Capítulo XXX - La noche de las pesadillas olvidadas
Era la tan esperada noche de las pesadillas olvidadas. La atmósfera se impregnaba de una extraña mezcla de emoción y temor mientras los habitantes de la ciudad se apresuraban a decorar sus hogares con adornos poco comunes. Las autoridades habían dado su visto bueno a la celebración, convencidas de que un ambiente festivo ayudaría a calmar los ánimos y a alejar los recuerdos de la maldad que había atormentado a la comunidad. Las casas se transformaron en auténticos espectros de la festividad, adornadas de manera inquietante, casi como si quisieran desafiar a la oscuridad que alguna vez habitó en sus mentes.
Iker se encontraba entre la multitud, observando la decoración. La temática del terror parecía haber cobrado vida, pero lo que comenzó como una burla hacia la leyenda del caníbal se había convertido en una especie de rito, un intento de los jóvenes de reírse del miedo que alguna vez les paralizó. Sin embargo, en el fondo de su mente, sabía que la maldad aún acechaba, oculta detrás de una máscara de risas y luces brillantes.
En la mañana, había decidido que no podía dejar que las festividades lo distrajeran de la realidad. Se subió a su camioneta con un objetivo claro: encontrar a Natasha y asegurar su seguridad.
Mientras conducía, pasó junto a la antigua casa de los Henderson, un lugar que había sido el epicentro de su pesadilla. En un instante, su corazón se detuvo al notar una silueta oscura asomándose por la ventana. Aceleró, sintiendo el pulso del miedo en sus venas. No podía arriesgarse a ser visto por Brown.
Al llegar a la casa de Natasha, tocó varias veces con urgencia. Cuando finalmente abrió la puerta, su expresión de sorpresa se transformó rápidamente en preocupación.
—¿Iker?, ¿qué haces aquí? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Necesito de tu ayuda. Josh está en la ex casa de Brenda, y es muy probable que esté planeando asesinar a alguien esta noche —respondió con voz grave.
La chica frunció el ceño, recordando las historias que habían circulado sobre el caníbal.
—Siempre supe que este día iba a llegar. Sabía que ese idiota volvería.
—Tenemos que acabar con él —afirmó con determinación.
—¿Tienes un plan? —preguntó ella, entrecerrando los ojos.
—Más o menos, pero necesitamos buscar a Theo.
—Está bien, iré contigo. Solo espérame a que me cambie.
—De acuerdo, y gracias.
—No agradezcas. También quiero ver a ese maldito en la tumba. Quiero ayudar.
Unos minutos más tarde, la joven salió lista. El muchacho sentía que el tiempo apremiaba. No podían permitirse perder más tiempo en preparativos.
—¿Sabes dónde puede estar? —preguntó Giménez mientras se dirigían a la camioneta.
—Seguramente esté en su casa, escondido. La policía nunca dejó de buscarlo. Estaba implicado en varios delitos que nunca cometió —respondió mientras encendía el motor.
Se lanzaron por las calles, el tráfico era lento debido a los preparativos en la plaza. Los fuegos artificiales estallaban en el cielo, pero a ellos no les importaban. A medida que se acercaban a la casa de Theo, Iker sentía un nudo en el estómago.
Cuando finalmente llegaron, la fachada del lugar era poco acogedora, pero Báez no podía dejar que eso le afectara. Se bajaron y tocaron la puerta. Al principio, no hubo respuesta. Luego, después de un breve silencio, se escuchó el sonido de pasos acercándose.
—¿Quién está ahí? —dijo Theo, asomando la cabeza.
—Somos nosotros —respondió Iker.
La puerta se abrió de par en par, revelando a su amigo con una apariencia desaliñada. Sus pantalones estaban desgastados, y tenía grandes ojeras.
—¡Vengan, pasen! —los invitó con una sonrisa que apenas ocultaba su sorpresa.
Se adentraron en su hogar, que, a pesar de su apariencia exterior, estaba sorprendentemente bien cuidado. El ambiente era cálido y acogedor, con dibujos artísticos adornando las paredes, un refugio del caos exterior.
—¿Qué se les ofrece? —preguntó mientras iba a la cocina a buscar algo para beber.
Los amigos admiraban los cuadros. Cada uno era una mezcla de colores y formas, mostrando su talento artístico.
—Será mejor sentarte y escuchar lo que tenemos que contarte —le pidió el chico.
—De acuerdo —dijo sentándose.
—Josh Brown ha vuelto. Estamos en serios problemas — afirmó el muchacho, la preocupación era evidente en su voz.
