10. ¿Buenas intenciones?
El escabroso escenario de un vecindario sumido en caos se materializó, aviones del ejército volaban a toda velocidad en el cielo nublado, casi negro a causa de la noche y el humo, soltando proyectiles que sumían la ciudad cercana en llamas. La gente gritaba sin control, sangre y cadáveres cubrían las calles, explosiones cercanas arrancaban la paz que caracterizaba a aquel barrio suburbano, así como la histeria colectiva que crecía a cada segundo como la marea en una tormenta, mientras, él yacía a la mitad de todo, observando, viviendo en carne propia el horror que el brote había desatado no solo sobre su hogar, sino en todo el mundo. Un errante lo atrapó de los hombros y encajó su mandíbula en su cuello, tiró con fuerza y le arrancó un enorme pedazo de carne, la sangre brotó cual manantial, mientras que sus pulmones no advirtieron al esfuerzo descomunal que hizo al gritar en agonía, a la vez que la profunda hemorragia brotaba sin control y lo acercaba cada vez más rápido a una horrible muerte.
Reaccionó entonces, abriendo los ojos y encontrándose postrado en una suave cama, aquello había sido un sueño, no, una pesadilla más bien, una estigma de su pasado que se hacía presente una vez más seguido y le recordaba con creces lo que sus ojos habían presenciado en aquellos días. Alerta y con el corazón más agitado que una locomotora, giró la cabeza y se encontró con su padre, quien se hallaba dormido en un pequeño sillón justo a su lado, parpadeó un par de veces y recorrió el lugar con la vista, estaba en una amplia habitación de aspecto antiguo pero elegante, a su alrededor había muebles de madera y algunas pinturas, no era en lo absoluto un lugar que recordase.
—¿Papá? —profirió entonces, su voz era seca y rasposa, había despertado con bastante sed. Jonh Anderson abrió los ojos de sopetón, se incorporó en su asiento y después de observar a su hijo unos cortos segundos, se abalanzó hasta él y lo atrapó en sus brazos.
—¡Hijo, por Dios! —acarició su cabello y se apartó para contemplar su rostro—. Al fin despertaste —reconoció con alegría.
—¿Qué? —cuestionó, distante y algo atolondrado, no era para menos, no solo el despertar en un lugar desconocido lo tenía extrañado, sino también el desconocimiento exacto de qué lo había llevado a estar ahí en primer lugar—. Papá, ¿qué está pasando? ¿En dónde estamos?
—Tranquilo, hijo, no te alarmes, estamos bien, estamos a salvo —se apartó de él y avanzó hasta abrir la puerta de la habitación y con fuerza dijo:— Chicos, ya despertó.
No pasaron ni diez segundos cuando los rostros de sus amigos se mostraron ante él. Lizz fue la primera en entrar, llegar hasta él y abrazarlo con todas sus fuerzas.
—¡Sam! —gimoteó en su oído.
—Hola, auch —musitó, entonces ella se apartó.
—Lo siento, ¿estás bien? ¿Cómo te sientes? ¿Recuerdas quién soy? —farfullaba sin control, abriendo sus ojos como un venado y sujetándolo firmemente, como si sintiera que en cualquier segundo acabaría cayendo desmayado.
—Estoy bien, Lizzie —sonrió agraciado, se incorporó un poco y liberó algunos quejidos.
—No te precipites —instó su papá—. Ten cuidado, fue un golpe duro.
—¿Cómo te sientes? —cuestionó la pelirroja, él acarició su cabeza.
—Como si me hubiesen atropellado.
—Creo que no estás tan confundido, al menos recuerdas el accidente —aseguró su amigo Russel mientras se sentaba en la orilla de la cama.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Veo que al fin despertaste —irrumpió entonces un desconocido en la habitación. Abrió los ojos y pegó un salto sobre la cama, pero sus amigos lo tranquilizaron—. Imaginé que después de semejante golpe quizás tardarías más, pero creo que eres un muchacho bastante fuerte.
—¿Quién demonios eres tú? —interrogó severamente al hombre. Este mostró una marcada sonrisa y se introdujo de lleno en la habitación.
—Lo siento, ¿dónde están mis modales? —se paró firme—. Sargento Joseph Milton, de la 127.
—Son militares, hijo —mencionó Jonh, captando de lleno toda su atención—. Del ejército —por la forma en que hablaba, se notaba entusiasta.
—¿Son?
—Mi unidad —Milton habló otra vez—, y yo estábamos haciendo una ronda de vigilancia por la zona, escuchamos un escándalo en el bosque y decidimos ir a revisar, fue cuando los vimos salir. Uno de mis muchachos... bueno, te arroyó accidentalmente con uno de nuestros vehículos. Estabas cubierto de barro y sangre, si tus amigos no hubieran salido, quizás no te habríamos reconocido.
—¿Me atropellaron?
—Y después te trajeron y ayudaron —intervino Jonh—. Así como a nosotros. Gracias a ellos estamos vivos.
Observó detenidamente a aquel sujeto, era un hombre de mediana edad, seguramente rondando los treintas, de cabello oscuro, piel aceitunada y mirada firme, su pantalón de cargo y placas en el cuello eran definitivamente de un soldado, pero algo no le cuadraba del todo.
—Pensé que el ejército había caído.
—Lo hizo —aseguró—. Se suponía que mi unidad sacaría a los sobrevivientes de un pueblo cercano, cuando llegamos no había nada ni nadie a quien salvar, poco después todo se fue en picada, la cuarentena falló, el gobierno acabó por colapsar, todo se volvió en una pesadilla. Luego de un tiempo de vagar por la zona encontramos este sitio, y desde entonces lo usamos como base de operaciones, buscamos sobrevivientes y los traemos aquí —rascó su nuca—. Siendo realistas, son los primeros que encontramos desde hace buen rato.
