Capítulo cinco.
Voy a preguntarle el nombre a las otras chicas pero una mujer rubia, alta (en parte por los tacones que lleva) y vestida con un traje de color azul. Su corbata es gris, y aunque no lleva gafas de sol como Yubin y Minho, sí que hay algo que me llama la atención de su rostro; tiene un tatuaje de una gota de agua en la mejilla derecha, muy cerca de la comisura.
Todos se ponen de pie excepto Wow y yo, pero tras una mirada apurada de Tissia, les imito. La mujer, que ahora que me fijo incluso más en ella es muy parecida a la amiga de mi hermano, Sorn, me mira con desdén, como si quisiera escupirme. Pero en cuestión de segundos, al mirar más allá de mí, incrementa esa mueca. Parece que Wow es el chico más detestado de la clase.
—Señor Walser, ya sabemos que usted es un vulgar inepto, pero me gustaría no castigarle un día.
No me giro, pero por la cara sorprendida de la chica pelinegra que está sentada delante de Wow y que aún no ha hablado nada de nada, y por la mueca satisfactoria de la profesora, deduzco que el chico ha cedido y se ha acabado levantando.
—Buenos días —al decirlo, los demás se sientan así que yo les imito. La mujer ha vuelto a mirarme a mí con su misma mueca desdeñosa de antes—. Como veis, tenéis a un nuevo compañero entre vosotros. Estoy obligada a veros presentaros entre vosotros. No tardéis.
Mis compañeros se miran entre ellos y la chica que aún no ha hablado se levanta y se pone junto a la mesa de la profesora. Se coloca algo tras la oreja (¿parece un sonotone?) y me mira. Si pensaba que la profesora, Wow y la pelirroja parecían personas complicadas y desagradables, la mirada de aquella chica, superficial y arrogante se llevaba la palma.
—Soy Rebeka Fero, la mejor chica de esta clase con diferencia —veo cómo la profesora sonríe tras ella y deduzco cuál es su persona favorita solo con eso—. Soy la subdelegada, y aspiro a ser la delegada —lanza una mirada de asco hacia atrás.
—Una don nadie como tú no me va a quitar el puesto —responde de mala manera la pelirroja.
—Ahém —carraspea la profesora, que mira su reloj de pulsera con una mueca.
—Quiero trabajar en la enfermería de este lugar y yo si fuese tú, chico nuevo, escogería muy bien con quien me junto.
Tras decirlo, se vuelve a su sitio y se quita lo que se puso en las orejas. Tissia se levanta y se pone donde estaba Rebeka. Mueve su mano a modo de saludo y sonríe con cierto deje alegre, como si no le importase presentarse de nuevo.
—Bueno, yo soy Tissia Lucis. ¡Tengo veinte años, y en un futuro quiero ser abogada! Para luchar por los derechos de todos los que estamos aquí —dice ilusionada—. Yo no tengo consejo para darte... Excepto que te portes bien.
Y se ríe bajito mientras vuelve a su sitio. Escucho pasos tras de mí y los ojos verdes de Wow se encuentran con los míos. Se cruza de brazos, e incluso se atreve a apoyarse en la mesa de la profesora. Esta le fulmina con la mirada pero, extrañamente, no le dice nada por aquel atrevimiento. Ahora es cuando me doy cuenta de lo alto que es ese chico. Debe medir alrededor de un metro noventa.
—Soy William Ohtex Walser —se presenta en tono aburrido—. Soy medio italiano, medio español.
La chica pelirroja se aproxima y él le da con el hombro mientras vuelve a su sitio. Ella, que en comparación es excesivamente bajita, no duda ni un segundo en pegarle un puñetazo en la espalda. Wow ríe y sigue caminando como si nada. Eso parece molestar en exceso a la pelirroja, porque cuando habla, parece que escupe cada palabra.
—Soy Dresa Vermello, la delegada de esta clase de mierda que me ha tocado. Tengo diecinueve años y yo lo que te aconsejo es que no provoques a nuestra querida y amada profesora Halum.
A pesar de la ironía, puedo notar que habla totalmente en serio. No ha dicho a qué quiere dedicarse, pero tampoco es como si fuese un dato que me interesara, así que no lo tengo en cuenta. Dado que me toca a mí por ser el último, me levanto. Solo Tissia me mira.
