Jonh se quedó unos segundos estático, tratando de entender lo que sucedía. Sintió su calor reconfortándole, así que lentamente la abrazó también y pegó su rostro sobre su hombro. La chica se despegó y le dio un beso en la mejilla.
—No estás solo, ¿sabes? A final de cuentas somos un equipo.
—Claro que sí —limpió su mejilla y formó una pequeña sonrisa— Gracias, rojita.
Fuertes campanadas empezaron a sonar de repente. Rápido abandonaron el baño y vieron como Lizz y Jiménez corrían hacia la entrada de la mansión.
—¡Lizz! ¡¿Qué pasa?!
—¡Son los chicos, regresaron!
Luego de oír eso, bajaron a toda prisa del segundo piso y se reunieron con el resto en el porche de la mansión. Luego de un par de horas de cruenta incertidumbre, finalmente habían vuelto. Aliviado avanzó hasta las escaleras y aguardó para ver como su muchacho regresaba triunfante de su misión, pero pronto su sonrisa se desvaneció en el momento que se topó con la amarga mirada del sargento Milton, así como con la ausencia de su hijo en el pelotón.
—Jonh...
—¿Dónde está? —arremetió al instante.
—Jonh, escucha.
—¿Dónde está mi hijo, Milton? —interrogó firmemente. El sargento avanzó hasta quedar frente a él, después lo tomó de los hombros, como si lo estuviera preparando para el golpe.
—Jonh. Tu hijo, tu hijo no lo logró.
Sintió un fuerte golpe en el pecho, pronto el sonido abandonó el mundo y sintió un fuerte dolor de cabeza, parecía estar a punto de colapsar.
—¿Qué? —reaccionó Lizz de inmediato. El grupo de soldados se dispersó, todos estaban sucios, heridos, y con un semblante de completa amargura adornando sus rostros, exceptuando a Nick, quien no se veía tan acomplejado como el resto de sus compañeros de la unidad.
—No es verdad... no es cierto...
—Jonh, escúchame... lo siento mucho, pero tu hijo...
Se dejó caer de sentón contra el césped. Pronto cubrió su cara y se mantuvo así durante un largo tiempo. El shock de aquella noticia lo mantuvo en un profundo transe, no habló, ni lloró, ni siquiera emitió un sonido durante largos minutos, era como si de un segundo a otro le hubiesen arrancado el alma. El Sargento Milton se acuclilló y lo observó detenidamente, frente a él yacía una estatua demacrada y de ojos llorosos únicamente.
Habían esperado a que reaccionara, pero ya había pasado casi una hora y no había indicios de que aquel hombre se movería.
—Jonh —sujetó delicadamente su hombro—. Jonh, escúchame por favor, debes tranquilizarte, ¿sí? Volvamos adentro, ya ahí te explicaremos todo.
Los siniestros ojos de aquel devastado hombre se clavaron en el soldado con la frialdad de un arpón de hielo. Milton se apartó un poco, y temiendo lo peor; deslizó cuidadosamente su mano en dirección a su pistola. El silencio se apoderó de la escena y la tensión se elevó hasta el cielo.
—¡Milton! —rugió entonces una potente voz desde la lejanía. La lluvia azotó entonces.
Incrédulos, todos miraron como de entre el bosque emergía una cojeante figura vestida con uniforme verde manchado de sangre. Era Sam, y contrario a lo que todos pensaban, estaba más que vivo.
—¿Sam...? —pronunció su agitado padre. Frotó sus ojos, pero aquella imagen era real, y todos lo estaban viendo—. Sam —su voz tembló.
—¡Sam! —Lizz corrió a toda prisa. Pasó de largo a los soldados y cruzó el inmenso campo hasta que llegó hasta sus brazos—. ¡Sam! —gimoteó aliviada, el muchacho correspondió el abrazo—. Estás vivo.
El corazón le había vuelto a latir. Sin embargo, la mirada que había en él estaba llena de furia y rencor, apretó el mentón con fuerza y apuntó al pelotón de soldados.
