Capítulo 12
Preguntas, preguntas. Mei no tenía otra cosa en la cabeza. ¿Cómo hacerlo, teniendo en cuenta las circunstancias?
Ya no era solo una lucha entre ella y los secretos de su madre; ahora las cosas se habían complicado de un modo que jamás habría creído posible. Ahora tenía una misión que no podía ignorar por más que quisiera, una de la que dependían más vidas de las que quería imaginar.
Aún no acababa de entender del todo su sueño con el zorro. Cada vez que lo repasaba nuevos detalles salían a la luz, nuevas formas de interpretar sus palabras... La Abuela le había dicho que lo mejor era no actuar por el momento y esperar a que ella pudiera sonsacarle algo de información a los espíritus, pero Mei no se creía capaz de tener tanta paciencia; sentía como si cientos de hormigas estuvieran correteando bajo su piel, pinchándola, mordiéndola, haciendo de todo para que no se quedara quieta y corriera a investigar al asesino... o asesina. Recordó que en su sueño el zorro había dicho específicamente "detenerla".
El problema era cómo investigar todo aquello. Solo por eso se había quedado toda la tarde tranquilita en su cama, mirando el techo en lugar de salir a buscar el callejón de su anterior pesadilla.
Y debía ser ella. Nadie más. ¿Qué era lo que la hacía tan especial? ¿Qué había llevado al espíritu a depositar sobre ella esa responsabilidad tan grande? Solo tenía doce años, después de todo, y absolutamente nada que indicara que era mejor elegirla a ella antes que a un adulto. Y sin embargo, ahí estaba, teniendo sueños que luego se cumplían y hablando con espíritus como si fuera la siguiente Abuela Feng. ¿Por qué?
Se concentró, reproduciendo una vez más aquel primer sueño, el del asesinato en el callejón. Sentía que algo estaba escapándosele y que la clave para todo estaba ahí, en alguna parte.
Recordó cómo se veía la calle donde había estado primero, antes de encontrarse con el hombre, y la luz que alumbraba su camino de una amalgama de azul y naranja. Mei nunca antes había soñado con una luz así; eso tenía que significar algo. Debía haber alguna razón para que en lugar de la luna, hubiesen sido esos colores los que lo iluminaban todo.
A su mente vino entonces la voz. Ya no podía recordar cómo era su sonido, pero todo lo que sintió al escucharla seguía muy fresco en su memoria; había sido demasiado horrible ser controlada por ella y Mei dudaba que se le fuese a olvidar aunque pasasen veinte años.
Pero lo que llamó su atención ahora no fue el modo en que perdió todo control sobre su cuerpo, ni la forma en que se estremeció al oírla, sino aquella certeza que había tenido de que no era primera vez que la escuchaba.
Las flores de fuego atacando al hombre se habían robado todo el protagonismo, consiguiendo que ella no volviera a pensar en la voz hasta ahora. Sintió ganas de abofetearse a sí misma. No podía creer que hubiese olvidado un detalle tan importante. Casi podía jurar que justo era eso lo que sentía que se le estaba escapando, la clave que buscaba para descubrir a la asesina. La voz que le ordenaba matar tenía que ser suya y ahora sí tenía sentido que el zorro eligiese a Mei como la indicada para atraparla; ella era la única que la había escuchado y por tanto ahora sabía que se encontraba entre sus conocidas, que no eran muchas en la ciudad.
Y apenas llegó a esa conclusión, el alma se le cayó a los pies.
En efecto, las mujeres que conocía en la ciudad eran muy pocas. Tanto, que hacer una lista de sospechosas significaría incluir a... No, no quería pensar en eso. Era horrible y... Y no podía evitar hacerlo...
Suspiró con derrota ante la idea de lo que se estaba viendo obligada a hacer, a pensar... Pero no tenía alternativa. Ahora que había llegado hasta aquí, retroceder era imposible. Incluso si fuese capaz de fingirse ciega ante los asesinatos que seguirían sucediendo, incluso si pudiera hacerse la sorda ante las palabras del espíritu y vivir en aquella burbuja en que tantas veces sentía que su madre quería mantenerla, su curiosidad ya había sido desatada y era un hecho que no iba a estar tranquila hasta llegar al fondo de todo.
