→ Capítulo único
Historias acerca de la casa de los espejos habían muchas.
Sobre su origen, sus dueños, sobre el dulce aroma a fresas que se percibe desde su entrada. Sobre los crisantemos blancos que a pesar de los años de abandono, seguían creciendo en el jardín. Sobre los dos hermanos que aparecen en el enorme retrato en la sala. Sobre su curioso sobrenombre, y también sobre extrañas apariciones y sucesos que la hacían más misteriosa.
Lo cierto era que antes de ser conocida como la casa de los espejos, era solo una mansión construida varios kilómetros fuera de Seúl. Poco se sabía que la familia Kim era dueña de un próspero negocio de comercio de fresas, y que a pesar del accidente que dejó huérfanos a sus hijos, el mayor, Seokjin, pudo hacerse cargo de la empresa, y a su vez, de la pequeña Hyunjin.
Oh, Hyunjin. De labios tan rojos como las fresas que su familia comerciaba, los crisantemos eran sus flores favoritas, y amaba verlas en el jardín, en cada florero de la casa, en su cabello y sus vestidos. Lo único que amaba tanto como los crisantemos blancos, era la danza, razón por la cual su propia habitación era también su sala de práctica, enorme y rodeada de espejos.
Y para Seokjin no había nada que le hiciera más feliz que ver a Hyunjin bailar y sonreír, pese a tener menos tiempo para ella. Poco sabía que con los años, algo además de los crisantemos y la danza hacía latir el corazón de Hyunjin con intensidad, y que más bien se trataba de alguien.
Oh, Seokjin. No lo había visto venir. Confundido y con la certeza de que aquel agricultor no era suficiente para su hermana, lo envió lejos dándole un mejor trabajo, convencido de que aquella solución beneficiaría a los tres.
Pobre Hyunjin. Los crisantemos y el baile ya no eran más suficientes para hacerla sonreír, odiaba las fresas, y aseguraba odiar con toda su alma a Seokjin también.
Pobre Hyunjin, quería a sus padres, quería de vuelta a Yoongi, quería huir, quería morir.
Pobre Seokjin. Pensó que lo mejor era darle tiempo a su hermana y que todo volvería a la normalidad, con los bailes y los crisantemos que empezaban a marchitarse en los floreros de la mansión.
Pobre Seokjin. Cuando decidió que era momento de visitar a Hyunjin a su habitación, la encontró flotando; sus pies vestían las zapatillas de ballet que antes usaba a diario, sus labios estaban tan pálidos como los crisantemos que solía amar, pero su cuerpo también empezaba a marchitarse.
Pobre Seokjin. Quiso dar vuelta y olvidar aquella imagen, pero a su alrededor solo había espejos y no podía huir de la verdad reflejada en ellos: él había matado a Hyunjin.
Poco se sabe sobre lo que pasó después. Se decía que Seokjin enloqueció e intentó romper con sus manos los espejos, lastimándose y muriendo junto a su hermana. Otros contaban que el amado de Hyunjin había regresado por ella, y al conocer la noticia, se vengó de Seokjin. Con los años, se dijo que la mansión estaba embrujada, y por la habitación donde se creía que los hermanos Kim murieron, se la conoció como la casa de los espejos.
Algunos decían haber visto a una hermosa chica con flores en su cabello, llorando. Otros aseguraron ver a un chico tan atractivo como apenado. Contaban incluso que el espíritu de Hyunjin era capaz de conceder deseos a quienes pasaban por una relación complicada y otras locuras.
Lo cierto era que muchos años después de la tragedia de los hermanos Kim, un niño llamado Namjoon había entrado a la mansión, lleno de curiosidad, junto su mejor amigo, Hoseok.
Este último moría del miedo, razón por la que se quedó en el jardín a pesar de la insistencia de su compañero. Y aunque el pequeño Namjoon estaba encantado con el olor de las fresas y los preciosos crisantemos del jardín, arrancando algunos para llevárselos a su madre, se armó de valor para entrar.
Ignoró las flores marchitas y el viejo retrato en la sala, y fue hacia las escaleras. Atravesando los pasillos, encontró la habitación de Hyunjin.
Perplejo por los espejos, algunos rotos, dio una vuelta, deteniéndose al encontrar a un chico que le miraba con seriedad y melancolía a la vez.
Aunque no se habían tropezado, el pequeño Namjoon quiso pedir perdón, pero las palabras no salieron de su boca. Lo cierto era que aquel joven le parecía lo más fascinante que había visto, a pesar de su triste mirada, tenía un rostro demasiado hermoso. Estaba tan absorto que notó que en ninguno de los espejos de la habitación él se reflejaba, y juraba en sus adentros que tenía que tratarse de un ángel. El más precioso de todos ellos.
