Capítulo 4
La ciudad era realmente preciosa, en especial ahora que la Abuela había convencido a su madre de que era seguro dejarla sola en el apartamento y permitirle salir en cortos paseos. Mei tenía que admitir que aun si no tuviese una historia plagada de espíritus, se habría enamorado de ella del mismo modo.
Hasta el momento no había podido explorar mucho, apenas las dos manzanas a la redonda que le permitían recorrer sin compañía, pero en la semana que llevaba viviendo allí se había asegurado de aprenderse al dedillo cada detalle de ellas. Le gustaban especialmente las casas que había en la calle siguiente al edificio, todas con un estilo antiguo que le hacían pensar en el viejo templo de los Feng, con sus puertas corredizas y sus tejas rojas. Le habría gustado más vivir en una de ellas, con un bonito jardín de árboles frutales en el frente, que en su moderno apartamento.
Sin embargo, hoy no estaba afuera para dar un simple paseo. Hoy estaba de cacería. A la caza de su zorro.
No es que ya supiera por fin dónde encontrarle, ni tampoco que hubiese dado con alguna pista milagrosa, pero el simple hecho de saber que podía preguntarle a cualquiera por él sin que la tomaran por loca era más que suficiente. Así que hoy, aprovechando que ya había entrado en confianza con algún que otro vecino y vendedor local, se arriesgaría a interrogarles sobre el tema. No era exigente; se conformaba con apenas una mención de una visión borrosa o incluso un sueño. Después de todo, según la Abuela Feng a veces los espíritus hablaban con los humanos mientras dormían.
Su primer objetivo era el señor Hoa, que vendía periódicos y revistas en una tiendecilla en la misma esquina del edificio. Él sí parecía un abuelo, con su pelo largo y canoso, sus arrugas y sus gafas de montura dorada. Desde el primer día en que la vio rondando la zona de las revistas de mitos y leyendas simpatizó con ella, y ahora todas las mañanas se saludaban al pasar.
—¡Vaya, así que hoy nos detenemos! —exclamó alegremente al verla entrar y coger un periódico al azar.
—Hoy no estoy explorando —dijo Mei, dándole un vistazo a la foto de algún político que no conocía en la primera plana.
—¿Y entonces qué haces? No sabía que también leías los periódicos.
—A veces lo hago —miró a los lados, verificando que no hubiera ningún posible cliente cerca antes de empezar con sus preguntas—. ¿No tiene nada que hable de zorros?
—¿Zorros? —el señor Hoa se ajustó sus gafas, extrañado—. Ese no es un tema muy común por aquí, pero tal vez tenga algo. ¿Sobre qué tipo de zorros quieres saber?
—¿Los demoníacos? —aventuró Mei con su mejor expresión angelical.
Sin embargo, el señor Hoa no se creyó la inocencia de sus intenciones, sino que arrugó el ceño y la miró con mucha intensidad.
—Ese no es un tema para niñas de tu edad —dijo seriamente—. ¿Quién te habló sobre ellos?
—Mi madre; siempre me ha contado historias sobre ellos.
—¿Tu madre? —se asombró—. Esas no son unas historias que yo escogería para contarle a nadie antes de dormir.
—¿Por qué? —los zorros del señor Hoa parecían ser incluso peores que los devoradores de almas que ella conocía.
—¿Acaso ella no te ha dicho cómo es que esos demonios se mantienen inmortales?
—Los más buenos roban el hígado de los muertos en los cementerios. Los otros se los comen directamente de sus presas, casi siempre hombres o niños. No les gustan las mujeres —respondió Mei, orgullosa de poder demostrar su conocimiento.
—No es que no les gusten las mujeres... Siéntate aquí —el señor Hoa sacó un taburete de detrás del mostrador y lo colocó frente a él—. A ellas las valoran más porque son las únicas que pueden ayudarles a ser humanos y también porque hubo un tiempo en que esos zorros, así como los ves con sus nueve colas de fuego, fueron mujeres.
—¿Qué? —su madre nunca le había hablado de eso.
—Cuando una mujer sufre una muerte violenta o injusta, su alma se oscurece y se llena de ansias de venganza, no puede seguir su camino natural hacia la reencarnación y se transforma en espíritu maligno. Adopta entonces la forma de un zorro de nueve colas, pero eso no la hace inmortal. De hecho, un espíritu de ese tipo solo vivirá hasta ver realizada su venganza. Luego su alma simplemente se extinguirá como la llama de una vela.
—Eso es triste —dijo Mei—; después de sufrir tanto merece reencarnar.