No importaba si el tema era las desdichas de los tiempos del brote, aquel hombre parecía tener aquella sonrisa pegada al rostro. Sam negó.
—¿Y en dónde estamos?
—En una mansión, a un par de horas del condado más cercano. Escucha, sé que es mucho para procesar, así que les daré algo de tiempo para que se pongan al día —asintió y avanzó hacia la puerta—. Pueden bañarse y tomar la ropa que quieran, los que vivían aquí dejaron muchas cosas atrás, cuando estén listos no duden en bajar, habrá una cena especial esta noche.
—Muchas gracias, Sargento —Jonh lo acompañó hasta la puerta y una vez que se marchó la cerró—. ¿Oyeron eso? Dijo que podíamos bañarnos, no sé ustedes pero no me voy a negar a eso —regresó con el grupo—. ¿Sam, qué pasa?
—¿Es verdad?
—¿De qué hablas?
—Todo lo que dijo ese sujeto, ¿crees que sea verdad? —se incorporó—. Mejor dicho, ¿le crees? —la mirada de su padre denotaba a la perfección que no estaba comprendiendo mucho lo que le decía—. Desde que empezamos este viaje nos hemos encontrado con muchas personas, y ninguna ha sido así de amables, no creo ser el único que piense que es algo extraño.
—Sé que hemos pasado por mucho —llegó hasta posicionarse frente a él—. Pero nos ayudaron, hijo, nos salvaron, nos dieron asilo, comida, y protección, si tramaran algo, bueno, ya lo habrán hecho, ¿no crees?
—Además, son militares —habló Russel—. Están aquí para ayudar.
—Sé que cuesta depositar tu confianza en alguien, más después de todo lo que hemos vivido, pero creo que tienen buenas intenciones.
—¿Buenas intenciones? —recriminó con un dejo de cinismo—. Hoy en día eso es mucho pedir.
—Si bueno, hoy en día también es difícil encontrar un techo y comida caliente, así que no voy a desperdiciarlo —alzó las cejas y palmeó dos veces—. Me daré un baño, les aconsejo hacer lo mismo, quien sabe cuánto tiempo pasará hasta encontrar otro lugar con agua caliente.
—Creo que le haré caso a tu papá —Ann se estiró y de rebote olfateó su axila, después lanzó un quejido al percibir el aroma—. Apesto, necesito un baño relajante, y una siesta no me caería nada mal. —Asintió y mostró una leve sonrisa—. Qué bueno que estés bien —luego de eso se marchó.
Russel decidió no decir nada, tan solo optó por levantarse, despedirse de Sam y hacerle saber que estaba feliz de que despertara y se encontrara bien, poco después acabó por abandonar la habitación, al final tan solo el par de viejos amigos se quedaron.
—¿Te encuentras bien, Sam?
—Sí, eso creo —agitó su cabellera castaña clara, la cual había crecido bastante—. Es solo que han pasado muchas cosas y... no sé, no quiero que esto se arruine.
—Ya veo.
—¿Y tú cómo estás?
—Bien, supongo —recorrió su cabello hacia atrás—. Hace mucho que no dormía en una cama tan cómoda, creo que nos sacamos la lotería al llegar aquí.
—Claro —alzó las cejas.
—Bueno, creo que iré a descansar un poco, me alegra que estés bien, Sam. —Acarició su mano y se puso de pie. Sam apretó el mentón, meditó un poco y se levantó hasta atrapar su mano antes de que partiera—. ¿Qué pasa?
—Escucha, por favor escucha —irrumpió con brusquedad, cosa que la puso alerta—. La noche que nos atacaron en el Distrito, yo-yo tenía miedo, pensé que moriría, pensé que papá moriría, que todo acabaría hecho cenizas, pero nada me aterró más que la idea de que tu pudieras morir. Aquel pensamiento se repitió en la ciudad, en el pueblo, en el bosque, no... no quiero perderte.
—Sam...
—Sé que las cosas han sido demasiado complicadas, y no sé ni siquiera qué pueda pasar mañana, pero no quiero pasar un segundo más sin que sepas, que no importa lo que suceda de ahora en adelante, mi prioridad eres y siempre serás tú.
No la dejó responder nada, tomó su cara y la aproximó hasta conseguir besar sus labios, ella no tardó en responder, lo apretó fuertemente de los brazos y suspiró agitada, luego de separarse lo miró con sus ojos brillantes.
—No me dejes sola.
Mostró una pequeña sonrisa, y siguió besándola sin parar, avanzaron entre tropezones hasta sitiarse de nueva cuenta sobre la cama, Lizz se tendió encima de él y le hizo soltar un leve quejido, apurada se apartó, pero él negó mientras acariciaba su mejilla, en menos de lo pensado comenzaron a hacer el amor en la cama, el calor de sus cuerpos imperó en la fría habitación, mientras que los suaves gemidos de su hermosa compañera endulzaban sus oídos y lo incitaban a seguir durante mucho más tiempo.
Al final de su inesperado pero placentero encuentro acabaron abrazados, descansando en aquel cuarto, únicamente observando el techo en completo silencio. Ella se acomodó sobre su pecho y empezó a acariciar su piel.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó ella, con cierto aire de nostalgia vislumbrándose entre sus ojos.
