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Capítulo dieciséis.

La situación puede tornarse cómica o variopinta, depende de con qué ojos se viese. Mi padre carga sobre sus hombros a un niño de siete años de edad que alza sus manos mientras chilla todo lo que puede. A su derecha estoy yo, cuya expresión facial demuestra lo que estoy pensando sobre el momento; es ridículo. Y a su izquierda, la segunda persona más mayor de todos nosotros; un chico rubio y esbelto, con el pelo echado hacia atrás y bien peinado, que alza su mano para tirar de la mejilla de Lucas, dificultándole a la hora de soltar gritos perfectos.

—Paaaaaaaaapáaaaaaa —intenta llamar su atención, a punto de tener un berrinche.

—Hugo, ¿qué haces?

—Compruebo si puede gritar bien a pesar de las dificultades.

—Pues obvio que no —digo.

Lucas comienza a sollozar, causando que mi padre le lance una mirada furtiva a mi hermano mayor, que le suelta. Automáticamente, Lucas suelta una risita traviesa y vuelve a pegar un chillido, cuyo eco se escucha durante unos cuantos segundos.

—Hace trampa, pero no está mal. Es un experimento medio fallido.

—Hacer experimentos con tus hermanos no te va a ayudar a la hora de entrar a la universidad —dice mi padre.

—Papá, pero, sé sincero. ¿No te enorgullece que tu hijo sea capaz de hacer lo que sea para seguir con su objetivo? Que es gritar.

—Depende de si lastima a alguien o no durante el proceso —mi padre hace una breve pausa antes de continuar hablando, aunque antes, le da un toque en el tobillo a mi hermano—. Lucas, siempre que quieras algo, piensa en si harás daño a alguien o no, ¿vale?

—¡VaaaAaaAAAaaaalee! —exclama, aunque creo que no le ha prestado apenas atención.

—Yo a veces creo que Hugo se aburre demasiado.

—Contigo también hago pruebas.

Me inclino un poco, con mucho cuidado para no tropezar y caer por el barranco que tenemos frente a nosotros, y le miro con el ceño fruncido.

—Sí, claro.

—¡Es en serio! Me he dado cuenta de que tú eres el único, junto a mamá, que no tiene la marca de nacimiento del trébol.

—¿Qué?

Eso me pilla por sorpresa. Mi padre mira al horizonte mientras asiente, vagamente.

—Es cierto, Iván.

—Pero, pero. ¿Y las burlas que hacéis siempre porque Lucas la tiene? Esa de que nos va a dar mala suerte y eso.

—Empezó a decirla vuestra madre en broma ya que de cinco miembros, tres tenemos la marca —me explica mi padre, bajando a Lucas al fin de sus hombros mientras él pone un puchero y da saltitos para que vuelva a subirle—. Tres miembros, tres tréboles.

—¡Yo nunca os la vi!

—Papiiii, súbeme, súbeme. ¡Quiero seguir gritando!

—Te vas a quedar sin voz como sigas haciéndolo —le revuelve el pelo a Lucas mientras me mira—. Tampoco es plan de ir enseñándola por ahí, Iván.

—Ni siquiera deberías decirle a alguien que las tenemos —interviene mi hermano, cogiendo la mano de Lucas.

—¿Por qué? Qué tontería tan grande.

—Hay gente que es realmente supersticiosa, hijo —mi padre saca las llaves del coche y los cuatro caminamos hacia él.

Es cierto que es extraño que haya un trébol de tres hojas, y no de cuatro, ¿pero hasta tal punto de superstición iba a llegar la gente? Puedo entender, por creencias populares absurdas, que teman a los gatos negros, a pasar por debajo de las escaleras, a los espejos rotos... Pero que una marca de nacimiento de un trébol de tres hojas sea hereditaria, ¿qué puede significar? Ya digo yo que; nada.

Mi padre sienta a Lucas en la silla especial para niños y yo voy a entrar, pero me quedo mirando a Hugo. Mira hacia el cielo, y yo acabo por hacer lo mismo. Veo un par de nubes deformes, pero a él parecen atraerles.

—¿Qué miras?

—El cielo.

Se encoge de hombros y entra al coche.