—¡Milton!
—Santo Dios —profirió Chapman, aun sin creer lo que sus ojos estaban atestiguando.
—Sam, muchacho, espera —habló entonces el Sargento avanzando hacia él. El resto del pelotón se puso alerta.
No dijo nada, avanzó cojeando hasta llegar frente a él y encararlo directamente. El militar trató de hablar, pero antes de que siquiera pudiera abrir la boca: le asestó un puñetazo que consiguió echarlo para atrás, León lo atrapó, de no haber estado su hombre para rescatarlo, seguro hubiera caído. Nick y Richards llegaron contra él y lo derribaron.
—¡Sam! —exclamó Lizz.
—¡Suelta a mi hijo! —Jonh no perdió tiempo, arribó con los soldados y trató de quitarle a Richards de encima, pero con un golpe el soldado consiguió mandarlo al suelo.
—¡Papá! —rugió colérico. Gruñó y recibió un puñetazo por parte de Nick.
Ann corrió y se le abalanzó al soldado, aferrándose a su espalada como si fuera un primate. Apresó con sus uñas su cara y le rasguñó el cuello. El soldado se apartó y se agitó con fuerza hasta que derribó a la chica, Sam la vio caer y ser sometida. Nuevamente se levantó y cargó contra el soldado, derribándolo y consiguiendo darle un par de golpes. La riña estuvo a punto de descontrolarse. El Sargento limpió algo de sangre que había bajado de su nariz, desenfundó su pistola y disparó al cielo dos veces, consiguiendo parar todo de una vez.
—¡Ya basta, todos! —imperó firmemente.
—¡Señor, este imbécil lo golpeó! —recriminó Nick con fuerza.
—¡Cierra la boca! —ordenó a su soldado y al instante le hizo caso—. Muchacho, escucha...
—Me dejaron allá para morir...
—¡Fue un accidente, muchacho! Estábamos rodeados, apenas y pudimos salir de ahí con vida.
—Yo los vi —bufaba como un toro—. ¡Yo los vi! Estaba vivo y lo sabías, carajo, me dejaron allí para que muriera.
—Escúchame, niño —acarició su barbilla—. Debes tranquilizarte. Las cosas se complicaron demasiado allá, tuvimos que retirarnos, para cuando volvimos al bosque me dijeron que no habías logrado salir a tiempo, fue un accidente, lo siento de verdad, estoy seguro de que debes odiarnos, pero todo lo que pasó fue un error. Piénsalo unos instantes, chico, ¿qué ganaríamos nosotros dejándote morir allá?
—¡Eso es una maldita mentira. Ustedes no son lo que dicen ser, ocultan algo!
—Estás bien pinche loco, vato —largó Jiménez al verlo tan desatado y enfurecido, casi parecía un animal rabioso. El Sargento Milton lo miró con pena.
—Estás en shock, lo entiendo. Solo cálmate, podemos arreglar esto.
—¡Vete a la mierda! Nos vamos de aquí —se puso de pie—. Vámonos —volteó hacía con su grupo, pero todos lo veían con miedo—. Chicos, por favor, vámonos.
—Hijo...
—Debes creerme, papá. Ellos están tramando algo, no son lo que dicen ser —imploró nervioso. Pero aquel hombre no sabía bien ni qué pensar.
—Hijo, por favor... cálmate, arreglemos esto, ¿sí?
—¡No voy a pasar un segundo más con esos malditos lo...! —Lizz llegó tras él y le asestó un golpe con la cacha de su pistola. Acabó dejándolo totalmente inconsciente.
—Carajo —exclamó el Sargento—. Joel, llévate al muchacho a su habitación y vigílalo bien. Chapman, revísalo, ¿quieres? —el par de soldados lo cargaron y a regañadientes lo llevaron a la casa. Milton se acercó con Jonh y su grupo.— Me dijeron que lo habían atrapado, Jonh. Créeme, de haber sabido que tu muchacho seguía con vida, no hubiera dudado ni un segundo y habría vuelto por él.
