Nannette
No hace falta decir que era una joven de belleza sin igual, más sin embargo, no tuvo una vida fácil. Nació en 1990 en una casa en las afueras de una ciudad, bastante rustica y de acabados nada finos. Tenía los mismo ajos azules de su madre pero la coloración de su cabello era rubio, tan pálido, que a la luz podía pasar por blanco.
Los médicos advirtieron la ausencia de melanina, su piel era extremadamente delicada y pálida, sus ojos sensibles a la luz y sus pestañas largas y blancas, igual que su cabello. Eso no le impidió ser admirada por su singular atractivo, aún así, Nannette hubiera preferido haber pasado desapercibida.
Su padre abusaba de ella, no sexualmente, la golpeaba continuamente y la amenazaba sin pensárselo dos veces. La mayoría de los días, Nannette la maldecía en silencio por los moretones que siempre adornaban sus brazos y piernas, por no mencionar su lastimada autoestima.
Siendo hija única había sido malcriada por su madre y nunca comprendió el odio de su padre. A los quince años, mientras paseaba por un pueblo cercano, se encontró en medio de una pila de basura a un costado de la calle una casa de muñecas, estaba bastante sucia pero conservada y debido a que nunca había tenido una muñeca, la hermosa morada la sedujo de inmediato.
Sin pensárselo dos veces, se la llevó a casa, la limpió y cuidó de las muñecas en su interior. Esa noche fue forzada por esas muñecas a blanquearse el cabello aún más, hasta que quedara de un blanco impoluto, utilizó un líquido transparente con un hedor demasiado fuerte que agobió su nariz y lastimo sus ojos, los cuales le lagrimeaban sin cesar.
Comenzó a utilizar pestañas postizas, espesas y de color negro para compensar la falta de color en las suyas. Se esmeró con cuidado en el delineado de los ojos, haciéndolos ver más grandes y llamativos.
Una de tantas noches, ya delgada por la abstinencia de alimentos, Delia la animó a echarse un líquido en los ojos, con la promesa de que vería mejor y serían mucho más hermosos. El dolor fue inigualable, el escozor y la sensación de perder la vista le nubló el conocimiento, más cuando se recuperó notó sus nuevos ojos perlados, relucientes como un espejo recién pulido.
Tras aquella fatídica decisión, desapareció sin dejar rastro, solo una nota para sus padres donde le confesaba a su madre con gran detalle todo el abuso que había sufrido por parte de su progenitor.
Nannette comenzó de nuevo y jamás se arrepintió.
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