Capítulo XXVII - Entre las sombras
Las personas de la ciudad aplaudieron y gritaron a voces la libertad que supuestamente empezaba. No solo se trataba de adultos asustados por la presencia de un asesino en el lugar, sino también de jóvenes que temían su existencia. Con esto, se hacía evidente la inminente no existencia del sujeto más temido de esa generación. Todos, excepto los amigos de Bren quedaron satisfechos con la labor de los oficiales. Aquellos que sí lo estaban pensaban que era una estupidez creer en un ente sacado de la mente de personas consumidas por el miedo y, por qué no decirlo, también por la locura. La felicidad parecía haber llegado y, según todos, no se iría nunca más. Sin embargo, no podíamos decir lo mismo de Bren.
Primero la llevarían a un penal de menores, y eventualmente cumpliría la condena que le impondrían en prisión. Pero, tras varios estudios, determinaron que era inadecuado tenerla en un reclusorio, pues su lugar era un manicomio. Había muchos indicios de que había perdido completamente la cordura. Era obvio, ya que según la justicia ella mataba a quien se cruzaba en su camino. Los doctores dejaron en claro, en unos papeles, que debía ser encerrada en un manicomio con estricta seguridad. Viendo su expediente, cualquiera se asustaría, especialmente por la actitud que mantenía en esos momentos.
Tenía la mirada perdida, ojeras marcadas, y su forma de hablar carecía de sentido.
Bren realmente quedó completamente desquiciada tras aquella noche, y no era para menos. Ver a tus padres muertos en una cama y a tu hermano siendo secuestrado, probablemente devorado en esos momentos, podría llevar a cualquiera a la locura. Los días que pasó en la comisaría fueron indescriptibles, recordando esa noche una y otra vez. Su mente se convirtió en su peor enemiga, destruyéndola totalmente. Acordaron mantenerla en el lugar indicado por los doctores, en la misma ciudad, pero en un sitio con mucha seguridad. Aquella noticia se difundió por todo el país: una nueva historia que colocaría el lugar como la meca del terror.
Un fragmento de un diario:
«La asesina Brenda Henderson, la mujer que asesinó a toda su familia y a muchas más personas, la que atormentó nuestra ciudad durante tanto tiempo, fue encerrada en un manicomio donde pasará toda su vida».
Y así son las cosas. La muchacha pasará su vida en aquel manicomio. Pero ¿qué pasó con Brown? El hombre se salvó de la justicia, aunque fue solo por unos segundos. Tuvo mucha suerte de que la policía no le hiciera caso a la joven cuando les dijo que bajaran por la puerta de metal. Quizás a los oficiales les importaba más atraparla que atender sus palabras. Después, la joven ya no diría más nada, solo lloraría, pues le hacían caso omiso. Josh se desangró mientras regresaba a su escondite, sintiéndose más debilitado con cada paso que daba. Tuvo que golpear a Daniel muchas veces para que se desmayara y no causara más problemas.
La oscuridad no fue un impedimento, ya que había colocado varios veleros con velas encendidas colgando del techo a lo largo del estrecho camino. Al llegar, subió al muchacho y comenzó a arrastrarlo, esforzándose mucho más, pues el dolor aumentaba y había perdido mucha sangre. Arribó a donde estaban las jaulas, abrió una de ellas y metió al muchacho, asegurándolo con una cadena y un candado. Unos metros más adelante, se escuchaban los gritos de dos personas.
—¡Por favor, suéltame! —decía una de ellas.
Estas dos personas eran su carne preferida. Las mantenía con vida y consumía su carne lo menos posible para que no se acabaran. Eran pequeñas porciones programadas en días especiales. La razón por la cual no gritaron cuando Bren y los demás se encontraban ahí era que siempre estaban sedadas para que durmieran durante el día y, algunas veces, en la noche, para que así no dieran problemas si alguien los escuchaba. Raras veces se atrevía a deleitar su sed con estas personas, para él eran muy especiales, un manjar de los dioses. Pensaba que Daniel también sería su nuevo manjar. Ya había probado uno de sus ojos. En el pasado ya tuvo personas atrapadas de esa forma, pero con el tiempo morían, así que siempre estaba en busca de carne que le gustara más que las otras.
Brown estaba en un problema. Había perdido bastante sangre, lo que lo debilitaba a tal punto que sentía que se desmayaría. Tenía que cerrar la herida, así que se sentó en una silla, tomó una aguja un poco grande y, con un hilo negro y grueso, comenzó a coser su herida. La muchacha le había atravesado todo su cuerpo; aunque lo cerrara, el daño provocaría probablemente su muerte. Sin embargo, era un hombre peculiar; el dolor que nosotros consideraríamos fuerte seguramente para él sería un simple golpe. Aun así, es humano. A pesar de su aspecto demacrado y aterrador, seguía siendo un ser humano. Su piel, marcada por cicatrices y raspaduras, había sido desgastada por el tiempo y la violencia de sus actos. Había llegado a tal extremo que, en un acto de desesperación y locura, se había arrancado partes de su propia carne para saciar su hambre voraz. Los trozos de piel que había perdido le habían otorgado una apariencia de muerto viviente, pero aún poseía un cuerpo que, aunque deteriorado, respiraba y sentía. Cada rasguño y cada herida eran testigos de su humanidad aún latente, ocultando un alma que, a pesar de sus atrocidades, permanecía atrapada en su interior.
Era un reflejo distorsionado de lo que una vez fue, un hombre marcado por su propia sed de sangre y el deseo de supervivencia. Su respiración, aunque agitada y ruidosa, aún era humana; su corazón, aunque endurecido por los horrores cometidos, seguía latiendo con fuerza. Era crucial entender que, a pesar de su descomposición física y su transformación en una bestia, no había perdido completamente su esencia. Podía ser confrontado, despojado de su poder, y su alma podría ser arrebatada, liberándose de lo que lo había consumido. En su interior, una chispa de vida permanecía, y su historia era la de un ser humano que había cruzado la línea entre la cordura y la locura, un ser que había optado por abrazar el abismo.
Pudo coser completamente la herida y detener el sangrado, pero estaba demasiado débil. Brown se acostó en una cama y comenzó a descansar, esperando que la suerte estuviera de su lado y que la muerte no viniera a llevarlo mientras dormía.
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