Parte/ 9
Damián.
La casa de la familia Valverde Andrade, estaba bellamente iluminada, del interior de la casa se escuchaban los acordes de una orquesta con música de moda de los años de principio del siglo veinte, se festejaba el enlace matrimonial de la única hija del matrimonio, Ana victoria, con el hijo de un destacado industrial, Pedro Gil Márquez.
Los jóvenes lucían radiantes, la mirada de Ana victoria estaba cargada de amor, al parecer también Pedro correspondía al amor de la mujer, la fiesta termino y los jóvenes salieron a su viaje de bodas, el cual se vio interrumpido por la noticia de que el padre de Ana victoria, había fallecido inesperadamente.
La madre de Ana Victoria cayó en una depresión de la que ya no pudo salir, algunos meses después fallecía en los brazos de su hija, que cuido de ella amorosamente, la vida de Ana Victoria cambió radicalmente, su marido se hizo cargo de los negocios de su suegro, Ana Victoria salió embarazada lo que provocó la cólera de su marido, conforme el vientre de la mujer aumentaba, también la cólera del hombre, él cuál se ausentaba por las noches, muchas veces llegaba agitado entraba directamente al baño pasaba mucho tiempo encerrado.
Los periódicos empezaron a dar noticias alarmantes, había un asesino en serie, empezaron aparecer jovencitas muertas, al parecer el asesino las mataba en pleno acto sexual, ahorcándolas y después apuñalándolas cruelmente.
Ana Victoria tenía una fiel sirvienta a la que ella llamaba nana Clara, llegó el día del parto, nana Clara tenía experiencia en traer al mundo bebes, ella la auxilio en el parto, nació un niño hermoso, era muy blanco, el poco pelo que tenía era amarillo en pequeñas ondas, sus facciones eran hermosas raramente un recién nacido tan hermoso como el hijo de Ana victoria, por lo regular nacen muy hinchados, sus facciones no se aprecian tan claramente, ese niño realmente era hermoso.
Esa noche llegó su marido muy agitado Ana Victoria lo recibió con la noticia del nacimiento de su primogénito.
—Pedro acaba de nacer tu hijo, míralo que hermoso.
—Quita a ese engendro de mi vista, ya no tengo que soportarlos en este instante me voy lejos.
—Pero que dices, como que te vas lejos, y que vamos hacer tu hijo y yo.
—Mi hijo, esa cosa no es mi hijo, tú te empeñaste en tenerlo, va a ser tu problema, y quítate de mi camino, te odio, siempre te he odiado.
Empezó a golpear a la mujer sin misericordia, hasta que la mujer no aguantó más y cayó sin sentido, el hombre salió de la casa tan rápido como pudo sin voltear hacia atrás, estaba visto que no le importaba ni su mujer mucho menos su hijo.
Allí quedaba una mujer maltratada, por el hombre al que le había entregado su amor y su vida entera, pero eso solo era el empiezo de su calvario, al día siguiente recibió la visita de don Eulogio Ledezma, su padre y él habían sido muy amigos desde la infancia.
—Señora el señor Eulogio la espera en la sala, dice que tiene que tratar un asunto de suma importancia.
La mujer entro a la sala de la casa, con el rostro casi cubierto para evitar que el señor viera los golpes propinados por su marido, el hombre se veía tan preocupado que ni siquiera se percató de eso.
—Como está señor, que gusto verlo por esta su casa.
—Ana Victoria no me agradezca la visita, no hubiera querido ser yo, el portador de tan malas noticias, pero como amigo de su padre me veo en la obligación de dárselas, para que tome las medidas necesarias.
—Dígame que pasa don Eulogio me está a asustando.
—Ana Victoria su marido la ha dejado en la ruina, no conforme con gastar la fortuna de su padre, dejo innumerables deudas, por lo que los acreedores se van a cobrar con los bienes, tiene que salir de esta casa, inmediatamente, antes de que sufra la vergüenza de ser echada a la calle.
—Pero me está diciendo, que estoy en la ruina, que ni esta casa me pertenece.
Eso mismo mi amiga, no tardan en venir los deudores a reclamar lo que por derecho les corresponde, desafortunadamente su marido con el poder notarial que recibió de su propia mano se vio en la libertad de disponer de su fortuna a manos llenas, despilfarro todo, hágame caso Ana victoria empaque sus cosas personales y salga de esta casa antes de que sufra la vergüenza de que la desalojen.
—Gracias don Eulogio, ahora mismo voy a ver qué es lo que me voy a llevar.
El señor sacando un fajo de dinero se lo entregó a la mujer, esta al principio se negó a aceptarlo, pero las palabras del hombre la convencieron.
—Acéptelo Ana Victoria créame que lo va a necesitar.
—Gracias señor, se lo agradezco créame que nunca voy a olvidar este gesto.
Se despidieron con un cálido abrazo, ella inmediatamente fue a ver la caja fuerte, pero grande fue su sorpresa al verla vacía, todas sus joyas habían desaparecido junto con las de sus padres, se sentó y empezó a llorar desconsoladamente, no lo podía creer, el amor de su vida la había dejado en la calle, haciendo caso del concejo de don Eulogio empaco su ropa y la de su hijo.
—Nana tenemos que salir inmediatamente de la casa
—¿Pero por qué hija?
—Porque ya no me pertenece, Pedro nos dejó en la ruina a mí y a su hijo.
—Maldito, malnacido sabía que ese hombre es malvado y cruel.
—Ya nana por favor, no te enojes te va a ser daño, empaca tus cosas debemos de salir de aquí cuanto antes, lo único que me voy a llevar es mi ropa fotografías de mis padres y algunos recuerdos.
—¿Señora va a dejar los muebles?
—Ya nada me pertenece nana todo está perdido, en estos momentos ni siquiera sé a dónde vamos a ir.
—En esos precisos momentos unos fuertes golpes en la puerta sobresaltaron a las dos mujeres.
—¡Abran en nombre de la ley!
La nana corrió a abrir la puerta
—No tienen que gritar, van asustar al recién nacido.
—Perdone, pero traemos ordenes de registrar la casa, buscamos al fugitivo Pedro Gil, se le acusa de robo, fraude, usurpación de identidad y, otros delitos más.
Haciendo a un lado a Clara, pasaron varios hombres uniformados, buscando por toda la casa, revolviendo todo.
—Por favor les digo que el señor no está.
—Cállese señora no entorpezca la ley, déjenos hacer nuestro trabajo.
—Por favor nana deja, que los señores cumplan con su deber.
—Después de buscar por toda a casa, y revolver todo, por fin exclamó el que comandaba a los hombres.
—Ya no hay nada que hacer aquí, la paloma voló.
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