—¿Fue en la noche de películas, no? En el Distrito —recordó, ella sonrió un poco y asintió—. Sí, estaba demasiado aburrido esa noche. Salí a caminar y fue cuando te vi comiendo una manzana afuera del salón, era invierno, así que estaba haciendo mucho frío, pero tú no tenías un suéter, me acerqué y te ofrecí el mío, tú no dijiste nada, así que lo te lo puse y me senté contigo.
—Fuiste la primera persona con quien hablé luego de lo que pasó con mis padres —sintió como apretaba con más fuerza alrededor de su torso—. Tenía mucho miedo, pero tú me hiciste sentir a salvo. Luego de perderlos, sentí que nada en este mundo podía valer la pena, hasta que te conocí.
Sam dibujó una sonrisa, se acercó a ella y la besó nuevamente, pero ella se apartó antes de que pudiera comenzar.
—Bien, creo que deberíamos arreglarnos, no falta mucho para la cena.
—La cena, claro —se incorporó.
—¿Sigues dudoso, con respecto al Sargento Milton? —cubrió su cuerpo desnudo con una sábana. Sam negó y se rascó la cabeza.
—Solo quiero que lleguemos a Fuerte Esperanza lo antes posible, solo eso.
—Claro —sonrió juguetona y le lanzó una toalla—. ¿Te espero en la regadera?
—Definitivamente —intentó alcanzarla pero acabó enredándose con las sabanas y cayendo de costalazo contra el suelo, Lizz lanzó una carcajada—. Sí, sí, muy gracioso, ¿si sabes que aún estoy frágil, no?
—Ajá —entró en el baño y abrió la llave—. ¡Date prisa, o me acabaré el agua caliente!
Lanzó un pequeño quejido y trató de incorporarse, pero algo debajo de su cama llamó su atención, se arrastró un poco y alargó su mano hasta que palpó un objeto extraño que colgaba desde el colchón, lo sacó, se trataba de una correa de cuero viejo y algo dañado que exhibía algunas salpicaduras de sangre, se quedó viendo aquel cuero para atar y trató de dilucidar el por qué había uno debajo de su cama, pero el llamado de su enamorada le hizo regresar a la realidad.
—¡¿No vienes?!
—Eh... un segundo —acarició el cuero y la ocultó nuevamente debajo del colchón, investigaría después.
Luego de darse un buen baño, se hizo con algo de ropa que encontró tras buscar en el guardarropa de la habitación, unos pantalones de cargo color marrón claro, una playera de manga larga color gris y unas botas de campo traviesa, quienes habían vivido ahí antes tenían bastantes prendas acumuladas, lo cual era extraño, pues además de ello, no había ningún otro indicio de ellos a través del lugar.
—¿Listo?
—Cielos —exclamó luego de verla salir del baño vistiendo un vestido casual de color verde con algunas flores rosas, bastante hermoso y que hacía un gran trabajo resaltando su belleza natural y su figura esbelta.
—¿Qué pasa?
—Nada, solo... te ves muy hermosa.
—Gracias —avanzó hasta él y le dio un beso—. Vamos, guapo, bajemos ya.
Las dimensiones de aquel lugar se mostraron más claras en el segundo en que abandonaron la habitación, se hallaban en un segundo piso, y no parecía ser el último. Regadas por el pasillo había otras habitaciones, las paredes de pintura opaca y algo descascarada yacían cubiertas por antiguas pinturas, adornos o demás piezas decorativas, así como también habían varios muebles individuales colocados en puntos estratégicos de aquel pasillo. Fueron guiados por el barandal de madera blanca hasta una ornamentada escalera que bajaba hasta el nivel inferior, prestó atención en todo a su alrededor, aquel soldado no mentía, era en verdad una mansión, incluso sobre sus cabezas yacía un ostentoso candelabro del cual emergía una tenue luz lo suficientemente potente como para iluminar la estancia y no dejarlos a la deriva entre las sombras.
—Chicos, por aquí —Jonh se encontraba hablando con Milton, igualmente se había bañado y arreglado para la cena, mientras que el otro hombre no se había desecho ni de su uniforme camuflado.
—Se tardaron mucho —el Sargento Milton llevó su cabello negro hacia atrás y sonrió—. ¿Qué tal el agua?
—Muy agradable, gracias, Sargento —agradeció Lizz Graham.
—No es nada —pasó a mirar a Sam—. ¿Qué tal estás, muchacho?
—Bien —sus palabras no fueron muy expresivas. Pero no pareció menguar en lo absoluto los ánimos del soldado.
—Fantástico, espero y tengan hambre, hoy hay un gran banquete —les indicó seguir por un pasillo—. Por aquí, vengan a conocer al resto.
Marcharon por otro pasillo que era iluminado con algunas velas hasta que dieron con la cocina, donde Russel y Ann conversaban con el resto de la unidad de Milton, al menos ocho soldados que rondaban edades similares a las del sargento, aunque una que otra cara se vislumbraba más joven, todos bromeaban y convivían como un grupo más en aquella amplia mesa llena de velas.
—Soldados —habló Milton y todos se levantaron—. Este es el muchacho al que le dimos la bienvenida con el auto, Sam —lo anunció oficialmente, los soldados saludaron, ya fuera con palabras o con uno que otro gesto amistoso con el que buscaban romper la tensión de aquel primer encuentro tan inusual—. Bien, Sam, ellos son mis hombres: León, Richards, Kingston, el tonto de barba horrible es Joel, Nick, ese de allá es Marcus, el de lentes es Chapman y él es Jiménez, nuestro cocinero estrella.