Sus manos fueron hacia su mochila, donde había guardado los crisantemos que arrancó del jardín, y con timidez, las extendió hacia el joven, deseando que el obsequio le hiciera sonreír aunque sea un poco.
El joven recibió las flores, y mirando al niño, inspiró su aroma. Sonrió apenas, pero su mirada seguía triste; eran demasiados recuerdos. Hizo una reverencia, conmovido, pero ambos se vieron interrumpidos por el sonido de algo caerse, seguido del grito de un niño.
—¡Hobi! —exclamó Namjoon, a punto de correr a verlo. Volteó en busca del joven para despedirse, pero no estaba más allí.
No parecía algo que le asustara, y a pesar de la sorpresa, fue a buscar a su amigo. Bajó las escaleras a toda prisa, encontrándolo encima de uno de los viejos muebles, temblando.
—¡Cuidado! Hay ratones aquí...
Riendo, Namjoon ayudó a Hoseok a bajarse del mueble. Elevó la mirada hacia la pared de la chimenea, y aún con lo deteriorado que estaba, reconoció en el retrato al joven que había visto en la habitación de los espejos.
A sus diez años, Namjoon no creía en fantasmas, vampiros o monstruos en el closet. No sabía quién o qué era aquel chico, pero lo cierto era que su encuentro le marcaría por años en los que desearía intensamente regresar a la mansión para volver a verlo. Años en los que aún sin saber lo que podía ser, quería conocer más de él. Su pasado, sus sueños, sus secretos.
Lo cierto era que durante los siguientes diez años, Namjoon pasaría amando el recuerdo que tenía de Seokjin. Y en un otoño decidió que no esperaría más.
El viaje hacia Gwacheon fue tranquilo, pero en la mente de Namjoon solo había recuerdos, hipótesis y posibilidades mientras contemplaba el camino con nostalgia desde la ventana del tren. Escuchó a dos amigos hablar acerca de una abandonada mansión en la que dos hermanos habían muerto de manera trágica y que estaba embrujada, y Namjoon sonrío al escuchar la peculiar palabra.
Embrujada. Se relacionaba a maleficios y cosas en las que si no creía cuando era solo un niño, mucho menos lo hacía ahora.
Embrujada. También usada para referirse a alguien que estaba muy atraído hacia algo, de forma casi enigmática.
¿Había sido embrujado por Seokjin?
Era otoño, pero en el jardín de la casa de los espejos, los crisantemos seguían intactos entre el resto de árboles que empezaban a morir, dejando caer hojas de colores carmesí.
Era igual que hace diez años, pero Hoseok esta vez no estaba a su lado. Nunca le había contado lo que había visto; en el peor de los casos, lo mataría del miedo, y si no, difícilmente le creería lo especial que era para él volver allí.
Al entrar, buscó el retrato. Entre las memorias casi desvanecidas, y los sueños que le insistían jamás olvidarlo, sentía que no le hacía justicia a lo hermosos que eran los hermanos Kim. Especialmente Seokjin.
En busca de la habitación de Hyunjin, pensó que Hoseok tampoco le permitiría volver si supiera lo que era capaz de hacer.
Dentro, sacó de su mochila un ramo de crisantemos que compró antes del viaje, y una soga.
Tal vez se había vuelto loco, pero si los fantasmas eran reales o no, lo que sí sabía es que si en ese lugar estaba Seokjin, quería estar para siempre con él.
Oh, Namjoon. Se sobresaltó al sentir un tacto helado sobre sus manos, y soltó las flores y la soga.
Oh, Seokjin. El chico de ojos tristes que lo había embrujado. Se veía enojado y confundido, desaprobando su decisión.
Namjoon intentó decir algo, sin conseguirlo. Dejó que entrelazara sus frías manos con las suyas, y solo las soltó para llevar una hacia el rostro del chico, que se quebró ante su toque, tal como los espejos en los que advirtió esta vez, Seokjin no se reflejaba.
Oh, Namjoon. Lejos de asustarse, le apenaba aceptar la verdad sobre su amado. Desilusionado, bajó la mirada buscando la soga, pero Seokjin lo tomó del mentón para que lo mirara.
—Te esperaré —prometió, antes de darle un suave beso.
Oh, Namjoon. Aceptó la promesa, sintiendo el helado sabor de la despedida sobre sus labios.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro