Capítulo tres.
Al terminar de comer salimos de la zona del comedor. Esta vez mi hermano no me tapa la vista, así que puedo mirar hacia mi alrededor con total libertad. Estamos ante un pasillo muy largo que va tanto a la izquierda, como a la derecha. No sabría decir bien cuál es la máxima longitud de aquello, pero los carteles que hay en la pared me indican las salas que allí se encuentran.
Aunque... Lucas se encarga de leerlas por mí.
—El edifico se divide en zona A y zona B —con su índice, señala hacia nuestros lados—. El ascensor se encuentra en medio, y según la puerta que se abra, accedes a una zona o a la otra.
—Pero cuando montamos en el ascensor, solo había una puerta...
—Sí, ¿pero no lo notaste? El ascensor da media vuelta según la zona a la que se quiera acceder —se encoge de hombros mientras me lo explica—. Era más fácil hacer dos puertas, pero este sitio es extraño.
—Ya veo —murmuro, pensando en que en el panfleto seguro que se detalla mejor todo aquello—. Esta es la zona...
—La zona B —dice por mí, asintiendo vagamente—. Que en esta planta contiene el comedor y la zona de tiendas. Como si esto fuese un centro comercial.
—¿Para qué hay tiendas?
No es como si estuviésemos trabajando y ganando dinero para ir de compras. Aparte, si hay comedor... ¿Qué vas a comprar? ¿Ropa? Porque la comida ya te la dan. De nuevo, vuelvo a no comprender absolutamente nada de aquel lugar. Y quizá... Sí que hubiese acabado agradeciendo ir comprendiendo todo poco a poco.
—La comida del comedor no es gratis, pero como has despertado hoy y no has podido acumular puntos, te alimentan gratis veinticuatro horas.
—¿Y de dónde consigo esos puntos? ¿Es el dinero que se usa aquí?
—¡Te gusta demasiado adelantarte a los acontecimientos! —se queja, haciendo un pequeño mohín en reproche al instante—. ¡Es que eso iba a contártelo mañana después de clase! Dejémoslo por ahora.
—Ya, vale.
Pongo los ojos en blanco y vuelvo a fijar mi vista en los carteles. En ellos pone "Tienda de cosméticos", "ropa", "informática", "higiene". A algunos se accede yendo hacia la derecha, y a otros hacia la izquierda. Como hay persianas cerradas, no he caído en que eso podían ser tiendas hasta ahora.
Lucas empieza a caminar hacia la izquierda, dando unos pasos breves hasta que se coloca frente al ascensor. Pone su dedo índice en el botón de huellas dactilares y, cuando el botón se pone en verde, lo aparta. Se cruza de brazos y más gente se nos une, pero las conversaciones me suenan tan superficiales, que ni me esfuerzo en saber de qué hablan.
—Si el ascensor se encuentra en medio, significa que entre este hay huecos, ¿no? O que las zonas se expanden más.
—Eh... ¡No te entiendo! Pero supongo que sí, no sé.
El ascensor llega y tanto mi hermano, como los demás y yo, entramos. Él pone su índice en el botón número diecisiete y los demás lo ponen en otros números aleatorios. Las puertas se cierran, y el ascensor se va parando casi de planta en planta, permitiendo que las personas salgan.
—Espero poder desenvolverme mejor por aquí pronto —me apoyo en la pared del ascensor y miro hacia el techo con los ojos entrecerrados.
—Tú no llames mucho la atención, que sé que te encanta.
—A mí no me gusta llamar la atención —replico, molesto.
Pero la verdad es que no me desagrada la idea. No sé si en el pasado destacaba mucho, pero si es el caso, en mi nueva vida probablemente pasase igual. Aunque, sí, en teoría nuestras personalidades no tengan que ser idénticas a la de nuestra anterior vida.
—Así no vas a ligar con ninguna chica en la vida —se ríe, y yo le doy un golpecito en la cabeza con la palma abierta. Él da un brinco y se lleva la mano a la zona "herida" —. ¡Oye!
