La Cena Roja
Tomé la pala y eché el último montón de tierra sobre Jimmy antes de empezar a llorar.
De todos los novios que tuve, él había sido el más amoroso, detallista, fiel, tierno y loco. Pero no era loco de "loco de amor", era un maldito psicópata.
Yo era una chica tranquila, y él me vio como una presa fácil para sus enfermas prácticas de canibalismo y sed de sangre. Aunque en algún momento imaginé que él sería complicado de atrapar con mi falta de encanto, me di cuenta de que su tipo era yo: torpe, distraída y descuidada. Jimmy parecía el chico normal del lado, el que te daba la bienvenida al vecindario con una botella de vino blanco y una tarta de manzana. Y precisamente con eso, me tuvo en su mano. Como dicen por ahí, fue amor a primera vista.
Nunca olvidaré la última vez que él me invitó a su casa. Había velas encendidas por todas partes, pétalos de rosas rojas en la entrada y una deliciosa cena de carne a término medio, salsa de arándano y vino tinto. Un hermoso escenario donde se podían dar las muestras de amor más románticas de todas... o se podía ocultar con facilidad una gran mancha de sangre.
Mientras estuvimos juntos, él dio pistas muy sutiles sobre lo que escondía: la obsesión por los cráneos que decoraban toda su casa y que de lejos se veían humanos por su tamaño, una colección de cuchillos demasiado inusual para alguien que no era chef, una extrañísima afición a coleccionar líquidos rojos en envases pequeños, ilustraciones de corazones de diferentes animales, y esas cosas sólo eran la punta del iceberg. Pero lejos de sentir miedo, quise aprender a defenderme de él, por si se le ocurría hacerme daño.
En la noche de la cena roja, Jimmy vestía una camisa de seda que hacía juego con su colección de líquidos envasados. Yo, al igual que él, vestía de rojo. Todos los indicios que él escondía pasaban desapercibidos para cualquier persona, pero no para mí. Yo era muy observadora, demasiado para mi gusto. Eso había acabado con mis relaciones anteriores, y definitivamente acabaría con ésta también.
Un cadencioso tango entre los dos escondía un motivo ulterior, y habiendo perdido el elemento sorpresa, Jimmy no vio el afilado cuchillo de rubí que desgarró su pecho. Lo que si vio antes de morir, fue su propio corazón en mi mano derecha, mientras me despedía con la izquierda.
Dejo esta carta en mi habitación, cómo no, escrita con mi propia sangre, junto al frasco de vidrio que contiene el corazón de mi novio, esperando que quien la lea sepa que lo amé, lo amé muchísimo. Lo amé tanto, que decidí sacarlo de su miseria para que no le hiciera daño a nadie más. Su última voluntad me ha perturbado desde que dejó de respirar, y aunque podría acabar mi pesadilla sólo con tomar una simple decisión, es más sencillo quitarme la vida que hacer lo que él me dice en sueños, o cuando despierto, o cuando trato de callar su voz gritando más fuerte.
Lo que más me atormenta es haberme convertido, sin darme cuenta, en alguien igual o peor que él.
Debí apuñalarlo cincuenta veces, tal vez, sólo tal vez, si lo hubiera hecho, no estaría escuchando ahora su estúpida voz, su constante demanda, que nunca me abandonará mientras viva: "Cómetelo, cómetelo, ¡cómetelo!"
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