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Parte / 12


La señora Candelaria siguió hablando.

La mayoría de las personas que viven aquí, son estables, pero algunas personas vienen de paso, viven una pequeña temporada y se van, ya sea porque les va mejor y se cambian o su trabajo les queda muy retirado y se van a una vivienda más cerca, o viceversa les va mal y ya no pueden costear la renta.

La mujer les dijo el precio de la renta que era muy accesible, el lugar no era bonito, se notaba la pobreza, pero Ana victoria no estaba para escoger, era lo que podía pagar tenía que estirar el dinero que tan generosamente le había dado don Eulogio.

—¿Tiene alguna vivienda desocupada?

—Si señora hay dos.

—No, se diga más señora Cande, nos quedamos con una vivienda.

—Bueno vamos a verlas para que escoja la que les agrade más.

Escogieron la casa número ocho.

—Espero que no lo tomen a mal, pero en el tapanco tengo unos muebles que unos inquilinos dejaron, se fueron sin pagar la renta y nunca volvieron, si gusta señora los podemos bajar para que los usen mientras que compran.

—Gracias señora Cande, nos van a servir mucho, espero que no sea por mucho tiempo.

Eran dos camas en buen estado, Clara las lavo, sacudieron los colchones, eran colchones duros de borra, no como los suaves en los que Ana Victoria había dormido hasta la noche anterior, pero peor era dormir en el suelo, de una de las maletas saco ropa de cama que tuvo la precaución de empacar.

Entre los muebles había una mesa con cuatro sillas, unos utensilios de cocina, por lo pronto era todo lo que necesitaban, doña Cande llegó con una cunita, que había conseguido con una de sus inquilinas, su hijo ya no la necesitaba, también traía ropa de recién nacido en muy buen estado.

Al día siguiente, Ana Victoria despertó el olor de café recién hecho.

—Que rico huele.

—Tenga señora, mire compre pan esta calientito.

—¿Pero de dónde sacaste dinero?

—Ay señora, no crea yo tenía mi guardadito y como usted misma lo dijo, ahora yo soy su mamá.

Ana Victoria termino su desayuno, se bañó, alimento, a su hijo y se vistió con ropa de calle.

—¿Va a salir señora?

—Por favor llámame por mi nombre, ya no soy tu señora.

—Está bien Anita (así le decía cuando era pequeña).

—Si voy a salir voy a visitar algunas amistades para apelar a su buena voluntad para pedirles ayuda, me lo deben por la amistad que llevaron con mis padres.

Clara la miró con tristeza sabía que la muchacha se iba a humillar, era muy ingenua, sabía muy bien que no iba a conseguir nada de parte de las personas que ella llamaba amigos, y así fue, una a una fue recorriendo las casas de los supuestos amigos de sus padres, y en todas recibió la misma respuesta.

—La señora no está disponible en este momento —, o los señores salieron de viaje y no se sabe cuándo regresaran —, en este momento no la puede recibir—, o disculpe señora, pero los señores dicen que usted no es bienvenida a esta casa.

Regresó a la humilde vivienda que desde ese momento iba a ser su hogar, ya para llegar, pasó por una iglesia y entró, estaba desierta, ya no pudo contener el llanto y cerrando los ojos empezó a llorar.

El sacerdote escuchó el llanto de la pobre mujer y poco a poco se acercó a ella, se sentó a su lado rodeando su espalda con su brazo, ella recargo su cabeza en el pecho del hombre, y descargo todo el llanto que traía acumulado, desde el día que su marido se marchó dejándola sola con un hijo y en la ruina más espantosa, cuando se calmó susurro.

—Disculpe padre, pero ya no podía más.

—Si gustas hablar estoy aquí para escucharte.

Ella asintió con la cabeza, y empezó a desahogar su pena con el sacerdote, el pacientemente la escuchó.

—De pronto me vi sola, sin marido, sin mis padres, sin hogar, sin dinero, y con la responsabilidad de un hijo, y mi fiel nana Clara.

—No te agobies hija, Dios aprieta, pero no ahorca, él te va a guiar en tu camino ya lo veras.

—Gracias padre me tengo que ir, mi hijo ya debe de estar clamando por comida.

—Ve con Dios hija, mi nombre es Demetrio Zermeño, todos me conocen como el padre Zermeño.

Ana Victoria salió del templo, a un lado de la puerta del templo vio un letrero dónde varias personas ofrecían sus servicios, y otras solicitaban alguno, un aviso llamó poderosamente su atención.

"SOLICITO COSTURERA" —, si le interesa dirigirse con la señora Blanca de Robledo calle abedules número veinte en esta misma colonia, Ana Victoria apunto la dirección y el nombre de la mujer, el padre Zermeño al ver la acción de la mujer le preguntó.

—¿Te interesó algún anuncio del pizarrón de anuncios?

—Si padre, creo poder desempeñarme como costurera, tengo que ganarme el pan.

—Así es hija y que mejor que ganártelo honradamente, la señora Blanca Robledo es una buena amiga mía, dile que vas de mi parte.

—Gracias padre, se lo agradezco mucho.

—Ve con Dios hija, estoy seguro que la señora Blanca te va a ayudar, es una persona muy caritativa.

—En ese mismo momento se dirigió a la dirección, afortunadamente en el renombrado colegio donde había estudiado le dieron un taller de modista, recordaba muy bien las palabras de la rectora.

—Señoritas es obligatorio tomar un taller, en el pizarrón de los avisos están los nombres de los talleres que se van a impartir.

La rectora al ver el moín de disgusto que hicieron las alumnas les dijo.

—Es necesario que estén preparadas para el futuro, recuerden que la vida es como la rueda de la fortuna, algunas veces, estamos en lo más alto, y otras en lo más bajo, si por azares del destino Dios no lo quiera, alguna vez en su vida se ven abajo este taller les va ayudar mucho.

Ella escogió diseñadora en corte y confección, siempre le gusto confeccionar los vestidos de sus muñecas, ahora le iba a servir para abrirse paso en la vida.

Cuando llegó a la calle abedules, busco el número veinte, quedo maravillada ante la imagen de la casa azul, tocó el aldabón, un empleado uniformado le abrió la puerta.

—¿En qué le puedo ayudar señorita?

—Busco a la señora Blanca Robledo, vengo por el anuncio de trabajo de costurera.

Adán se sorprendió por el apariencia de la mujer, no tenía aspecto de costurera más bien parecía una dama de sociedad como las hijas de las amigas de doña Blanca, es por eso que no dudo en pasarla al recibidor donde la señora entrevistaba a las mujeres que solicitaban el trabajo, a los pocos minutos apareció la  dueña de la casa, que al igual que Adán se sorprendió por el aspecto de la mujer. 

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