—Lo-lo sé.
—Bien —apretó el mentón y suspiró—. Escuchen, quiero ser un buen líder y ser imparcial. Pero no puedo permitir que cosas así sucedan, mucho menos frente a mis hombres —se rascó la cabeza y meditó la situación—. Vigílenlo, ¿sí? Una vez que despierte ya veremos qué hacer con él y con todo este desorden.
—Claro.
—Jonh —se paró firme—. Cuida a tu muchacho, no quiero tener que tomar una decisión que en realidad no quiero hacer ¿entendido? —asintió y junto con los demás fueron hacia la mansión.
Un desagradable aroma a lo que parecía era carne podrida acarició su nariz y le hizo despertar. La cabeza le dolía terriblemente y el cuerpo no se quedaba atrás, se incorporó lentamente de la cama y vio a su padre sentado frente a él en una silla individual. No decía nada, pero se veía consternado.
—Sam...
—No puedo creer que estés de su lado.
—No estoy de su lado.
—¿Entonces por qué no me crees?
—¿Creerte qué? ¿Qué todo el teatro de la misión fue una simple tapadera para llevarte a tu muerte?
—No lo entiendes papá. Hay algo extraño con estas personas. Ocultan algo, lo sé y tú lo sabes.
—Hijo, no podemos seguir haciendo esto, necesitamos un lugar, un sitio en el cual podamos prosperar.
—¿Y crees que ellos son nuestra salvación? Entonces eres más tonto de lo que imaginé —arremetió sin pensarlo. Su padre no dijo nada, solo se levantó y empezó a toser—. Papá...
—Te quieren fuera, ¿lo sabías? —logró calmar un poco su ataque—. Uno, solo necesitan un motivo y te echarán de aquí así —ilustró casqueando los dedos—. Mira, sé que no confías en ellos, pero justo ahora son lo único que nos separa de una muerte segura allá afuera. Debemos permanecer aquí, aunque sea un poco más de tiempo. No te pido que confíes, solo que resistas, en cuanto las cosas se aligeren, nos iremos.
—¿En serio? —su voz tembló y sus ojos se aguaron.
—Definitivamente hay algo extraño con ellos, lo sé. Pero no podemos levantar más sospechas. Trataré de hablar con Milton, y calmar esto un poco, cuando estés más recuperado, nos vamos, ¿sí?
—Sí —asintió efusivamente.
—Bien. Compórtate, ¿quieres? —avanzó a la puerta y se marchó. Poco después entró Chapman.
—Hola —trató de sonar ameno, pero Sam aún estaba reacio a responder—. Te voy a revisar esa pierna, ¿sí?
—Como sea —se quitó la cobija y dejó que el joven médico lo checara.
—Bueno, definitivamente no es nada de qué preocuparse. Pero si fuera tú, trataría de descansar —buscó en su bolsa de mano y le arrojó unas pastillas—. Toma, te ayudarán con el dolor.
—No entiendo qué haces con ellos.
—¿Perdón?
—Milton, los soldados, lo veo en tu cara, es como si les tuvieras miedo. ¿Qué haces con ellos?
Aquello dejó pensando al muchacho, guardó silencio, y por algunos segundos pareció dudar, cosa que Sam percibió.
—Yo... cometí errores, hice cosas... cosas horribles.
—Todos hemos cometido atrocidades para sobrevivir. Pero eso no quiere decir que seas un desalmado —el soldado no dijo nada, solo se quedó pensando—. Sé que ocultan algo.
Chapman lo volteó a ver, estaba agitado y lleno de sudor. Miró varias veces hacia la puerta y después llegó hasta quedar incómodamente frente a él.
—Deben irse...
—¿Qué? —reaccionó al instante. Sintiendo el temor emanando en cada poro de aquel soldado.
—Tú y tu grupo, no están seguros aquí. Milton, los soldados, no son buenas personas. Deben irse, antes de que sea demasiado tarde —buscó en la bolsa y le entregó su navaja. Con la pelea se le había caído—. Váyanse, y no vuelvan.
—Espera —lo atrapó del brazo—. Ven con nosotros.
—No puedo, ya es tarde para mí. Pero ustedes aún tienen una oportunidad, por favor, no la desperdicien —se paró al instante y salió de la habitación. Dejándolo con el crudo sentimiento de que algo malo estaba por pasar.
Bajó de la cama y rápido se vistió, pero no podía salir por la puerta principal. Joel estaba custodiando su habitación, si algo sucedía o si trataba de encargarse, no tardaría en alertar a los soldados. Avanzó hacia la ventana y consiguió abrirla, había comenzado a llover, con suerte el ruido amortiguaría todo.
—Bien, bien —susurró nervioso y pasó su pie por fuera de la habitación, la lluvia no tardó en empaparlo. Palpó una pequeña saliente de roca y salió por completo, aferrándose del marco de la ventana, miró al suelo y con cuidado trató de bajar, pero la humedad le hizo soltarse y acabar cayendo de espaldas contra un montón de arbustos, aquello hizo su impacto menos doloroso—. Carajo —salió de entre las ramas y se mantuvo agazapado, viendo algo de luz y movimiento dentro de la casa.
Se mantuvo agachado hasta que salió del rango de visión de las ventanas. Se recargó contra la pared y respiró agitado, viendo su navaja y pensando en cómo es que entraría para sacar a sus amigos. Nuevamente un nauseabundo aroma se percibió en las cercanías, como un montón de carne hedionda dejada al sol durante días, cubrió su nariz y salió de ahí, viendo que el aroma parecía venir de una especie de sótano.
—¿Qué carajos? —ni siquiera se había percatado de que ese lugar existía, estaba oculto con algunas ramas que simulaban maleza natural. Avanzó un poco, viendo que aquel aroma provenía de ahí sin lugar a dudas. Retiró las ramas y agitó las puertas, pero tenían candado. Buscó por el lugar y encontró una pala, la tomó y aprovechando el escándalo de la tormenta para golpear con todas sus fuerzas.
Bastaron con tres golpes firmes para que el oxidado metal de aquel candado acabara cediendo. Dejó sus cosas y abrió las puertas del sótano. Pronto una pestilente fragancia de putrefacción emergió del lugar, aguantó las ganas de vomitar y bajó, descendió por las chirriantes escaleras hasta llegar al suelo, estaba lleno de agua estancada, buscó por todo el lugar hasta que en una mesa cercana encontró una lámpara de aceite, la tomó y la encendió, fue entonces que su corazón dio un vuelco.
Cuerpos desechos y desmembrados yacían repartidos por todo el lugar, sangre fresca y vieja manchaba las paredes y cubría el suelo, infinidad de moscas revoloteaban salvajes y degustaban del mórbido festín de cuerpos maltrechos y en descomposición. Se sostuvo de la mesa y aguantó las náuseas y el shock causado por aquella imagen de pesadilla, entonces se encontró con una peculiar prenda en una mesa. Era un chaleco de mezclilla, con un singular emblema bordado en la espalda.
—Por Dios, son Cráneos... —susurró con terror. Retrocedió hasta chocar contra los escalones, soltó la lámpara y subió por las escaleras, o lo intentó, pues dos siluetas se vislumbraron en la entrada del sótano.
—Debiste quedarte en cama, muchacho —aseveró siniestramente mientras clavaba sus profundos ojos hasta lo más profundo de su ser. Le mandó un culatazo contra su cara y le hizo rodar por las escaleras hasta acabar tendido contra el suelo.
Sintió la sangre bajando por su frente, así como un pronto mareo que degeneró en que sus ojos fueran perdiendo fuerza poco a poco, mientras que el Sargento Milton y Nick bajaban por él.
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