Se había corrido la voz, cómplices de libertinajes, las demás novicias empezaron a mostrarse más amigables con Enma, incluida Nayara. Ya no eran tan cautas en su presencia, hablaban sin tapujos sobre su sexualidad y sobre cada actividad en la que habían participado para reforzarla. No perdían oportunidad para hablar de su atípica visión del amor, invertían una ingente cantidad de tiempo en estar siempre perfectas y este nuevo acercamiento a Enma le sirvió para ser consciente del apartheid en el que antes y sin saberlo había vivido.

Se había cruzado un par de veces con Charles, pero tímidos ambos y también un tanto avergonzados, habían sido parcos en palabras. Con la amabilidad por bandera, dado que la dignidad hacía ya un tiempo que había zarpado, la joven lo saludaba siempre, intercambiaban las impresiones sobre las clases del día y tras un par de bromas en el claustro volvían a sus rutinas.

Sin embargo era difícil obviar la forma en que la miraba, incluso cuando la atención del grupo no recaía en ella no alejaba sus ojos de su silueta. Su actitud abiertamente solícita la desconcertaba, sobretodo cuando colocaba una mano en su espalda para escoltarla por un pasillo o cuando se mostraba predispuesto en todo momento a cualquier plan que ella propusiera, como si lo mejor que pusiese sucederle fuese hablar con la joven.

No era la única que se había percatado de ello, la mayoría de sus compañeros pensaban que eran pareja y no dudaban en dejarlos solos a la menor oportunidad, cedían sus asientos para que pudiesen sentarse juntos en todas las clases mixtas de Sénanque. A Enma cada vez le gustaba más el moreno solo que fingía que esa atracción no estaba ahí. O así fue hasta que tuvo lugar lo que muchos empezaron a llamar El episodio.