Voy a entrar, pero me quedo inmóvil. De repente, siento punzadas en mi cabeza que provocan que me duela en demasía. La vista se me nubla y tengo que flexionarme sobre mis rodillas, conteniéndome un quejido de dolor. Mientras tanto, mi padre se monta en el coche y arranca, yéndose, sin mí.

—¡Parad! ¡No me abandonéis! —suplico.

Pero un estruendo en el salón hace que me despierte de un brinco. Automáticamente pienso en Dresa. Me levanto de la cama con rapidez, y evitando por poco un traspié, abro la puerta de mi habitación de golpe. En la pared hay una mancha de sangre y me alarmo, pero mi cuerpo se tensa incluso más al ver el charco de sangre saliendo de mi apartamento, hacia el pasillo. Dresa no está.

Dresa no está.

¿Qué le ha pasado?

Me asomo a la puerta pero el pasillo está sumido en la más profunda oscuridad dado a que aún no es la hora permitida para salir. Durante segundos, creo que está todo sumido en el más profundo silencio, pero a mis oídos llega un sonido similar a cuando arrastras una bolsa pesada. Ese siseo me hace pensar en que... Se están llevando a Dresa a rastras.

Con el corazón acelerado y el único pensamiento de que Dresa es mi prioridad y tengo que hacer algo por ayudarla, salgo del apartamento con la esperanza de que, si algún miembro de los Trece Grandes me ve, no me castigue ya que solo quiero ayudar a alguien herido.

Pero... ¿Y si Dresa tenía razón, y son los Trece Grandes los que están causando todo esto? ¿Cómo puede haber entrado alguien si no en mi apartamento, si ni Lucas (que creo que está tan dormido que no se ha enterado de absolutamente nada de lo sucedido) ni yo hemos abierto la puerta? La única opción posible es que Dresa haya abierto la puerta a su atacante, sea quien sea. Suena incluso más lógica que la de que algún miembro de los Trece Grandes haya hecho sangrar a alguien inocente.

Las luces se encienden cuando ando un par de pasos y, para mi sorpresa, no hay rastro de sangre a partir de los tres metros de distancia entre mi puerta y el fondo del pasillo, justo donde se encuentra la puerta que lleva a la Gran Escalera. Incluso así, oigo los pasos sigilosos... El sonido de un cuerpo siendo arrastrado, que me hipnotiza y me hace avanzar de puntillas. Pero llega un punto en el que veo la puerta a lo lejos, pero no veo a nadie. Como si Dresa jamás hubiese existido. Como si yo estuviese soñando. El problema es que sé que la sangre de mi apartamento es real. Sé que Dresa no se inventaba nada porque yo he experimentado también algo similar.

Como no puedo hacer nada más, corro hasta mi apartamento. Dejo la puerta abierta y voy a mi habitación sintiendo flatos en el proceso, pero ignorándolos por completo. Probablemente, aún no es tarde para Dresa. No puede estar lejos de aquí. Tiene que estar... Tiene que estar en esta planta. Y viva. Estiro mi mano y pulso el botón rojo sin pensármelo dos veces. Tanto las luces de mi habitación como las del salón se tornan rojas, y un pitido ensordecedor comienza a sonar.

Lucas se planta junto a la puerta de mi habitación, pero sin irrumpir en ella, con pánico en sus ojos. Con su índice, señala la sangre del suelo y puedo ver cómo le tiemblan las piernas. Me acerco a él para darle un abrazo fuerte y acariciarle la espalda.

—¿E-Es de Dresa?

—Eso creo.

Va a hablar o a llorar (quizá ambas cosas a la vez), cuando oímos la puerta cerrarse. El sonido para, y como no puedo ver bien quién es la persona que ha entrado en nuestro hogar porque Lucas, para mi lamento, sigue siendo más alto que yo, me fuerzo a separarme de él. Aun así, no tardo en ponerme delante de él, protector.

Un chico castaño de ojos verdes con una expresión dura se encuentra frente a nosotros. Lleva un traje negro con una corbata verde oscura y no para de acariciarse con el índice la joya esmeralda redonda que porta en su anillo. En comparación a nosotros, que estamos en pijama y asustados, él o parece ciego por no decir nada sobre la sangre, o es que es de alma inquebrantable.

