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Capítulo 1


Si Enma realmente hubiese sido consciente de dónde se metía, de la realidad que la aguardaba allí, jamás hubiese dejado que se acercase siquiera su sombra. Cuántas veces no desearía retroceder en el tiempo....


La primera vez que atisbó la abadía de Sénanque le pareció un sueño. Precedida por kilométricos campos de lavanda, toda la luz de la tarde se proyectaba en su fachada medieval, dotándola de un aire melancólico y místico. Un juego de luces único que hacía de quien lo presenciase su cómplice. Entendió esa búsqueda primigenia de los hombres por el número áureo, captando de repente todo aquello que los llevó a erigir grandes obras. Se sintió pequeña e ilusionada con el mundo, a pesar de sus circunstancias.

Al santuario circense se accedía por una carretera estrecha con la señalización un tanto confusa, muchas de las vías tenían acceso restringido y se prohibía la circulación de cualquier vehículo (de motor o no) en los dos kilómetros previos a la entrada. Las últimas señalizaciones parecían incluso pintadas a mano. Le extrañó que no apareciese en ningún panfleto o guía turística, pues si bien es cierto que el monasterio se anclaba en un solar aislado, las impecables vistas del triunvirato Provenza-Alpes-Costa Azul serían un reclamo por sí solo para cualquier aventurero con ganas de explorar el sur de Francia. Los lugareños de hecho, se referían a la abadía como la segunda Notre Dame. Y sin embargo el paraje distaba mucho de ser santo.

Las funciones que desarrollaba Sénanque eran de una dualidad inusual, por un lado el centro ejercía labores rehabilitadoras y de reinserción social aplicadas a conductas sexuales, es decir, que ayudaba a todo tipo de personas (jóvenes o no) a modificar, corregir o potenciar alguna pauta de su comportamiento o de su pensar de forma individual o en pareja, para que esas personas manifestasen una armoniosa y adecuada vida íntima. Y por otro lado, la abadía actuaba como un liceo de puerta cerrada para niños huérfanos o de jóvenes que provenían de familias sin recursos, una academia de carácter temporal que el Estado financiaba dada la obligación marcada en Real Decreto Ley de que cualquier niño debe estar escolarizado y recibir una enseñanza digna.

Pero si algo tenía claro Enma, era que más allá de las donaciones estatales de material y del pago salarial del profesorado al centro, los que realmente movían el cotarro allí no eran ellos, sino la clase pudiente perteneciente al bando rehabilitador que abonaba ingentes sumas de dinero para tratarse del mal sexual que los aquejaba, rodeados de los mejores terapeutas, psicólogos, médicos,etc; todo ello sin renunciar a las comodidades de una suite de lujo y manteniendo el anonimato.

Había sido tremendamente difícil llegar hasta allí, en el pueblo no operaban taxis y en las comarcas vecinas ninguno se atrevía a subir tanto en la montaña por miedo a pinchar un neumático. Así que exceptuando el primer tramo hecho en camioneta con la familia de un leñador, había dedicado toda la mañana a caminar sola con sus pensamientos, y cuando ya llevaba tres horas se dio una palmadita simbólica en la espalda agradeciendo el haberse decantado por una mochila de viaje en lugar de una maleta.

Supo que estaba llegando, cuando dispuesta a cruzar un arroyo, pudo oler la lavanda mucho antes de contemplarla. Al final del camino cuatro molinos aun en funcionamiento recreaban un silbido con sus aspas, como si se alegraran de verla, el frufrú del agua la relajó, sintiéndose más valiente en el impulso de cruzar los campos y granjas de los alrededores, la antesala de Sénanque.

En los terrenos trabajaban en su mayoría mujeres, todas vestidas con el hábito blanco de los monjes con caída hasta los tobillos,manteniendo dos aberturas laterales hasta las rodillas para facilitarles el movimiento, a pesar de estar en pleno verano, los trajes eran de manga larga y portaban una capucha que algunas empleaban para cubrirse la testa si carecían de visera, la tela no obstante era muy fina, y las desafortunadas que tenían el sol detrás, veían como la luz traspasaba la traslúcida tela para hacer de ellas estatuas desnudas.

Aquel cuadro aunque extraño, le sirvió para comprender que la bonanza a veces se disfrazaba de corrupción.




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