—Hola —saludó el eufórico Jiménez mientras repartía los platos por toda la mesa—. Por favor, tomen asiento.
—Date prisa, Jiménez, ¿qué clase de bienvenida es esta? —exclamó el soldado Nick y varios ahí se rieron, menos Chapman, aquel muchacho se percibía bastante inmerso en sus propios pensamientos.
Sam tomó asiento junto a Lizz y a su padre, analizó a los hombres a su alrededor. La mayoría parecía cumplir con las características propias tanto de un soldado, como de un sobreviviente también. Rudos semblantes que evidenciaban su experiencia en el nuevo mundo, complexiones fuertes y saludables, así como también uno que otro rasgo distintivo que le hacía saber que sabían muy bien cómo defenderse, de lo contrario no estarían ahí.
—¡Listo! —Jiménez salió de la cocina con una gran bandeja en sus manos, avanzó torpemente hasta colocarla a la mitad de la mesa, entonces retiró la tapa y les mostró a todos un gran cerdo ahumado y relleno de lo que parecían ser muchos vegetales—. ¡Voilá! La cena está servida.
Aplausos y ovaciones sonaron con fuerza, se notaban bastante joviales unos con otros. Jiménez hizo una reverencia y después se sentó.
—Los invitados primero —recitó León mientras se colocaba una servilleta en las piernas.
Ann y Russel no perdieron el tiempo y empezaron a cortar partes del cerdo, así como también a servirse una buena porción del relleno del mismo. Milton se levantó y de una gaveta sacó dos botellas de vino tinto.
—¿Una copa?
—¡Por favor! —exclamó Nick con la boca llena.
—¿Jonh? —empezó a llenarlas.
—Bueno, yo eh... —miró de reojo a su dubitativo hijo, después se encogió en hombros—. ¿Por qué no?
—Así se habla —sirvió dos copas y las pasó, una para el padre y otra para su hijo. Una vez que todos tuvieron comida en sus platos y una copa repleta del afrutado vino, alzó la suya y todos lo miraron—. Propongo un brindis, por nuestros nuevos amigos, ¡salud!
Un colectivo ¡salud! resonó a través del comedor, después todos empezaron a comer.
—Y bien, cuéntennos, ¿qué estaban haciendo en el bosque la noche que los encontramos? —cuestionó Richards sin dejar de comer.
Las miradas de la mayoría parecieron caer sobre el más veterano del grupo, Jonh se percató y tomó algo de vino para pasarse el bocado más rápido. Después limpio su boca.
—Bueno, estábamos huyendo, hemos tenido algunos contratiempos tratando de llegar a nuestro destino, buscamos un lugar, un refugio —cruzó las manos—. Fuerte Esperanza —tras decir eso, incluso dejaron de comer. Los soldados se miraron entre sí, como si supieran algo que ellos no, y fuera lo que fuera, no se trataba de algo bueno—. ¿Qué ocurre?
—No quiero desanimarlos, amigos —empezó a decir Kingston—, pero el lugar que buscan no existe.
—¿De qué hablas? —reclamó con apuro.
—Fuerte Esperanza, el Distrito de sobrevivientes más grande y fortificado de todos, un santuario para todos los sobrevivientes, también oímos esa basura —Marcus se llevó un pedazo de cerdo a la boca—. Lo siento, pero no es verdad.
—Lo que mis hombres quieren decir —irrumpió Milton con mucha más condescendencia—. Es que ya llevamos mucho tiempo en esta zona, y nunca hemos sabido nada sobre ningún santuario o refugio.
—Imposible —reclamó Ann—. Es real, tiene que ser real, ¿sino por qué todos sabrían de él?
—Sargento, ¿está seguro? —volvió a inferir Jonh, estaba desesperado por una respuesta diferente. Milton empezó a negar.
—Jonh, llevamos viviendo casi un año en este lugar, de existir un sitio como ese, créanme, no estaríamos aquí —tomó un pedazo de carne y lo mordió—. Lo lamento. —Aquella noticia fue una bomba, una que acabó con todo rayo de esperanza que aquel reducido grupo podía llegar a tener con respecto a aquel refugio—. Es una pena que se enterraran de esto, y más de esta manera, pero vean el lado positivo, ahora tienen un nuevo refugio.
—No nos quedaremos —arremetió Sam con brusquedad. Milton bebió de su vino y limpió un hilillo rojo del borde de sus labios.
—Entiendo, chico —levantó las manos—. Es su decisión, pero aquí tenemos un buen lugar, tenemos comida, agua, y en próximos días buscaremos una fuente de energía, ¿quién sabe? Si se quedan, quizás podríamos trabajar juntos y así hacer de este un nuevo Distrito, uno capaz de proteger a todos los que lleguen y sobrevivir al fin del mundo.
—¿Ese es su plan? —preguntó Lizz.
—Piénsalo, tan solo haría falta una buena defensa contra los reanimados, podemos hacer de este lugar un fuerte —observó la aflicción en los rostros de los recién llegados—. Como dije, ustedes son libres de tomar la decisión que más les convenga. Si quieren, una vez que terminemos con algunos preparativos por aquí, mis muchachos y yo podríamos llevarlos hasta el lugar en donde supuestamente está ubicado ese dichoso refugio, así podrán comprobar ustedes mismos la verdad.
—O podrían quedarse —propuso Jiménez—, un par de manos extras por aquí nos caerían excelentes.
—Vamos, Jiménez, un poco de tacto —habló Nick—. Apenas llevan un día por aquí y ya los quieres de ayudantes de cocina.
