Enma esperó que la abadía fuese por dentro tan esplendorosa como lo era por fuera. Sin embargo le resultó excesivamente austera, el corazón del edificio era una iglesia en forma de cruz de tou, con un ábside que proyectaba las paredes exteriores hacia el interior. El extremo oriental litúrgico miraba hacia el norte, contraria a la disposición de una iglesia convencional, y tras el altar, en lugar de una escena pictórica con ángeles o querubines custodiadas por figuras santas, se alzaba un retablo tallado en madera en el que se representaba a varias vírgenes llorosas: la infante, la adulta y la anciana, una triada que intentaba ocultase de la alegoría de una sombra extraña, que probablemente simbolizase el Mal.

Cada brazo de esa planta en forma de cruz separaba los "escolares" de los "enfermos", eran pocos los sitios en los que ambos grupos pudiesen interactuar, siendo alguno de ellos la iglesia o el claustro, este último era el lugar de paso por excelencia, pues su privilegiado fuero central comunicaba con todas las estancias de la abadía. Poseía una acústica especial gracias a las bóvedas ojivales que lo rodeaban, de modo que cada vez que alguien entraba o salía al patio era escuchado y/o vigilado por un tercero.

Gracias al escrito que le había enviado el Estado era conocedora de que cada uno de los grupos tenía normas diferenciadas; a los huérfanos por ejemplo les impartían clase profesores que eran a su vez monjes, si se veía en dificultades a quien debía acudir era al Abad, mientras que los que estaban rehabilitándose solo asistían a cursos terapéuticos, cuyo representante máximo era el director del centro privado.

Enma dio por hecho que su modo de vida a partir de ahora sería mucho más tranquilo, casi religioso, no echaría de menos estar incomunicada al carecer de móvil o de Internet, dado que era el tipo de persona que prefería salir y quedar por ahí con sus amigos o sentarse en casa a leer libros. No era muy fan de la tecnología en sí, y en su día a día apenas veía la tele. De todas formas en seis meses sería libre. Su decimoctavo cumpleaños se acercaba y dado que carecía de padre y su madre estaba en prisión, decidió tomarse este retiro como un trampolín al que sería el siguiente paso en su historia, la planificación de su vida adulta.

Durante los primeros días trabó amistad con una joven de etnia gitana, Nayara, le resultó muy divertida y espontánea, llevaba casi dos años allí y parecía saberlo todo sobre todos. La conoció en el claustro, Enma miraba hacia las ventanas intentando orientarse para tomar la bifurcación correcta cuando divisó de nuevo aquella extraña figura oscura esculpida bajo uno de los arcos.

Es un tarasca. -le dijo.- Una criatura de leyenda que se creía habitaba en Tascana, Provenza. Pero no te preocupes mi arma; porque la bestia fue hechizada por Santa María y la devolvió al pueblo domada.

-¿Qué hicieron con ella después?

-Según dicen -continuó con ese acento característico. - Al caer la noche los habitantes le dieron muerte porque le seguían teniendo miedo. La Virgencita les dio un sermón que ni pa qué, y arrepentidos se convirtieron al cristianismo y cambiaron el nombre del pueblo a Tarascón.

-¿Y no te extraña que una figura así esté en el monasterio?

-Ay chiquilla....en la vida estamos rodeadas de demonios, solo que no los vemos. Y cuanto más tiempo pases aquí, más claro te quedará.

Continuará....