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Capítulo uno.

La luz del sol entra a duras penas por la ventana, dándome en la cara. Muevo un dedo de la mano y abro mis ojos lentamente, viendo cómo una figura rubia da un salto de la alegría con lágrimas en los ojos. Se abalanza sobre mí y me besuquea toda la cara, logrando que mi rostro se enfurruñe en el proceso.

—¡Has despertado, qué bien!

—Uhmm...

Murmuro a modo de queja. No soy capaz de hablar aún aunque quiera, me duele la garganta. El chico rubio para y sonríe mientras tira de mis mofletes a la par que infla los propios. Eso consigue que me enfurruñe aún más.

—Me dijeron el otro día que era probable que podía darse el caso de que alguien no despertase... ¡De hecho, tú eres uno de los últimos!

Me suelta y me besa la mejilla. Soy capaz de mover otro dedo a la par que aquella persona se seca las lágrimas y ríe. Vuelta da sobre sí mismo, señalando la habitación que me da por mirar.

—Desperté hace cuatro días, no puedo decirte mucho... Aparte de que te ves más mayor, claro. ¡Aunque solo tienes que verme a mí! Eh, eh. Estoy súper mayor. Tengo la misma edad que tú tenías aquel día.

¿La edad que yo tenía aquel día...? Lo último que recuerdo es estar en un coche con mi familia, yendo hacia un pueblo y abandonando a mis amigos y a la chica que me gustaba. Tenía quince, y sigo teniendo quince. ¿No?

—En fin, vas a tardar un rato en poder hablar... ¡Es normal en aquellos que despertamos, tranquilo! Al fin y al cabo, son cinco años sin movernos, sin hablar... Pero en un par de horas es como si jamás hubiésemos estado en coma.

¿Cinco años...? ¿Han pasado cinco años desde lo que yo recuerdo, hasta ahora? Eso no podía ser posible. ¿Qué razón iba a haber para que yo entrase en coma? De hecho... ¿Dónde estaban papá, mamá, y Lucas? La habitación había pasado a ser secundaria para mí.

—Me miras confundido, te entiendo. Yo también lo estaba hasta que me enseñaron documentales y... Me asomé a la ventana. Además, tú no has crecido tanto, pero yo sí he dado el estirón. Cuando no reconocí mi propia voz, caaaaaaaaaaasi lloré —dedos chasquea mientras niega, riéndose suavemente—. Ah, cierto. Lloré. Es obvio que soy Lucas, deja de mirarme así.

Ese no puede ser mi hermano.

¿Cómo va a serlo? Está súper cambiado, y no puede ser que tanto él como yo entrásemos en coma. De nuevo, tengo la duda. ¿Dónde están papá y mamá?

—Te juro que soy yo. Y no, no te he leído la mente. Es que tu cara expresa que piensas eso de mí —se acerca a mí y se remanga un poco, enseñándome una marquita muy pequeña en forma de trébol de tres hojas junto al codo—. ¿La recuerdas? Es mi marca de nacimiento.

Sin duda, no conozco a otra persona con aquella marca... Incluso mis padres y mi hermano mayor hacían burlas sobre el tema diciendo que nos iba a dar mala suerte, ya que eran tres hojas y no cuatro las que tenía. Le miro con los ojos ligeramente abiertos y él asiente, bajándose la manga.

—Voy a avisar de que despertaste. Iba a empezar a explicarte yo lo poco que sé, pero mejor que empiecen los demás. Sé que es difícil de digerir... Y por cierto; mamá y papá están muertos. Imagino que nuestro hermano también murió, porque si no, estaría aquí. De todas formas... No puedo recordar ni su rostro, ni su nombre.

Yo tampoco puedo, aunque no sé si es porque estoy pensando en que mis padres aparentemente están muertos, o qué. Es totalmente inverosímil, pero esperaría a que me diesen una explicación sea quienes sean aquellos a los que Lucas va a buscar.

—¡Ahora vengo! Te quiero, hermano. De veras me alegra ver que despertaste.

Sale de la habitación, dejándome completamente a solas. Cierro los ojos e intento moverme un poco más, pero aún no puedo. Y dado que poco puedo hacer, me planteo el decir en mi mente todo lo que pueda sobre mí.

Soy Iván Rosales y soy el mediano de tres hermanos. Mi hermano mayor me saca tres años, y yo le saco cinco al menor, Lucas, que tiene una marca de nacimiento junto al codo. Soy moreno de ojos verdes, de estatura media y de complexión delgada. Mi mejor amigo se llama Matias y me gusta una chica de mi clase llamada Roxanna, a quien le pedí salir pero me dejó en leído. Estaba en un coche rumbo a un pueblo porque a mi madre le habían dado trabajo allí...

Y no recuerdo nada más.

¿Cuáles son mis gustos musicales, alimenticios o hobbies? ¿Por qué no soy capaz de recordar esas cosas sobre mí mismo? ¿Y los recuerdos del instituto o de mi niñez? Como si no existieran. Solo soy capaz de asegurar aquellos datos que he pensado hace segundos. ¿Qué odio? ¿Tengo fobias? ¿Por qué me gustaba Roxanna?

Son preguntas que no puedo responder de momento.

Se me escapa un gruñido de molestia y me sorprendo. Me noto la voz algo diferente a como la tenía en el coche. ¿Quizá Lucas tenía razón, y había pasado de tener quince a... Veinte años? ¡Eso significaba que me había saltado parte de mi adolescencia! Que tendría que estar en la universidad (¿estudiando qué?) y con una novia y una vida sexual genial. No en una cama sin poder hablar ni moverme hasta horas después de esto.

