Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo II - 1992

  La vida de Elisa Brown comenzaba a rehacerse entre los muros de una casa que no era la suya, bajo el amparo de una familia que había decidido adoptarla no solo como un acto de caridad, sino como una declaración de humanidad frente a la barbarie. Los Fernández le ofrecieron un hogar, sí, pero también algo mucho más valioso: un espacio donde aprender a redescubrirse.
Sin embargo, no podía evitar sentir que habitaba en una intersección de realidades que no lograba reconciliar. Por un lado, estaba la calidez casi tangible de la familia: el comisario con su porte severo, pero justo, su esposa con su voz dulce que siempre sabía cómo calmarla, y Clara, su hija, cuya amistad era una constante luminosa en un mundo oscurecido por los recuerdos. Por otro, estaban los fragmentos de un pasado que nunca dejaban de atormentarla, pedazos de una vida rota que aún clamaban por sentido.
En los días siguientes a su llegada, descubrió que no era fácil adaptarse a la normalidad. Las risas en la mesa del comedor, el olor del pan recién horneado, el murmullo apacible de la radio encendida en el fondo: todo aquello le resultaba tan ajeno como si estuviera viviendo la vida de otra persona.
Se preguntaba a menudo si sería capaz de merecer esa nueva oportunidad. La culpa era un peso constante, un ancla que la mantenía atada al recuerdo de su madre. ¿Era correcto que ella viviera mientras ella había perecido? Y más importante aún: ¿era correcto que buscara consuelo en una familia que no era la suya?
El alma humana es un mosaico de contradicciones, pensaba durante las largas noches de insomnio en la pequeña habitación que le habían asignado. Deseamos el amor, pero tememos que se nos niegue. Buscamos refugio, pero tememos depender de él. Y, en última instancia, nos aferramos a la vida, aun cuando esta se torne insoportable.
Fue Clara quien, en su manera despreocupada y sin pretensiones, le ayudó a encontrar un ancla en aquel mar turbulento. Las tardes en las que se sentaban juntas en el porche trasero, observando cómo el sol teñía el horizonte de colores cálidos, se convirtieron en pequeños actos de reparación. La muchacha hablaba de sus planes, de sus sueños, de sus pasiones, mientras Elisa escuchaba, asimilando poco a poco la posibilidad de que el futuro no tuviera que ser una repetición interminable del pasado.
A veces, el comisario se unía a ellas, su presencia silenciosa pero sólida le recordaba que aún existían personas capaces de actos de bondad desinteresada. Había algo en la manera en que la familia la miraba, sin lástima, pero con comprensión, que la hacía sentir vista por primera vez en años.
Sin embargo, había días en los que el peso del pasado era demasiado grande para ignorarlo. En ocasiones, despertaba en medio de la noche, su corazón latía con fuerza y su cuerpo cubierto de un sudor frío, tras soñar con el rostro de su padre. No era el rostro de un hombre, sino de algo más primordial, algo que desafiaba la comprensión.
¿Es la maldad innata o se cultiva en las circunstancias? reflexionaba mientras intentaba calmar su respiración.
Si el hombre nace como un lienzo en blanco, ¿qué pinceladas forman la oscuridad que lo consume? ¿Acaso mi padre eligió convertirse en lo que fue, o fue arrastrado por fuerzas que ningún humano podría resistir?
Los Fernández nunca le preguntaron directamente por su progenitor. Quizás sabían que las palabras no harían más que desgarrar las heridas que todavía estaban lejos de sanar. En cambio, la rodeaban de pequeñas muestras de afecto: una taza de té caliente cuando la veían temblar, un libro dejado con cuidado sobre su mesita de noche, una sonrisa cuando más la necesitaba.
Empezó a encontrar consuelo en la rutina. Descubrió que había algo profundamente terapéutico en los actos cotidianos: doblar las sábanas por la mañana, regar las plantas en el jardín, ayudar a Clara con sus deberes. Estas tareas, aunque insignificantes en apariencia, eran para ella una forma de reivindicación, un recordatorio de que la vida podía construirse de nuevo, pieza por pieza.
Pero la memoria no se disipa tan fácilmente. En más de una ocasión, mientras caminaba por el pueblo acompañada de su amiga, percibía las miradas de los vecinos, miradas cargadas de curiosidad y juicio. —Es la hija del monstruo —decían en voz baja, creyendo que no podía oírlos. ¿Cómo puede seguir aquí después de lo que pasó?
Esas palabras, aunque dichas como cuchicheos, eran dagas para su espíritu. Sin embargo, en lugar de rendirse, las utilizó como un recordatorio de lo que debía superar. No soy él, se decía a sí misma una y otra vez. No soy como él.
El tiempo pasaba con la implacabilidad de un río que no detiene su curso, y con él, empezó a notar pequeños cambios en su interior. No era una transformación drástica ni repentina, sino un proceso lento, como el amanecer que gradualmente sustituye la oscuridad de la noche.
Un sábado por la tarde, Clara la convenció de salir a dar una vuelta en su moto. Era una máquina pequeña, de un color azul gastado por el tiempo, pero aún rugía con vitalidad cuando la joven giraba el acelerador. Dudó al principio, todavía no se sentía completamente cómoda con la idea de explorar el pueblo, pero la insistencia de ella y su entusiasmo juvenil la persuadieron.