Así que hizo de tripas corazón y, yendo al escritorio en busca de un lápiz y papel, colocó el primer nombre de la lista: Jiang.
Jiang vivía en el piso de arriba, justo encima de su apartamento, con su padre y un hermano mayor que Mei no conocía porque siempre estaba viajando. Estudiaba en la universidad local y sobraban dedos de las manos para contar las veces en que ambas se habían visto.
Pensó en las cosas que podrían hacerla sospechosa... Casi no pasaba tiempo en casa, así que no tenía idea de dónde había estado durante los asesinatos. Tal vez conocía al hombre del callejón –Fong, recordó que se llamaba–, ya que los dos habían residido en la ciudad toda su vida, pero no tenía idea de si también podía relacionarla con James Martin. Intentó pensar en su voz, que era realmente la única pista que había sobre la asesina.
Jiang poseía una voz clara y cantarina, difícil de olvidar aunque su conversación más larga con ella no hubiese llegado a los diez minutos. Algo en su modo de entonar las palabras empujaba a pensar en un riachuelo que corre alegremente sobre las piedras del bosque, arrancándoles destellos plateados y salpicando la hierba, saltando de aquí para allá a través de los rayos de sol, creando pequeños arcoiris.
No, la voz de Jiang no tenía nada que ver con aquella fría y despiadada de su pesadilla. Mei la tachó y pasó a la siguiente sospechosa: la señora Wong.
Se sintió un poco ridícula mientras escribía el nombre, y aún más cuando empezó a buscar cosas que la hicieran ver culpable. Su vecina de piso no abandonaba prácticamente nunca el edificio. Su vida eran sus perritos y alguna que otra amistad que venía a visitarla porque ella no tenía más familia. De hecho, Mei estaba convencida de que solo probaba la luz del sol cuando era estrictamente necesario, como la vez que se la encontró en las escaleras regresando de hacer compras. Además, su voz era rasposa, igual que la de otras ancianas, y la mujer de su sueño le había dado la impresión de ser joven. No se imaginaba a la señora Wong incinerando a nadie.
Tachó el nombre y pasó a escribir el siguiente. Se detuvo un momento, indecisa, pero se había dicho a sí misma que haría esa lista sin importar sus sentimientos, así que siguió adelante. Tocaba analizar ahora a la Abuela Feng.
La Abuela era el puente entre los humanos y los espíritus; se suponía que estaba allí para ayudarlos, no para matar a nadie. Dudar de ella se le antojaba absurdo. Y sin embargo, debía hacerlo. ¿No existía una frase que afirmaba que en la confianza estaba el peligro? ¿Y si por dejarse guiar por sus emociones no estaba viendo algo crucial sobre la mujer? ¿Y si ella se aprovechaba de esa posición ventajosa con los espíritus y el respeto que le tenían en la ciudad, para sus crímenes?
Era horrible desconfiar de ese modo, pero mientras más lo pensaba, aparecían más cosas que la hacían ver culpable. Para empezar, a nadie se le ocurriría sospechar de ella, ni siquiera a la policía, y el hecho de que fuera tan respetable hacía que nadie viese un peligro en su persona, así que atraer a sus víctimas hacia un lugar solitario, como pasó con James Martin, no habría sido problema. Además, los espíritus la favorecían, lo que significaba que para ella sería fácil invocar un fuego mágico como el que Mei había visto. Por no hablar de que si era la culpable, entonces tenía sentido que aún no le trajera noticias de lo que ellos decían sobre sus sueños.
Intentó pensar en su voz. Era lo bastante joven para haber sido la titiritera siniestra de su sueño, pero solo guiándose por eso no podía afirmar ni negar nada. La conocía lo suficiente para creer que, de ser ella, la habría identificado al instante, pero cuando lo pensaba fríamente, el impacto de verse de pronto sin control sobre su cuerpo y obligada a atacar a un hombre inocente, bastaba para que no la hubiera reconocido en el momento. Tal vez no podía culparla, pero tampoco podía eliminarla de su lista por más que lo desease.
Ahogó un gemido. No quería que fuera la Abuela Feng. Ella era su amiga, su refugio, la persona que la hacía sonreír sin importar qué tan graves fueran sus problemas. No podía perderla. No quería perderla...