—Renunció a su reencarnación cuando su alma eligió la venganza... Sin embargo, no eres la única que piensa así; buscando una segunda oportunidad de vivir, esos espíritus empiezan a consumir hígados, convirtiéndose así en demonios. La energía concentrada en ese órgano les permite seguir vivos, aunque deben devorar uno nuevo cada aproximadamente un mes si quieren subsistir... Para la mayoría asesinar se convierte entonces en una malévola diversión, pero hay algunos, generalmente los profanadores de tumbas, que aún conservan sus pensamientos humanos y esa existencia se les hace insoportable, en especial cuando no pueden encontrar ningún cadáver fresco a tiempo y se ven obligados a matar. Es por eso que buscan la forma de ser humanos de nuevo.
—Ayunando por mil días.
—Exacto. Pero su ayuno no es como el nuestro. Ellos no sienten el hambre del mismo modo que tú y que yo; para ellos pasar más de un mes sin probar la carne humana es una tortura atroz. Sus ansias son tan fuertes que llegan a enloquecer, necesitando ser encerrados o contenidos de alguna forma para evitar que inicien una matanza. Además se debilitan demasiado; lo único que les salva de morir es su contrato con una mujer humana.
—¿Habla del trato que los obliga a hacer lo que un humano quiera durante mil días?
—No un humano cualquiera. Una mujer cuya pena sea comparable a la que el propio zorro sintió antes de morir. Solo el alma de una mujer así tiene la energía suficiente para mantener vivo al zorro durante los mil días que dure su ayuno, y solo sus órdenes serán capaces de salvarle de volver a matar llegado el momento. En agradecimiento por ese gran servicio, el zorro usará su magia para hacer realidad todos los deseos de ella durante el tiempo que se encuentren unidos por el pacto.
—¿Y cuando pasan los mil días? —su madre nunca había sabido aclararle aquella duda, pero el señor Hoa parecía saber muchísimo sobre el tema—. ¿Se transforman en una persona adulta o en un niño? ¿O es que recuperan su antiguo cuerpo?
—No se transforman y es imposible recuperar un cuerpo que ya murió; su forma de zorro arde y, como un fénix, de entre las cenizas de su piel surge una niña humana recién nacida.
—Pero... ¿quién va a cuidar de ella si es tan pequeña?
—La mujer que le acompañó durante esos mil días se encarga entonces de cuidarla, o si no está dispuesta a adoptarla, debe buscarle una familia que cuide de ella. Si no lo hace así, la ira de los espíritus caerá sobre ella y todos los deseos que el zorro hizo realidad se volverán en su contra.
—¿Y usted conoce a alguna?
—¿Qué? —el señor Hoa la miró perplejo. Al parecer no se esperaba una pregunta así.
—Que si conoce a alguna mujer que haya ayudado a un zorro a volver a ser humano, o a alguna niña que antes haya sido un zorro —se explicó Mei, examinando expectante cada detalle de su rostro a la espera del menor signo de mentira.
—¿Pero qué clase de pregunta es esa, muchacha? —el hombre se ajustó las gafas y la miró con nuevos ojos, al parecer dándose cuenta por primera vez de hacia dónde llevaba la curiosidad de Mei—. ¿Es que acaso estás buscando a alguno de esos demonios? ¿Por qué te interesan tanto?
—Solo tengo curiosidad —dijo ella inocentemente, pero él no se dejó convencer.
—Pues yo no tengo más nada para saciar tu curiosidad —dijo—. Ni siquiera debí contarte todo esto en primer lugar... Vamos, vamos —añadió, indicándole que se levantara—, vete a jugar por ahí y preocúpate por cosas de niños. Haz el favor de olvidarte de esos malditos demonios y no vuelvas a preguntarme por ellos porque no te responderé.
Mei no discutió. Después de todo ya tenía lo que quería de él. Ahora la pregunta era dónde encontrar a los zorros, o al menos a alguna mujer que hubiese hecho un pacto con uno de ellos... Mmmm... Mujer... La Abuela Feng tenía una conexión especial con los espíritus. ¿Y si además de servir como puente, también había ayudado a uno de ellos a volverse humano?
Con aquello en mente echó a andar en dirección al edificio. El apartamento de la Abuela estaba en el primer piso, justo debajo del suyo. Con un poco de suerte habría regresado ya de hacer la ronda de visitas que había mencionado el día anterior. Y con un montón de suerte más no reaccionaría como el señor Hoa cuando le preguntara por los demonios.
Sin embargo, al llegar al rellano del primer piso todos sus pensamientos sobre zorros quedaron en el olvido. A través de la puerta cerrada se oían los gritos furiosos de la Abuela Feng discutiendo con alguien. Y la voz que le respondía con igual ira era la de su madre.
Hola, hola :D
Espero que no se anden aburriendo ahí porque las cosas están a punto de ponerse mucho más interesantes (*∆*)
A partir de ahora verán que todo es una nueva pregunta detrás de otra, solo para averiguar si ustedes son capaces de descubrir el Secreto antes que Mei ;v
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