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2-. La maldición de Samhain


Era 31 de octubre, la noche era oscura y fría. El viento aullaba entre los árboles, como si presagiara algo terrible. Cabalgaba hacia el castillo de Allard, con el corazón lleno de esperanza y temor. Esperanza de ver al hombre que amaba, temor de lo que pudiera pasar.

Hacía meses que no lo veía. Desde que escapé de la cárcel, donde me hice atrapar porque anhelaba hablar con Allard. Él era el heredero al trono de Bradley, y yo el causante de mi cruel destierro del reino de Necronis. Pues estaba prohibido que sintiera algo por mi enemigo, y que ambos fuéramos del mismo sexo.

No nos volvimos a ver por un tiempo, pero ahora, Allard me había enviado una carta urgente, pidiéndome que fuera a su castillo, me había dicho que había algo muy importante que debíamos hablar. Algo relacionado con los misteriosos asesinatos que estaban ocurriendo en el reino.

Sé que Allard tenía la responsabilidad de proteger a su pueblo. Pero también sabía que había algo más detrás de esa invitación. Algo que me inquietaba y me angustiaba.

¿Y si Allard sospechaba de mí por ser un villano? ¿Y si creía que yo era el culpable de las muertes?

No podía creerlo. Yo no tenía nada que ver con los crímenes. Yo sólo quería vivir lejos del odio. Lejos de mi propio padre, quien me había desheredado y exiliado por ser quien era.

Yo era el príncipe perdido. El legítimo heredero al trono del reino enemigo de Allard. Yo era el único que podía poner fin al conflicto entre las naciones si no existieran los prejuicios. Pero nadie lo sabía. Nadie excepto yo.

Llegué al castillo y él me acusó:

—¡Eres un asesino despiadado!. Has matado a ocho personas inocentes en este pueblo.

—¿De qué estás hablando?. Yo no he matado a nadie. Soy un ladrón, sí, pero no un asesino.

—No mientas. Eres el único que podría haber cometido esos crímenes horribles.

—Estás equivocado, Allard. Yo no soy el villano. Soy el héroe incomprendido.

—¿Qué? ¿Estás bromeando?. Eres un desastre. Un desastre con patas.

—No seas cruel. Tú sabes que soy irresistible.

—Sí, claro. Y yo soy el rey de Winchester. Déjate de tonterías. Estás acabado. Te van a atrapar y te van a colgar de un árbol.

Fue en aquel momento cuando uno de los guardias del castillo acudió a él con rapidez y preocupación:

—¡Mi señor Allard! Tengo una noticia terrible. Ha ocurrido otro asesinato.

—¿Otro? ¿Quién ha sido la víctima? —me observó extrañado.

—El panadero y su esposa. Los han encontrado muertos en su casa hace pocos minutos.

Me planté frente a su mesa, desafiándolo con la mirada:

—Ya van diez asesinatos. ¿Todavía crees que soy el culpable?

Allard guardó silencio, consciente de su error. Me arrastró hasta la morgue, donde reposaban los dos cadáveres. El asesino era un monstruo, les había arrancado varios órganos, igual que a los otros ocho. Pero lo que me sobrecogió fue el mensaje grabado con cuchillo en sus pieles: "Viva el Samhain".

Allard me interrogó:

—¿Samhain?

Recordé que era 31 de octubre, el día de Samhain en Necronis. Allí nadie salía de casa, pues se decía que el velo entre los mundos se hacía más fino y los espíritus podían cruzar. Pero en Bradley, donde me encontraba, lo llamaban "Noche de brujas" y lo celebraban con disfraces y banquetes.

—Sí, Samhain. La noche en que los muertos vuelven y los vivos se ocultan —lo miré con nerviosismo-. La noche en que todo puede pasar —recordé viejas leyendas de Necronis y me inquieté—. Espera... ¿No has dicho que hay diez asesinatos?

—Sí, ¿no oyes? —Allard se impacientó.

—¿La hora? —pregunté angustiado.

—Las diez, casi.

Eso me hizo preocupar aún más, y tomé un mapa que estaba en la pequeña mesa de la morgue, empecé a trazar líneas invisibles con mi dedo y ahí estaba la respuesta:

—Creo que necesita sacrificar a doce personas en doce lugares diferentes, siguiendo un patrón geométrico. Ya ha matado a diez, aún le faltan dos. El último lugar es el centro del pueblo. Tiene un propósito.

Allard bufó incrédulo:

—¿Es broma?. Hoy hay fiesta de máscaras, hay mucha gente, es imposible.

—No, Allard. Es la verdad. Una verdad aterradora. Una verdad que debemos evitar.

—¿Cómo hallaremos al asesino entre la multitud?

—Pues... tengo un plan. Iremos a la fiesta disfrazados. Algo que atraiga al asesino. Lo seguiremos. Y lo capturaremos.

Allard me respondió sarcástico:

—¿Y de qué nos disfrazaremos? ¿Qué le gusta al asesino?

—Pues... de algo del Samhain. De algo de los muertos.

—¿Cómo nos disfrazaremos de eso? ¿Dónde conseguiremos esos disfraces?

–Pues... en la morgue. Hay cadáveres, hay órganos. Hay todo lo que necesitamos.

—¡Qué horror! ¡Qué sacrilegio! ¡Qué crimen! —se llevó una mano al pecho asustado.

—No, Allard. Es un plan, ingenioso y efectivo.

Él negó con la cabeza:

—De ninguna manera.

Con desdén, volvimos al castillo, donde había tres disfraces. Él eligió el de rey, muy original, claro. Yo buscaba algo que me gustara y me ofreció una armadura de dragón.

—Te verás espectacudrag! —bromeó.

—No, no me gusta. Dame ese de bruja que hay allí —me enfadé.

Él me lo dio, aunque ninguno me convencía. La falda me quedaba corta y el corsé ajustado, pero conservé mis pantalones, me puse el sombrero puntiagudo y el antifaz.

—Creo que un poco de fresas rojas en los labios no te vendría mal —Allard se acercó a mí, para con su dedo delinear mis labios con delicadeza.

—Algunos hombres querrán venir con esta bruja y los sacerdotes me llevarán a la hoguera.

—Yo no dejaría que te quemen —se aleja de mí.

—¿Arderías conmigo?

—Hay que llevar estas calabazas talladas para iluminar el camino —ignoró mi pregunta antes formulada.

Caminamos por un rocoso camino hasta llegar a la fiesta, allí danzaban hombres y mujeres con máscaras y disfraces únicos, en el momento en que llegamos había un baile de máscaras obligatorio, parecía ser tradición y no podíamos negarnos. Los músicos entonaban una melodía poderosa :

《Oh ma douce souffrance
Pourquoi s'acharner? tu recommences
je ne suis qu'un être sans importance
sans lui, je suis un peu paro》

—¿Son franceses? —pregunté observando al músico que llevaba una peluca blanca, maquillaje exagerado y un lunar en su mejilla, a su lado habían otros hombres maquillados, llevaban vestidos largos y exuberantes.

—Si, en Francia es normal la homosexualidad, además su vocalista canta muy bien. Tiene un timbre muy femenino y poderoso.
Allard me miró con vergüenza, pero me tendió la mano para bailar. Nos pusimos frente a frente, conectamos nuestras miradas que eran separadas por un par de máscaras y unimos nuestras manos creando un leve roce. Empezamos a girar al son de la melodía.

—¿Por qué no volviste a buscarme después de la cárcel? —le pregunté.

—Descubrí algunas cosas que debo procesar —explicó y cambiamos de pareja de baile.

Sus palabras me confundieron, pero seguimos bailando. Al acabar, corrimos hacia el mausoleo, el sitio ideal para el asesino. Alguien nos observaba en la sombra y un hombre encapuchado se acercó diciendo:

—Mi señor Samhain acertó, los dos caerían. Sólo necesitaba dos corazones de sangre real para resucitar.

—Vaya, qué original. Dos corazones para el señor Samhain. ¿Y dónde está ese señor? ¿Es el que está en ese altar lleno de velas y calaveras? ¿O es el que está en ese ataúd cubierto de telarañas y polvo? —señalé con ironía.

—El señor Samhain es el rey de los muertos, el amo de la oscuridad. Él te castigará por tu insolencia —amenazó el asesino con voz grave.

—Oh, qué miedo. El rey de los muertos, el amo de la oscuridad. ¿Y qué más? ¿El príncipe de las tinieblas? —reí con desdén.