—Eh, yo... Soy Iván Rosales Delajón. Tengo veinte años y tengo un hermano pequeño que se llama Lucas —se nota que no sé lo que decir, porque Tissia levanta el pulgar para indicar que lo estoy haciendo bien, pero Dresa ha puesto los ojos en blanco—. No sé a qué quiero dedicarme aún.
Y vuelvo a mi sitio rápidamente. Podía haberlo hecho mejor, pero teniendo en cuenta que mis compañeros no son precisamente amigables, con lo poco que dije ya es suficiente para ellos y para mí mismo. La profesora se sienta en su silla acolchada y bien cómoda (a diferencia de las nuestras, que son sillas tan duras que parece que te vas a convertir en piedra) y abre el libro de Física y Química.
—Señor Rosales, yo para usted soy profesora Halum —no levanta la vista del libro—. Tal y como le ha dicho su querida delegada, no le conviene provocarme. No me corto a la hora de castigar física o mentalmente.
Se escucha un "ja" grave de fondo por parte de Wow. Supongo, por ello, que él debe de estar más que acostumbrado a ese tipo de tratos. La señora Halum sigue hablando como si nada.
—De los que están dormidos, solo queda uno por despertar que corresponda a esta clase... ¿Matthew? ¿Mat? No sé cómo era su nombre, pero de momento, si el señor Rosales no les agrada, deben aguantarse —deja de pasar páginas y pasa su dedo por la esquina inferior izquierda del libro—. Página treinta. Empieza la clase.
...
Al fin llega la hora de comer. Guardo el último libro que saqué una hora atrás y entrelazo mis propias manos, desperezándome en el mismo sitio. No veo a Dresa y a Wow, pero Tissia recoge sus cosas con alegría mientras me lanza miradas de reojo, y Rebeka, en cambio, dejaba sus cosas bien colocadas sobre la mesa con una parsimonia que es de admirar.
—Señor Rosales, venga un momento.
No tardo en levantarme, pues en estas cinco horas he descubierto lo dura y mala persona que es esta mujer. Mientras estaba explicando la tabla periódica, le lanzó una tiza a Dresa que casi le da en el ojo, por ejemplo. Y a Wow le obligó a sentarse en el borde de la ventana, con una pierna colgando en las alturas y la otra dentro, alegando que si se caía, incluso les haría un favor a todos.
—Supongo que su hermano le habrá explicado el sistema de puntos.
—No. Iba a hacerlo hoy, después de clase —le explico con calma, recordando las palabras de Lucas ayer.
—Ese maldito crío solo tenía que explicarte todo nada más despertar —chista la lengua, contrariada—. Bien, pues...
—No se meta con mi hermano —le corto. Una cosa es que lo haga yo, pero otra muy distinta a que lo haga cualquier persona aleatoria en nuestras vidas. No pienso permitirlo—. En solo doce horas no puede pretender que me cuente absolutamente todo.
—En primer lugar, le insultaré si así lo deseo, Rosales —me fulmina con la mirada y se inclina hacia mí, abriendo sus ojos un poco más—. En segundo, ya le han advertido de que no le conviene cabrearme. Cuando digo que creo en los castigos físicos y mentales, es verdad.
Sé que hace segundos pensaba en que no podía meterme en problemas con ella, pero si se trata de mi hermano, tendré que hacer la excepción. Los castigos me dan igual. No creo que por ser una de los Trece grandes le permitan llegar a esos extremos. Y si no, seguro que puedo quejarme a alguien.
Aunque realmente... Ahora que me acuerdo, en la nota de las normas también indicaron que se llegaría a tal extremo si se ve necesario. Quizá no me sirva de nada quejarme si ella intentase pegarme.
Como me quedo callado, creo que la señora Halum interpreta mi silencio como una victoria, así que se echa hacia atrás y saca un reloj de pulsera idéntico al que lleva ella. Lo enciende y me lo tiende para que me lo ponga.
—El reloj que le he dado tendrá que ponérselo durante las clases. Es una forma de hacerle saber a alguien que usted definitivamente ha estado en el aula, y que no me ha manipulado para que mienta y diga que sí ha estado, cuando quizá no es así. También sirve para saber cuántos puntos tiene. Es... Como una tarjeta bancaria, y a su vez, un localizador de tareas.
Dudo que alguien pudiese manipular a esa señora, pero si había tal posibilidad, supongo que es porque habían comprobado que podía darse el caso. Y dado que parecen ser demasiado estrictos...
—Los puntos se consiguen trabajando. En su caso, señor Rosales, se consiguen en base a las notas de los trabajos y exámenes que consiga —abre un cajón de los cuatro que hay en su mesa y saca un papel con mi nombre. Lo deja encima y yo lo cojo—. Si usted saca un diez en un examen, gana mil puntos. Si saca un diez en un trabajo, gana cien. Tal y como pone en el papel, usted nos debe actualmente doscientos cincuenta puntos.
—Pero tardaré en devolver esa cantidad... —me quejo, bajo.
—También hay más formas de conseguir puntos. Practicando deporte, ayudando a la limpieza... Debe de hablar con el número cuatro o el ocho.
—Perdone... ¿Con quiénes?
—Los Trece grandes nos clasificamos en número a no ser que nos presentemos ante ustedes por voluntad propia —me explica en un tono más agudo, como si le estuviese hablando a un tonto. Me hace arquear la ceja tal actitud—. A mí se me conoce como la temible seis.
—¿Qué sucederá si tardo demasiado tiempo en devolver los puntos?
—Eso se lo explicaremos a todos ustedes en la Gran Reunión —señala hacia la puerta con un movimiento sutil de cabeza—. Ya puede marcharse. En una hora debe estar aquí.
—Gracias, profesora.
Guardo el papel de mis nuevas deudas en el bolsillo del pantalón y salgo del aula, aunque alguien me agarra del brazo y yo pego un brinco del susto. Cuando veo que se trata de Tissia, la miro con notoria confusión. ¿Me ha estado esperando durante la breve charla con la señora Halum? Eso parece, ¿pero por qué?
—Pensé que no querrías estar solo a la hora de comer —me sonríe, separándose de mí a pesar de que, ahora que me he calmado, no me importa la cercanía.
—¿Es tu misión como una de las Trece Grandes llevarte bien con todo el mundo?
Se nota que no lo pregunto para ofenderla ni atacarla, sino más bien como simple curiosidad. Tissia se me asemeja a una madre, a pesar de que, si soy sincero, no sé bien qué actitud tiene una por no recordar a la mía. Ella ríe y niega con la cabeza mientras se dirige hacia el ascensor.
—No, pero justo por eso no me llevo bien con casi nadie... Si tú no quieres estar conmigo, lo comprenderé, ¿sabes? No te fuerces a llevarte conmigo si no quieres.
—No quise decir eso. Solo llevo veinticuatro horas despierto, no puedo juzgarte. De los cuatro que conozco, solo la señora Halum me ha parecido mala persona.
—¿A quiénes conoces? —pregunta, curiosa.
Aunque no sabía si Yubin y Minho pertenecen cien por cien a ese grupo. Me da la sensación de que sí, por eso, me dispongo a mencionarlos.
—Yubin y Minho, los dos coreanos. Y conozco también a la hija de la señora Halum, Sorn, creo que era.
—Oh, no, no. Ni Yubin ni Sorn son de los Trece Grandes. No como tal, al menos —Tissia y yo llegamos al ascensor y es ella quien pone su índice. Disimuladamente, de nuevo, me fijo en el hueco en el que tendría que estar el dedo anular—. Minho en cambio, sí. Es el segundo más pequeño, me saca un año.
—¿Y por qué Yubin va exactamente igual que Minho? Y que la señora Halum. ¿Todos menos tú van trajeados?
—Ehm... Pues no puedo hablar mucho sobre ellos ni sobre lo que hacemos como miembros de los Trece Grandes, pero es por distinción. Minho confía mucho en Yubin ya que su padre sí pertenece al grupo, y es quien le ayuda. Sorn, en cambio, es solo una chica normal y corriente. Solo porque es la hija, no implica que deba saber lo que hacemos. Incluso Yubin está exenta de mucha información.
—¿Y qué número te corresponde a ti?
—Soy la número once.
¿Sorn le habrá contado la misma información a Lucas? Porque lo que Tissia me está contando debe de ser solo porque es algo que cualquiera puede saber. Me gustaría saber cómo han llegado Tissia y Minho a ser parte de ese grupo de líderes siendo tan jóvenes, pero dudo que me responda, por eso ni me esfuerzo en preguntarle.
El caso es, que si Tissia sí me da razones para mantenerme alejado de ella, sin duda, lo haré. Pero mientras tanto, está neutral y es la que más decente me parece de mi peculiar clase. Quizá en un futuro me replantee el decirle mi opinión personal sobre ella, si es que seguimos llevándonos bien.
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