Capítulo XI - El hacha del leñador
Una parte del bosque quedó totalmente destruido, un paisaje de desolación donde los árboles estaban achicharrados, pero aún se mantenían en pie, como sombras de lo que alguna vez fueron. Las autoridades contrataron a varios leñadores para que se encargaran de talar los árboles afectados, pues no tenían solución. Rob Suárez, un tipo de mediana edad con cabello corto y rizado de un tono castaño, era uno de esos hombres. Con muy poca entereza, había dejado que la impaciencia lo consumiera. Sin esperar a que llegaran sus compañeros, decidió ser uno de los primeros en llegar al lugar de la matanza. Eran las siete y media de la mañana.
Mientras Rob se preparaba para derribar el segundo de muchos árboles, sus pensamientos estaban plagados de frustración. «¡Perezosos que no llegan a tiempo a trabajar! Cuando lleguen, los voy a regañar», se repetía a sí mismo, como un mantra que le daba fuerzas para continuar. Sin embargo, pasaron treinta minutos y una inquietante sensación comenzó a cernirse sobre él. Era algo extraño y estremecedor; sentía que lo observaban, como si un par de ojos invisibles lo siguieran en cada movimiento. Intentó ignorar la sensación, pero a medida que los pasos se hacían más claros y cercanos, la inquietud se transformó en terror.
—¿Quién está ahí? —preguntó, casi gritando, pero como era de esperarse, nadie respondió.
El silencio del bosque se tornó opresivo, solo interrumpido por el crujido de las ramas y el canto lejano de los pájaros. Suárez tragó saliva, el miedo seguía en su garganta. Lo que sus ojos presenciaron fue escalofriante: uno de sus compañeros, tambaleándose, se acercó, de la boca manaba sangre y sus manos temblorosas. Caminó unos metros hasta que, de repente, se desplomó, revelando un hacha de mano clavada en su espalda.
—¿Quién te hizo esto? —logró articular Rob, el terror se apoderaba de su voz.
—Corre —susurró el hombre, casi como un bisbiseo. En ese instante, exhaló su último aliento.
Suárez, presa del pánico, sacó un machete que tenía suspendido en su cintura y comenzó a escudriñar su entorno, aunque no veía a nadie. Hasta que, al darse la vuelta, lo vio. Brown estaba allí, parado, mirándolo fijamente con su único ojo bueno. En su mano derecha sostenía un hacha, y el rostro de Suárez se blanqueó como el papel al reconocer al monstruo de la leyenda.
El hombre no sabía qué hacer. Conocía la historia, pero nunca creyó que fuera real. Tal vez fue el más estúpido de sus actos, pero decidió enfrentar al caníbal con su machete. Antes de que pudiera siquiera acercarse, lo atacó con el hacha, convirtiéndose en otra víctima en su larga lista.
En otras ocasiones, utilizaba cualquier cosa que pudiera servirle para matar, pero en esta ocasión, lo que tenía en mano era el hacha del leñador, un arma de gran tamaño, con un mango que superaba al de su machete. Ahora, es necesario aclarar algo: no llevaba los cuerpos a la casa 206, ya que el olor del deterioro lo delataría rápidamente. Prefería ocultarlos en el cementerio. Había una pequeña choza en lo más profundo de ese lugar donde nadie se atrevía a entrar.
Nadie sospecharía, pues era una calle desierta, sin casas alrededor. Él entraba y salía por uno de los costados, un lugar oculto que le permitía evitar la atención de cualquier transeúnte, ya que había un pequeño camino poco transitado que facilitaba el acceso. Esta senda serpenteaba a través del boscaje hasta llegar a la choza.
Llevó el cuerpo de Rob Suárez, dejando atrás al otro, pues no podía arrastrar dos cuerpos a la vez. Hizo todo el recorrido del sendero, arrastrando a Rob durante todo el trayecto. Cuando llegó al final del bosque, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviese vigilando. El camino estaba desierto, no había autos ni personas. Cruzó hacia la otra vereda sin ser descubierto y luego prosiguió a quitar las ramas que pretendían servir de puerta o muralla, un obstáculo que podía impedir la entrada de curiosos.
Una vez dentro, continuó arrastrando a Suárez en dirección a la choza. Unos metros atrás, el guardia de seguridad, quien había tenido la mala suerte de verlo, estaba en su puesto.
—¡Oye tú! —gritó el vigilante, sin ver el cuerpo que cargaba el caníbal.
