Capítulo XIX - ¡Cuidado!
Los padres no se encontraban en casa, lo que representaba una gran oportunidad para indagar en la residencia, descubrir secretos y, lo más importante, encontrar pruebas contundentes. En un lugar del bosque, el caníbal observaba. Tuvo tiempo para ir al cementerio y regresar. Mientras recorría los bosques, escuchó a estos jóvenes acercándose, potenciales víctimas a su alcance. Esa sonrisa siniestra que se dibujaba en su rostro al verlos entrar a la vivienda era una clara señal de que algo malo se avecinaba.
Ya en el domicilio, la chica intentó abrir la puerta de la cocina, pero esta no cedía. Al parecer, su madre la había cerrado con llave antes de salir.
—Esto no puede ser. Yo la dejé abierta —dijo la joven sorprendida. Luego propuso—. De acuerdo, busquemos otra forma de entrar. Papá dijo que siempre dejaría las llaves en la maceta de enfrente por si ocurría algo.
Se dirigió a la puerta principal.
—Quédense aquí. Ya vuelvo.
Su padre cumplió lo prometido; las llaves estaban en una de las macetas que colgaban en la parte principal de la casa, pero el problema era saber cuál de todas contenía lo que buscaba, ya que había muchas.
Al llegar allí, empezó a revolver la tierra de cada maceta. En ese momento, el señor Marcelino, un vecino de los Henderson, realizaba su caminata matutina y se acercaba a la vivienda. La joven se dio cuenta de su presencia y supo que, si la veía, vendría a hablarle. No quería eso, así que rápidamente se escondió detrás de unos arbustos. Marcelino se detuvo unos segundos, mirando hacia la casa, y luego se marchó. Bren volvió dispuesta a encontrar lo que buscaba, y tras unos instantes, lo encontró cerca de la escalera. Regresó donde estaban sus amigos y les dijo:
—Ya encontré las llaves. Entremos.
—¡Excelente! —dijo su vecino—. Ahora solo debemos encontrar esas pruebas.
Al entrar, el ambiente se sintió muy diferente al saber que era el lugar donde enterraron a Brown. Los hermanos Henderson ya conocían esa sensación, pero los demás la experimentaban por primera vez. Era terrible; una macabra intuición de que algo malo podría suceder, incluso Iker, quien siempre parecía el más valiente. Los pasillos eran antiguos y la casa no había tenido una reforma en años, aunque los hermanos de la limpieza habían pintado y dejado todo relativamente limpio, el costo había sido horrendo.
—¿Cómo pueden vivir aquí? —preguntó Natasha.
—Fue idea de mi padre. Siempre le dije que era una mala idea —respondió la chica.
—A lo que hemos venido. Busquemos pasadizos o algún lugar donde haya pruebas —indicó Báez—. Yo iré con Bren y Daniel. Peter y Natasha vayan juntos, y Theo acompañe a Esther y Michell.
—De acuerdo —contribuyó la Henderson a la idea de su amigo—. No toquen nada de las cosas de mis padres, y si encuentran algo, avisen. Y no rompan nada.
Los grupos se dividieron, y, cual película de miedo, estaban desprotegidos porque no estaban todos juntos, pero era la estrategia más adecuada para cubrir más terreno y encontrar algo extraño más rápido. La residencia era grande, la más vasta de la zona. Esto se debía a que, al inicio de la existencia de esta nueva calle, había muchos ricos interesados en adquirir tierras. El sitio donde fue enterrado el caníbal fue comprado por un hombre muy adinerado que mandó a construir lo que hoy conocemos como la casa 206. Extrañamente, ese individuo desapareció unas semanas después de mudarse, algo que seguramente Brown podría explicar. Pero volvamos a la actualidad. Estos jóvenes estaban dispuestos a todo con tal de conseguir esas pruebas, pero ¿estaban realmente preparados para lo que se avecinaba?
Bren, su hermano e Iker empezaron a recorrer habitación por habitación, pero no encontraban nada extraño, solo ropa sucia y un par de billetes. En el segundo piso estaban sus amigos, pero abajo había algo aterrador. En el primer piso se hallaba la sala principal, cruzando el pasillo se encontraba la cocina, pero había otro pasillo en mitad del corredor. En ese lugar estaba la entrada al sótano y una puerta más que nadie había abierto, ya que estaba cerrada con llave, y ninguna de las que tenían lograba abrirla. También la alfombra ocultaba la entrada que Horacio había descubierto.
—Ven. En esta alcoba nunca hemos entrado —le comentó a su hermano.
—Sí, porque nunca pudimos abrirla —aseguró Daniel.
—Tal vez oculta algo —sospechó la muchacha.
El chico Báez empezó a forzar la puerta, pero era imposible de abrir, parecía que estaba sellada con madera desde el otro lado.
—Miren eso —avisó el chico Henderson apuntando hacia la puerta—. Nunca había visto eso.
Los hermanos de la limpieza no terminaron su trabajo, pues aún les quedaba pintar algunas partes de aquella puerta, por lo que aún se podía ver lo que había abajo. Iker sacó un cuchillo de mesa de su bolsillo.
—¿Por qué traes eso contigo? —le preguntó la muchacha.
—Estamos en la casa de un loco asesino; debemos estar preparados.
—Estamos en mi casa.
—Tal vez el caníbal no esté de acuerdo con eso. Por precaución.
Con el cuchillo, empezó a rasgar la pintura hasta que apareció lo que escondía. Eran unos números muy característicos en esta historia: el dos, el cero y el seis. Esta es la misma habitación en la cual Iris estaba escondida, pero ellos no lo sabían, ignoraban lo que ocultaba esa alcoba y cuántas muertes había presenciado. Se resignaron ante la imposibilidad de abrirla y decidieron entrar al sótano.
—Es imposible. Mejor ¿por qué no vamos a investigar en el sótano? —pidió Daniel cansado.
—¡El sótano! —exclamó Bren.
—¿Qué pasa? —preguntó Iker.
—El joven de la noche anterior sigue en el sótano —se acordó la chica de Aarón.
Lo había olvidado por completo, a pesar de haberlo mencionado en el camino. Tal vez la situación en la que se encontraba le impedía pensar con claridad.
—Vamos a ayudarlo —propuso su amigo.
—Sí. Solo déjame sacar las llaves.
Aquel sitio se encontraba a tan solo unos metros de ellos, y era extraño que no estuviese pidiendo ayuda estando tan cerca. Cuando abrieron la entrada, estaba casi todo oscuro, solo había un ápice de luz que entraba por las pequeñas ventanas.
—Aarón, ¿estás bien? —preguntó Bren, pero nadie respondía.
Al encender la luz se encontraron con la sorpresa de que el chico no estaba en aquel lugar.
—¡No está! —exclamó la muchacha—. ¿Dónde está?
—Tal vez encontró la manera de salir —habló Daniel.
—Es imposible. Estaba todo cerrado —afirmó su hermana.
—Esto es extraño —aportó Iker al misterio.
Alguien se acercaba rápidamente al sótano. Era Peter, detrás de él venía Natasha y el resto de sus amigos. Al entrar, la chica dijo:
—No encontramos nada arriba.
—Tampoco nosotros —cooperó Esther.
No tenían pruebas, no sabían dónde estaba el chico, y lo peor estaba por venir. La casa era vieja y se podía escuchar claramente cada paso de alguien que estuviese caminando por ahí. Eso fue lo que escucharían estos jóvenes. En el segundo piso había alguien más que no era ninguno de sus amigos. Se oía claramente.
—¿Escuchan? —dijo Peter al ser el primero en percibir aquel ruido.
—Debe ser Aarón —aseguró Bren, dirigiéndose hacia la salida. Detrás de ella venía Iker.
Llegaron hasta el otro corredor y miraron hacia la sala principal. En un costado estaba la escalera que llevaba al segundo piso, donde se escuchaban las pisadas. En un momento, Bren notó que aquella persona estaba justo encima de ellos. Miró hacia arriba y sintió escalofríos. Pronto esas pisadas se estaban acercando más y más, hasta que se dejaron de oír. Aquella persona estaba en las escaleras. Tras unos segundos, un ruido se escuchó nuevamente, parecía un rasguño en la pared.
Bren e Iker miraron el último escalón mientras se acercaba, hasta que apareció... era Brown con el hacha.
—Dios mío —dijo la joven, casi con lágrimas en los ojos.
Su amigo la agarró por el brazo, ella estaba paralizada, pero pudieron regresar donde estaban sus amigos.
—¡Ayúdenme con la puerta! —exclamó el muchacho.
Se acercaba mientras ellos intentaban asegurar la entrada y prevenir lo que parecía una nueva masacre.
—¿Qué pasó? —preguntó Theo.
—Está afuera —afirmó Báez.
—¿Qué haremos? —preguntó Esther, desesperada.
—¡Silencio! —clamó Peter, intentando callar a sus amigos, y lo logró.
Ese silencio pronto se rompería, pues el caníbal golpeaba la entrada con tal fuerza que parecía que iba a derrumbar el hogar de los Henderson. La muerte estaba a pocos metros de ellos. Tan solo un milagro podría salvarlos.
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