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Capítulo 9


Una vez en su habitación, ni siquiera se molestó en echar un vistazo por la ventana; el ángulo era totalmente ciego desde allí. En lugar de eso fue hasta su escritorio y sacó lápices y una hoja.

No acostumbraba dibujar a diario; era más bien una vía de escape, su forma de desahogarse cuando tenía demasiadas cosas en la cabeza. Y justo ahora las sirenas y las imágenes de su sueño se sentían demasiado grandes, hasta el punto de opacar al resto de sus pensamientos. De modo que agarró el lápiz y dejó que sus preocupaciones fluyeran libremente invadiendo el papel.

No se dio cuenta de todo el tiempo que llevaba dibujando sino hasta que su progenitora se asomó para decirle que ya se iba. Mei alzó la vista de la hoja, parpadeando confundida al ver que ya afuera era de día y que las sirenas habían dejado de escucharse. Llevaba unas tres horas ahí sentada.

Despidió a su madre con un beso y se dedicó a contemplar su obra. Siempre le pasaba que se concentraba tanto en los detalles que al alejarse y mirar el dibujo en su conjunto, acababa sorprendiéndose de lo que ella misma había creado.

El callejón en penumbras tenía incluso profundidad, como si fuese posible atravesar el papel y caer en él en cualquier momento. Las enredaderas de fuego reptando por todas partes eran tan realistas que casi podía ver el movimiento de las llamas. Lo único que no le había quedado perfecto era la figura del hombre, principalmente su rostro; por más que se esforzase no conseguía recordarlo, así que coloreó de negro el óvalo donde debería ir su cara. Lo había dibujado en el suelo, cuando recién renunciaba a seguir huyendo pero el lirio aún no lo había quemado. El cuadro en conjunto era... hermoso. Oscuro y retorcido, pero hermoso.

Lo guardó en la carpeta donde ponía todos sus dibujos y fue a bañarse; todavía se sentía pegajosa luego de la pesadilla. Mientras se cepillaba los dientes frente al espejo del baño, un reflejo de la luz en su rostro le hizo detenerse. ¿Qué...? Acercó la nariz al cristal, intentando ver de nuevo aquello. Había sido solo un segundo, pero casi podría jurar que sobre sus mejillas había... No, no podía ser. Se pasó la mano por la piel lisa, solo para comprobar. De seguro todo era producto de su falta de sueño y el esfuerzo a que había sometido sus ojos dibujando tanto tiempo sin descanso. Sacudiendo la cabeza, apartó aquellos disparates de su mente y siguió con su rutina.

Hoy no tenía ganas de quedarse en casa. Le habría gustado poder ir hasta el otro lado de la ciudad y averiguar sobre lo ocurrido en la madrugada, pero su madre se había encargado de presentarla a todos sus conocidos en la zona, por lo que si intentaba ir más allá de las manzanas establecidas, acabaría siendo delatada y no quería ni pensar en el castigo que le traería eso.

De modo que lo más seguro era visitar a la Abuela Feng, averiguar si tenía para ella algunas de esas deliciosas galletas recién horneadas, y luego caminar un poco a ver si pescaba un par de comentarios al aire sobre qué había pasado. Tal vez incluso ya estuviese en los periódicos que el señor Hoa vendía.

Sin embargo cuando finalmente bajó al apartamento de la Abuela, ésta no abrió.

—Regresará más tarde; la vi hace unos minutos en la calle. —Se giró para encontrarse con la señora Wong, la vecina que vivía al otro lado del pasillo en su mismo piso. 

—Buenos días —la saludó, sorprendida de verla subiendo las escaleras y, según el bolso de cartón en su mano, de regreso de hacer compras. Era la primera vez que se la encontraba fuera de su apartamento y para colmo sin la compañía de sus preciados pekineses. Se trataba de una anciana algo rechoncha y, según su madre, bastante cascarrabias y antisocial, aunque el par de veces que Mei se la encontró en el pasillo se mostró muy amable.

—No me mires así, niña —se rió la señora, sacudiendo el corto pelo negro—. Cualquiera diría que nunca has visto a una mujer regresar de hacer sus compras. Vamos, vamos, que aunque no me guste salir mucho, tampoco puede ser tan asombroso verme aquí a plena luz del día. No es como si fuera un vampiro.

—Lo siento —se apresuró a decir Mei, avergonzada.

—Oh, no hace falta que te disculpes —repuso ella, divertida—. No eres la única que cree que soy una especie de ermitaña.

—Yo no creo eso, solo... solo... ¿Cómo están sus perritos?

