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•Una mañana diferente

HyungWon se giró en la cama y un perfume delicioso se coló por su nariz. Movió la cabeza y olisqueó la almohada. Cerró los ojos y aspiró profundamente. Había tenido un sueño tranquilo y feliz. Se desperezó y se incorporó apenas. Se paró frente al espejo y comprobó que todo estaba como antes de dormir. Entonces miró alrededor. Tampoco había nada fuera de lugar en la habitación. De no ser por el perfume en su cama, pensaría que no había habido clientes. La muchacha que lo asistía entró y le sonrió.

—Te ves radiante hoy —dijo ella chequeando su temperatura corporal y su pulso.

—Tuve un buen sueño. Oye, está todo muy ordenado, ¿es que acaso no tuve clientes anoche?

—Oh, sí. Eres muy afortunado. Tuviste solo un cliente que ha pagado mucho por ti.

HyungWon abrió los ojos y se dejó llevar al baño. La chica lavaba su cabello con un shampoo delicioso con olor a coco. La casa usaba los mejores productos para la piel de sus durmientes.

—¿En serio? —preguntó con curiosidad.
—Bueno... no tengo marcas ni nada sobre el cuerpo, al parecer no me tocó.

—Eso es algo estupendo, Wonnie —dijo Min entrando al baño con otra chica y Jooheon.

—Hola, Wonnie —saludó el chico corpulento.

—Hola, Honey. ¿Cómo fue tu noche?

—Creo que fue buena, solo que mi cliente tenía algo con mis mejillas, me molestan un poco cuando sonrío... —dijo moviendo la mandíbula mientras una chica lo desvestía.

Jooheon era grande y fuerte. Un cuerpo enorme con una cara que cuando estaba serio podía pasar fácilmente por un mafioso de Hong Kong, pero que cuando sonreía era capaz de hacer suspirar a las piedras. De ojos pequeños y sonrisa fatal que estaba adornada por unos hoyuelos que eran demasiado atractivos para pasar por alto. Era uno de los durmientes más populares y era requerido tanto por hombres como por mujeres.

—No los culpo —dijo Min agarrándole la cara con ambas manos— eres adorable y precioso y te mordería todo si no fuera porque tienes novio. Me rompes el corazón —le dijo dejando un sonoro beso en una de sus mejillas y luego se metió al agua entre suspiros.

HyungWon rió.

—Dicen que anoche visitó la casa un cliente adinerado. Y según escuché, era muy atractivo... —Min se sumergió en el agua caliente y emergió brillante.

—¿Sabes a quién eligió? —preguntó HyungWon pasando un poco de aceite de bebé por sus brazos.

Min movió la cabeza, negando.

—Sabes que no manejo esa información. Es mejor no saber con quién pasamos la noche.

Las palabras de Min no dejaban de incomodarlo en el fondo. Aunque después de estar cinco años trabajando en la casa de los sueños, ya se había acostumbrado a ser poco más que un muñeco, pero no dejaba de sentir curiosidad por la gente que pagaba por él. Cinco largos años donde la gente pasaba por su cama. Rostros invisibles que dejaban caricias en su cuerpo, de siluetas fantasmales que besaban su piel. Agradecía que la señora Oh se ocupara de sus durmientes con esmero. Recordaba que al principio, cuando recién empezaba a trabajar allí, solo había pocas reglas que los clientes debían seguir, pero una vez alguien quiso propasarse con unos de los chicos dormidos y desde ahí habían reforzado la seguridad de las habitaciones que eran monitoreadas todo el tiempo. En líneas generales, los clientes eran agradables. Ellos no conocían sus rostros pero la mayoría tenía admiradores que les dejaban regalos. HyungWon había recibido cartas de amor, ramos de flores, dinero en efectivo y hasta joyas. Cosas que sus padres no sabían. Si lo hubieran sabido, se habrían encargado de dilapidar el dinero y vendido las joyas para darse una vida de reyes. Había aprendido a ocultar ciertas cosas por su bien. Tenía una cuenta en un banco donde guardaba todo en una caja fuerte para el día que tuviera que irse. Siempre cuidaba de apartar algo del dinero que ganaba para ahorrarla. Algún día huiría del país para empezar una nueva vida en Francia o en Italia. Estaba por empezar la universidad para estudiar Historia del Arte y así poder cumplir su sueño de manejar su propia galería. Solo debía aguantar unos años más y adiós al viejo HyungWon.

HyungWon asintió y salió del baño para empezar a vestirse. Cuando salió al recibidor, la señora Oh lo llamó. Le sirvió un exquisito té de lavanda y le entregó un sobre.

—Ten, te lo mereces.

HyungWon abrió el sobre y se encontró con mil dólares. Abrió los ojos y volvió a mirar a la señora Oh.

—Debe haber algún error... Esto... Esto es demasiado...

—El cliente quedó muy satisfecho. Incluso te ha reservado para lo que resta de la semana.

—¿Co-cómo?

—Quedó encantado contigo. Eres muy afortunado. A este paso podrás comprar la casa con todos nosotros dentro—. La señora Oh sonrió y le apretó una mejilla con delicadeza—. Ahora vete y desayuna bien. Tómate algunas horas para ti. Yo te cubriré con tu padre.

HyungWon estaba aún demasiado sorprendido por lo que acababa de pasar. Jamás nadie había pagado tanto por una noche con él. ¿Quién era este hombre misterioso que incluso se había tomado el atrevimiento de acaparar toda su semana? No lo sabía, no tenía forma de hacerlo, pero le agradeció al cielo haberlo puesto en su camino. El hombre sin rostro había sido gentil con él, podía saberlo porque su cuerpo estaba intacto. Sin marcas ni saliva seca ni fluidos. Incluso había dejado un delicioso perfume en su cama. Caminó hasta la estación sintiéndose muy contento y decidió visitar el banco. Una vez que guardó el dinero, decidió ir a desayunar a una casa de té que siempre había querido conocer desde que MinHyuk le habló del lugar meses antes. Se sentó y ordenó un Blue moon latte.

Pasó lo que restaba de la mañana mirando la gente pasar a través del ventanal de la pequeña casa de té.

—Disculpe, joven...

HyungWon giró y se encontró con una jovencita que sostenía un cuaderno de tapas negras.

—Me preguntaba si querría firmar nuestro libro de clientes. Es solo poner sus datos o algún teléfono. Hacemos sorteos de café y pasteles...

—Oh, eh. Yo no tengo un teléfono.

La chica lo miró sorprendida. No sabía de nadie que no tuviera uno en estos tiempos.

—Lo siento... —dijo apenado. No estaba mintiendo. Jamás había tenido uno. Su padre se lo había prohibido cuando empezó el colegio y luego no quiso que su hijo se distrajera de sus quehaceres y luego de su trabajo. Quizás era hora de comprar uno. Podía permitírselo. Solo que debía mantenerlo oculto de sus padres. —Pero volveré —dijo con una hermosa sonrisa que hizo sonrojar a la chica—. Me ha gustado mucho el latte. ¿Puedes decirme dónde puedo comprar un teléfono?

Un poco más entusiasmado salió del lugar y caminó hasta el centro comercial siguiendo las indicaciones que la chica le había anotado en una servilleta. Caminó mirando los escaparates y se abrumó al ver que había miles de modelos de celulares. No tenía idea de qué modelo debía comprar así que se acercó a un grupito de colegialas que estaban tomándose fotos frente a una figura de cartón de algún idol famoso. Las chicas dejaron de bromear y reír apenas vieron al hermoso chico acercarse a ellas.

—Disculpen, señoritas —saludó con una pequeña reverencia— estoy algo perdido y me gustaría saber si ustedes podrían ayudarme.

Al final las chicas resultaron ser la mejor ayuda. Lo acompañaron a la tienda, le explicaron cuáles eran los mejores modelos y hasta le habían llenado las manos con papelitos con números de teléfono para que las agendara y así poder salir a pasear algún día. Había tenido mucha suerte de encontrar gente tan amable. Su mañana había sido una de las más maravillosas que había tenido en mucho tiempo. Con el corazón contento y un nuevo celular, se fue tarareando una canción. Era hora de volver a su casa.

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