Capítulo XVIII - ¡Es hora del plan!
Bren se quedó desconcertada ante tal situación; esa persona clamaba por ayuda, como si alguien estuviese por matarlo, y esa era la situación de Aarón.
—¿Qué quieres? —le preguntó, pensando que se trataba de algún ladrón que quería sorprenderla.
—Por favor, déjame entrar, ya viene —dijo el joven sin dejar de golpear la ventana desesperadamente.
—¿Cómo puedo estar segura de que tú no eres un ladrón?
—¡Por lo que más quieras... déjame entrar!
Hubo un silencio tras el pedido del muchacho. Ella no dejaría que un extraño entrara a su casa. En ese silencio, escuchó cómo empezaba a llorar aquel chico. En ese preciso momento, la joven no sabía qué hacer, si creerle o no; era muy arriesgado. Tras unos segundos, escuchó a alguien más acercándose, pues afuera, a unos metros, estaba llegando Brown. Él sabía que no debía dejar testigos.
—¡Ayúdame! —exclamó.
La muchacha observó por el pequeño hueco de la ventana, y su corazón se detuvo al ver al caníbal acercándose con el hacha en la mano. Estupefacta, dijo lo siguiente:
—Ve detrás de la residencia, te voy a abrir la puerta de atrás.
La joven empezó a correr por los pasillos hasta llegar a la parte posterior de la casa. Aarón tuvo que atravesar el jardín de la señora Henderson, destrozando flores y ramas a su paso. Cuando llegó, más atrás de él, ya estaba el caníbal a punto de alcanzarlo. Por fortuna, Bren apareció y le dejó entrar, salvando su vida. La puerta tenía un decorado de vidrio, lo que permitía ver lo que había afuera, y déjenme decirles que lo que había ahí no era nada agradable: El monstruo, parado, mirándolos fijamente con una expresión de enojo. Tras unos segundos, decidió irse; sabía que, si hacía un escándalo, los vecinos saldrían y lo descubrirían, así que se alejó.
—¿Estás bien? —le preguntó Bren.
—Sí, eso estuvo muy cerca. Era él, mucho más terrorífico de lo que cuentan en las historias —afirmó la muchacha. Tras ver al chico abatido, preguntó—: ¿por qué estabas afuera? De seguro sabes que es muy peligroso estar solo en la noche.
—No estaba solo —respondió. Estaba con unas amigas.
—¿Qué les ocurrió?
—Ese maldito las asesinó.
La muchacha tenía muy claro que no podía dejar salir nuevamente a Aarón afuera, era muy arriesgado, así que le propuso:
—¿Qué te parece si te quedas en el sótano? Ahí no te encontrará.
—Debo ir con la policía —aseguró el muchacho.
—No te creerán, además, aún sigue afuera y de seguro te está esperando.
—Tienes razón... me quedaré por esta noche y mañana iré a la comisaría.
—Está bien, eso ya es tu decisión.
—Gracias.
La chica lo acompañó hasta el sótano, le prestó unas sábanas y una almohada, todo lo necesario para que se sintiera cómodo en esa noche tan fría.
—Gracias por esto —le dijo mientras bajaba por los escalones.
—No te preocupes, todo va a estar bien.
—Eso espero. Buenas noches.
Bren, muy preocupada, fue a acostarse, pero durante toda la noche no pudo dormir. Tenía la inquietud de que aquel caníbal volviera. Así pasaron las horas hasta llegar el alba.
Eran las seis de la mañana. Daniel se estaba cepillando los dientes mientras sus padres se preparaban para ir a sus respectivos trabajos. El padre trabajaba en una empresa muy famosa en la ciudad, y la madre en una editorial; ambos, con mucho esfuerzo, conseguían el dinero para el pan de todos los días. Bren, preocupada por ser descubierta, le decía a su madre que ya era tiempo de que se fueran, intentando así que se apresuren para retirar a Aarón de la casa, pero la madre dijo lo siguiente:
—No, señorita. Hoy nos iremos más tarde a nuestros compromisos, pero eso significa que también llegaremos tarde, así que apresúrate tú para irte al colegio.
Esto arruinó los planes de la joven. Tenía que esperar hasta la tarde para sacar al muchacho del sótano. Era la hora del colegio, y el procedimiento aún seguía en pie; lo que ocurrió no cambiaría nada. Tal vez sería una ventaja, puesto que tendrían más ayuda. Ya en las horas del colegio, tan solo esperaban la salida para encontrarse en la entrada del bosque. Se estaba acercando la hora de la verdad, para demostrar que aquel hombre que estaba matando a todos los jóvenes de la ciudad existía en realidad, y que debía ser atrapado.
A las 10:15 de la mañana, faltaba más de una hora para la salida. Aarón estaba atrapado, pues la Henderson había cerrado la puerta con seguro. Él intentaba abrirla, pero esta no cedía. Patadas y más patadas, pero era irrompible. Bajó nuevamente por las escaleras en busca de un objeto que pudiera ayudarlo a escapar. Entre unas herramientas encontró lo que parecían unas llaves, y tal parece que eran de la entrada del sótano. Subió y las probó, pero nada; no se abrió.
