Capítulo 3
Como había previsto, su vida se había vuelto bastante religiosa. Cada vez que un monje entraba a un aula a impartir su clase, debían ponerse en pie y rezar una plegaria, casi siempre era la misma:
"Quien tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. ¿Y qué dice? Venid,hijos, escuchadme, os instruiré en el temor del Señor. Corred mientras tenéis la luz de la vida, antes que os sorprendan las tinieblas de la muerte."
Un mantra que a Enma le fascinaba en el buen y en el mal sentido. El uniforme era el hábito entallado y fino que ya había distinguido entre las voluntarias que trabajaban en el campo. Disponía de dos conjuntos blancos y dos marrones que debía lavar a mano y planchar ella misma. Le adjudicaban un día y una hora a la semana para hacerlo, si le sobraba tiempo y quería, podía lavar más prendas ajenas, ropa que pertenecía a los rehabilitantes y por la que el centro le daba puntos.
Esos puntos, así como otros logrados a través de diversas actividades, podían canjearse por "premios". Dependiendo de la recompensa deseada se necesitaría un mayor o menor grado de esos puntos. Los más fáciles de conseguir eran los relacionados con la comida. El menú ofrecido por la abadía era excesivamente simplista, casi siempre se trataba de frutas y verduras crudas o cocinadas al vapor, y en las raras ocasiones en que se servía un poco de carne o pescado éste se le antojaba soso y sin gracia al carecer de una salsa o guarnición que lo respaldara.
El segundo premio más deseado eran ciertos útiles del exterior, como mantas extra, maquillaje, sombreros de paja o juegos de mesa. No se permitían libros, prensa u objeto alguno que pudiera aportar información del exterior. Y si tal aislamiento no fuese suficiente, en su pabellón las clases se dividían según el sexo, relegando el contacto con los varones solo a las comidas, misas y recreos.
Enma se preguntaba, y no era la primera vez, si las enseñanzas entre unos y otros no serían distintas. Porque las mujeres de su grupo, en especial las que llevaban aquí media vida parecían apagadas, como resignadas con el destino. Ella también había padecido lo suyo y aun así no estaba tan cabizbaja. Intuía que algo ocurría, aunque aun no sabía bien qué era. Esa sensación se acrecentó la tarde que el padre Ángel les endilgó un trabajo sobre reproducción tras una clase de educación sexual un tanto extraña.
-Hijos míos, como bien sabéis Dios era muy dado e prodigar el amor en todas sus formas. Pero antes de entregárselo a los demás, se ha de empezar amando a uno mismo. Las caricias son un bien que se nos lega desde la cuna. Acariciaros, mimaros y después compartidlo con el mundo. -Juntó las palmas de las manos y las movió como un péndulo, imbuyendo en el gesto un mayor ímpetu. - Pues si no es de este modo ¿cómo puede alguien amar la vida y desear prosperidad? La única forma de adentrarse en la tierra del Señor es obrando bien y alejándose de la falsedad, solo amando podrá uno apartarse del mal y encontrar la paz.
Las jóvenes se irguieron como resortes, se persignaron y al unísono contestaron:
-Padre, amaremos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro