Capítulo 12
Enma y Charles se habían vuelto uña y carne, por lo que la joven ya no pasaba tanto tiempo con Nayara o el resto de la clase. A nadie le había sentado mal puesto que pronto se supo que los jóvenes eran pareja, el día a día de sus compañeros consistía en el mismo compás que resonaba antes de su llegada, lo que en el fondo ofendía a Enma. Le molestaba resultar tan fácilmente descartable, lo ocultaba bien y no tardaba en refugiarse en los brazos de Charles. No había actividad que no realizasen juntos, ya fuese arar la tierra o practicar tai chi, ella siempre lo acompañaba. Y si al francés le molestaba eso nunca se lo dijo.
Los ánimos estaban revolucionados porque se acercaba la FestaJunina, una tradición antigua que había sobrevivido, aunque transformada, al catolicismo. Se celebraba San Antonio de Padua, el patrón del amor y las cosas perdidas, que curiosamente coincidía con el día de los enamorados en Brasil. Y si algo había aprendido Enma era que el amor era el motor de Sénanque.
Sabía que harían una misa al aire libre en el bosque que acordonaba la abadía, se les dotaría de un atuendo especial y comerían pescado para variar. Lo último lo agradecía puesto que la dieta del centro era casi vegetariana y había bajado ya cuatro kilos, los cuales nunca le sobraron. Los monjes mantenían secretismo sobre el resto de cambios que se preveían para ese día, pero intuía por la leña que se remolcaba que habrían fogatas, muy probablemente prolongándose hasta San Juan.
Charles se acercó hasta la sala en la que las chicas trabajaban creando abalorios con raíces, hojas, flores o musgo. A Enma le gustaba porque las dejaban jugar con pintura, barnices o purpurina y además podían sacarle provecho si lograban vendérselas a los rehabilitados. Los profesores habían apartado a los chicos para que hiciesen antifaces de madera, cuero o serrín, el fin era el mismo y ellos siempre salían ganando porque los objetos sobrantes acababan vendiéndolos en mercadillos o subastas benéficas en el pueblo.
Mientras trabajaba sentada, Charles la abrazó por detrás y le besó la coronilla. Parecía inquieto y en ocasiones aparentaba querer decir algo pero callaba en el último momento. Enma se revolvió en la silla, no conseguía que soltase prenda y le sudaban las manos. Su malestar se incrementó cuando prometió:
– Pase lo que pase, no tengas miedo. Iré a buscarte.
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