—No sabes con quién te estás metiendo. El señor Samhain es el más antiguo y poderoso de los espíritus, el primero en gobernar Necronis, antes de que fuera traicionado y derrotado por el rey de Bradley. Él ha esperado siglos para volver a la vida y vengarse de sus enemigos. Él ha elegido esta noche, la noche del Samhain, para resucitar y reclamar su trono. Así que díganme...¿Quién de los dos es su descendiente directo?

—Ya. ¿No te cansas de repetir lo mismo?.

—Ya veo, con que ese es el secreto que comentó mi señor —comenta el asesino—. Reinos enemigos están unidos y se ocultan la verdad.

Ese maldito Rey Samhain es muy entrometido para ser un simple espíritu. Él sabía quien era realmente yo, y lo que oculto a Allard, lo más factible era asesinarme para no escuchar su rechazo al enterarse.

—No sé de qué hablas, ya mátame —me acerqué al asesino para clavar su daga en mí, pero Allard me detuvo y agachó su cabeza.

El asesino lo examina con detenimiento:

—No puedes vivir con todo lo que sabes. Ese sentimiento de culpa, de si él se clavaba esa daga para que no descubrieras algo que evidentemente, ya sabes.

Allard me observó cabizbajo, mientras el asesino parecía disfrutar la escena.

—No lo escuches Allard, sólo juega contigo —lo empujé alejándolo del peligro.

—¡El heredero de Necronis no puede morir, no así!. ¡Yo lo sé todo, Mordred!

Sus palabras me helaron el alma. Había dicho mi nombre, sabía quién era yo, por eso me rehuía y me culpaba de los crímenes.

—¿Pero... cómo? —pregunté con un hilo de voz.

—Vi fuego en Necronis, tu padre quemó muchos retratos, me acerqué a los límites para decirle que la fogata se había extendido a Bradley, él quemaba las fotos de su hijo, que muy curiosamente, se parece a ti. Sólo que con el cabello rubio. Pero si eres tú.

—No te lo dije porque tenía miedo de perderte, era la única manera de tenerte cerca. Porque siempre te he amado Allard.

El asesino nos miraba con asco:

—No soporto ver el amor entre dos hombres. El que se pondría esta daga en los ojos sería yo, pero necesito sus corazones para darle esta bebida a mi señor —señaló un frasco verde—, esto hará que su cuerpo sane y sea completamente carnal para tomar Bradley.

Allard se abalanzó sobre el tipo forcejeando, pero este lo lanzó contra una tumba cayendo de espaldas, el asesino se acercaba para clavarle su daga, pero yo corrí de inmediato hacia él, haciendo que esta me impacte a mí.
Allard no supo que hacer, tomó la daga en sus temblorosas manos y observaba mi herida, cuando el asesino se aproximaba a nosotros, sonó la última campanada de la media noche. Ya no era el Samhain. Intentó aproximarse más, pero cayó desplomado en el suelo, supongo que el espíritu del Samhain lo abandonó y las velas se apagaron. El recipiente que contenía el liquido rodó hasta nosotros y la sangre que salía de mí, golpeaba su cubierta.

—Sabes, tal vez podrías beber de esto, si esto reconstruiría a Samhain...Esto podría curarte —decía Allard entre sollozos.

—Sé lo que es la bebida —la alejé de mí— creí que sólo era un mito, en muertos funciona bien, pero en los vivos, tiene efectos adversos. Hace que olvides todo este día.

–Así será mejor.

—No. Quiero irme sabiendo que te confesé mi amor. Sabes, yo me enamoré primero de ti, Allard —le dije con voz débil.

—Pero yo me enamoré más fuerte, Mordred.

Él plantó un dulce beso en mis labios, y ahí traspasó la bebida, haciéndomela ingerir, ¡Qué dulce truco!...Mi cabeza dolía, estaba en mi cabaña con...¿Un disfraz?, ¿¡De bruja!?. ¿Qué pasó aquí?. Había desayuno en mi mesa, pero estaba solo, seguro me quedé en alguna taberna borracho, bebiendo por no saber nada de Allard hace mucho. Esperando que algún día, él me vuelva a buscar. Me aproximé más a la mesa y había un pan de azúcar con una nota a su lado. "¿Dulce o truco?".
¿¡Qué rayos quería decir eso?!. ¿Ya había sido el Samhain?. Seguro hice algo humillante y no quería recordarlo.

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