—Solo digo.
—Es... mucho para procesar —reconoció Jonh Anderson, levantó su copa y acabó con la mayoría del vino en esta.
—Entiendo, miren, no hay presiones, tómense el tiempo que necesiten, piénsenlo bien, y ya sea que decidan quedarse o continuar con su viaje, entenderemos y los ayudaremos.
—Gracias, Sargento —dijo el no muy animado Russel, el militar asintió.
—Solo una cosa, si se llegan a quedar por aquí, deberán contribuir y ganarse su lugar, este no es un centro de caridad, el tiempo que pasen aquí deberán ayudarnos en los deberes diarios y todo lo que se necesite, hay mucho trabajo por hacer, si nos ayudan, nosotros los ayudamos, ¿les parece?
—Suena justo —recitó Jonh Anderson mientras dejaba salir lentamente un suspiro pesaroso y pensativo, frotó sus ojos—. Cielos, creo que necesito más vino.
—Ya oyeron al hombre —Marcus tomó una de las botellas y se la pasó—. Denle más vino.
Los instantes transcurridos luego de aquella noticia se pasaron lentos y muy amargos, era como si estuvieran de luto luego de perder a alguien muy importante para todos. Incluso el hambre se había ido, no era para menos, todo su viaje había sido en vano.
—Creo que es muy difícil seguir con una conversación amena luego de eso, pero miren el lado positivo, ahora están a salvo.
—Díganle a Chapman que les cuente una de sus locas historias —habló Joel con cierta gracia en sus palabras, parecía que el vino empezaba a ruborizarlo—. Siempre me pone de buenas.
Risas traviesas y ligeramente burlonas se escabulleron entre los miembros de la unidad, aunque más que en sintonía con aquella broma, Chapman se mostraba incómodo. Ann Williams, ya entrada en copas, dejó sus manos bajo su mentón y observó directamente a aquel joven soldado de piel oscura y lentes con fondo de botella.
—¿A qué se refieren?
—No-no es nada.
—Vamos, Chapman, cuéntales a nuestros invitados tu supuesto "origen de la enfermedad" —bromeó Nick sin tomarle demasiada seriedad a lo que acababa de decir—. Aunque tengo que advertirles que es tan fantasioso que da risa.
En menos de un segundo el grupo entero le prestó atención a Chapman, quien se vio acorralado, se había arrellanado tanto en su asiento que parecía buscar que se lo tragara para salir de aquella situación tan penosa.
—Una bacteria ¿no? —enunció Jonh sin un ápice de burla en su tono de voz—. Fue una especie nueva de bacteria o algo así, recuerdo los noticieros y como la señalaban como la principal responsable.
—Yo también oí eso —reconoció Milton—. Pero nuestro cerebrito tiene una versión un tanto diferente de los hechos, anda, Chapman, cuéntales.
—No... no se trata de una bacteria solamente —habló finalmente, tenía una voz suave y ligeramente temblorosa—, sino una cepa, una misma especie de organismos específicos. Antes de... eh... entrar al ejército —aclaró su garganta—. Yo estudiaba un doctorado en una muy prestigiosa universidad en Colorado, en el departamento de ciencias, aún no me titulaba, pero ya trabajaba en el área de microbiología. En fin, a mediados de noviembre empezaron a llegar noticias sobre una nueva enfermedad, decían que había empezado un brote en India y que la cosa era grave, los días pasaron y la cosa se fue poniendo mucho más seria, a tal punto que la OMS decidió instaurar la cuarentena obligatoria a nivel mundial. Una noche nos llamaron a mis colegas a mí a una junta de emergencia, todo era muy extraño, y solo nos reunieron para decirnos más malas noticias, la enfermedad ya había llegado al país, y no solo eso, también que extraños ataques se estaban suscitando en todas partes, la cosa iba a peor. Para resumir, nos llegaron muestras de pacientes con la infección, fue ahí que pude estudiar muy de cerca la cepa que causó todo esto.
—¿Y qué descubriste? —preguntó Sam con todo el interés del mundo. Chapman se acomodó en su asiento.
—El gobierno quería que cualquiera que pudiera ayudara para encontrar una solución al problema. Estuve estudiando las muestras por poco tiempo, pero lo hice a detalle, y nunca antes había visto nada igual.
—¿A qué te refieres? —intervino Russel.
—Era muy diferente a cualquier otro organismo patógeno que hubiera visto antes, y aun así compartía características similares a otros ya conocidos. Se transmitía como otras, pero su habilidad para contrarrestar medicamentos o cualquier otro elemento capaz de frenar su avance, además, también tenía la capacidad de mutar y auto modificarse, algo completamente único.
—¿Eso quiere decir? —dudó Ann ya más espabilada.
—Sea lo que sea, tengo la teoría de que no vino de la nada, sino que quizás fue creada. Todas sus características tanto físicas como bioquímicas apuntaban a que se trataba de una mutación, sí, pero quizás una hecha a propósito.
—¿Quieres decir que alguien creó esta cosa? —preguntó Sam Anderson nuevamente. Casi parecía estar escuchando una historia de terror.
—Es solo una teoría —acomodó sus lentes.
—¿Con qué fin?
—Tal vez no fue con una mala intención, quizás querían probar algo y todo se salió de control.
—Sea lo que sea, todo se fue a la mierda —irrumpió Ann luego de darle un buen sorbo directo de la botella. El rubor de su cara y el arrastre de sus palabras indicaban que aquel trago había caído con mucha fuerza—. Si fue creada o no ya no interesa, todos están muertos o infectados, y el mundo que conocíamos ya no existe más, así que no importa —bebió nuevamente y con mucha efusividad—. Ya nada importa.