Se acercó y le preguntó:
—¿Qué estás haciendo? —y cuando terminó la pregunta, pudo ver lo que estaba haciendo el caníbal—. ¡Qué demonios!
Josh giró sobre sus talones, soltando a su presa, y con una pequeña sonrisa que delataba su locura, comenzó a correr hacia el hombre, quien quedó congelado en el lugar. Al ver que se dirigía hacia él, también comenzó a correr, pero de nada le sirvió. Lo alcanzó y, con un hachazo certero en su espalda, el vigilante murió. Fueron tres las víctimas de aquel día, dos de las cuales serían la cena de esa noche, mientras que el cuerpo del guardia sería encontrado al amanecer siguiente.
—Esto se está saliendo de control —dijo el oficial Castillo.
—¿Qué crees que pasó? —preguntó Fernández, con un ceño fruncido.
—Suárez no aparece, y muchos dicen que es un sujeto con muy mal carácter —contestó el oficial Castillo, la preocupación se dibujaba en su rostro.
—¿Dices que Rob Suárez es el asesino?
—Es una opción.
—Ese hombre es violento, pero un asesino... no lo creo.
—Nunca se sabe, comisario, nunca se sabe.
En esa misma mañana, Brenda se preparaba para su primer día de clases en una institución totalmente desconocida para ella. Con diecisiete años, la joven respiraba ansiedad y temor, aunque intentaba ocultarlo con determinación. Tras los incidentes, no hubo advertencias ni avisos de peligro a los residentes; las autoridades querían mantener esto en secreto para evitar que se repitieran los sucesos oscuros que habían marcado a la ciudad años atrás. Así que, todo seguía aparentemente normal, pero aún quedaban sobrevivientes de aquella fatídica noche.
Ya en el colegio, buscó a su amigo, quien le había ayudado en la fiesta. Lo encontró sentado en uno de los bancos del establecimiento, pensativo y melancólico.
—Hola —saludó al llegar junto a él.
—Hola, ¿cómo estás? —respondió, levantando la mirada.
—Sigo aterrorizada por lo que pasó anoche.
—Como todos en el colegio. Se rumorea que fue Brown, pero los adultos no quieren creer eso —comentó el joven, su voz estaba cargada de frustración.
—¿Josh Brown? ¿No es el tipo del cual hablaron en la fiesta?
—Sí, es alguien muy peligroso, o lo fue en sus tiempos. Ya está muerto, aunque muchos dicen que sigue caminando...— antes de que Iker terminara su relato, levantó la vista y fijó su atención en alguien. Era Natasha Giménez, una joven de diecisiete años, con cabello rizado y ojos oscuros, y su presencia era inconfundible.
—¿Qué pasa?
—Ella estaba en la fiesta —afirmó Báez—. Debemos hablar con ella; seguramente sabe lo que pasó.
—¿Seguro que estuvo ahí?
—Es Natasha, estoy muy seguro.
—De acuerdo. Vamos.
Caminaban por el pasillo con paso veloz, notando cómo la tensión en el aire se hacía cada vez más densa, como una tormenta inminente.
—Natasha, espera —dijo el muchacho tocándole el hombro a la chica. Esta se asustó y, por poco, sale corriendo.
—¿Qué quieres? —preguntó, tratando de calmarse.
—Queremos hablar contigo —dijo Brenda.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo que pasó anoche. Queremos saber si viste algo.
Cuando la joven estaba por responder, se escuchó un sonido: la campanilla que indicaba el ingreso a las aulas.
—Tengo que irme —dijo ella, intentando escapar.
—Espera, debes contarnos lo que viste —le pidió el chico.
—¿Si nos vemos en la salida? Estaremos esperando cerca de la puerta grande —sugirió la Henderson.
—De acuerdo —aceptó la muchacha, antes de desaparecer en el bullicio del pasillo.
Luego de aquel encuentro en el corredor, cada uno se dirigió a sus respectivas aulas. Brenda e Iker, compañeros de clase, pasaron toda la lección juntos, sentados uno al lado del otro. La atmósfera en el aula era tensa; todos los alumnos parecían atemorizados por lo sucedido la noche anterior. Algunos susurraban entre sí, sus miradas nerviosas intercambiaban rumores sobre lo que había ocurrido, y todos parecían creer, al menos en el fondo, que el caníbal había vuelto a acechar. A pesar de que los adultos insistían en que fue solo un accidente, los jóvenes no podían sacudirse la sensación de que había algo más oscuro vigilando.