Ya resignado, se sentó cerca de la puerta y tiró las llaves hacia una esquina, donde había una pequeña puerta de metal. Al hacer ruido por la llave, Aarón se dio cuenta de eso. Se levantó y se dirigió hacia aquel sitio. Tenía una cerradura, así que agarró nuevamente las llaves e intentó abrirla. Esta puerta sí se abrió, pero estaba bastante sucia, con telarañas incluso. Al bajar por los escalones, no pudo ver con claridad el sitio; parecía una catacumba. Todo estaba tan oscuro que no podía ver qué había unos metros más allá, la luz de la habitación de arriba solo alumbraba unos cuantos metros.
Empezó a caminar buscando alguna antorcha que lo ayudara a ver, pero no la encontró. Siguió caminando sin ver salida alguna hasta que vio una luz, una luz que provenía de una antorcha. Pero todo se volvió escalofriante, puesto que se acercaba como si alguien la estuviese sosteniendo. Cada vez se acercaba más, empezó a retroceder y pronto comenzaría a correr; aquella persona que venía tras él también correría. Llegó a la escalera e intentó subirse rápidamente. Desesperado, se equivocaba incluso de escalón, y esos errores lo complicarían. Aquel sujeto estaba detrás de él, y lo atrapó a mitad de subida, arrastrándolo al suelo.
Pudo verle el rostro, el último rostro que vería, y era Brown, quien lo arrastró por todo el lugar hasta llevarlo al cementerio. Aquel territorio era un pasadizo que conectaba la casa con el camposanto.
Mientras tanto, en el colegio ya era tiempo de reunirse; era hora del plan. Los primeros en llegar a la entrada del bosque serían Bren, Iker y Daniel. Luego llegarían los hermanos Esther y Michell. Unos minutos después, aparecería Theo saliendo del mismo bosque, todo eso para no ser descubierto. Y, por último, llegarían juntos Natasha y Peter.
—¿Están listos? — preguntó la Henderson.
—No estoy seguro de esto, pero debemos hacerlo —expresó Esther.
Mientras caminaban por el sendero, Bren les comentó sobre Aarón y que había visto al caníbal en persona. Los chicos quedaron sorprendidos ante aquel hecho. Peter preguntó:
—¿El chico aún sigue en tu casa?
—Sí, está en el sótano. No pude sacarlo porque mis padres tuvieron que irse después de nosotros —respondió.
—Había alguien en la casa y no me dijiste nada —le reclamó Daniel—. Podías decírmelo.
—Perdón, no tuve tiempo. Nuestros padres nos apresuraron y no pude hacerlo —se excusó su hermana.
—¿Creen que Brown siga allí? —preguntó Michell.
—Eso lo averiguaremos ahora —contestó Iker mientras salía del boscaje.
Ya estaban justo detrás de la residencia. La manera de entrar en la casa sin ser vistos por algún vecino era por la parte de atrás. La chica había dejado la puerta abierta e hizo un agujero en la rejilla para que pudieran entrar por ahí. Todo estaba listo para encontrar las pruebas que los ayuden a afirmar la existencia de ese hombre tan ruin. Aunque ellos ya sabían que existía, el problema era demostrarlo ante las autoridades. Era una gran oportunidad porque esta vivienda ocultaba muchos secretos que podían ser desenmascarados pronto.
Cuando entraron al domicilio por aquel boquete en la rejilla, unos metros atrás estaba el caníbal observando todo desde detrás de los árboles, tal vez a sus próximas víctimas.
El aire dentro de la vivienda parecía estancado, cargado con el peso de secretos olvidados, de tragedias que murmuraban desde las sombras. La joven Henderson sintió cómo la culpa comenzaba a tejerse en su pecho, una telaraña invisible que atrapaba sus pensamientos. ¿Habría sido correcto permitirle refugiarse allí? ¿O acaso había sellado su destino? Mientras sus amigos discutían estrategias, ella no podía apartar de su mente la sensación de ser observada, como si aquella residencia fuese algo más que un refugio: una entidad que absorbía y retenía el terror de quienes cruzaban su umbral.
Afuera, el mundo continuaba con una indiferencia aterradora. La gente caminaba por las calles, ajena a la presencia de un depredador, a las almas perdidas bajo la fría tierra del cementerio cercano. ¿Qué separaba a los vivos de los muertos? ¿Era acaso la voluntad de resistir, o solo el capricho de un destino que podía cambiar en un suspiro?
Bren apartó la mirada del grupo, sintiendo un vacío que no podía explicar. Allí, en la lobreguez del sótano, no se trataba solo de sobrevivir, sino de enfrentarse al abismo que esa casa parecía encarnar. En ese lugar donde los gritos se extinguían y las historias no tenían final, la pregunta más inquietante no era quién vivía o moría, sino si el horror mismo de sus propios miedos, devorándolos uno a uno.
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