Se levantó y abandonó la habitación, dejando atrás una pesada aura llena de melancolía y amargura que se contagió a través de todos los allí presentes. El resto de la velada se fue en anécdotas del viejo mundo, recuerdos y una que otra broma que no consiguió alivianar la tensión, al final, tan solo Jonh Anderson y el Sargento Milton restaron en aquella mesa en el comedor. Iluminados gracias a una última vela que esparcía su cera a través de la madera, cavilaban cada uno desde su asiento, hasta que el militar se puso de pie y detrás de una alacena sacó una cajita de madera con una fina ornamentación hecha de lo que parecía era plata.
—Pensé que tendría que compartirlos con los demás, pero viendo que solo estamos tú y yo, creo que es mejor guardar el secreto, ¿no crees? —abrió la cajita y de esta extrajo un puro, lo olfateó y después de cortarle la punta lo dejó en su boca—. ¿Fumas, Jonh? —empezó a encenderlo.
—Lo hacía antes —reconoció, mientras se balanceaba sobre su silla y miraba detenidamente la tenue llama de aquella vela—. En realidad, hacía muchísimas cosas antes, que ya nunca más se repetirán.
—¿Y qué cosas hacías antes? —se acomodó en su lugar y soltó el humo.
Jonh rascó su barba, se encogió en hombros y empezó a pensar.
—No lo sé, supongo que un montón de cosas mundanas que nunca creí extrañaría en realidad —dejó su puño en sus labios—. Cada día me despertaba bien temprano para irme al trabajo, veía el futbol los domingos por las tardes, iba a la iglesia, hacía ejercicio de vez en cuando, tú sabes, esa clase de estupideces.
—Sí.
—¿Qué hay de ti?
—Oh, ya sabes —tiró la ceniza en el suelo—. Un poco de esto, un poco de aquello. En la mayoría del tiempo estaba en casa con mi mujer, nada del otro mundo.
—¿Ella...?
—Fue de las primeras en morir a causa del brote —la sombra acrecentó en torno a su mirada—. Todo era un caos, la gente estaba desatada, las calles estaban repletas de cadáveres, vi amigos, vecinos, gente que conocía matarse entre ellos sin remordimiento alguno, era un infierno. Intenté mantenernos a salvo, pero al final fue en vano, se fue, no pude hacer nada para evitarlo. Lo que me reconforta es el hecho de que ella nunca se transformó, tan solo dejó este mundo. Supongo que me ahorré ese trauma.
Prestó atención en los viajantes ojos de aquel nostálgico hombre frente a él, se mostraban abrillantados, parecía que aquella conversación lo había llevado al pasado que cada noche rememoraba sin parar. Tiró de nueva cuenta la ceniza sobre la madera y tomó aire.
—¿Qué hay de ti? ¿Hubo alguien, antes de todo esto?
Jonh asintió con pesadumbre.
—Tenía una esposa, y... bueno —tragó saliva—. Solo digamos que tenía una familia mucho más grande antes de todo esto sucediera. Ella... ella y yo no estábamos bien, nuestro matrimonio no estaba pasando por su mejor momento, en ese entonces vivía con su madre, lejos de la ciudad, realmente no sabía que sucedería, pero cuando todo estalló, mi única misión fue encontrarla.
—¿Y lo hiciste?
—Sí —reconoció con amargura. Asintió, mientras que una lágrima fugaz bajaba por su mejilla—. La encontré —alzó la mirada y el fuego iluminó sus ojos—. Pero llegué demasiado tarde, no pude salvarla. Hice lo que tenía que hacer, y seguí adelante.
Un trueno azotó afuera y seguido llagaron las gotas de la tormenta.
—Es difícil dejarlos ir, ¿no es así?
—No —repuso—. Lo difícil no es ver a los que amas partir, sino tener que afrontar el resto de tu vida sin ellos.
—Al menos tienes a tu hijo.
—Sí —limpió su nariz y se acomodó en su silla—. Atravesamos un infierno para conseguir sobrevivir, pasaron muchas cosas, cometí errores, hice cosas... cosas que nunca podré dejar atrás, y aun así, sigo aquí. Todo lo que he hecho, y todo lo que hago es por él. Lo protegeré hasta el último de mis días, aun si eso significa entregar mi vida para hacerlo.
—Eres un buen padre, Jonh. La clase de padre que me hubiera gustado ser.
El hombre no dijo nada, apretó los labios y se puso de pie. Miró por la ventana, hacia la luz que proyectaban los rayos tras azotar con fuerza en la lejanía.
—Creo que me iré a dormir. Estoy muy cansado.
—Claro, descansa, ya mañana será otro día.
La lluvia acabó conquistando la noche, iluminándola repentinamente con sus truenos, y cubriendo el silencio con el cantar de la lluvia. Sam salió de su habitación, había estado tratando de dormir desde hacía rato, pero no podía, tenía demasiadas cosas en qué pensar.
Salió de la habitación y surcó el pasillo, analizando cada detalle del lugar. Se encaminó al baño, y fue cuando vio la puerta semi abierta, la luz del exterior se filtraba y le permitía ver una figura en el interior, sacó de su bolsillo una navaja plegable —la misma que todas las noches guardaba en caso de emergencia— y se encaminó al lugar, la madera fría calaba en sus pies descalzos, mientras que la luz centellante de los truenos cubría su andar, abrió la puerta de golpe y encontró a la pelirroja sentada en suelo a un lado del retrete.