—Entiendo. En el pasado quise vengar la muerte de mi novia..., luego me olvidé de la situación al pasar el tiempo, pero ahora que me dices esto, esa sensación ha vuelto. Así que, lo que necesiten, yo estaré aquí para ayudar.
—Nosotros tres no podemos contra él —afirmó Natasha.
—Sí podemos. Lo lograremos si dejamos el miedo atrás y luchamos juntos. Además, alguien más nos puede ayudar —dijo Báez, confiado.
—¿Quién? —preguntó la muchacha, frunciendo el ceño.
—Bren.
—¿Cómo nos ayudará si está en el hospital mental?
—La ayudaremos a escapar. Ella ya se enfrentó una vez a él y salió viva.
—Es casi imposible que nosotros podamos ayudarla —opinó ella—. Además, no tenemos las habilidades para llevar a cabo un escape, ¿cuál es tu idea?
—Aún no lo sé, pero algo se me ocurrirá. Ahora debemos ir a avisar a Brenda sobre esto.
Era un plan poco convincente, pero no tenían otra opción. Se adentraron en la noche, con la esperanza de que su amiga pudiera ayudarles a enfrentar al monstruo que había vuelto a amenazar sus vidas.
Al salir, la noche los envolvió en su abrazo oscuro. Los fuegos artificiales iluminaban el cielo, pero los jóvenes sabían que la verdadera batalla no se libraría en la plaza. El destino de la ciudad, y quizás el suyo, dependía de su próximo movimiento.
Tras varios kilómetros alejados de la civilización, finalmente llegaron al manicomio. El lugar era aún más inquietante de noche, las sombras se alargaban. Iker dejó la camioneta en el estacionamiento y se dirigieron a la entrada.
Cuando llegaron a la puerta, fueron recibidos por una enfermera de guardia. Al mencionar que deseaban ver a Brenda Henderson, su expresión cambió instantáneamente, pero finalmente aceptó la visita.
—Vengan conmigo —dijo la enfermera mientras caminaba por un pasillo sombrío.
Era la primera vez que estaban en ese lugar, las visitas a la joven estaban totalmente prohibidas durante los primeros meses.
Recorrieron un largo camino, y a medida que avanzaban, la atmósfera se volvía más pesada, cargada de ansiedad.
Después de un tiempo que pareció eterno, llegaron a una celda.
—Cuidado, a veces es un poco agresiva —advirtió la enfermera.
Se detuvieron frente a la celda y asomaron la cabeza para verla. Estaba mirando fijamente una pared blanca, donde había dibujado escenas de horror. Las imágenes eran perturbadoras, cada una representando una parte de su trauma.
—Brenda, tienes visitas —dijo la enfermera.
La joven, al escuchar la voz, giró lentamente la cabeza. Su mirada se llenó de confusión y tristeza.
—Hola, Bren. Soy Iker, y ellos son Natasha y Theo. ¿Quieres hablarnos? —intentó el joven, pero no recibió respuesta.
Al principio, parecía que la joven no los reconocía, perdida en sus pensamientos. Pero al ver sus rostros, algo brilló en sus ojos.
—Sé que la has pasado muy mal, pero necesitamos tu ayuda. Brown ha vuelto a asesinar —le dijo la joven, tratando de llegar a su corazón.
Ella parpadeó, como si estuviera despertando de un profundo sueño.
—Estuve más de ocho meses encerrada en este lugar. No se imaginan lo mucho que ansío salir de aquí y acabar con ese desgraciado, pero no puedo.
—Nosotros podemos ayudarte —afirmó Theo, decidido.
—Es muy complicado salir. Ya lo intenté varias veces — confesó la Henderson, mientras su mirada se oscurecía.
—¿Pero ¿qué tal si lo hacemos juntos? —insistió Iker— Necesitamos tu fuerza, Bren.
Bren se acercó lentamente a la reja, y por un momento, sus ojos se encontraron. La determinación brilló en su mirada.
—Está bien, tengo un plan. Pero necesito de su ayuda —dijo con un tono de firmeza renovada.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Theo, intrigado.
—Yo tengo esto —respondió la Henderson.
Sacó una llave que había escondido debajo de su cama y continuó explicando:
—Pude quitarle las llaves de mi celda a la enfermera mientras me llevaban a las duchas para bañarme. Con esto puedo salir, pero solo de noche, porque si lo intento durante el día, los oficiales de afuera me verán muy fácilmente. Sin embargo, por la noche será más complicado.
—Excelente, ¿y nosotros en qué aportaremos? —inquirió Iker, su voz estaba cargada de expectativa.