No, se le hacía imposible seguir pensando en eso justo ahora. Lo mejor era dejarlo así hasta que pudiera investigar más y por el momento seguir con la próxima sospechosa.
Pero la próxima era igual de difícil: su madre.
Con su madre pasaba lo mismo que con la Abuela; el pánico que la había invadido en el sueño le impedía asegurar si la voz era o no la suya. Pero apartando eso, ella y James Martin no se conocían. Y no había dado señales de estar afectada por la muerte de Fong, así que aunque tal vez sabía quién era, dudaba que hubiesen hablado en algún momento. No había nada que la relacionara con ellos y a la hora de los asesinatos había estado durmiendo en el cuarto contiguo.
No, su madre era inocente. Tacharla de la lista le hizo dar un suspiro de alivio, pero la sensación solo duró hasta que sus ojos recayeron en cuál era el nombre que quedaba.
Aquello no podía ser. Por más pruebas que encontrase en su contra, no podía creer que fuera la Abuela quien estaba detrás de los asesinatos.
Desesperadamente intentó recordar a esas otras mujeres que su madre le presentó en su primera semana allí, sus antiguas conocidas y amigas de la infancia. Ellas también eran sospechosas, ¿no? Cualquiera de ellas podría ser la asesina porque... ¿Porque también las había escuchado, aunque solo hubiese sido una vez?
No tenía caso engañarse. Un solo encuentro, en el que ni siquiera prestó atención, no bastaba para que ella hubiese grabado en su mente la voz de ninguna de esas mujeres. Por más que lo negara, ahora mismo la Abuela Feng parecía ser la única culpable y tendría que empezar a aceptarlo. Tal vez cuando investigara un poco más las cosas cambiarían, pero justo ahora...
—Mei, ¿qué haces? —La voz de su madre llamándola desde el pasillo la distrajo—. No has salido de ahí desde que llegué. Vamos, vamos, a dormir en la noche. Ven y ayúdame con la comida que ya casi está.
La mención de comida le hizo recordar que llevaba casi seis horas sin ingerir nada y su estómago volvió a la vida ruidosamente. Se apresuró a llegar a la cocina, donde el olor a salsa y carne cociéndose la hizo suspirar.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó a su madre, que cortaba en la encimera de espaldas a ella. Se había recogido el pelo en dos trenzas bajas en vez de una, como era su costumbre, y eso la hacía ver más joven.
—Una sorpresa agridulce. También quiero intentar hacer un dulce de leche y mantequilla mañana; Yen me dio la receta que ellos usan en la cafetería.
—¿No es mejor comprarlo ya hecho? —Su madre era buena cocinera, pero sus primeros intentos con recetas nuevas siempre eran desastrosos.
—Es el postre más caro que vendemos. No te preocupes, saldrá bien. —Le dedicó un guiño a Mei antes de señalar con la cabeza hacia el refrigerador—. Alcánzame un poco de ajo y pílalo mientras yo hago esto. Compré refresco, por si quieres; a esto todavía le falta un poco.
Claro que quería; el olor de la carne había puesto a rugir a su estómago de un modo feroz. Fue a por la botella y al abrir el congelador notó un paquete nuevo haciéndole compañía.
—¿Eso es hígado? ¿Vas a hacer?
—Sí, pensé que hace rato no lo comíamos y a ti te gusta. Ahora vamos, apúrate un poco con ese ajo.
Mei obedeció mientras le daba un trago al refresco de limón. Su madre parecía estar en medio de una de sus furias culinarias, en las que se ponía a elaborar platos tanto típicos como de restaurante con un empeño febril. La última de esas furias había durado alrededor de tres semanas y lo único que la detuvo fue el hecho de haber ganado cuatro kilos de más.
—¿Y bien? ¿Qué es eso tan agotador que hiciste hoy y que te ha tenido durmiendo toda la tarde? —preguntó cuando Mei le dio el mortero con el ajo machucado.
—Nada, solo tenía sueño.
—Ah. Es que como cuando me fui aún dormías, creí que el té de ayer había funcionado... —La miró preocupada unos segundos.
—Sí funcionó —se apresuró a tranquilizarla Mei—, pero creo que tengo sueño acumulado. Hoy voy a acostarme temprano... Y no tuve pesadillas. Eso es bueno, ¿no?
