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Capítulo XVII - Al cruzar el sendero

  Pocos segundos faltaban para que el caníbal echara abajo la puerta. No importaba lo resistente que fuera una persona, esa puerta cedería ante un hombre que estaba hambriento de matar.
—¡Vete! —gritó Aarón, dispuesto a sacrificarse para salvarla.
—No lo haré —dijo la joven, firme en su decisión.
—Moriremos los dos. ¡Vete antes de que sea tarde!
   La puerta se abría cada vez más. Tras unos segundos, ocurrió lo que todos temían: el sanguinario logró abrirla. Los jóvenes retrocedieron, aterrados, pues la muerte se encontraba frente a ellos, marcando el fin de sus cortas vidas. El asesino, con el hacha en la mano, sonrió de una manera escalofriante, como si fuera un demonio disfrutando de su presa. Pero un imprevisto sucedió; alguien lo atacó primero: Julia le incrustó unas tijeras en la espalda. Aprovecharon la distracción y corrieron hacia la salida, mientras que Brown caía al suelo. La muchacha intentó escapar también, pero al cruzar junto al cuerpo tendido del asesino, él la sujetó de una de sus piernas.
—¡Suéltame! —clamó, desesperada.
    Poco o nada le importó lo que dijo la chica.
    Los dos adolescentes, los primeros en salir, se encontraban perdidos, ya que la lluvia convertía todo en un paisaje turbio, dificultando su camino en medio de la oscuridad. La única forma de escapar sin ser atrapados era cruzando un sendero que atravesaba el bosque hasta la ruta que los llevaría a la comisaría.
—Vamos por el sendero, será más rápido salir a la ruta por ahí; además, podemos escondernos si nos alcanza —propuso Aarón.
—¿Qué va a pasar con Julia? —dijo inquieta la muchacha.
—Ya está muerta —aseguró el chico—. Vámonos. Nos alcanzará si nos quedamos aquí.
   Jenny, llorando, siguió el plan para escapar. No podía evitar pensar en la muerte de su amiga; era un tormento, y el miedo a convertirse en la próxima víctima crecía con cada paso. Los relámpagos iluminaban el cielo y parte del bosque, y el temporal se intensificaba. La chica se cayó varias veces por el camino resbaladizo. Aarón tuvo que retroceder para ayudarla, pero la tercera vez que se resbaló fue decisiva, ya que se rompió una de sus piernas. El joven se detuvo al ver a su amiga tendida en el suelo.
—¿Estás bien? —dijo, acercándose.
—Me duele mucho; no puedo seguir.
—Debemos irnos. No puedes quedarte aquí.
    La joven seguía llorando por el dolor, mientras que el joven le cubría la boca para que no hiciera tanto ruido. Con su ayuda, pudo volver a levantarse, aunque avanzar se volvía cada vez más complicado.
—Vamos a estar bien; falta poco —decía el chico mientras luchaban por escapar.
    La muchacha se cayó nuevamente en el suelo y dijo:
—Continúa tú; yo ya no puedo más.
—No te dejaré.
—Debes hacerlo. No llegaremos si seguimos así, pero tú sí lo harás.
    Estaba decidido a no abandonarla.
—No me abandonaste cuando tuve problemas, ¿crees que sería justo que yo te abandonara cuando tú tienes problemas también? No sería justo, así que levántate y vamos a salir de este lugar.
—Esto es distinto.
—No podré vivir pensando que pude ayudarte y no lo hice.
—Eres una persona muy buena, pero debes hacerlo; ¡tienes que irte!
    La lluvia cesó, y tras varios segundos de discusión, ocurrió lo peor. Comenzaron a escuchar el sonido de alguien caminando sobre el mojado suelo del bosque.
—¡Levántate! —gritó Aarón, alterado—. ¡Tenemos que irnos!
    La muchacha se levantó y se dispuso a avanzar de nuevo. Unos metros adelante, escucharon lo que parecía alguien acercándose detrás de ellos. Se escuchaba fuerte. Cuando se dieron la vuelta, se encontraron con una visión espeluznante: era Julia, tirada en el suelo, probablemente muerta. La joven no había podido escapar y había sido atrapada a mitad de camino. El caníbal la arrojó desde un punto alto y terminó justo detrás de ellos. Asombrados y aterrados, los jóvenes comenzaron a caminar más rápido.
—¡Nos va a atrapar! —gritó la chica, llorando.
—¡Tenemos que avanzar! Estamos cerca de salir a la ruta — alentó el muchacho a la joven.
    Estaban a cincuenta metros de la salida; podían ver las luces de los coches que pasaban a gran velocidad por aquella zona.
—Vamos a lograrlo —expresó el chico.
    Josh, durante todo el sendero, les había estado pisando los talones, pero él era astuto y tenía un plan. Podía haberlos atrapado antes, pero decidió dejarlo todo para el final, buscando hacer su cacería más entretenida. Aprovechando que ellos no avanzaban con rapidez, se adelantó para sorprender a sus víctimas saliendo de una parte del bosque, justo enfrente de ellos.
—¡Estamos por salir! —confirmó la chica sonriendo, pero esa sonrisa se desvanecería pronto, ya que se cumpliría lo peor. El hombre se encontraba delante de los jóvenes, con esa mirada y esa sonrisa malévola.
—¡No! —dijo Aarón, asustado.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó la muchacha al caníbal.
—Cuando venga hacia acá, yo lo ataco y tú intenta escapar. Pide ayuda a alguna persona —planeó el chico.