—Pues no tan bien como tú, eso seguro, y muchísimo mejor que yo. —Soltó una suave carcajada—. Ya deja de preocuparte; no creo que hayas sido grosera en ningún momento. Sonríe un poco y vete a jugar por ahí en lo que la Abuela Feng regresa.

—¿Sabe adónde fue ella?

—Tal vez tarde un poco, no la esperes... —La anciana pareció pensárselo un poco antes de añadir:—. A veces va a resolver asuntos de espíritus y suele demorar.

—Está bien. —Entonces tendría que olvidarse de las galletas e ir directamente a ver al señor Hoa—. Nos vemos, señora Wong —se despidió, echando a andar hacia las escaleras.

—Hasta luego, y recuerda no alejarte mucho de casa.

Cuando Mei finalmente llegó a la calle, se encontró con que había mucha más gente circulando que de costumbre. En la acera de enfrente, justo a la entrada del salón de belleza, varias mujeres se habían detenido a hablar e interrumpían el paso. Otro tanto ocurría en la siguiente manzana, frente a la oficina de correos. Era innegable que todo aquel movimiento extraño tenía que ver con las sirenas de más temprano.

Apresuró el paso hacia la esquina, pero al llegar a la tiendecilla se encontró con que el señor Hoa conversaba afuera con un hombre vestido de traje. Los dos le daban la espalda y no se molestaban en bajar la voz, por lo que al dar un par de pasos más pudo escuchar perfectamente lo que se decían:

—¿Crees que estén relacionados entre sí? —preguntaba en ese momento el señor Hoa, limpiando sus gafas con un pañuelo.

—Aún es muy temprano para saberlo... Aunque lo cierto es que dudo que se conocieran; James Martin era un recién llegado y no tenía mucho tiempo libre por su oficio. Todos los que le conocían, dejando a un lado a sus vecinos, o bien eran pacientes y compañeros de trabajo, o bien eran personas que se encontraba en su camino habitual hacia el hospital. Fong ni siquiera acostumbraba salir de su casa y no padecía de nada que lo hiciese visitar a un cardiólogo. —El hombre del traje hablaba de un modo raro, sin emoción, como si en vez de conversar sobre personas lo estuviese haciendo sobre datos en un libro de texto. Mei no habría podido hablar así, en especial sabiendo la forma en que había muerto James Martin.

—Sí, es muy raro —dijo el señor Hoa—. Ese Fong siempre fue un chico diferente. Recuerdo que no abandonaba su casa ni siquiera para jugar; mis hijos lo solían invitar en el tiempo que estuvimos viviendo en su calle y él no aceptó ni una vez. Y la forma en que dejó la escuela para cuidar de su madre... Ella recién falleció hace un par de meses; ese muchacho ni siquiera alcanzó a disfrutar su libertad.

—La pregunta es qué estaba haciendo en ese callejón en medio de la madrugada. ¿El asesino lo engañó para que se encontrase con él ahí o fue una casualidad?

¡¿Callejón?! ¡¿Asesino?! Mei emitió un sonido ahogado que hizo que los dos hombres se voltearan, descubriéndola. El señor Hoa frunció tanto sus cejas que casi formaron una sola línea en su frente.

—¿Pero tú qué haces ahí detrás, mocosa? —dijo molesto—. ¿Nadie te ha dicho que es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas?

—Yo... —La habían agarrado con las manos en la masa; no había forma de salirse de aquel lío—. Yo solo venía a por un periódico.

—Sí, sí, ya me imagino qué es lo que buscabas leer en ese periódico. —La acusó con el dedo—. Ya te he dicho que esos no son temas para niños.

—Soy mayor de lo que cree.

—Aun así siguen sin ser temas adecuados para ti... Y ya que estamos, no tengo lo que buscas; todavía no se publica, así que ahora mismo puedes dejar de espiar a los adultos y marcharte.

Mei no quería irse sin acabar de entender lo que había escuchado, así que, aprovechando que también tenía la atención del amigo del señor Hoa, le preguntó directamente:

—¿Qué era eso sobre un asesino y un callejón? ¿Mataron a alguien en uno? ¿Y qué tiene que ver ese tal Fong con James Martin?

—¡Habrase visto! Pero...

—Ya, no te alteres. —El hombre de traje puso una mano sobre el hombro del anciano y miró a Mei con seriedad—. Si te respondo, ¿prometes no volver a espiarnos a nosotros ni a ningún otro adulto? 

—¿Me dirá la verdad?

—Por supuesto. —Mei lo observó unos segundos. Era alto y todo en él parecía imbuido de autoridad. No se parecía en nada al señor Hoa y estaba segura de que de haber sido él quien le ordenaba marcharse, habría obedecido sin chistar.

