Capítulo X - Fuego & agonía
Entre el fuego y la agonía, el caníbal se sentía como un niño en una dulcería, deleitándose en el horror que había desatado. Cuarenta fueron las víctimas fatales de aquella noche inolvidable, una cifra que resonaría en las paredes de la memoria colectiva. Diez sobrevivieron y lograron volver al pueblo, aunque el trauma de lo que presenciaron los marcaría para siempre. Mientras ellos escapaban, Josh se encargaba de los restantes, aquellos que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino. El fuego era un monstruo voraz que devoraba todo a su paso, impidiendo la salida, mientras que el humo se convertía en una neblina densa que asfixiaba. Nadie, absolutamente nadie de los que lo vieron sobrevivió; solo aquellos pocos que escaparon, pero fue poco lo que pudieron observar. Salir de allí era lo primordial.
El bosque empezó a arder con una furia inusitada, como si la propia naturaleza estuviera vengándose de los crímenes cometidos en su seno. Ya no quedaban vivos; todos fueron masacrados, los cuerpos estaban tendidos en el suelo como animales cazados, despojados de su humanidad. Pero hubo una excepción, una única persona viva. Era la joven María, quien suplicaba por su vida. Fue atacada una vez, pero no fue suficiente para matarla; solo la dejó inconsciente con un golpe en la cabeza.
Se acercó a la muchacha y, con una fuerza descomunal, la subió en su hombro, preparándola para lo que sería su cena.
Después de eso, comenzó a caminar hacia la salida, dispuesto a regresar del infierno del cual había emergido. Horas más tarde, la policía, la ambulancia y el servicio de bomberos llegarían a la escena del crimen. Era un panorama grotesco el que encontrarían: más de treinta cuerpos masacrados y otros consumidos por las llamas. Comenzaron su trabajo, primero apagando el incendio y posteriormente realizando las investigaciones pertinentes. El encargado de tal tarea era el comisario Fernández, un hombre, conocido por su astucia y eficacia en indagar sobre crímenes. Pero esta escena era demasiado para cualquiera.
—¿Qué crees que haya pasado? —le preguntó el comisario al oficial Castillo, mientras observaba el devastador panorama.
—Parece que alguien o algo los ha atacado —respondió Castillo, su voz grave reflejaba la seriedad del asunto—. El misterio está en, ¿quién lo hizo?
—Lo más probable es que sea un o unos asesinos, porque la muerte de estos jóvenes no fue provocada solo por las quemaduras —explicó Fernández. Estas personas fueron atacadas con un objeto o algún tipo de arma.
—Debemos hacer una buena investigación y llegar al fondo de esto, y yo me encargaré de eso.
—¡Jefe, deberías ver esto! —exclamó otro de los oficiales, interrumpiendo su conversación.
Los dos oficiales se acercaron y encontraron un hacha cubierta de sangre, muy probablemente de las víctimas.
—¿Qué es esa maldita cosa? —preguntó el jefe, alzando el artefacto. Era insólito y perturbador, con un mango hecho de hueso, que a simple vista parecía ser el hueso del antebrazo. La simple idea de que un objeto tan macabro pudiera existir le heló la sangre.
Cuando levantó el hacha y pudo observar con más detalle, su rostro palideció.
—¡Oh, Dios! Es el hueso de un brazo.
—¿Qué? —dijo confundido el señor Castillo—. ¿Por qué alguien tendría eso?
—Tal vez porque sea un loco asesino —participó el oficial que había encontrado el arma, su voz temblando levemente.
—Esto es demasiado —comentó el oficial Castillo—. Debemos avisar a toda la ciudad que hay un loco suelto.
—No, recuerda lo que pasó con lo de Brown. ¿Quieres que esta ciudad vuelva a sufrir el mismo terror de antes? —dijo el Sr. Fernández, retirándose de allí y dirigiéndose a su auto.
—¿Entonces qué haremos?
—Lo resolveremos.
—¿Y qué le diremos a la gente sobre esto?
—No deben saber la verdad. Digan que ocurrió un incendio, y que fue un accidente trágico. Nada de decir que fue provocado intencionalmente por alguien. Y si encuentran a algún sobreviviente, no duden en llevarlo al departamento de policía para hacerle las preguntas correspondientes.
—De acuerdo.
Cuando el comisario a cargo de este nuevo caso se fue, los restantes cumplieron con su trabajo. Recogieron pruebas e inventaron la falacia de que tan solo fue un incendio provocado por los mismos jóvenes de la fiesta. Unas horas antes de que ocurriera aquello, Brenda, Iker y Daniel estaban de camino a su casa. Ellos no presenciaron lo que muchos llamarían "un accidente", cosa que era totalmente una mentira.
—Ya estamos por llegar —dijo Báez mientras ayudaba a la joven a llevar a su hermano, y en efecto, tan solo faltaban tres cuadras.
—Gracias por ayudarme —comentó la muchacha—. Mi hermano siempre se pasa con las bebidas alcohólicas; por eso no quiero ir con él a las fiestas.
—Se nota que sabe disfrutar. Me cae bien, al igual que tú — dijo el chico, sonriendo con sinceridad.
—Al principio no me traías buenas vibras, ahora se nota que eres un buen chico —declaró, ofreciéndole una sonrisa genuina.
—¡Ayuda! —se escuchó el grito de alguien—. ¡Ayúdenme, por favor!
Los jóvenes se dieron la vuelta y pudieron ver a la persona que suplicaba ayuda. Era una joven corriendo en dirección hacia ellos, su rostro estaba pálido como un lienzo manchado de terror.
—Vamos a ayudarla —dijo Brenda.
Cuando se acercaron a ella, después de dejar a su hermano en el piso, pudieron notar que estaba sumamente alterada, puesto que ninguna palabra que decía era coherente.
—Dinos qué te pasó —habló con ella Iker, intentando calmarla.
—¡Nos atacó! ¡No tenía un ojo! ¡Mató a todos! —llorando dijo la muchacha, mientras su voz se quebraba.
—Tranquila, intenta ser más específica —dijo el muchacho, manteniendo su voz serena.
—Hay un hombre que llegó a la fiesta y asesinó a todos.
—¿Qué? —exclamó la Henderson—. Estás inventando todo eso; acabamos de venir de ahí.
—¡No estoy mintiendo! Vayan a ver.
—Espera, dices que fueron atacados por alguien. ¿Qué pasó en específico? —preguntó el joven.
—Solo vi que un hombre sin un ojo empezó a masacrar gente tras comenzar un incendio.
—¿Incendio? —dijo confundido Daniel, quien pudo levantarse de su letargo.
Antes de que alguien pudiera decir otra palabra, el humo pudo verse a lo lejos, como un fantasma oscuro que se alzaba contra la claridad de la luna.
—Debemos ir a ver —propuso Iker—. Tal vez alguien necesite ayuda.
—¡Todos están muertos! —exclamó la chica, quien salió corriendo y llorando, dejando una estela de desesperación tras de sí.
—¡Espera! —gritó la joven.
—Yo voy a ir a ver qué pasó en realidad —dijo el muchacho, convencido de su decisión.
—No, es peligroso.
—Lo haré. Lleva a tu hermano a un lugar seguro.
Él se fue, dejando a los hermanos Henderson en ese sitio.
—¡Ten cuidado!
Unas cuantas horas más tarde, después de que la policía llegara, Brenda estaba en su casa, muy preocupada por su amigo, mientras que Daniel, sin saber con exactitud qué estaba pasando, se quedó dormido. La chica se acostó, pero no pensaba en dormir. ¿Quién puede dormir en esa situación, aparte del joven Henderson? Miraba el techo mientras las ambulancias pasaban frente a su casa, un sonido que se escuchaba como un lamento en medio de la noche. Esto la alteró mucho más.
Unos minutos después, ya rendida ante el sueño, no pudo evitar cerrar los ojos, dejándose llevar por la oscuridad que la envolvía. Estaba profundamente dormida hasta que un ruido la despertó, un sonido que la asustó: alguien caminaba sobre las hojas caídas de los árboles, creando un crujido inquietante que resonaba en la penumbra. Pero no era solo eso lo que la sacó de su letargo; también escuchó a una figura escalando hacia su ventana, moviendo las ramas de las hojas que estaban cerca de ella como si fueran dedos inquietos.
Con el corazón latiendo a mil por hora, se acercó a la ventana, y al asomarse, fue sorprendida al ver a su amigo, que volvía del bosque, su rostro reflejaba el pálido resplandor de la luna.
—Me has asustado —dijo la joven, con una mezcla de alivio y reproche—. ¿Por qué no hablas antes de aparecerte así frente a mí?
No respondió de inmediato; se limitó a entrar y sentarse pesadamente en una de las sillas del cuarto.
—¿Qué pasa? —preguntó Brenda, notando la preocupación en su mirada.
—Es verdad... todos están muertos.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Cuando fui a averiguar, me encontré con todos muertos, algunos sin brazos ni piernas... a la mayoría les faltaba alguna parte de su cuerpo.
Sus palabras resonaron en su mente como campanas de alarma, y la chica no sabía qué decir. Lo que escuchaba era tan tétrico que la dejaba sin aliento. ¿Quién podría hacer todo eso? La idea de lo que pudo haber pasado si se hubieran quedado más tiempo la atormentaba.
—Todos mis amigos fueron asesinados —dijo llorando el joven, su voz desgarrada y llena de impotencia.
Lo abrazó con fuerza, compartiendo el dolor de su pérdida, mientras en su interior se sentía aliviada de haber regresado sana y salva a su hogar. Sin embargo, la pena que lo embargaba era tan profunda que, entre sollozos, murmuró:
—¿Me puedo quedar un poco más? No quiero estar solo.
—Está bien, pero solo un rato más porque mis padres pueden despertar en cualquier momento.
La noche se tornó horripilante, un manto de oscuridad cargado de desesperanza. Tantas vidas arrebatadas en un abrir y cerrar de ojos y de una manera tan cruel y malvada, que sin duda quedaría grabada en la memoria colectiva. Pero, como dije, no se quedaría con los brazos cruzados mientras los sobrevivientes estuvieran por ahí, contando lo sucedido. Eran trece jóvenes, contando a los hermanos Henderson e Iker.
No dejaría que lo descubrieran. Así que al día siguiente comenzaba su cacería.
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