—¿Estarás bien?
—Eso espero.
    Tal vez ese plan funcionaría; era arriesgado, pero las opciones eran escazas, así que era tiempo de hacer algo para sobrevivir.
—¡Ven aquí, maldito asesino! —gritó el joven, retándolo a que se acercara para atacarlo—. ¿Qué pasa, tienes miedo?
    No aceptaría esa burla y, enfadado, se lanzó al ataque. Jenny, como lo habían previsto, rodeó lentamente a los dos, casi arrastrándose. El caníbal intentó acabar con su víctima usando el hacha, pero el joven astuto esquivaba cada golpe para ganar tiempo. Jennifer estaba a pocos metros de la ruta; con cada paso que daba, sentía que pronto estaría bien. Sin embargo, el que no estaba bien era su amigo, quien se acercaba cada vez más a su final. Logró llamar la atención de Brown para que lo siguiera. Sin embargo, el caníbal pronto se daría cuenta de lo que estaban haciendo. Vio a la chica a punto de escapar y decidió dejar a Aarón para ir tras ella, quien gritaba por ayuda. Caminando rápidamente, se acercaba, mientras que el chico apenas se daba cuenta de que el plan había fracasado.
—Maldición —dijo, mirando al caníbal.
—¡Ayuda! —gritaba Jenny, muy cerca de la acera, pero esos gritos no ayudarían; aún estaba lejos de la carretera.
    En medio de tanto ruido, no escuchaba que alguien se acercaba. Cuando lo notó, ya era tarde; el caníbal ya estaba detrás de ella. La agarró del cuello y sacó un cuchillo del bolsillo, todo indicaba que era el fin.
—¡No le hagas nada! —gritó el muchacho, a unos metros de la acción.
    Giró con la chica y ahora el cuchillo estaba cerca de su garganta.
—¡Vete de aquí! —gritó la adolescente.
—Suéltala. No diremos nada sobre ti. Solo déjanos ir —le pidió, casi con lágrimas, el muchacho al hombre.
—Por favor, vete —replicó Jennifer.
    Fueron unos segundos llenos de suspenso, y parecía que la petición sería aceptada, ya que lentamente la estaba soltando hasta el punto de no tocarla.
—Camina— le dijo a su amiga.
    Comenzó a caminar despacio y todo parecía que sería liberada, pero ese panorama se desmoronaría pronto. De repente, el caníbal volvió a sujetarla y, con un movimiento, incrustó el cuchillo en su espalda.
—¡No! —exclamó el chico.
    Jennifer cayó al suelo y, con otra puñalada, esta vez en la cabeza, Brown puso fin a la vida de aquella joven. Aarón estaba a punto de ir a enfrentarlo, pero sabía que terminaría perdiendo, así que decidió correr a través del bosque en busca de otra salida.
    Eran pasadas las diez de la noche. Bren ya estaba dormida, al igual que toda su familia, pero se levantaría para ir al baño, que estaba cruzando la cocina hasta el final del corredor. Con una vela en mano, entró. Había una ventana en el baño, pero esta estaba cerrada.
    El aire se cargaba con una densidad ominosa, casi como si el universo mismo conspirara contra todo intento de esperanza. La noche parecía no tener fin; el cielo, apagado y vasto, contenía un manto de nubes que devoraba incluso a las estrellas más persistentes. El joven, jadeando con el pecho pesado, se aferraba a la frágil línea entre la desesperación y la determinación. Sus ojos, dilatados y brillantes de terror, revelaban más de lo que cualquier grito podría expresar.
    Había aprendido algo en esa interminable jornada de huida: el miedo no solo es un instinto de supervivencia, sino un depredador silencioso que se alimenta de tus certezas, devorándolas una por una hasta dejarte desnudo ante la muerte.
    ¿Por qué tiene que terminar así? se preguntaba en un rincón de su mente, mientras sus pies resbalaban entre el lodo del bosque. ¿Qué sentido tiene luchar si al final todos caemos? Pero no podía detenerse, no ahora. Aunque su cuerpo rogara por descanso, aunque las sombras parecieran tomar forma y susurrar su nombre, algo en él, tal vez la última chispa de humanidad, lo empujaba hacia adelante.
    Cuando llegó al borde de la casa donde se encontraba Bren, vio la luz tenue de la vela parpadear en la ventana. Por un momento, se sintió como si hubiera encontrado un oasis en medio de un desierto de pesadillas. Pero, como todo en esa noche, esa paz era efímera. Podía sentirlo, casi como un sexto sentido; él no estaba lejos. El cazador estaba cerca, y el tiempo se agotaba. El muchacho golpeó la ventana.
—¿Quién eres? —preguntó.
—¡Ayuda, ya viene! —dijo aquella persona, asustada.
—¿Quién eres? —volvió a preguntar la muchacha.
—Me llamo Aarón. ¡Ayúdame!
    ¿Qué tan rápido puede alguien decidir en quién confiar? ¿Qué tan fuerte es el deseo de vivir cuando cada opción parece solo retrasar lo inevitable? Aarón no tenía respuestas; solo sabía que cada golpe en la ventana era una súplica de ayuda. El rostro de Jennifer aparecía en su mente con cada parpadeo, como un espectro que lo juzgaba. Por qué me abandonaste.
    El miedo era una criatura viva, atrapándola en su abrazo. Ella sabía que abrir esa ventana podría cambiarlo todo, pero también sabía que a veces, el verdadero monstruo no es quien está afuera, sino quien te observa desde las oscuridades de tu propia alma.

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