—Si crees que todo en esta vida es relación chico-chica, estás equivocado. ¡Aaunque...! No estaría mal conocer a alguna chica guapa y flirtear con ella, ¿sabes?
—Lo sée... Lo di en la clase intensiva de sexualidad, que no todo eran salchichas y conchas.
Suelto una gran carcajada que provoca que Lucas se ponga rojo como un tomate y que, los pocos que quedan en el ascensor, me miren como si fuese un bicho raro. Le revuelvo el pelo a Lucas con ansias, y cuando veo en la pantalla que estamos en nuestra planta, salgo con él.
—Esa es una forma muy infantil de llamar a los penes y a las vaginas —le digo cuando me he conseguido calmar, aunque siento que soy capaz de reírme de nuevo en cualquier momento.
—C-Cállate —me dice en un hilito de voz que provoca que sonría.
Pone rumbo hacia el pasillo de la izquierda, que se va iluminando a medida que nosotros avanzamos. Me voy fijando en las puertas acorazadas de madera con sus mirillas. Incluso tienen, por debajo de la puerta, una rejilla por la que se pueden echar cartas perfectamente. No son muchas y hay gran hueco de pared entre una y otra. Lucas se para en la puerta 176A. Coge mi índice y lo coloca donde se encuentra el timbre, que resulta ser un lector de huellas. La puerta se abre automáticamente y tanto él como yo entramos.
—Es muy importante lo del dedo, pues es lo que abre y cierra la mayoría de cosas. Es como... —cierra la puerta y prensa sus labios breves instantes, pensando bien qué decir—. ¡Como nuestros permisos! Para ir de un sitio a otro.
—Lo deduje.
—Bueno, ¡pues este es nuestro hogar! —exclama Lucas con ilusión—. Tenemos de todo menos terraza, lavadora y cocina. Nuestro apartamento es pequeño igualmente.
Miro al frente, encontrándome un salón bastante simple, pues solo consta de una televisión pegada a la pared, una mesita de centro de cristal con las patas de madera en las que hay libros escolares, un sofá de tres plazas y cuadros de paisajes en bosques o nubes. Al fondo, en el lado de la pared que da a mi izquierda cuando entro a la casa, hay tres puertas. Doy por hecho que son nuestras habitaciones y el baño. Las paredes del salón y la entrada son blancas, y el suelo, alfombrado, grisáceo oscuro.
—Es pequeño y simple.
—¡Por eso hay una tienda de muebles! Para que cuando obtengamos puntos, la decoremos más a nuestro guuusto.
—No estaría mal hacerlo —se me ocurren mil formas de decorarlo, aunque otra cosa es que quede bien—. ¿A qué hora hay que estar en pie para las clases?
—Ocho de la mañana si quieres desayunar ant... ¡Iván! —Lucas corre a cogerme del brazo cuando me ve con intenciones de acercarme a la única ventana amplia que el salón tiene. Niega con la cabeza—. Ahora no se va a ver nada. Si quieres comprobar por ti mismo lo que te dijeron Minho y Yubin, mejor asómate mañana. ¡Hazme caso!
—Solo quería que me diese un poco el aire.
—Hay aire acondicionado en el techo —señala el aparato en el que no me había fijado anteriormente—. Aparte, se acerca el invierno.
—Está bieeeeeen —resoplo.
Ceder ante mi hermano pequeño tantas veces acaba por hacerme dudar sobre quién de los dos es el que manda, pero solo por esa ocasión, lo dejo estar. No han pasado ni veinticuatro horas desde que desperté. Lo quiera o no, él sabe más que yo.
Me suelta y recoge los libros de la mesita junto al sofá. Se dirige hacia la puerta del medio y la abre. Me lanza una última mirada antes de entrar y cerrar la puerta tras de sí.
—Voy a estudiar un poco antes de dormir. ¡Descansa!
Como responderle es en vano, voy hacia la puerta que está en el lado derecho de la del medio y la abro. Tengo suerte, pues es mi habitación. Cierro la puerta tras de mí y enciendo la luz. No tardo en aproximarme a la mesita de noche y abrir el cajón. Dentro hay un gran panfleto doblado, que al estirarlo muestra que hay un dibujo de un edificio tanto hacia delante, como hacia atrás. También me doy cuenta de que había dos papelitos más debajo del gran panfleto. Dejo este a un lado de la cama tras sentarme sobre el colchón, y cojo los dos papeles.
En el primero pone:
Normas del edificio.
1. No matarás.
2. No saldrás del apartamento entre las 00:00H y las 06:00H.
El incumplimiento de estas dos normas tendrá como castigo la expulsión directa del edificio al "mundo muerto".
3. No podrás visitar zonas residenciales ajenas a la tuya a excepción de si alguien te invita. La condición es que el invitado y el invitador tenéis que ir juntos.
4. Todo el mundo hará algo de utilidad para el funcionamiento de La Comunidad, a no ser que haya una causa de fuerza mayor para que esta norma no se cumpla.
5. No irás contra cualquiera de los trece grandes. Eso significa no atacarles, no insultarles y derivados.
6. No robarás.
7. Estarán permitidas las celebraciones si se les pide permiso con anterioridad a alguno de los trece grandes.
8. No crearás disputas ni pelearás físicamente.
9. No regalarás puntos a alguien ajeno a tu apartamento. Son intransferibles y de valor único para cada miembro de una única vivienda.
10. No pulsarás el botón rojo de emergencias a no ser que realmente sea necesario.
Se dirán las restantes en la Gran Reunión, la cual se celebrará cuando se informe del día. El castigo por el incumplimiento de las normas anteriores (más las que no se dijeron en esta nota), es libre. Puede incluir desde castigo físico a castigos de puntos o psicológicos, entre otros. No se recomienda saltarse las pocas normas vigentes para que haya una convivencia buena entre todos.
El segundo papel, en cambio, dice lo siguiente:
Rosales Delajón, Iván. Nacido el 15 de abril y de estatura actual 1,71cm, está convocado a asistir a clases intensivas desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde, y desde las cuatro hasta las siete de lunes a jueves hasta la Gran Reunión. El propósito de esto es que usted consiga adquirir todos los conocimientos de cualquier materia que hubiese dado en el instituto antes del accidente que le ha tenido cinco años sin aprender. A su vez, se le ruega que con el paso de los días sea capaz de elegir una carrera universitaria que le gustaría cursar, pero eso ya lo hablará con su tutora, la señora Halum. Su clase es tercero A, que se encuentra en el piso 4. Aula 43C.
Le deseamos un buen aprendizaje y que se adapte con facilidad al sistema.
Vuelvo a dejar los papeles dentro del cajón junto al panfleto. Leerlos me ha dado tanto dolor de cabeza, que prefiero mirar el panfleto con más detenimiento cuando despierte. ¿Es acaso legal dar tantas horas de clase? Siento que me va a costar muchísimo adaptarme a algo tan intensivo y pesado.
Me desvisto, pero en vez de coger un pijama y de doblar la ropa que llevé durante toda esta tarde-noche, la tiro al suelo y me acuesto en la cama. Cuando lo hago, las persianas de la ventana de mi habitación bajan automáticamente. Me acomodo la almohada y cierro los ojos, bostezando.
Mañana conoceré a gente nueva, probablemente de mi edad, y podré saber mejor cómo va el sistema de puntos que sirve para comprar. Tengo tantas preguntas sobre eso, que incluso aunque puedo relacionar lo de los puntos con la regla número cuatro, no sé bien si es, definitivamente, una sustitución de las monedas y billetes, o qué.
Cuestionarme eso provoca que poco a poco me acabe fundiendo en un sueño profundo, como si no hubiese estado dormitando durante cinco años.
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