Mi hermano no tarda en volver. Oigo ruidos de puertas antes de que entre a la habitación en la que yo me encuentro junto a un chico y una chica trajeados con corbata, chaqueta y pantalones. Ambos llevan gafas de sol a pesar de que no es necesario por estar en un sitio de interior.

—Nos alegra que haya despertado, sujeto número doscientos setenta y dos —comienza hablando la fémina, que se baja sus gafas de sol hasta la punta de su nariz. Aprecio desde mi cama sus rasgos asiáticos aunque no sé ubicarla en algún país del continente—. Tendrá muchas preguntas pero lamentamos decirle que no podremos responder ni a la mitad.

Ohhhhhhhhhhh, genial (no). Si esa gente no era capaz de responderme a la mitad de las dudas (a pesar de no poder hablar), ¿qué va a resolverme mi hermano? Él debe de saber un tercio de esa misma mitad. Debe de notárseme en la cara, porque la mujer se recoloca las gafas y le da pie al hombre para que continúe por ella.

—Hace cinco años hubo un accidente nuclear de tal calibre, que su radiación arrasó con toda la vida exterior y mató a más del noventa y nueve por ciento de la población. Eso lo visualizará en el vídeo que le pondremos tras acabar, de todas maneras —aclaró acompañado de un ademán de mano—. También le daremos un panfleto.

»El edificio tiene treinta plantas cuya distribución ya verá más adelante. Está formado por los trece grandes, siendo nosotros dos parte de ese grupo. No. No hay vida humana más allá de este lugar, salir de aquí sería muerte asegurada... Y hay varias normas que presentaremos en cuanto sepamos que los que quedan por despertar lo harán o no, pero hay dos inquebrantables. No matar, y no salir del hogar asignado en la noche. Si se le descubre haciendo una de esas dos, será expulsado sin derecho a defenderse.

A medida que habla, más increíble me parece esta situación. Solo se me queda en la mente lo esencial, y me replanteo estar realmente preparado para ver un documental sobre el supuesto fin de la humanidad. La respuesta es: no. Pero Lucas parece realmente enterado de aquello, así que le preguntaría a él de quedarme con más dudas.

—Si usted sigue el mismo camino que los demás, es probable que en unas dos o tres horas sea capaz de moverse y hablar —aclara ahora la mujer—. De igual forma, tanto su coma como el de su hermano no fue provocado, sino que fue natural, así que podría tardar algo más...

Si nuestro coma fue "natural", ¿es que hay gente a la que indujeron con el fin de salvarla? ¿Y qué nos pasó a Lucas y a mí para que nuestros padres muriesen y nosotros no? Tenía que tener relación con el viaje en coche... ¿No? ¿La tenía?

El hombre saca un mando pequeño de su bolsillo y enciende la televisión que está frente a mí. Aclara tras hacerlo que las televisiones sirven para comunicarnos entre los trece grandes y los demás, aparte de poder ver películas o series que ya estuvieran anteriormente grabadas. Lógicamente, no hay señal más allá de eso. No tarda en darle al "play" e iniciar un documental.

—Nosotros dos nos vamos, tenemos quehaceres. Mas, si usted o el sujeto número doscientos setenta y uno necesitan algo más, pueden llamarnos pulsando el botón verde que hay junto a la cama. El rojo está para emergencias, pulsarlo por pulsar será penalizado con un castigo.

Miro hacia mi izquierda con el rabillo del ojo y veo un pequeño botón de color verde y otro rojo. Logro emitir otro gruñido para evidenciar que me ha quedado claro, y tras aquello, ambos desconocidos se dirigen hacia la puerta.

—Ah, se nos olvidó presentarnos. Yo soy Jang Yubin, y él es Kang Minho.

Y tras decir aquello, se van por donde han venido. Mi hermano cierra la puerta y se acerca a la cama en la que me hallo, sentándose en el borde. Me revuelve el pelo mientras ríe y lo único que puedo hacer es... Entrecerrar los ojos, contrariado.

—¡Son coreanos! Nunca vi uno hasta que los conocí. Lo curioso de este sitio es que hay gente de todos los sitios... —aparta la mano de mi pelo y nos señala a ambos con una expresión patidifusa—. Y que podemos entendernos. Es bastante... Extraño.

Como no puedo hablar, no logro decirle que no entiendo a qué se refiere, ya que yo les he oído hablar en nuestro idioma natal; español. Noto que mi hermano mira hacia la ventana con expresión perdida durante unos instantes, y acaba por suspirar. Señala hacia la televisión, que sigue contando la historia del documental.

—Ya lo verás por ti mismo, pero no mienten. Más allá de este edificio solo hay tierra muerta y animales peligrosos que mutaron. Aquí estamos a salvo, pero no me preguntes cómo nos encontraron si el mundo... Realmente acabó así. Ya lo verás en el documental.

Atención decido darle por fin a aquella televisión, descubriendo que los trece grandes pertenecen al grupo de personas más ricas del mundo, manteniendo a sus familiares y a sí mismo a salvo de la catástrofe en búnkeres. Imaginado lo que podía pasar, cada uno se resguardó junto a animales, semillas y materiales tecnológicos de última generación tanto quirúrgicos como de construcción y del hogar. Nada más saber que todo había acabado, usaron drones para encontrar supervivientes, encontrándose a personas que estaban desmayadas o moribundas. En dos meses construyeron todo el edificio en el que nos encontramos, e indujeron a un coma incierto a todos (exceptuando a personas como Lucas o yo) los rescatados. Tan incierto era, que si al cabo de cinco años y medio había personas que no despertaban, las desconectarían.

No dice nada más de interés, o nada que pueda esclarecer las dudas que tengo. Sé que Lucas está igual por su mueca tras rever aquel documental, pero poco averiguaremos de buenas a primeras. Es una realidad. Solo el tiempo podrá respondernos, si es que lo hace. 

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