—Claro que sí. Hoy haré más té y si siguen sin regresar las pesadillas, probaremos a no dártelo mañana a ver qué tal. Esa planta da sueño cuando se usa muy seguido y la otra semana comienzas la escuela; no quiero tener problemas porque llegas tarde o te duermes en medio de la clase.
Mei había olvidado por completo que las clases estaban por comenzar. Habían pasado tantas cosas desde su llegada allí, que perdió totalmente la noción del tiempo. Ni siquiera le había echado un vistazo a los últimos contenidos apuntados en sus libretas. Iba a entrar a la escuela nueva con la mente en blanco y no quería ni pensar en la vergüenza de que le preguntaran algo y no supiera cómo responder.
—Se te olvidó que tenías que estudiar, ¿verdad? —Su madre le dedicó una mirada divertida—. No te preocupes. Eres nueva y vienes de otra ciudad; estoy segura de que no te harán preguntas en la primera semana.
Mei no respondió. Dudaba que lo que ella decía se fuese a cumplir; las otras veces que se trasladó de escuela a mitad de curso siempre la bombardearon a preguntas. Los profesores parecían deleitarse con el hecho de que ella no supiera algo, como si eso automáticamente los hiciera superiores a sus antiguos maestros. Lo mejor era echarle un vistazo a sus libretas.
—Lo que debe preocuparte ahora es el uniforme —siguió diciendo su madre.
—¿Eh? ¿Qué uniforme?
—¿Dónde tienes la cabeza últimamente? ¿No oíste cuando dije que la escuela que elegí tiene su propio uniforme?
Mei adoptó una expresión en blanco, aunque su madre estaba demasiado ocupada añadiendo especias para mirarla. La verdad era que solo recordaba fugazmente la conversación sobre el nuevo colegio. Fue el mismo día que conoció a la Abuela Feng y en su cabeza no había sitio para nada que no tuviera que ver con la historia recién descubierta de aquella ciudad.
Levemente recordó que la escuela tenía un contrato con una diseñadora local que hacía los uniformes a medida, dos mudas sin costo para el estudiante y cualquier pedido adicional con descuento.
—Sí me acuerdo —dijo—. ¿Cuándo vamos a que me tomen las medidas?
—El lunes en la tarde, cuando salga del trabajo... Y tal vez luego vayamos al cine, ¿qué crees? Hace mucho que no te llevo. Y cuando acabe la película, ¿qué dices de ir a ver uno de mis lugares favoritos cuando vivía aquí?
No pudo decirle que no a aquella sonrisa esperanzada, por más que le pareciera una mala idea. Hacer tantas cosas en una tarde significaba que la noche las alcanzaría mientras aún estaban afuera, y era en las noches cuando la asesina atacaba. Tal vez su madre creyera que no había que preocuparse, pero ella la había visto en acción y sabía que no debían estar en la calle cuando su cacería comenzara.
Intentó pensar en alguna excusa para regresar temprano a casa el lunes, pero no se le ocurría nada justo ahora. Además, no veía cómo convencer a su madre sin hablarle de las visiones que tenía en sueños ni de la misión que le había encargado el zorro. De seguro pensaría que había algo mal en su cabeza e intentaría llevarla con un psicólogo o algo así. Después de todo, ella no creía que aquellas leyendas que tanto le contó mientras crecía fueran reales.
Se dedicó a verla trabajar en silencio, ayudándola de vez en cuando. Había algo extrañamente hipnotizante en su forma de desenvolverse al cocinar, como si cada movimiento fuese un paso de una coreografía ensayada una y otra vez hasta alcanzar la perfección. No tropezaba con nada, sabía dónde estaba todo... Mei era capaz de apostar cualquier cosa a que si le vendaban los ojos, ella no tendría problemas en seguir haciéndolo todo igual de bien.
El cerdo agridulce no tardó mucho más en estar listo y ella se dedicó a preparar la mesa mientras su madre se entretenía en adornar los platos, colocando la comida igual que si trabajara en un famoso restaurante de esos que salían en las revistas. Para cuando finalmente los tuvo como le gustaba, el estómago de Mei estaba haciendo más ruido que cien tigres en un circo y apenas dejó escapar un apresurado "gracias" antes de atacar aquella delicia.