—Durante la cena, cerca de las nueve, todos se dirigen al comedor. Tal vez, cuando se vayan a cenar, pueda salir y dirigirme hacia afuera, donde ustedes me esperarán cerca de la rejilla del sector de la derecha. Ustedes deberán cortar el alambre con unas pinzas para que pueda pasar —explicó Brenda, mostrando una disposición renovada.
—Me parece una buena idea —opinó Theo, asintiendo con la cabeza.
—De acuerdo, entonces nosotros te esperamos afuera mientras tú te escapas de esta celda —agregó Báez—. Mucha suerte.
—Ya se acabó la hora de visita —anunció la enfermera desde la distancia.
—Suerte — le dijo a su amiga, mientras un nudo de ansiedad se formaba en su estómago.
Los jóvenes salieron discretamente del lugar, tratando de no llamar la atención. Se movieron a lo largo de algunas calles, hasta que se quedaron en una pequeña colina desde donde podían observar lo que sucedía en el manicomio. Pasaron las horas, y el cielo se tiñó de un aterciopelado azul oscuro. Los primeros fuegos artificiales comenzaron a estallar en el aire, creando un espectáculo de luces que iluminaba la ciudad. Era la celebración que todos esperaban; la plaza estaba llena de personas que llegaban incluso de otras localidades, cada uno emocionado por la fiesta que había sido planeada durante tanto tiempo.
El tiempo avanzaba con su implacable marcha, indiferente a la tragedia que ya estaba escribiendo, como un río que fluye sin detenerse ante las ruinas de la civilización. Cuando el reloj marcó las nueve de la noche, las luces de la celebración iluminaban las calles y las risas de los habitantes se esparcían como las cenizas tras un incendio, el contraste entre el bullicio alegre y el terror que pasaban los jóvenes era como una grieta en el tiempo mismo. Para ellos, aquella noche no era solo una ocasión de jolgorio, sino el preludio de una confrontación con lo desconocido, una oportunidad para desafiar aquello que había seguía en las tinieblas y que, finalmente, había comenzado a mostrar su rostro.
La atmósfera se tornaba cada vez más espesa a medida que se acercaban a la reja del manicomio. El sonido de sus pasos se oía de manera inquietante, como si el mismo suelo intentara advertirles del peligro inminente. Iker, con el corazón acelerado, sentía el peso de la tensión en sus hombros. Pero fue Theo quien, con una determinación callada, dio el primer paso adelante. Con manos firmes y rápidas, comenzó a trabajar en la reja, utilizando las pinzas que su amigo le había entregado con tanto temor. Los alambres comenzaron a ceder, uno a uno, y la reja dejó de ser un obstáculo, abriendo el paso hacia la liberación de Brenda.
Sin embargo, una sensación trágica se instaló en el aire, una sensación que no se podía ignorar, como un mal presagio que ya se había infiltrado en el corazón de la noche. Algo más estaba sucediendo en las sombras, algo mucho más oscuro que el acto de liberación que se encontraba en pleno desarrollo. Desde el otro lado del manicomio, la figura siniestra de Josh se alzaba, como un animal salvaje al acecho. Con los ojos brillando de una locura incontrolable, sostenía dos garrafones de gasolina, que se balanceaban en sus manos como las campanas de la muerte que tañen al compás de la tragedia que estaba a punto de desatarse.
La oscuridad no era su única aliada esa noche. Con cada paso, Brown derramaba gasolina sobre el suelo, dejando un rastro de líquido inflamable que se extendía como una serpiente envenenada por todo el establecimiento. Su rostro, desfigurado por la furia, se iluminaba brevemente por la luz tenue de los focos, antes de que su cuerpo se desvaneciera nuevamente. Con un impulso violento, derribó una de las puertas de emergencia, entrando sin dudar, con la precisión de un monstruo que sabe que el tiempo no es su amigo. En su mano, un fósforo encendido se convirtió en el instrumento final de su venganza, lanzado con desprecio hacia la gasolina que ya cubría el suelo. El fuego comenzó a lamer los rincones del manicomio, como una bestia hambrienta que no haría distinciones entre los vivos y los muertos.
Mientras tanto, en su celda, Brenda luchaba contra las llaves que había obtenido en un acto de desesperación. Cada giro en la cerradura parecía una eternidad, un rumor del tiempo que se le escapaba de las manos. Y entonces, el sonido del fuego comenzó a llegar hasta sus oídos, una advertencia de la destrucción que ya estaba tomando forma más allá de las paredes del manicomio. Un ardor creciente le quemaba el pecho, no solo por el calor del fuego, sino por la sensación de que algo terrible se aproximaba, algo que ya no podría evitar.