—¿Ann? —estaba llorando y en su mano aún tenía aquella botella de vino—. Carajo —llegó con ella y trató de levantarla, estaba hecha un bulto—. Santo cielo, Ann, ¿qué haces aquí?
—Yo... quería... quería caminar y...
—Maldición —pasó su brazo por encima de su hombro y tomó su cadera con firmeza, la sacó del baño y la guio a su habitación.
—Sam...
—Tranquila, te llevo a tu cuarto, necesitas dormir. —Abrió la puerta y la encaminó hasta la cama, la depositó en su colchón de la manera más amable que pudo y se apartó para mirarla, está hecha un desastre—. ¿Te tomaste eso tu sola? —apuntó a la botella, su compañera balbuceó y asintió torpemente—. Mierda, anda, dame eso.
—¡No! —gruñó y abrazó la botella. Se arrodilló en la cama, la blanda superficie pareció quererle jugar en contra y tratar de hacerla caer, pero de milagro él la atrapó—. No te la daré... es mía.
—Ann, estás muy borracha, mejor dámela.
La chica llegó hasta él y se adueñó fugazmente de sus labios. Pero Sam la apartó al instante, aquel beso se sintió todo, menos placentero.
—Ey, ¿qué haces? —reprochó disgustado y ella pareció enojarse.
—Solo... solo quería hacerlo, tú... tú me-me gustas, tonto. Solo quería... —ni siquiera era capaz de articular una simple oración.
—Dame eso —le arrebató la botella—. Trata de descansar.
—Sam —le llamó, se volteó temeroso y ella empezaba a gimotear—. Todos están muertos.
—¿Qué dices? —aquello no había sido por obre de la bebida.
—Todos están muertos —soltó el llanto nuevamente—. Mi familia, mis amigos, mi grupo, Jerry, todos, yo... estoy sola.
—Oye —la abrazó delicadamente y ella se aferró—. Nos tenemos a nosotros, y no estás sola, ya no más. Estamos juntos en esto, y así será hasta el final —sollozó en su hombro y lo apretó con mucha fuerza.
—Yo, lo extraño mucho.
—Lo sé —acarició su cabello—. Lo sé.
Pasaron un par de días después de eso, y durante ese tiempo todo estuvo bastante tranquilo, al punto de volverse algo aburrido. Milton no necesitó demasiado del grupo, la mayoría de los trabajos los hacían los soldados, mientras que ellos tan solo se dedicaban a deberes más sencillos dentro de la mansión, a veces vigilar el perímetro, o limpiar algunas habitaciones, apuntalar suministros, nada que fuese demasiado demandante. En su antiguo Distrito, Jonh y Sam eran recolectores, se encargaban de cazar o encontrar comida junto con los demás grupos que salían en expediciones. Había días enteros que se la pasaban afuera, únicamente recorriendo los bosques o yendo al río a ver si tenían suerte y llegaban a pescar algo.
En aquellos días Sam pensaba que su deber era demasiado aburrido, por lo regular era Jonh quien se encargaba de la caza, mientras que él aprendía otras cosas, como a rastrear, crear fuego o crear trampas para otro tipo de animales, mientras más tiempo pasaba con su padre más aprendía a como desenvolverse afuera. Pero en aquella mansión se sentía inútil, como si el sentir la adrenalina de estar siendo asolado por la muerte a cada instante lo hubiese malacostumbrado, malacostumbrado a la vida mundana.
Estaba junto con Kingston, le había pedido de favor si lo ayudaba a llevar algo de ropa a la lavandería de la mansión, él aceptó, no era como que tuviera algo más interesante qué hacer. Recorrieron parte del lugar hasta que llegaron a una modesta habitación llena de lavadoras y secadoras, todas conectadas a un generador.
—Los uniformes aquí y el resto acá —le indicó mientras tomaba un par de bolsas llenas de ropa—. Veinte minutos cada una serán suficientes, no podemos desperdiciar más energía de la necesaria.
—Claro —atendió con desgano y tomó una de las bolsas con ropa común. Depositó todo adentro de la lavadora, y fue cuando algo llamó su atención, algunas sabanas llevaba algo de sangre seca encima, apretó el mentón y vio al militar que programaba los aparatos para el lavado, tomó una de las sabanas y le llamó—. Oye, Kingston, ¿por qué estás tienen sangre?
—Oh —se dio vuelta y miró las sábanas en sus manos—. Cuando llegaste tenías algunas heridas, así que cuando las tratamos, manchaste algunas, no te preocupes.
—Ya veo —analizó las manchas, sintiendo una ligera extrañeza, pues estaba convencido que además de uno que otro moretón, aquel golpe no le había provocado heridas sangrantes. Se le quedó mirando entonces, como si no fuese la misma persona con quien había entrado en primer lugar, algo en los ojos de aquel soldado le hacía pensar que estaba ocultando algo, así que siguió indagando—. ¿Hace cuánto que llevan viviendo por aquí?
—Eh, ya unos meses, llevamos desde el invierno pasado. Buscábamos refugio de una gran tormenta, fue un milagro que lográramos llegar a este lugar.
—¿Y la gente que vivía aquí antes? —nuevamente el soldado se giró para verlo—. He recorrido el lugar un par de veces y no he encontrado ninguna señal de ellos, nada más ropa y algunas pertenencias.
—No lo sé, hombre —echó el bulto de ropa en la lavadora y la puso a andar—. Cuando llegamos ya estaba vacía. No había nadie por ningún lugar, seguramente ya estaban muertos. Pero rápido, acabemos con esto que aún tengo cosas por hacer.
