Parte / 69 Último capítulo
Doña Blanca solo atino a apuntar con el dedo hacia el árbol, allí abrazado estaba Damián mientras que la muchedumbre arremetía contra él a golpes con palos y piedras, nadie podía parar a las personas, de pronto la campana dejó de sonar, de Damián solo quedaba una masa sanguinolenta, las personas se empezaron a alejar una fuerte explosión los paró en seco voltearon hacia el árbol y lo que vieron los dejó paralizados de miedo, el árbol había hecho explosión y fuertes llamaradas salían del tronco, formando aterradoras figuras, el fuego no paró hasta que desapareció el árbol junto con Damián en su lugar solo quedaban una montaña de cenizas y un fuerte olor a azufre, todas las personas se santiguaron, y salieron lentamente de la casa.
-¿Madrina en realidad pasó lo que acabamos de ver?
-Si hija, no cabe duda que el demonio estaba personificado en Damián, fue muy impactante lo que acaba de pasar. Porfirio vaya inmediatamente por el padre Zermeño, para que bendiga el lugar.
-Sí doña Blanca como usted ordene.
-Adán, Adelina saquen todo lo de Damián de su recamara y póngalo en las cenizas antes de que se apaguen todo lo de ese hombre tiene que desaparecer, toda la ropa sus zapatos su cama su armario no quiero nada de lo que el uso, que le ayuden los mozos.
-Como usted ordene, señora.
-Cuando Adán y Adelina pusieron las pertenencias de Damián en las cenizas se volvió a avivar el fuego, este acabó con todo lo que Damián había ambicionado. De las pertenencias del hombre solo volvieron a quedar cenizas.
Cuando llegó el sacerdote, no podía creer lo que vio aquel árbol tan esplendoroso era solo un montón de ceniza, cuando doña Blanca le contó lo ocurrido, recordó las palabras de Ana Victoria.
-Padre estoy segura que mi hijo heredó la maldad de su padre.
-Ahora estaba completamente seguro que así había sido y no solo eso sino que su padre había reencarnado en él, bendijo el lugar en cuanto el lugar quedó bendecido a todos los presentes les llegó un aroma de perfume, al contrario de las otras veces que habían bendecido el lugar, el padre Zermeño estaba seguro que esta vez sí se había ido el mal para siempre, doña Blanca mando limpiar el lugar, ahora lucía esplendoroso en lugar del árbol de olmo doña Blanca mandó construir un nicho con el santo niño de atocha rodeado de crisantemos y otras variedades de flores azules, Cristina por fin dio a Luz a un niño y una niña, los dos estaban sanos su padre Samuel los había traído al mundo.
-Algunos años más tarde:
Este día la casa luce esplendorosa hoy se celebra el setenta aniversario de doña Blanca, los invitados empiezan a llegar ya nadie recuerda los acontecimientos que hace algunos años atrás acontecieron en la casa azul, un coro de niños acompañados del piano de la casa le cantan las mañanitas a la anciana, un niño de diez años se acerca a ella con un inmenso ramo de rosas blancas, doña Blanca queda gratamente sorprendida.
-¡Toñito hijo, viniste!
-Claro que si tita, como cada año.
Se dan un caluroso abrazo, detrás del niño se acercan los gemelos los hijos de Cristina, con una gran caja de chocolates los preferidos de doña blanca, enseguida se acerca Cristina con otro niño de la mano y con un voluminoso estómago a punto de parir.
-Mamita le deseo lo mejor del mundo.
-Gracia mi cielo, ustedes me han hecho muy feliz, todos bajan al jardín donde ya la esperan los niños del orfelinato uno a uno van pasando a darle su abrazo a su benefactora, doña Blanca no cerró su corazón después de la terrible experiencia que tuvo con Damián, ella siguió confiando en los niños, ayudándolos a que fueran niños de bien, pronto se llenó de jóvenes, que habían estado en el orfelinato algunos le presentaban a su esposa (o) y a sus hijos, después de estar sola algún tiempo ahora era abuelita de varios niños, y si Dios la dejaba vivir más años ella iba a conocer a más y más nietos.
FIN.
Mi agradecimiento a todos los lectores que tienen a bien de pasar por mi espacio, aquí se termina otra historia, pero espero poder seguir escribiendo para ustedes queridos lectores.
Atentamente:
Rosalia Badillo R.
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