El aire se volvió irrespirable, denso de humo y de presagios. Con el temor retumbando en su pecho, la muchacha se giró, y en ese instante, encontró lo que temía: Josh, de pie ante ella, como un espectro nacido de la locura misma. En su mirada había una chispa de deleite, como si el caos que había desatado le proporcionara una satisfacción enferma, una retorcida alegría al ver cómo el mundo alrededor de él se desmoronaba. La risa de Brown resonó en el espacio, apagando cualquier esperanza de resistencia. Ya no importaban las llaves, ni el escape. El fuego ya había comenzado a devorar todo.
Pero la supervivencia no se doblegaba tan fácilmente. Brenda, con la furia de quien ha tocado el borde de la desesperación, retrocedió. Sabía que tenía que actuar rápido, que cada segundo era una fracción más cerca de la perdición. El suelo tembló bajo sus pies, como si el mismo manicomio estuviera luchando por resistir el peso del desastre. Pero el hombre no se detuvo. Avanzó sin prisa, pero con la determinación de un ser que no tiene nada que perder. Cada paso suyo era una sentencia de muerte para cualquiera que se cruzara en su camino. Con un movimiento violento, su hacha chocó con el cuerpo de un desafortunado, y la risa de Josh se amplificó, mezclándose con los gritos de los pacientes que ya corrían descontrolados por los pasillos.
El manicomio, antaño un refugio, se había convertido en un escenario de horror indescriptible. Los lamentos se elevaban como un canto fúnebre que se fundía con el rugir del fuego, mientras las llamas comenzaban a devorar las paredes, transformando el aire en una atmósfera irrespirable, una prisión de sufrimiento.
El caníbal cerró el comedor con un hierro, para que los que se quedaron ahí no pudieran escapar, pero lo que nunca imaginó es que alguien se acercaba desde atrás: era Brenda, con un pedazo de hierro arrancado de su cama, una improvisada arma de venganza.
Con una fuerza que provenía de lo más profundo de su ser, se lanzó hacia él. El sonido del hierro cortando el aire parecía ser lo único que se escuchaba, pero el asesino, alertado por el ruido, reaccionó rápidamente. Aunque logró esquivar el golpe en la cabeza, el hierro se hundió con fuerza en su hombro. El dolor lo hizo tambalearse, pero su risa no cesó. La figura de Josh, aún en pie, parecía invulnerable, como si el dolor mismo no tuviera poder sobre él.
La chica aprovechó la oportunidad, empujó a Brown hacia una rampa cercana que conducía al estacionamiento. Necesitaba ganar tiempo. Necesitaba liberar a los demás. Con cada segundo que pasaba, el tiempo se convertía en su enemigo. Comenzó a trabajar con el hierro que bloqueaba la salida, arrancándola con desesperación. La puerta finalmente cedió, y corrió rápido hacia el cuarto de control, sus dedos presionaban los botones con una rapidez frenética. Las celdas se abrieron, y los pacientes, aquellos que aún tenían la fuerza para moverse, comenzaron a salir.
Iker, desde la distancia, observaba en silencio. El mundo a su alrededor se desdibujaba mientras sus ojos se centraban en la figura de Brenda, que, al fin, lograba escapar de las sombras. Corrió hacia ella, la abrazó con una fuerza que reflejaba la mezcla de alivio, agotamiento y un miedo persistente que no dejaría de acompañarlos, ni siquiera en su huida.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, preocupado por los estragos que había presenciado.
—¿Tú provocaste todo eso? —inquirió Theo, mirando con miedo como el incendio se intensificaba.
—Fue Josh Brown. Tenemos que irnos de aquí —respondió.
—Está bien. Vámonos —contribuyó Báez, sintiendo el peso de la realidad que les esperaba.
—Pero ¿a dónde iremos? —preguntó Natasha, sintiéndose perdida.
—A la casa 206 —contestó Iker, subiendo a la camioneta. Al encender el motor, continuó—. Lo he visto ahí, seguramente regresará a esa residencia.
—Entonces vamos rápido. Debemos llegar antes que él. ¡Matemos a ese infeliz! —declaró Bren, llena de confianza en sí misma y en sus amigos.
El camino por la ruta era largo, y había una gran posibilidad de que Brown tomara un atajo más corto. Sin embargo, no podían dejar que la incertidumbre les detuviera. A medida que se acercaban, cada uno de ellos estaba preparado para enfrentar su destino, incluso si eso significaba arriesgar sus vidas. Aquella noche, todos estaban decididos a acabar con la pesadilla que los había perseguido durante tanto tiempo.
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