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Parte / 5



La fiesta fue un éxito, al día siguiente todos los periódicos en la sección de sociales hablaban del evento, todos los rumores que se esparcieron sobre el horrible crimen que se habían suscitado de la casa azul, quedaron olvidados, ahora solo se hablaba del lujo y la hospitalidad de los dueños, ya no era la casa azul, ahora era la mansión azul.

Después de ese día la familia Robledo Loyola, fue invitada a los mejores eventos, se hicieron socios del Hockey club, lugar exclusivo solo para millonarios, la vida en la casa era tranquila ningún evento paranormal se suscitó, la segunda fiesta que se celebró en la casa fue el cumpleaños número veintiuno del joven Gonzalo Robledo Loyola, la casa se vio inundada de jóvenes, el ritmo del Jazz y Bues era lo que salía de la orquesta, ya que era la música de moda, de esos años, las mujeres volaban por los aires cayendo en los brazos de los diestros bailadores.

La tercera fiesta fue algunos años después cuando el joven Gonzalo recibió su título de doctor, por fin se había realizado su sueño de convertir en realidad, la carrera que el escogió, sin que tuviera la oposición de su padre, ya que por lo regular los padres quieren que sus hijos sigan sus pasos, todo era alegría, pero llegó el día en que el joven se despidió de sus progenitores, tenía que partir para el estado de Chiapas, para hacer su servicio social, era obligatorio para que el pudiera recibir su cédula profesional y así poder trabajar en donde él deseará.

Dios te bendiga hijito, le dijo cariñosamente su madre.

—Gracias mamita les prometo que los llamaré siempre que pueda, vendré en la primera oportunidad que tenga.

—Te estaremos esperando hijito de mi corazón.

El joven partió a su destino, sus padres sentían tristeza, pero al mismo tiempo felicidad estaban muy orgullosos de su hijo. Pasaban los meses y su hijo sólo se comunicaba de vez en cuando ya que estaba en una comunidad en medio de la selva.

Una madrugada a Adán, lo despertó el sonido de la campana, de la capilla se sentó en la cama y quedó atentó, pero no escucho ningún sonido, inmediatamente recordó la noche en que asesinaron al padre Lorenzo se calzó sus guaraches y salió dio un recorrido por los pasillos desiertos hasta llegar a la recamara de los señores, pero todo estaba en calma, regresó sus pasos cuando se iba acercando al olmo, creyó ver una sombra negra que se fundía en el árbol, apresuro el paso, pues sentía una mirada clavada en su espalda sólo hasta que entró a la habitación se sintió tranquilo.

A la mañana siguiente como a las diez de la mañana, sonó el teléfono, la empleada contesto.

—La casa de la familia Robledo Loyola ¿Con quién desea hablar?

—Con el señor Gonzalo o la señora Blanca Robledo por favor.

—¿De parte de quién?

—Del servicio de Sanidad y asistencia.

—Un momento por favor.

—Doña blanca al escuchar el teléfono sintió un vuelco en el corazón.

—Señora la llamada es para usted.

—Gracias Estela.

—Sí, diga

—¿Usted es la madre del doctor Gonzalo Robledo Loyola?

Doña Blanca al escuchar la pregunta sintió una opresión en el pecho.

—Sí, ¿sucede algo?

—Señora lamento ser portador de esta noticia, pero desafortunadamente, tengo que avisarle que su hijo falleció víctima de la epidemia influenza española, desafortunadamente no podemos entregarle el cuerpo de su hijo, ya que junto con otros cientos de restos fueron incinerados, en una fosa común, como prevención para que la enfermedad no se propague más.

Doña Blanca no escuchó más, lanzó un grito desgarrador,

—¡NOOO!, mi hijo No,

Enseguida se desmayó, Rápidamente Estela la auxilio y Adán llamó por teléfono al señor Gonzalo esposo de doña Blanca.

—Señor por favor, venga rápido la señora se puso mal.

—¿Pero ¿qué le pasa? Cuando Salí de la casa la deje perfectamente bien.

—Sí, señor, lo sé, ella recibió una llamada por teléfono, creo que le dieron una noticia de su hijo.

—Salgo inmediatamente para allá, llegó en menos de media hora.

—El señor llegó acompañado de un doctor, subieron rápidamente a la recamara, encontrando a su mujer en un mar de llanto, en cuanto entró, doña Blanca se arrojó a sus brazos.

—¡Gonzalo, Gonzalo, nuestro hijo, mi hijito!

—¿Pero que pasa mujer a que se debe ese llanto? ¿Qué pasa con nuestro hijo?

—Nuestro hijo, Gonzalo, nuestro hijo ha muerto.

—¡Qué! ¿pero qué estás diciendo mujer?

El doctor inyecto a doña Blanca una solución para los nervios, ella poco a poco se fue calmando, el doctor y los sirvientes, salieron discretamente de la habitación.

—Me avisaron que nuestro hijo murió, víctima de la epidemia de influenza española.

Don Gonzalo sintió que se aflojaron las piernas tuvo que sentarse en el filo de la cama, para no caer al piso, se puso las manos en la cara y lloró amargamente, su esposa lo abrazo, y lloraron juntos su perdida.

—Tenemos que ir a recoger su cuerpo, para traerlo a la ciudad y que sus restos descansen en la cripta familiar.

—Ni ese deseo vamos a poder cumplir

—¿Pero, por qué?

—Su cuerpo fue incinerado, junto a cientos de cuerpos más en una fosa común para evitar que se propague la epidemia, no nos queda más que llorar nuestra pena y consolarnos mutuamente.

La señora Blanca habló con el padre Zermeño para que oficiara misas gregorianas treinta en total, por el eterno descanso del muchacho a las cuales asistieron lo mejor de la sociedad, para consolidarse con los afligidos padres, Adán le preguntó a su mujer.

—Adelina te conté que la madrugada del día que le avisaron a la señora que su hijo se había muerto escuche tocar la campana de la capilla.

—No viejo, no me dijiste nada.

—Ya me acordé que no te dije nada para no asustarte, pero oí bien clarito tocar la campana, me levanté y fui a ver si los señores necesitaban ayuda, pero todo estaba en calma, cuando me iba acercando al olmo vi claramente una figura negra como la noche fundirse en el tronco, era como si entrara en el árbol. Aunque la señora diga que son supersticiones, yo siento que en esta casa habita un espíritu maligno.

—Tienes razón yo también pienso lo mismo

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