6
Primero abrió los ojos, luego se incorporó y finalmente se preguntó cómo había llegado hasta allí. Lo último que recordaba era estar en la fuente, pero ahora se encontraba en medio de árboles, hierba y pequeñas ramas esparcidas por el suelo. John se incorporó lentamente, aun soñoliento, y se dirigió hacia la casa. Seguramente había provocado un ataque al corazón de Bailey al ver que tardaba tanto. Se encontraba un poco lejos de la casa, pero no lo bastante como para no ver su imponente silueta que se recortaba en la oscuridad. Unos minutos más tarde entró y no encontró a nadie.
- ¿Bailey? ¿Kevin? – preguntó. Pero solo obtuvo como respuesta el silencio.
La única luz de la que disponía era la de la hoguera así que el resto de las habitaciones estaban sumidas en una absoluta oscuridad. Seguía llamando sus nombres, cada vez más nervioso y seguía sin recibir respuesta. Parecía como si estuviera él solo en aquella enorme casa.
-Escuchad, si es una broma, no tiene gracia- gritó. Su único consuelo era el arma que sostenía con todas sus fuerzas.
- ¿John? – preguntó Bailey – Estoy en la cocina. ¡Ven, rápido! Tu hermano está gravemente herido... –mientras John bajaba la escalera de caracol, la chica seguía hablando- no sé lo que pasó. He oído su grito y de repente...
-Ya estoy aquí, Bailey. ¿Qué ha...? - no pudo terminar la frase. Allí no había nadie. Qué demonios, pensó. Oficialmente se estaba volviendo loco. Un ruido hizo que se girara y algo le empujó hacia el suelo. Pestañeó repetidas veces hasta adaptarse a una molesta luz brillante. Al principio solo vio manchas negras debido al contraste de luz hasta que su visión se estabilizó. Se encontraba en la habitación donde apenas unas horas atrás había tenido aquel encuentro con el muñeco imaginario. La puerta estaba cerrada y, por más fuerza que hacía, no conseguía abrirla. No pudo evitar centrar los ojos al espejo que había allí. Fue cuando se dio cuenta que no estaba solo. Su novia se encontraba también allí, temblando, sentada, con la cabeza entre las piernas. De repente, paró de moverse y lentamente alzó la cabeza hasta que sus ojos se encontraron con los de John.
-Cariño, esto es por tu culpa- dijo ella. Él confuso se acercó hacia donde se encontraba haciendo que se levantara del suelo.
- ¿Se puede saber a qué te refieres? -preguntó. Cogió su mano y luego, empezó a cambiar. Empezó con un grito que fue ascendiendo hasta que John pensó que se quedaría sordo. La presión en la mano descendió y observó, con miedo, que los dedos de la chica se estaban quedando rígidos. Luego fueron sus piernas y, finalmente, el resto del cuerpo hasta que se convirtió en una estatua de cera. Lo último en transformarse, fue una pequeña lágrima que pareció congelarse.
-No puede ser... no es posible. ¡Bailey! - gritó, mientras la zarandeaba. Pero ya no era ella. Era una figura inanimada sin ningún resquicio de vida.
La puerta se abrió y sin dudarlo ni un instante, salió como alma que lleva el diablo. Bajó la escalera y abrió la puerta principal para encontrarse... otra habitación. En esta era su hermano el que era de cera. Al final, había otra puerta y se encontró con otra habitación vacía.
-Estoy soñando... Despierta, ¡despierta! – estaba histérico. La puerta se volvió abrir mostrando a Kevin y a Bailey, esta vez vivos que avanzaban rápidamente a su encuentro. Él les suplicó que no se acercaran, pero ellos continuaban yendo hacia él, riendo despreocupadamente. Escuchó otras risas detrás suyo y los volvió a ver. Estaba horrorizado y no conseguía despertarse. Cada vez aparecían más Kevins y Baileys que se iban trasformando progresivamente en estatuas con sus ojos clavados directamente a él. Respirando trabajosamente en una esquina, vio como sus dedos empezaban a moverse, después sus manos y, finalmente la cabeza. Aquellas figuras de cera iban caminando hacia él, cada vez eran más y parecían multiplicarse en cuestión de segundos. Cada vez le costaba más respirar hasta que, en medio de brazos y piernas, perdió el conocimiento.
Kevin fue el primero en salir del comedor al escuchar un grito y algo que había caído. Al pie de las escaleras, se encontraba su hermano, en una posición imposible de imitar. Cayó de rodillas mientras contemplaba el cuerpo de John sin vida. No se lo podía creer. Era su hermano mayor, por Dios, ¡y su deber era protegerlo! Lo que más lamentaba era haberle metido en el mundo de los robos porque se había merecía una vida distinta a la suya. Además, hubiera impedido su muerte.
Lo que aún no podía entender era cómo ni Bailey ni él lo habían visto. Si había caído por las escaleras, significaba que se encontraba en las habitaciones superiores, pero no hacía ni cinco minutos aún se encontraban buscándolo. Parecía que había aparecido de la nada, pero era imposible, ¿no? Recordó algunos fragmentos de lo que estaba leyendo la novia de su hermano y se estremeció.
- ¡Ayuda! – gritó una voz.
Kevin se sobresaltó, cogió el arma que tenía y siguió la voz que gritaba. Algo raro le pasaba porque a medida que se acercaba hacia el sonido, este parecía que se alejaba. Llegó al último dormitorio y el grito cesó. Entró y comprobó que allí no había absolutamente nadie. De repente, oyó golpes a través de la pared y otro chillido de desesperación. Sabía de quien era aquella voz.
Bailey.
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