—Está bien —aceptó.

—Sí, hubo un asesinato; mataron a un hombre llamado Fong en un callejón algo lejos de aquí.

—¿Lo quemaron vivo igual que a James Martin? —A diferencia del anciano vendedor, él no pareció impresionado de que ella hiciese una pregunta así.

—Sí fue quemado vivo. Fuera de eso todavía no hay nada que lo relacione con el médico, así que no quiero enterarme de que andas esparciendo rumores por ahí... ¿Queda claro? —Se inclinó para mirar con seriedad a Mei y ella se esforzó en sostenerle la mirada.

—Sí —dijo aunque todavía tenía una pregunta más. Una muy importante...

—¿Segura? Soy policía, así que me enteraré si estás mintiendo y no querrás saber lo que les pasa a los chicos que mienten a la policía. Eso es un delito, ¿lo sabías?

Mei lo observó de hito en hito. Sí, se veía muy intimidante con el ceño fruncido y aquellos ojos de halcón fijos en su rostro, pero ella no era boba. Ya era lo bastante mayor para entender que la policía sabía mucho menos de lo que acostumbraba aparentar; no en vano veía tantas películas y series sobre el tema con su madre. A otro perro con ese hueso; ella no se asustaba tan fácil.

—Lo que sé es que a los niños no les pasa nada por hacer eso que dices —respondió, alzando la nariz con suficiencia—. Tengo doce años, no cinco; a mí no me vas a asustar tan fácil... Además, ¿dónde está tu placa? Todos los policías tienen una y no veo la tuya.

El señor Hoa soltó un bufido ante su insolente respuesta, pero su amigo, lejos de molestarse, lanzó una sonora carcajada para sorpresa de Mei, quien ya se esperaba otro regaño.

—¿De dónde sacaste a tu pequeña amiga, Hoa? —dijo entre risas, palmeándole el hombro al anciano—. Definitivamente no es algo que se vea todos los días... —Y girándose hacia ella, añadió, ya más serio:—. Anda a tu casa, señorita. Tengas cinco, doce o dieciocho, hoy no es un buen día para estar desandando por ahí, y eso sí que no me lo puedes negar.

Mei ya iba a obedecer, cuando un pensamiento fugaz le recordó la pregunta que le faltaba por hacer, aquella tan importante:

—El callejón... ¿Las casas estaban muy pegadas unas con otras y todas eran de dos pisos?

Aquello borró la sonrisa del rostro del hombre y su mirada se tornó calculadora.

—¿De dónde sacaste esa idea?

Ahí tenía su respuesta. Mei sintió que se le aflojaban las piernas ante esa confirmación. Era cierto. Sus sospechas no eran en vano; en verdad había soñado con el hombre asesinado. Había visto sus últimos minutos de vida con sus propios ojos y también había visto... No. No podía ser. Su sueño debía haber cambiado algo porque no era posible que unas flores mágicas dirigidas por una voz misteriosa fuesen las responsables de su muerte... ¿O tal vez sí? 

Tenía que preguntarle a la Abuela Feng; ella era la experta en espíritus y cosas extraordinarias. Si alguien sabía el verdadero significado de su sueño, esa era ella.

—¿Chica...? —La voz preocupada del señor Hoa la trajo de regreso a la realidad—. ¿Estás bien?

—Sí... —murmuró, algo aturdida—. Sí. Yo... solo soñé con eso y no sabía... Me tengo que ir a casa.

Se dio la vuelta bajo las miradas de extrañeza de los hombres y emprendió el regreso hacia su edificio. Necesitaba hablar con la Abuela cuanto antes. ¿Y si su sueño era un mensaje, o incluso una visión? ¿Ahora tenía visiones de lo que pasaba en otros lugares, tal vez incluso del futuro? ¿Y si sus sueños eran la clave para atrapar al asesino?

Con aquel tornado de ideas en su cabeza llegó al apartamento de la Abuela y sintió cómo dejaba escapar un suspiro de alivio al encontrar la puerta abierta y a la mujer caminando de un lado a otro, recogiendo cosas para echarlas en un bolso.

—¡Oh, buen día, pequeña! —saludó ella al notarla de pie en la entrada—. ¿Te levantaste ahora? Estoy algo ocupada, pero puedes ir a la cocina mientras termino aquí; hay galletas.

—Eh... La verdad es que quería... Tengo una pregunta y... —La Abuela se giró ante su indecisión y la miró unos segundos enarcando una ceja.

—¿Quieres que nos sentemos a conversar? —propuso con una sonrisa, dejando el bolso blanco en una silla y extendiéndole una mano en invitación—. Vamos, lo que estoy haciendo puede esperar.

Mei no dudó en aceptar y la siguió hasta la cocina, donde se sentaron a la mesa una frente a la otra. La Abuela empujó una fuente con galletas hacia ella, pero la verdad era que no tenía ganas de comer nada... Al menos no hasta que le aclarase sus dudas.

—Yo... tuve un sueño —comenzó—. Fue una pesadilla y salía... Vi... vi cómo... o casi cómo...

—Cariño —La mujer tomó sus manos y les dio un suave apretón—, solo dilo. Sabes que puedes contarme lo que sea.

—Soñé con el hombre que quemaron vivo ayer... Fong —soltó por fin y recibió a cambio una mirada de sorpresa.

—¿Qué quieres decir exactamente con que soñaste? ¿Y cómo sabes su apellido?

Mei se lo contó todo, desde cada detalle de su sueño hasta la conversación que escuchó entre el señor Hoa y su amigo, y cómo luego éste le confirmó que lo ocurrido en su pesadilla había sido real. Mientras hablaba, los ojos de lluvia de la Abuela se iban agrandando cada vez más, sus cejas amenazando con alcanzar el nacimiento del pelo. Ni por un solo instante le soltó las manos y cada tanto le daba unos suaves apretones que la animaban a seguir adelante con su relato. Cuando finalmente se calló, la mujer permaneció unos minutos en silencio con la vista fija en el mantel de flores, al parecer reflexionando sobre lo que debía decir a continuación.

—¿Qué crees que significa mi sueño? ¿Y crees que se vuelva a repetir? —la apremió Mei cuando ya el silencio se le hizo insoportable—. ¿Estoy soñando con el futuro o algo así?

—Algo así... —Se peinó el cabello hacia atrás con la mano como si así pusiese orden en sus ideas—. Lo cierto es que aunque me gustaría, ahora mismo no puedo explicarte lo que está pasando y asegurar que no voy a mentir. Quiero hablar primero con los espíritus... —Le dedicó una mirada de disculpa—. Lo único que puedo asegurarte es que tu sueño no ha sido una casualidad y no me sorprendería si más adelante tienes más como ese. 

—¿Más? —Ella no quería ver morir a nadie y mucho menos repetir todo lo que sintió en aquella pesadilla, prisionera como estaba de las órdenes de una voz misteriosa—. ¿Y no se puede evitar? ¿Por qué tengo que ser yo? ¿Qué tengo que ver con todo eso?

—Los espíritus son caprichosos en sus decisiones. Con los años he aprendido que no siempre actúan de un modo lógico para nosotros los humanos. —Se levantó y caminó hacia la sala, donde había dejado el bolso—. Tengo que conversar con ellos para averiguar qué es lo que va a pasar contigo y esos sueños... ¿Sigues llevando el amuleto que te di?

—¿Hablas del dije? —Mei apretó el zorro de metal a través de la tela de su blusa—. Sí, te prometí que no me lo quitaría... ¿Vas a salir ahora?

—Sí; aún me quedan algunos asuntos por resolver con los espíritus... Asuntos relacionados con Fong y ahora también contigo.

—¿A qué hora vuelves? Quiero saber lo que te van a decir.

—Eso no lo sé, pequeña. —La Abuela se colgó el bolso del hombro y le dedicó una sonrisa de disculpa—. A veces estas cosas se demoran. Ni siquiera estoy segura de que vayan a responder todas mis preguntas.

—Pero me avisarás cuando lo hagan, ¿verdad? —le preguntó mientras la seguía hacia la puerta.

—Claro que sí; sería muy injusta si me atreviera a ocultarte algo así. Ahora ve a tu apartamento e intenta dormir algo. Por lo que me contaste, debes estar cansada. Ya hablé con la señora Wong y ella te ayudará con el almuerzo hoy, así que cuando escuches el timbre, es ella.

Mei se despidió con un beso de la Abuela y subió las escaleras hacia su piso. No se sentía cansada, pero tal vez no era mala idea acostarse un rato aunque no durmiera. Sentía que su cabeza era un hervidero con tantas preguntas sin respuesta y el hecho de tener que esperar indefinidamente hasta por fin obtener respuestas, no ayudaba en nada a tranquilizarla. Es más, tenía miedo de dormir y volver a soñar con que quemaban vivo a alguien. Tenía que existir algo, algún modo de impedir que esos sueños se repitieran, pero... ¿cuál?


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