—Vamos, te encantará. No hay nada como sentir el viento en la cara mientras recorremos los caminos verdes de las afueras —dijo su amiga, sonriendo con esa ligereza que parecía iluminar los días más grises.
Ella accedió, y minutos después, ya estaban surcando las estrechas calles del pueblo, que poco a poco se abrían paso hacia los caminos rurales. El paisaje comenzó a transformarse: las casas de ladrillo dieron lugar a vastos campos salpicados de árboles altos y viejos, cuyas ramas se extendían como brazos retorcidos hacia el cielo. La brisa cargada de aromas terrosos y frescos llenaba sus pulmones, y por un momento, sintió algo que se parecía a la libertad.
Los campos se extendían como un mar verde, interrumpido ocasionalmente por pequeños parches de flores silvestres de colores vivos. El horizonte parecía infinito, y los últimos rayos del sol teñían el cielo de un ámbar cálido.
—¿¡No es maravilloso!? —exclamó Clara, girando la cabeza hacia su amiga con una sonrisa que parecía contagiarse.
Sin embargo, a medida que el sol comenzaba a descender, las sombras se alargaban, y una sensación de inquietud comenzó a invadir a la joven Brown. Sabía a dónde se dirigían. No lo había mencionado, pero su amiga reconoció los alrededores. La calle donde estaba el antiguo cementerio no quedaba lejos.
—¿Podemos evitar la calle del cementerio? —dijo Elisa, con un hilo de voz que apenas se escuchó sobre el rugido del motor.
—Por supuesto. Tomaremos la siguiente calle y la rodearemos.
No obstante, al girar hacia la cuadra contigua, el motor de la moto comenzó a emitir un sonido extraño, un chirrido que la joven intentó ignorar, pero que pronto se convirtió en un problema evidente. La moto se detuvo bruscamente, y cuando se bajaron para inspeccionarla, notó que la cadena se había salido del engranaje.
—¿Puedes arreglarla? —preguntó, mientras sus ojos recorrían el entorno con creciente ansiedad. Las casas cercanas parecían abandonadas, con ventanas oscuras que parecían ojos vacíos observándolas.
—No será rápido —respondió mientras intentaba maniobrar la cadena con las manos. El sol ya había desaparecido, y una penumbra azulada envolvía el lugar. Las sombras de los árboles danzaban bajo la tenue luz de una farola distante, pero incluso esa débil luminosidad parecía insuficiente para combatir la oscuridad que caía como un manto pesado.
—Dejemos la moto aquí —sugirió Elisa —. Podemos caminar de regreso al pueblo. No estamos tan lejos.
Suspiró y aceptó.
—Bien, pero tenemos que volver por esta calle. Es la más directa.
Caminaron en silencio por un rato. La joven no podía dejar de sentir que algo estaba mal. Los ruidos nocturnos típicos del campo el canto de los grillos, el murmullo del viento parecía haber desaparecido.
De repente, Clara se detuvo. Su amiga casi tropezó con ella.
—¿Qué pasa? —susurró.
Levantó un dedo para pedir silencio. A lo lejos, una figura emergió de entre las tinieblas. Era un tipo alto y delgado, su silueta apenas era visible bajo la luz vacilante de una farola. Su paso era irregular, como si cojease, y cada vez que avanzaba, parecía inclinarse ligeramente hacia un lado, como si cargara un peso invisible.
—¿Quién es? —preguntó, intentando sonar tranquila, pero su compañera ya lo sabía. Aunque los años lo habían cambiado, aunque la oscuridad ocultaba los detalles, no había duda en su mente.
—Es él —susurró, retrocediendo instintivamente —. Es mi padre.
La chica la miró, incrédula.
—¿Estás segura? Pero... él está muerto.
—Corre —fue todo lo que pudo decir antes de que el hombre comenzara a moverse hacia ellas con rapidez.
Las chicas corrieron, pero el sujeto las siguió con una determinación inhumana. Pudieron escuchar los pasos cada vez más cerca, el sonido de la respiración pesada y los murmullos incoherentes que brotaban de su perseguidor. Giraron en una esquina, pero Clara tropezó y cayó al suelo. Su amiga intentó ayudarla, pero antes de que pudiera hacerlo, el sujeto las alcanzó.
Lo que ocurrió después fue aterrador para las jóvenes: la fuerza brutal del caníbal, los gritos ahogados, el frío de la noche que parecía absorber toda la calidez del mundo. Ellas, murieron.
A la mañana siguiente, el pueblo despertó con la noticia de que Clara Fernández y Elisa Brown habían desaparecido. La moto fue encontrada al borde de la calle, con la cadena aún fuera de lugar, pero no había rastro de las chicas.
Cuando el comisario recibió la noticia, una exclamación de dolor salió de su garganta. Su hija, su pequeña, había desaparecido en circunstancias que él no podía comprender, y con ella, la joven a la que había prometido proteger.
Mientras tanto, en una de las casas de la nueva cuadra construida sobre el cementerio, una puerta se cerraba silenciosamente, ocultando en su interior un horror que aún estaba por descubrir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro