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Capítulo V - La última noche

   El silencio de la noche se sentía opresivo, como si la oscuridad misma observara, esperando un desenlace trágico. Iris, oculta bajo la cama, contenía las lágrimas y el miedo que la consumían lentamente. Podía escuchar cómo el sonido del cuchillo desgarraba la carne de sus amigos en la habitación contigua, pedazos de ellos que pronto serían consumidos por el monstruo que los vigilada. Las horas pasaban con una lentitud agonizante. Eran las dos de la madrugada y el caníbal, terminaba su macabra cena, satisfecho por el festín que los jóvenes desafortunados le habían proporcionado.
   Iris temblaba bajo la cama, cada segundo era una tortura mientras escuchaba los pasos pesados acercándose a su habitación. El sonido de sus botas contra el suelo estallaba como truenos en sus oídos. Era como un gigante que, aguardada en el bosque, un cazador que había conseguido su presa y que ahora se disponía a descansar. Iris contuvo la respiración cuando Josh entró en la habitación. Este era su cuarto, su lugar de descanso. Si hacía algún ruido, si movía un músculo, el asesino la encontraría, y su destino sería el mismo que el de Inma.
   Se desplomó en la cama, su pie colgaba pesadamente sobre el borde. Parecía un monstruo que, después de saciarse, se permitía caer en el sueño. Su respiración era profunda y roncaba de una manera que helaba la sangre. Iris, atrapada bajo la cama, observó cómo los ronquidos retumbaban en la habitación, cada sonido parecía más aterrador que el anterior. No podía quedarse ahí; tenía que salir. Armándose de valor, se arrastró lentamente por el lado opuesto al pie colgante. El corazón le latía con fuerza, y sentía que, en cualquier momento, abriría los ojos y la atraparía.
   Cuando finalmente logró ponerse de pie, sus ojos se encontraron con la cara del asesino. Lo que vio la estremeció aún más. Donde debería haber un ojo, solo había un hueco que contenía un globo ocular de cristal oscuro, que reflejaba la poca luz de la luna que entraba por la ventana. El olor en la habitación era nauseabundo; los cuerpos descompuestos comenzaban a emitir un hedor insoportable, y las moscas comenzaban a aparecer, zumbando en el aire pesado.
   Iris avanzó con cautela, asegurándose de no hacer ningún ruido. Cuando estaba a punto de salir de la habitación, el asesino se movió ligeramente, haciendo que su corazón se detuviera por un segundo. Afortunadamente, el asesino seguía profundamente dormido, sumido en su grotesca siesta. La joven salió del cuarto sin que él se diera cuenta, sus pasos se escuchaban suavemente en los corredores interminables de la casa.
   En su recorrido por la siniestra residencia, encontró una alcoba al final de un oscuro pasillo. Abrió la puerta con cuidado, esperando encontrar un lugar seguro donde esconderse. Sin embargo, lo que vio dentro la dejó petrificada. Colgados de ganchos, los cuerpos de sus amigos balanceaban ligeramente, como si fueran piezas de carne en una carnicería. En la mesa de enfrente, el cuerpo de su hermana, Inma, yacía con los ojos abiertos, fijos en Iris, como si la estuviera mirando desde el más allá. Un grito silencioso escapó de su garganta, pero no podía hacer nada. Tenía que moverse, tenía que sobrevivir.
   Los pasos se escuchaban cada vez más cerca. El monstruo se había despertado y ahora rondaba por la casa. Desesperada, Iris se metió en una congeladora abierta, esperando que su pequeña figura pasara desapercibida. Sabía que, si él la encontraba, no tendría escapatoria.
   Desde su escondite, podía ver cómo entraba en la habitación con pasos pesados, dirigiéndose hacia una nevera cercana al cuerpo de Lucas. Abrió la puerta y sacó lo que parecía una bebida, pero Iris sabía que no era lo que aparentaba. Era sangre, fresca y espesa, la misma que goteaba de los cuerpos colgados en las paredes. El caníbal bebió con satisfacción, y luego se preparaba para irse cuando algo interrumpió el silencio.
—¡Ayuda! —gritó una voz desde una bolsa cercana a Iris.
   Era alguien que había sido secuestrado y traído a ese lugar. Por alguna razón, aún no estaba muerto. El grito resonó en la habitación, llenando el aire con una súplica desesperada. Iris sintió que su corazón se aceleraba; aquel ruido la había condenado.
—¡Ayuda! —repitió la voz, esta vez más débil.
—Cállate...—susurró Iris en voz baja, intentando que la persona se callara, pero ya era demasiado tarde.
   Josh se giró hacia el saco con una mirada de satisfacción en sus ojos vacíos. Sacó su hacha y, con un solo golpe brutal, silenció a la persona que había suplicado por su vida. La sangre salpicó el suelo, y el sonido del hacha resonó en la pequeña habitación. Iris cerró los ojos, esperando lo peor. Los minutos pasaron con lentitud. Podía escuchar la respiración del sujeto muy cerca, pero por alguna razón, no la vio. El asesino se retiró después de lo que pareció una eternidad.
   Iris sabía que era su única oportunidad para escapar. Salió lentamente de la congeladora, asegurándose de no hacer ningún ruido. El silencio era total, pero el miedo seguía presente, abrazándola en cada paso que daba. Caminó por el corredor, sus pies descalzos apenas tocaban el suelo, hasta llegar a la sala principal. La puerta de salida estaba justo enfrente, pero cuando intentó abrirla, se dio cuenta de que estaba cerrada con llave.
   Desesperada, miró a su alrededor en busca de una alternativa. Al otro lado de la sala, una gran ventana cubierta por un manto gris oscuro parecía su única opción. Corrió hacia la ventana y comenzó a tirar de las tablas que la bloqueaban. Tras unos segundos de búsqueda, encontró un martillo sobre una mesa. Estaba manchado de sangre, pero eso no le importaba. Golpeó la madera con todas sus fuerzas, ignorando el ruido que hacía, sabiendo que cada segundo contaba.
   Finalmente, logró hacer un agujero lo suficientemente grande para salir. Metió su cuerpo a través del hueco y, con lágrimas en los ojos, corrió hacia la calle. Solo un alumbrado iluminaba la cuadra, justo enfrente de la casa. Sentía que por fin estaba libre, que había sobrevivido la peor de las noches. Pero al acercarse al único árbol que había en la calle, su esperanza se desvaneció.
   Brown estaba allí, esperándola. Su figura imponente parecía una figura que la observaba desde la oscuridad. Antes de que pudiera reaccionar, el asesino la agarró, levantándola del suelo como si no pesara nada. La subió a su hombro y la llevó de vuelta a la casa. El terror regresó, y con él, la certeza de que esta sería su última noche. Los gritos de Iris resonaron en la calle vacía, pero nadie estaba allí para escucharla.

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