—Oye, respira —la regañó su madre medio en broma—. Te vas a ahogar con algo.
—Tengo hambre.
—Ya veo...
Comieron en silencio, disfrutando del sabor intenso de la salsa.
Cuando ya faltaba poco para que ambas terminaran, su madre puso los cubiertos a un lado y se quedó mirándola unos segundos antes de decir:
—¿Podrías explicarme por qué el señor que vende revistas en la esquina me ha estado regañando hoy?
—¿Qué?
—Sí, justo hoy cuando regresaba. Me detuvo y comenzó a darme un sermón sobre cómo te cuento cosas que no son adecuadas para niños... —Su madre enarcó una ceja y la miró a la espera de una respuesta.
—Él piensa que soy una niña pequeña —Mei consiguió que su voz mostrara fastidio aunque en realidad se sentía cautelosa. ¿Qué tanto le habría contado el señor Hoa sobre las conversaciones que habían tenido?
—Sí, pude darme cuenta. Aunque lo que realmente me pregunto es cómo se enteró de que te he hablado sobre los demonios zorros.
—Bueno...
—Exacto —apostilló ella y ahora sí no disimuló que estaba molesta—. Mira, Mei, sé que esos demonios se han convertido en alguna especie de obsesión para ti. Y también sé que es mi culpa; me arrepiento de haber alimentado de ese modo tus fantasías, pero tienes que entender que no puedes hablar de ese tema con cualquier persona que te encuentres por ahí. —Respiró profundo, buscando calmarse y mantener bajo el tono de su voz—. ¿Cómo crees que me sentí cuando ese viejo comenzó a regañarme igual que si fuera una niña, cuestionando la enseñanza que te doy y el trabajo que estoy haciendo como madre? ¿Crees que fue agradable quedarme ahí escuchando, aguantándome de darle la respuesta que quería porque él ya tiene cierta edad y no puedo esperar que piense como yo?
—Lo lamento mucho. —Mei agachó la cabeza, sin saber qué más decir. Podía imaginarse muy bien el modo en el que el señor Hoa regañó a su madre, al igual que lo furiosa que ella debió haberse puesto—. No va a volver a pasar, te lo prometo.
—Ya lo creo que no volverá a pasar. No quiero que vuelvas a hablar con ese hombre. Solo saludos y porque eso es educación. ¿Queda claro?
Mei asintió con energía. Estaba aliviada de que al señor Hoa no se le hubiese ocurrido decir que ella le compraba periódicos y andaba averiguando sobre los asesinatos. No quería ni pensar en lo que hubiera dicho su madre de enterarse. Mantenerse alejada de él y de su lengua larga no iba a ser un problema ahora; no le quedaban los más mínimos deseos de buscarle de nuevo.
Su progenitora pareció satisfecha con su respuesta y durante el resto de la comida se dedicó a conversar alegremente de cosas sin importancia, como la excéntrica señora que cada día pedía un pastel de vainilla con almendras recubierto de chocolate, solo para comerse la cubierta y desechar el resto, o como aquel chico que había comenzado a ir hacía unos cuatro días y que pasaba cerca de una hora sentado en la mesa del fondo, tan solo bebiendo refrescos y fingiendo que hacía tareas, cuando en realidad se la pasaba mirando a Yen como si ella fuese su sol.
—Es muy gracioso —dijo mientras recogían la mesa—. Yen se pone como un tomate y equivoca todos los pedidos menos el suyo. Se verán muy tiernos juntos cuando finalmente se decidan a salir.
Mei rió con ella, aunque se sentía tan somnolienta que por momentos perdía el hilo de la conversación. Al parecer el estómago lleno, unido a la tarde que había pasado esforzando su cerebro en busca de pistas, acabaron por cansarla y ahora su cuerpo pedía a gritos dormir.
Casi de modo automático tomó un baño que, lejos de despertarla, la adormiló todavía más, y se lanzó en la cama sin prestar atención al vaso de té que su madre dejara en la mesita.
Fue cuestión de rozar la almohada y caer dormida; el sueño vino a ella con su cálido manto y la oscuridad lo invadió todo.
Juro solemnemente que se vienen revelaciones en el próximo capítulo
Veamos qué tal les va a sus teorías con lo que les tengo preparado. Ya es la recta final :D
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