—Soy el número tres —se presenta, tosco y tan directo que mezcla lo borde. Pero no es un borde como Dresa. Él... Sí transmite algo que te paraliza, como si sus palabras fuesen dardos envenenados—. ¿Por qué ha pulsado la alarma, sujeto doscientos setenta y dos?

—¿¡Es que acaso no lo ve!?

Sí que lo ve, puesto que baja la mirada escasos segundos antes de volver a mirarme sin variar expresión.

—Volveré a repetir la pregunta. ¿Por qué ha pulsado la alarma, sujeto doscientos setenta y dos?

—Esa sangre e-es de su amiga, Dresa —dice Lucas aún con su voz temblorosa—. Dormía aquí p-por invitación de mi hermano, y yo no...

—Escuché un ruido que me despertó y, cuando salí, la situación estaba así —detallo, obviando que rompí las reglas minutos atrás—. Así que no tardé en tocar la alarma roja de emergencia.

—Ya veo —murmura, mirando el reloj que porta en su muñeca. Tras un silencio que probablemente es breve, pero a mí se me hace eterno, lee lo que tiene frente a sus ojos—. R. Dresa Vermello. Sujeto ciento ochenta y uno. Lo investigaremos. La pintada de la pared la cubriremos nosotros.

—¿Y ya está? ¿Una chica desaparece, y solo me dicen que "lo investigarán" y que "la pintada de la pared la cubriréis vosotros?" ¡Es ultrajante! Alguien ha entrado en mi casa y herido a una chica que está desaparecida.

—Estas puertas solo pueden abrirlas los que están dentro.

—Dresa no tenía motivos para abrirle la puerta a nadie.

¡Tenía miedo! Creo que no se fiaba de nadie, exceptuándonos a Lucas y a mí y solo porque la hemos acogido por una noche. Tissia es una miembro de los Trece Grandes y a Rebeka la odia. Por no decir que Wow a ella no se le acerca ni por obligación.

—Eso es lo que puede parecer —baja su brazo y se dirige hacia la salida—. Confío en que no dirán nada de lo sucedido para no sembrar el pánico. Por fortuna, a pesar de que la puerta estaba abierta, de noche los sonidos son imperceptibles para cualquiera que tenga su puerta cerrada. Así que esto solo se va a quedar entre ustedes y nosotros.

—¿Recibiremos noticias en cuanto se sepa algo?

—Eh... Sí, por supuesto. Que tengan buena noche.

"Número tres" sale por la puerta y la cierra tras de sí. Doy media vuelta para ver a mi hermano, cuyo rostro ha palidecido incluso más. Y decido que, aunque no es el mejor momento para hacerlo, es mejor ahora que volver a hacerle pasar por ese mal trago.

—Escúchame bien. Si alguna vez me sucede algo, por favor, no hagas locuras.

—¿Por qué i-iba a pasarte algo? —pregunta en un hilito de voz.

—Invité a Dresa porque me dijo que se sentía perseguida... Pero es que a mí me sucede igual —pongo ambas manos sobre sus hombros y aprieto ligeramente—. Lucas, prométemelo. Si algún día desaparezco como lo ha hecho Dresa, no te esfuerces en buscarme y sigue con tu vida.

—¡N-No puedo hacer eso! —las lágrimas que ya no puede contener surcan su rostro a gran velocidad—. ¡S-Solo me quedas tú! ¡Me moriré sin ti!

—Voy a hacer lo posible para que no me pase nada —le aseguro, volviendo a abrazarle con toda la fuerza que tengo—. Pero necesito que me lo prometas.

—¡Solo soy u-un niño e-en un cuerpo de q-quince años!

Niego con la cabeza, echándola hacia atrás para que nuestras vistas se encuentren.

—Es cierto que aún lo eres y yo no pienso dejarte solo. Pero yo tampoco soy un adulto aunque quiera creérmelo.

—¿S-Si te lo prometo, le p-pondrás más empeño a... A cuidarte?

Solloza incluso más fuerte. No sé qué se le ha pasado por la mente, pero acaricio su espalda mientras asiento. Y aunque no le calma, al menos, logra pronunciar las únicas palabras que pueden causar una paz absoluta en mí ahora mismo, ante tanta preocupación.

—T-Te lo prometo.

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