Analizó la sábana una última vez y la arrojó en la lavadora, prefirió dejar de lado las preguntas y seguir con su día como si nada hubiera pasado. Aunque le fue difícil, trató de dejar de pensar, pero a medida que recorría los elegantes rincones de aquella mansión perdida entre la nada, no dejaba de meditar, sobre todo, sobre los soldados, sobre aquella casa y quienes habían estado antes, sobre Fuerte Esperanza y el destino de su grupo ahora que estaban ahí.
Caminó por el segundo piso, analizando cada detalle de aquella casa, hasta que por fuera de la ventana algo llamó poderosamente su atención. Salió para ver mejor, y desde el porche de la mansión se vislumbró un establo que antes había omitido, estaba apartado de la propiedad, pero aun desde la distancia pudo ver que estaba sellado, cada ventana se veía con algunas tablas bien puestas, al igual que la puerta que además poseía una gran cadena reteniéndola. Ladeó la cabeza con curiosidad y cruzó los brazos. En eso las risas de un par de soldados le hicieron reaccionar, Nick y Richards aparecieron, parecían haber regresado de su ronda de patrullaje.
—Ey, Sam —saludó Nick con emoción—. ¿Qué haces?
—Nada —carraspeó y trató de disimular—. Quería ver el paisaje.
—¿Está lindo, no es así? —Richards posó su M4 sobre su hombro.
—Lo es, sí —rascó su nariz y disimuló—. Aunque no pude evitar notar esa cosa de allá —apuntó al establo—. ¿Para qué lo tienen?
El dúo de soldados pareció mirarse, duró apenas unos segundos, pero Sam lo notó, ellos parecían saber, aunque tampoco se notaban dispuestos a compartirlo.
—Nada importante —Nick avanzó hasta él y palmeó su hombro con cierta rudeza—. Herramientas, algunas semillas y cosas para sembrar, tu sabes, porquerías de ese estilo.
—Mucha seguridad para unas simples semillas, ¿no crees? —sonrió con cierto cinismo.
—Ya viste como es Milton —intervino Richards—. Es un paranoico.
—Sí, ya lo creo.
—Sí —Richards quedó a su otro lado—. Solo haznos un favor ¿quieres? No vayas a husmear por allá, Milton es muy severo en esas cuestiones. Solo eso.
—Claro, no hay problema.
—Bien —se puso una gorra camuflada—. ¿Por qué no vienes? Jugaremos póker.
—Debo ayudar a mi papá con algo, pero en cuanto acabe los alcanzo.
—Seguro.
Aguardó a que se marcharan, entonces se apuró a ir hacia el establo, vigiló que nadie lo estuviese viendo, pero acabó desviándose luego de escuchar un fuerte sonido proveniente del bosque, lo conocía bien, y por ello mismo sabía que no era común escucharlo tan seguido, en especial a la mitad del bosque. Decidió entrar al bosque, las lluvias continuas habían dejado un camino de tierra mojada que levantaba una elegante fragancia, el verde de cada rincón se percibía brillante y muy hermoso, pero no podía darse el lujo de disfrutarlo, siguió de largo a través de los árboles, escuchando su firme galopar y su agitada respiración.
Llagó hasta un claro, en donde estaba él, un bello ejemplar de color café que se había detenido para comer algo de césped.
—Cielos —exclamó en voz baja, se sujetó de un tronco y sonrió con impresión—. Estás muy lejos de casa —dio un paso hacia delante, pero el caballo alzó su cabeza y lo centró con la mirada. Alzó sus manos—. Tranquilo, chico, no te haré daño.
Avanzó, tomando su distancia de aquel imponente animal, este bufaba y pisoteaba con fuerza, parecía estar marcando su territorio. Entonces recordó, buscó en su bolsillo y sacó una bolsa con algunos pedazos de manzana que Lizz le había dado en la mañana, sacó uno y se lo mostró.
—Tranquilo, tranquilo, ¿quieres? —finalmente llegó con él, le ofreció el pedazo de fruta y el animal lo aceptó y lo comió desde su mano—. ¿Ves? No todos somos malos.
Sonrió con algo de nostalgia. Acarició su fino pelaje y suspiró. Cuando él y su padre llegaron al Distrito 5 luego de que los muertos se apoderaran de la ciudad, lo primero que pudo hacerlo olvidar aquella desgracia fueron los caballos de la comunidad, aquellos hermosos seres habían sido buenos con él, tanto así que aprendió a montar y a cuidarlos, de entre todas las tareas de la comunidad, aquella era su favorita, no había un solo día en que no fuera a los establos para visitar a su cuadrúpedo amigo de manchas claras y pelaje café, a quien había bautizado como Bengala, según él, resaltaba de entre los demás y por ello el nombre.
—¿Qué haces aquí? —palmeó su tonificada espalda. El caballo bufó, soltando algo de vaho en el proceso—. Ya sé —acarició su hocico con suavidad—, estás buscando tu hogar ¿no es así? —le miró directamente con su ojo marrón y profundo, entonces suspiró—. Yo también, amigo, yo también.
El rugido de un arma cercana, proveniente además desde el lado de la mansión le hizo soltarlo al momento. Aquella imponente bestia se elevó con dos patas y relinchó con fuerza, aterrizó sobre la tierra y se alejó de él a toda velocidad, perdiéndose dentro del bosque nuevamente. Sam desenfundó su cuchillo y corrió nuevamente hacia la propiedad, rogando internamente porque las cosas no se hubieran ido al carajo una vez más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro