Capítulo siete.
Cuando mis ojos se acostumbran a la increíble claridad procedente del exterior (aunque no me libro de que me lagrimeen), se me escapa una exhalación de la sorpresa. Hace un calor sofocante y lo único que se ve... Es desierto. Desierto puro y duro. Tissia me zarandea con ligereza tras unos segundos en los que mi vista se dirige hacia los lados.
—¿Esto es todo lo que queda...? ¿La nada?
—Sí, y animales muy peligrosos que mutaron —fijo mi mirada en Tissia, que ahora es la que mira hacia más allá de la ambientación en la que nos encontramos—. Sobrevivir es imposible.
—¿La gente no se ha vuelto paranoica tras ver esto?
—Algunos, pero las ventanas tienen la opción de mostrar un paisaje idílico y moldeable a nuestros gustos. Así creerán que viven en otro sitio más agradable —hace una breve pausa antes de continuar hablando—. Les ha calmado, y hasta parecen haberlo olvidado. De todas formas, ya sabes... Este clima no es el normal. Estamos a días de entrar en diciembre y hace este calor sofocante, más típico de verano.
—Qué mierda.
Ella se ríe y me da un suave empujón, pues de haberlo hecho con más energía, probablemente me hubiese caído por las escaleras y dudo que sea agradable caerse desde un cuarto piso. No sabría decir si es posible sobrevivir o no a estas alturas...
—Sí. Qué mierda —señala con la cabeza las escaleras que bajan, y se dirige hacia ellas, descendiendo—. Vamos.
Ambos bajamos con cuidado ya que las escaleras son bastante empinadas. Un paso en falso y podrías resbalarte hacia abajo. Aunque, a pesar de la precaución que estoy teniendo, soy incapaz de dejar de mirar cada dos por tres el polvo (o arena, lo que sea) que adorna todo el lugar de forma infinita. El sol empieza a descender por cada minuto que pasa, de manera casi imperceptible, y con este, la temperatura parece disminuir algo. Soy capaz de notarlo porque tardamos unos siete minutos aproximadamente en bajar. Tissia se planta en una puerta roja que no tarda en tornarse verde y que encima tiene un "cero". Cuando entramos, las luces del pasillo se encienden y siento el aire fresco del aire acondicionado encendido.
—Esta zona es únicamente para los Trece Grandes. Si el acceso a plantas está bastante restringido, aquí lo está el triple.
—¿Por qué me has traído, entonces? ¿Y si me castigan?
—Nah. Estás conmigo. Si te estuvieses colando, sería otro tema... —Tissia mira hacia los lados y yo me doy cuenta de que solo hay trece puertas, cada una de un color diferente—. Pero es cierto que no puedes decirle a nadie que has estado aquí.
—No lo haré. ¿Aquí están vuestros despachos?
—Sí, algo así —señala una puerta de color lavanda con orgullo. Hay un once escrito en ella—. ¡Esa es la mía! Pero si te soy sincera, no he entrado aún.
—¿Por qué?
—Digamos que... Prefiero hacerlo cuando sea necesario.
Se encoge de hombros y se para frente a una puerta de color morado. Toca con los nudillos y se queda parada frente a mí. Veo cómo se cruza de brazos ya que Tissia a mi lado es... Bastante bajita y puedo ver por encima de ella. Pasan lo que considero que son bastantes minutos, y al no recibir respuesta, camina en silencio hasta plantarse frente a una puerta de color verde similar al helecho y que tiene un número cuatro. Repite lo mismo que hizo antes, pero esa vez, alguien abre la puerta.
Una mujer bastante hermosa a mi parecer abre la puerta. Su pelo rizado castaño oscuro y revuelto le llega hasta los hombros, pero no le queda para nada mal. Sus labios, carnosos, están pintados del mismo color del traje que lleva; verde ¿helecho?, y sus ojos marrones se clavan en mí. Lo veo comprensible, pues para ella soy un extraño. O debería serlo.
—¡Hola, Suhaila! Este chico despertó ayer y quiere informarse sobre los puestos de trabajo para ganar puntos.
—No creo que sea conveniente que esté mucho por aquí, Tissia —suspira con resignación y sale al pasillo tras cerrar la puerta—. Y no debiste decir mi nombre, ahora me veo forzada a presentarme.
—Ah, sí, perdón... Es la costumbre.
—No puede ser tan costumbre cuando no llevas ni dos semanas despierta —le regaña mientras pone rumbo hacia una sala que está al final del pasillo y que se puede apreciar tras unos cuantos metros andados, pues las paredes son de cristal—. En fin, soy Suhaila Nayark, la número cuatro. ¿Qué número eres tú?
—¿Perdón?
—Es el sujeto número doscientos... Doscientos setenta y dos, si no recuerdo mal —responde Tissia por mí.
Así que se refería a eso. Yubin o Minho, no sé cuál de los dos fue (o si fueron los dos), me dijo exactamente eso. Creo que mi hermano era el doscientos setenta y uno, no recuerdo. A Suhaila parece convencerle la respuesta, pues asiente y saca un teléfono móvil del bolsillo mientras camina sin temor a impactar contra la cristalera que está ya cerca de nosotros.
—Sí, Iván Rosales Delajón, veinte años, un metro setenta y uno... Ajá, es él —bloquea la pantalla aunque yo no he alcanzado a ver nada y guarda su móvil donde estaba antes mientras se para y Tissia pone su dedo índice y, esta vez, también uno de sus ojos para que la escaneen y una de las cristaleras se corra hacia un lado—. Para estudiantes no ofertamos muchas cosas...
—Usted dígamelas, escogeré lo que crea que es mejor para mí —la interrumpo, sentándome en una de las sillas que hay rodeando la única gran mesa redonda del lugar.
Es cierto que ayer solo recordaba los datos básicos que se me pasaron por la mente, pero a lo largo de las horas que llevo despierto, recuerdos relacionados con trabajos me han venido a la cabeza. No es que sea mucho... Pero por ejemplo, sé que ser cocinero es un trabajo. O que un ganadero se encarga de los animales. O como cuando ayer Lucas me dijo que había dado en clase la reproducción humana. Sabía lo que era porque, probablemente, fue algo que yo sí di en el pasado.
—Dado que solo puedes trabajar viernes, sábados y domingos, y nuestra prioridad es que tengas estudios, los puntos que recibirás por trabajar van a ser menores que los de un adulto dedicándose a eso —me explica, aunque a mí aquello me decepciona. Yo quiero muchos puntos, no pocos—. Puedes ser limpiador en la cocina o en las zonas de ocio. También se te da la oportunidad de ser niñero, o de si tienes algún talento oculto como el canto o el baile, ser parte del mundo del espectáculo.
—Eh... ¿De qué edad son los niños?
—La más pequeña tiene seis años, pues a fin de cuentas, sobrevivió a la catástrofe con un año. Es imposible que haya aquí niños de tres, cuatro años... O incluso bebés.
—¿Y las zonas de ocio cuáles son?
—Las tiendas, el gimnasio, el comedor, la biblioteca, los pasillos, el ascensor... Ese tipo de zonas.
Dudo mucho tener algún talento relacionado con "el mundo del espectáculo", así que ni me molesto en preguntar sobre eso.
—¿No hay nada más?
—Para ti, no. Son tareas sencillas y fáciles de compaginar con los estudios que tienes. No podía ponerte de, por ejemplo, ayudante de enfermería porque no tienes las nociones necesarias para ello.
—¿Y para cuidar niños sí?
—Bueno, los adolescentes siempre han hecho eso. O al menos, hasta hace cinco años. Por eso se os oferta eso.
Tissia parece que no existe en esta conversación, pues ni siquiera se ha sentado en una silla y se mantiene totalmente en silencio tras de mí. Apoyo mi espalda en el respaldo de la silla, llevándome una mano al mentón. ¿Cuál es la mejor opción entre aguantar a críos y limpiar? Creo que aguantar a Lucas ya es suficiente, y eso solo lo hago porque es mi hermano y en el fondo, le quiero un poco. Pero es que... Limpiar me da bastante pereza, y más cuando no sé cómo de grandes son las salas de ocio. Aunque los niños con seis, siete, ocho años o los que sean... Son bastante insoportables. Limpiando al menos estaría a mis anchas. Aunque a lo mejor tengo suerte y esos niños aún tienen mentalidad de bebé y no molestan demasiado, ya que limpiar me acabaría agotando.
—¿Y bien?
—Pues creo que voy a...
Unas alarmas empiezan a sonar, ahogando mi decisión final. Suhaila se levanta, poniendo ambas palmas sobre el borde de la mesa, y vista dirige hacia Tissia, que ha sacado un teléfono móvil del bolsillo (y que no sabía que tenía hasta ahora) y teclea rápido lo que creo que es un número, pues se lo pone en la oreja.
—Chanhee, ¿qué sucede? —Tissia pone una mueca horrorizada y su voz se vuelve temblorosa—. ¡Y-Yo hablaré con él! Dile a Bruno que no t-tome medidas, por favor. Sí. Sí. Y-Ya. Pero por favor. Te recuerdo q-que me debes una. Sí. Está bien. Gracias.
—Qué ha pasado.
El tono tranquilo de Suhaila ha desaparecido por completo. Ahora es autoritario. Tissia carraspea para aclararse la garganta, pero cuando la miro, noto su expresión forzada de serenidad.
—El sujeto número ciento treinta y nueve ha agredido a Bruno... Le ha pegado un puñetazo en la cara.
—El señor Walser necesita urgentemente que le controlemos... Con él los castigos no sirven —prensa los labios hasta que vuelve a notar mi presencia, y, como si se le hubiera encendido una bombilla sobre la cabeza, chasquea los dedos—. Ya sé.
—¿Ya sabes...?
—Sé que es tu protegido, pero se nos está acabando la paciencia a todos, Tissia Lucis —mi compañera de clase encoge un poco sus hombros, tensa—. El señor Walser va a estar en arresto domiciliario para que no nos ataque a ninguno, y tú, señor Rosales, vas a ser su niñero.
—¿Eh?
Tissia se pone entre Suhaila y yo, con los hombros incluso más tensos que antes. Niega con la cabeza al instante. A mí tampoco me parece buen plan, pues si mi deducción no falla, están hablando nada más y nada menos que de Wow. Y dudo poder controlar a ese chico por lo impredecible que es.
—Intentaré que entre en razón, pero no podéis imponerle un arresto domiciliario. Os ataca porque ve divertido saltarse las normas, nada más.
—Lo siento, pero lo hablaré con los demás y estoy segura de que estarán de acuerdo conmigo. Ahora, deberías llevarte al señor Rosales de aquí. Mañana le espera un día entero en el apartamento de Walser.
—Creía que podía elegir entre varias cosas —digo, sin moverme del sitio a pesar de que Tissia me ha tocado el hombro para que me mueva.
—Pues ya no. A ti al menos te conoce, ya que estáis en la misma clase.
—¡De un día!
—Yo tampoco creo que sea buena idea que Iván le vigile. Lo haré yo misma si acaba ganando la opción del arresto.
—No, Tissia. A ti te necesitamos. Te pagaremos más puntos en compensación, Rosales. Te llegará la nota con el apartamento del señor Walser y las indicaciones para vigilarle por la noche.
—Pero...
—Es definitivo —sentencia, interrumpiéndome ella esta vez.
Me levanto y Tissia sale de ahí a paso ligero. Me despido con un movimiento de cabeza y la sigo casi corriendo, pues me ha faltado poco para perderla de vista. Está bastante nerviosa y no puedo entenderlo. ¿Por qué a Tissia le preocupa tanto Wow (si es que resulta ser él de quien hablaban)? ¿Es que le gusta? ¿Es por eso?
—¿Qué significa que Wow sea tu protegido?
—Que a la hora de los castigos fuertes, hay debate entre los Trece Grandes para ver si se puede aplicar o no —me responde en tono cansado. Una vez se para frente al ascensor, coloca su ojo y su dedo a la par, y cuando da luz verde, se separa. Me mira de reojo—. Es algo así como casi intocable. Y está mal que lo diga, pero tu hermano también es uno de los trece protegidos.
—¿Lucas? ¿Lucas de quién es protegido?
—No me corresponde a mí decírtelo, ni a él tampoco. En realidad, no puedes decir nada de nada. Si lo haces, por chivato, yo no podré protegerte.
—¿Por qué ibas a hacerlo si no soy tu protegido?
Las puertas del ascensor se abren y Tissia coge mi muñeca, tirando de mí para entrar. Le da al botón rápidamente y las puertas se cierran. Siento cómo empieza a ascender.
—Porque eres lo más cercano a un amigo que tengo, y sí. Sé que te conozco de hoy, pero es lo que me transmites.
El ascensor se para en la planta tres y Yubin aparece. Al vernos, se aproxima a Tissia y toma sus mejillas, mirándola con sumo cuidado y preocupación en su rostro. Al comprobar que está bien, la estrecha entre sus brazos.
—Minho no ha querido decirme a quién ha intentado atacar Wow. Me preocupé mucho, menos mal que no has sido tú.
—Tranquila, boba, estoy bien —le asegura, correspondiéndole el abrazo, pero su mirada está fijada en mí—. Estaba con Suhaila.
—No deberías decir su no...
—Iván ya la ha conocido. Ahora te cuento, tranquila.
El ascensor se para en mi planta y la puerta se abre. Tissia, que sigue entre los brazos de Yubin porque no la suelta, alza una mano para despedirse y pone una mueca apurada a pesar de que su tono vuelve a mostrarse alegre. Esta vez es capaz de fingir mejor.
—Te veo mañana. Me pasaré por el apartamento, tranquilo.
—Adiós, Tissia.
Salgo sin despedirme de Yubin, pues ella tampoco lo hace de mí y no parece importarle que ignore su presencia. Cuando la puerta del ascensor se cierra tras de mí, me quedo mirándola fijamente durante un par de segundos antes de poner rumbo hacia mi apartamento.
Quizá tendría que preocuparme sobre todo lo que ha sucedido, ¿pero para qué? Quiero tener una vida normal post-apocalíptica. También da igual cuántas veces le pregunte a Tissia... Tampoco quiero involucrarla y ponerla en un aprieto solo porque me está diciendo cosas que no debería saber y tampoco me interesan. Podemos llegar a ser amigos, pero entre ella y yo hay una barrera; la del conocimiento y los secretos. Y de momento, soy capaz de ignorarla.
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