Al finalizar las clases, se agruparon en la salida, esperando a la joven Giménez. Cuando finalmente llegó, su expresión era una mezcla de ansiedad y determinación.
—Lo siento, tengo que irme; mi padre está esperándome en la esquina —dijo, visiblemente inquieta.
—Pero tienes que contarnos qué pasó —insistió Brenda, su voz estaba cargada de urgencia.
—No vi nada, solo salí corriendo hacia la carretera — respondió, su mirada evitaba el contacto.
—¡Mentira! —interrumpió Iker. Seguramente viste algo.
—No, no lo hice. Si hubiera visto algo, ya les habría dicho — protestó ella.
En ese momento, una figura se acercó a ellos. Era Peter, otro de los sobrevivientes, un chico de diecisiete años, con cabello oscuro y desordenado y ojos que reflejaban una mezcla de miedo y determinación.
—Yo vi lo que pasó —dijo Peter, su tono grave atrajo la atención de todos.
—¿Qué? ¿Sabes lo que pasó? —preguntó Natasha, quien conocía al muchacho, ya que eran amigos desde hace tiempo.
—Sí, lo vi todo—afirmó él, su voz era baja y temblorosa, como si aún estuviera lidiando con los ecos de aquella noche.
Unos minutos después de que apareció el joven, el cielo comenzó a oscurecerse, y gotas de lluvia empezaron a caer, presagiando una tormenta.
—¿Qué les parece si nos vemos esta noche en la plaza que está cerca del hospital? —propuso Báez, su mirada estaba fija en el horizonte, donde el cielo se tornaba cada vez más ominoso— Debemos llegar al fondo de esto.
—Yo estoy de acuerdo —anunció Peter, su expresión era seria.
—Creo que tendré que volver a escaparme de casa —dijo Brenda, la determinación brillaba en sus ojos.
Todos miraron a Giménez, quien estaba en silencio, como si pesara el peligro de la decisión. Tan solo faltaba que ella dijera que sí.
—Es una locura. Veré qué puedo hacer para ir —notificó la chica y luego prosiguió preguntando—, ¿pero a qué hora?
—A las diez —contribuyó el joven Báez, consciente de la urgencia de la situación.
—Los veo ahí —dijo el chico misterioso, alejándose rápidamente, ya que la lluvia se hacía intensa, como si el cielo mismo estuviera llorando por las almas perdidas de aquella noche.
El grupo se separó y cada uno se dirigió a su hogar, esperando respuestas que, con el paso de las horas, iban a recibir.
Una noche como aquella no se borraría fácilmente de la memoria de quienes vivieron para contarla. Sin embargo, mientras las gotas de lluvia golpeaban los techos y los charcos se formaban en las calles vacías, Brenda no podía apartar de su mente las palabras del muchacho ni la sensación de incertidumbre que le había dejado la reunión.
El miedo no era nuevo para ella, pero esta vez parecía distinto, más profundo, más antiguo, como si las sombras mismas del bosque hubieran cobrado vida. ¿Era la valentía un acto consciente o una reacción inevitable al abismo del terror? Se preguntó, mientras sus pensamientos divagaban en la seguridad de su habitación. Quizás enfrentarlo no era un signo de coraje, sino una forma desesperada de negar que el monstruo que habitaba en las historias podía ser tan real como ellos mismos.
Mientras tanto, Iker, refugiado en su propia soledad, repasaba los últimos acontecimientos. La línea entre el mito y la realidad parecía desdibujarse, y, aunque no lo admitiera, sabía que el peligro no residía solo en el bosque ni en las historias contadas por los mayores. Estaba en el corazón de la ciudad, escondido entre quienes juraban no creer. La verdadera amenaza, reflexionó, no era el caníbal, sino la ceguera voluntaria de quienes preferían no mirar demasiado de cerca.
Las luces parpadeantes del alumbrado público comenzaban a encenderse, proyectando siluetas distorsionadas que parecían moverse con la brisa. Brenda observó desde su ventana cómo la noche caía pesada, como un manto que prometía protegerla y traicionarla al mismo tiempo. La tormenta no cesaba, pero algo en su interior le decía que, cuando llegara la hora de encontrarse, la lluvia sería lo de menos. El bosque esperaría. Y, con él, los secretos que aún no se atrevían a imaginar.
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