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En el momento de arrancar la furgoneta, se oyeron los disparos procedentes de los coches de policía. Llegaron tarde. Con un volantazo, pudieron esquivarlos y unirse al tráfico típico de la hora punta. Aun con la adrenalina circulando por sus venas, los encapuchados contemplaron el fantástico botín que habían conseguido: grandes cantidades de joyas con un valor de unos quinientos mil dólares. El líder de la banda conducía mientras que sus tres socios no paraban de manosear la mercancía. La música procedente de la radio se cortó de repente para anunciar un aviso: ÚLTIMA HORA. Informamos que se ha producido un robo en la joyería de Zack Tommerson. El valor es de medio millón de dólares aproximadamente. Los sospechosos se consideran que son peligrosos y van armados... El conductor apagó la radio con un suspiro de cansancio. Siguió la carretera hasta que tomó un desvío que daba lugar a una carretera estrecha. Allí había un coche escondido entre la vegetación. Los implicados se repartieron el dinero y se dividieron en dos grupos: el líder del grupo y un socio suyo se fueron en la furgoneta después de haber cambiado la matrícula; el resto del equipo, utilizó el coche.
Dentro de la furgoneta se respiraba un aire de júbilo. Después de aquel golpe, los hermanos Simmons se podían permitir el lujo de desaparecer para siempre. El hermano pequeño, John, cogió un teléfono desechable y marcó, ilusionado, el teléfono de su novia.
-Bailey, deja lo que estés haciendo y escúchame: Kevin y yo te esperamos en tu casa y nos largamos lejos de aquí. - La conversación duró unos cuantos minutos hasta que la pareja la dio por finalizada. Luego, John tiró el móvil por la ventanilla, para asegurarse de que nadie siguiera sus pasos.
Al cabo de una hora, con Bailey en la furgoneta, los tres se dispusieron a irse a algún lugar apartado. Querían dejar que la situación se tranquilizara para empezar una nueva vida. Kevin estuvo conduciendo hasta que unos grises nubarrones cubrieron el cielo. La tormenta no se hizo esperar y descargó con furia, provocando que el terreno irregular estuviera resbaladizo. No se veía nada, pero el hermano sabía que tenía que seguir conduciendo. Por su propio bien, tenían que estar lo más lejos de la civilización. Se metió en carreteras secundarias, desconocidas para él, bordeadas por densos bosques que, con sus ramas, cubrían parte del cielo. Hacia las cinco de la tarde, empezaron a caer grandes trozos de piedra. En aquel momento, una figura se puso en medio del camino. Intento frenar, pero las ruedas del coche resbalaron. El coche giró sin control y todo se volvió borroso. Lo último que escuchó antes de perder el conocimiento, fue el grito agudo de Bailey y el ¡mierda! de su hermano.
El dolor agudo de la cabeza de John no cesaba. Un pitido muy molesto se había instalado en sus orejas y la desorientación era brutal. Con esfuerzo, se levantó y se encontró a su novia con un fuerte golpe en la cabeza y un corte en la pierna. Antes de intentar despertarla, quitó todos los vidrios que cubrían su cuerpo. Con la mayor delicadeza posible, intentó hacerle recobrar el conocimiento, consiguiéndolo al cuarto intento. Aun se encontraba un poco débil debido al accidente, pero no parecía haber sufrido heridas importantes. Entre los dos, consiguieron sacar a rastras a Kevin, inconsciente y con una herida en la frente de la cual emanaba sangre. Decidió que mientras Bailey intentaba hacer recobrar su hermano, él buscaría posibles caminos. Miró a su alrededor y lo único que veía era bosque. Algunas hojas estaban esparcidas por el terreno y había montones de ramas. Decidió caminar siguiendo una línea recta para evitar perderse y llegó a una pequeña colina donde se podía intuir una construcción parecida a una casa. Por su aspecto desvalido, parecía estar deshabitada. Con un poco de suerte, tendrían el lugar ideal para pasar la noche. Cuando regresó, se encontró a Bailey y a su hermano recogiendo algunas joyas que habían caído durante el accidente. Antes de partir hacia la casa, los chicos cogieron las armas que conservaban del robo por precaución.
Mientras subían la colina, un fuerte estremecimiento sacudió el cuerpo de Bailey. Tenía la sensación que alguien los estaba observando. Miró a ambos lados del camino, pero lo único que vio fue la lluvia que caía sin descanso. De los tres, parecía la única reacia a entrar en aquella casa, aunque más bien, parecía una mansión. Parecía que llevaba años deshabitada pero no quería encontrarse con algún animal o vagabundo dentro cobijándose de aquel tiempo. Sus ropas cada vez pesaban más por culpa de aquella agua que se filtraba por su cuerpo y estaban cansados. La chica y John iban detrás de Kevin, el hermano que más intimidaba. Parecía un armario andante, con una mirada intimidatoria y de superioridad y una fea cicatriz que cubría parte del pómulo izquierdo. Mientras que para John era un ejemplo a seguir, para ella era una pesadilla que quería quitársela de encima lo antes posible. Toda su familia estaba metida en el mundo de la delincuencia y en cierto modo, Kevin le presionó para que se metiera en este mundo. Ambos empezaron con pequeños robos, pero cada vez se arriesgaban más hasta acabar robando bancos y joyas. No quería que John continuase con aquello, así que una vez tuvieran el dinero de las joyas, quería llevárselo lejos de su hermano y empezar una nueva vida.
-Ya hemos llegado- anunció Kevin.
Aquella casa tenía algo que daba pavor. Parecía que todo a su alrededor estaba muerto. Todas las ventanas estaban tapiadas, aunque muchos tablones estaban medio podridos y otros que se habían deteriorado con el paso del tempo, excepto la ventana superior que era de forma circular. La puerta, grande y pesada, se encontraba bloqueada, cosa que hacía imposible entrar dentro de ella. Así pues, no tuvieron más remedio que colarse por una ventana. Era demasiado alta para poder subir, así que John ayudó a Bailey a subir. Con un suspiro de resignación, entró dentro de la casa. La lluvia empezó a disminuir al mismo tiempo que el último de los chicos entró dentro de la casa. Quitaron el resto de tablones sin ningún esfuerzo y la luz del exterior pudo iluminar la estancia. Una gran mesa de madera estaba cubierta por una sábana polvorienta y las sillas se encontraban a un lado de la estancia, como si las hubieran apiñado y abandonadas. Al otro lado, había una gran chimenea de leña. Siguieron caminando hasta la otra estancia que comunicaba a una cocina de grandes dimensiones. Una escalera de caracol daba el acceso al primer piso, pero no parecía que ninguno de ellos quisiera subir.
-Ha acabado de llover así que podríamos irnos, ¿no creéis? – preguntó John.
-Hermanito, la furgoneta está inservible. Además, ¿has visto nuestras pintas? Damos asco. Solo pasaremos una noche aquí para poder descansar lo suficiente- contestó Kevin. Si no tuvieran el aspecto de haber sufrido un accidente, con cortes y magulladuras, podrían hacerse pasar por autoestopistas. Pero, además, estaba el asunto de las armas y de las joyas robadas, así que no era una gran idea empezar a caminar sin un rumbo fijo.
-Yo voto por irnos- dijo Bailey. Observaba el entorno con una intranquilidad evidente. Parecía que nadie quería hacer la observación más obvia: todos los muebles y objetos estaban cubiertos de alguna manera excepto unos espejos polvorientos que se encontraban por todas partes. Se quedó mirando uno de metal que le devolvía su imagen con una clara expresión de terror.
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