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•Gris

Hoseok miró la gran puerta marrón y suspiró, cansado y abatido. Puso su mejor sonrisa y entró. El familiar olor a lavanda invadió sus fosas nasales. Su mujer amaba la lavanda. Todo lucía pulcro e impoluto. Por momentos hasta sentía miedo de moverse más de lo normal, temiendo ensuciar o mover algo de lugar. Su mujer se enfadaría mucho si algo como eso pasara. Se quitó los zapatos, los ordenó dejándolos de cara a la salida y se puso las pantuflas blancas.

De la sala llegaba el sonido de la televisión, anunciando tormentas eléctricas para los próximos días. Dejó su maletín en el pequeño despacho que había acondicionado como oficina y se quitó el pesado abrigo azul de invierno.

—Llegas temprano. —Fue todo el saludo que recibió. Se giró para encontrarse con la pequeña figura de su mujer, reposando en el marco de la puerta. Le sonrió, pero solo recibió en respuesta un silencioso movimiento de cabeza—. Puedes servirte el almuerzo, está en el horno.

—¿No almorzarás conmigo hoy tampoco? —no sabía por qué aún se molestaba en preguntar cuando ya sabía la respuesta. Por supuesto que no almorzarían juntos. Nunca lo hacían.

—Tengo cosas que hacer. —Su mujer caminó hasta la sala y se miró en el espejo, acomodando su largo cabello y aplicando apenas un poco más de color en sus mejillas y labios—. No me esperes despierto.

Hoseok estaba cansado. Nunca había esperado mucho de un matrimonio arreglado, pero al menos esperaba cierta consideración por parte de su esposa, siendo que ambos habían sido prácticamente obligados a casarse. Él no tenía la culpa. Ella tampoco. Sabía que no se amaban. Había aceptado eso desde el día cero, pero después de tres años esperaba alguna muestra de respeto. O al menos algún gesto de camaradería. Ambos estaban subidos al mismo barco.

—Ten cuidado al regresar, está anunciado tormenta.

—Quizás tenga suerte y me estrelle en alguna carretera —dijo ella riendo. Hoseok siempre consideró que su pequeña esposa tenía un humor demasiado oscuro para su gusto.

—No hables así, Nomi. Atraes a la mala suerte.

Ella solo lo miró y chasqueó la lengua.

—Eres tan exagerado... En fin, lava lo que uses. Nos vemos mañana, cariño.

Ella salió dejando una estela de perfume tras de sí.

Hoseok se sirvió la comida que aún estaba caliente y se sentó a la mesa. Solo. Como siempre. Miró alrededor. Su casa era demasiado grande para dos personas. Todo luciendo tan perfecto. Apoyó la cara en una de sus manos y suspiró nuevamente. ¿Desde cuándo había perdido las riendas de su vida? ¿Desde cuándo había empezado a ser una marioneta a la cual todos controlaban? Hacía sólo algunos años había sido un poco feliz. Sintió una oleada de tristeza y pena por sí mismo. Tenía veintiséis años y su vida se reducía a trabajar, volver a su casa, comer, dormir y quizás beber alguna que otra cerveza. Solo. No había sido siempre de esa manera. Había estado enamorado una vez, cuando tenía diecisiete años, hacía ya tanto tiempo... Hasta que su madre descubrió que la amistad con su mejor amigo era un poco más que eso y no encontró otra solución que contárselo a su marido. El señor Shin era todo menos comprensivo. Y por supuesto que se enfadó con su hijo. Lo había golpeado y llamado por todos los insultos homófobos que conocía. Lo entendía, su padre era un hombre criado en otros tiempos. Solo esperaba de su hijo ciega obediencia. Un sucesor del cual enorgullecerse. Un hombre que pudiera tomar las riendas de las empresas de la familia. Un hombre respetable. No un vástago con poco carácter y personalidad demasiado romántica para un hombre. Su padre lo había obligado a alejarse de su primer y único amor. Lo había obligado a tener citas y años más tarde lo había obligado a casarse con una chica japonesa. Una chica cuya fortuna familiar era casi tan impresionante como la suya y que también tenía un pasado vergonzoso para su familia. Dos desconocidos con una historia manchada. Dos personas con intereses muy diferentes obligadas a forjar una vida en común. Un matrimonio cimentado en la mentira. Todavía podía ver los ojos de la persona a la que alguna vez juró amar para siempre, empañados de lágrimas mientras él caminaba hacia al altar para empezar una vida que no quería, lejos de él. Estaba viviendo una vida que no le pertenecía. Muriendo un poco cada día. Solo.

—Si no lo hago me matará, Yeon... O lo que es peor, te hará algo a ti.

No puedo dejar que te sacrifiques por mí, Seokie. Te amo. Lo sabes, ¿no?

Hoseok asintió despacio, sus dedos entrelazados a los de su novio.

Y yo a ti. Por eso debo hacer esto. No podría vivir sabiendo que algo malo podría sucederte.

Yo no tendré vida tampoco sabiendo que desde el viernes, estarás casado. Durmiendo con ella... —Los sollozos no se hicieron esperar y Hoseok estrechó a Yeon entre sus brazos.

Sabes que mi corazón es solo tuyo. Tuyo y de nadie más.

De nadie más.

Eso no había bastado. Yeon se quitó la vida unos meses después, cuando Hoseok estaba en su luna de miel. Ese día había empezado a morir.

Todo lo que pasó después ahora eran recuerdos borrosos y que él no quería esclarecer. Nada ya tenía sentido. Yeon ya no existía. Se había quedado solo. Solo con su dolor.

Los años no habían mejorado las cosas. Su matrimonio era una farsa mal actuada. Ninguno hacía esfuerzos por disimular la infelicidad que sentían en compañía del otro. Habían aprendido a tolerarse sin conocerse. A hablarse sin escucharse. A verse sin mirarse. Dos desconocidos con un techo en común. Dos desconocidos con el corazón roto.

Su padre le había dejado en claro que no había perdonado su desliz de la adolescencia. La osadía de haberse enamorado de otro hombre había sido una afrenta a su orgullo paterno. Una deshonra a su familia que seguía latente aún diez años después.

—Un hijo es lo único que te pedí. Ni siquiera puedes hacer bien tu trabajo. Lamento mucho que hayas tenido que ser tú el que sobrevivió.

Pensaba que las palabras de su padre ya no podían afectarlo. Pero por supuesto que se había equivocado. Nunca fue suficiente. Jamás era suficiente. Nunca lo sería.

—Lo siento, padre.

Lo siento. Se preguntó cuántas veces había dicho esas palabras en los últimos años.

'Lo siento por haber sido yo el que sobrevivió a ese accidente y no Sun Ho.'

'Lo siento por haberme enamorado de otro hombre.'

'Lo siento por no poder darte un nieto.'

'Lo siento, padre. Siento mucho ser yo.'

Afuera el cielo estaba gris y las primeras gotas de lluvia empezaban a caer. Hoseok se levantó y cerró las ventanas. Le gustaba la lluvia. Luego de lavar lo que había usado para almorzar, se metió en la habitación y se quitó la ropa. Era hora de hacer un poco de ejercicio.

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