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1. La despedida

—Un, dos, tres, cruce, cadera. Un, dos, tres y va. «When marimba rhythms start to play». Un, dos, va. «Dance with me, make me sway».

El timbrazo largo hizo que Paulo se alejara del espejo y continuara bailando y canturreando en dirección a la puerta. «Hold me close, sway me more».

—¿Y esto? —El asombrado visitante dejó ver una hilera de dientes blanquísimos que contrastaba con su piel azabache. Era Fran, un muchacho alto y estilizado que cubría sus ojos con lentes plateados y llevaba una pamela amarilla en la cabeza. Del hombro derecho le colgaba un bolso tejido.

—Estoy ensayando un cuadro, querida —repuso Paulo inclinándose en un gracioso ademán e invitándolo a entrar luego de que cada uno dejara un beso en la mejilla del otro—. Me tienes que ayudar con la coreografía. En mis tiempos íbamos por libre, pero ahora, seguro tendré que competir con veinteañeras que, como tu, salieron de academias de baile o de las escuelas Youtube.

—¡Santa María! —exclamó el recién llegado, quitándose las gafas—. Y ¿puedo preguntar para qué? ¿Piensas regresar a los escenarios, acaso?

Paulo se sentó en una banqueta, tomó un papel que estaba sobre la mesa y se lo enseñó.

—«Concurso de divas drag» —leyó Fran—. ¡Dios mío! ¿Y este número con todos esos ceros? ¿¡Es el premio!?

—¡Sí! ¿No es grandioso? ¡Podrías montar el estudio con ese dinero!

Los ojos del moreno se abrieron de par en par.

—¿Harías eso por mí?

Paulo movió las manos en el aire.

—¡No te hagas ilusiones, marica loca! —Trepó a una de las butacas del desayunador. Su pequeña estatura lo obligaba a mirar hacia arriba para hablar con Fran y odiaba la sensación que eso le generaba—. Lo hago por mí. Ya sabes, un último aplauso antes de acompañar a San Pedro a tocar el arpa.

—¡Lucrecia! ¡No digas eso!

—Ese nombre me lo utilizas solo cuando estoy en personaje, si eres tan amable, querida. Cuando estoy de civil, soy solo Paulo, o Pola, como me dices, por esa horrible costumbre tuya de inglesar todo. Déjame decirte algo: mi «problemita», no se evaporará por arte de magia con solo no hablarlo. Me estoy muriendo y eso es un hecho innegable. ¡Pero no me voy a ir así nomás! ¡Quiero irme por todo lo alto! —Hizo una pausa para acercarse al refrigerador y sacar una jarra con agua, luego acercó dos vasos y se sentó nuevamente mientras Fran lo miraba con pena—. Lo desastroso es el maquillaje —continuó—, me lo estuve probando. ¡Hace tanto que no me convierto en Lucrecia! Y se me han formado tantas arrugas que, con solo colocar la base, parezco el payaso de IT, pero terrorífico.

—El payaso de IT es terrorífico.

—Pues imagínate.

Fran apoyó una mano sobre la diestra de su amigo.

—Te agradezco muchísimo que quieras hacer esto, Polita de mi alma, pero... ¿crees que podrás? Es mucho esfuerzo...

—¡Esfuerzo será para ti, que necesitas un quiropráctico después de cada función! —Fran soltó una carcajada—. ¿Sabes los años de pista que tengo yo? Estoy algo oxidada, es cierto, pero el cuerpo tiene memoria. Fíjate que después de casi quince años que no me subía a los tacones, hoy he caminado con ellos por toda la casa como si nada. Si gano podrás quedarte con el dinero, yo no lo necesitaré. ¿Me vas a ayudar?

—¡Por supuesto!

—Pero no me hagas una coreo de esas que haces tú donde hay que levantar las piernas y pasarlas por encima de la cabeza, sabes que me cuesta coordinar. Mi ritmo interno nunca fue gran cosa; indícame algunos movimientos modernosos como para no quedar en ridículo frente a la nueva generación. 

Fran se quitó la pamela, volvió a poner la canción y sus pies se movieron al ritmo, como si flotaran.

—«When marimba rhythms start to play» —entonó bailando con una plasticidad que hizo que Paulo meneara la cabeza de izquierda a derecha.

—Nunca voy a lograr eso —rezongó apenado.

¡Come on, friend! —rio el otro estirando el brazo—. ¡You can do it!

—¡No me hables en inglés, marica maldita, que ya bastante tengo con aprenderme la letra! —Se colocó junto a él e intentó seguir los movimientos—. En mis tiempos hacíamos mímica con las canciones de Rafaella Carrá o de Angela Carrasco. ¡En castellano! Ahora todo es en inglés, hasta lo llaman Lip Sync —agregó en tono burlón.

—¡Santa María, qué antiguo eres!

—¿Antiguo yo? ¿Tú eres es que siempre está con esta canción? ¿De qué año crees que es? ¿Acaso piensas que la escribió Bublé? ¡La grabó Dean Martin en 1953! ¡Es la versión que estás escuchando!

—¡Okeeeey! ¡Deja ya de protestar y mueve ese cuerpo viejo que tienes! ¡Sígueme! «Other dancers may be on the floor».

Paulo se dejó caer en una silla, derrotado.

—¿Qué pasa? —preguntó Fran con preocupación.

—¿A quién quiero engañar? Estoy vieja. No puedo bailar como tú. Tienes razón, mi baile es anticuado y me cuesta aprender la letra. ¿No podría pararme en medio del escenario, con mi vestido azul y una chalina que me cubra este cuerpo de sapo que se me ha formado y que no puedo modelar ni con los mejores postizos del mundo? ¿Y tú bailas detrás mío?

—¡My God, Pola! ¡Tú puedes hacerlo! ¡Eres una institución del mundo drag! ¡Tienes todo para ganar el concurso! Tienes carisma, singularidad, nervio, talento...

—¡No me vengas con chorradas Rupolísticas, Francisca! ¡Tengo todo el entusiasmo del mundo, pero no soy tan inconsciente como para pensar que puedo competir con chicas de veinte años, largas, carilindas y llenas de siliconas. No puedo ridiculizar a Lucrecia Ball, ¿entiendes? No me lo perdonaría jamás. ¿Mencioné lo del maquillaje?

—Sí, el payaso de IT. Pero hay productos nuevos, no dejaré que te veas mal, lo prometo.

—¡Es imposible, Fran! ¡No puedo verme bien vestida de reina! ¡Estoy gorda!

—Y sabes por qué, ¿verdad?

—¿Porque me enfermé?

—¡Porque te dejaste estar! Te dedicaste a hacer vida de ama de casa y a mirar la tele desde.... Bueno, mejor me callo. ¿Seguimos?

—¡Dilo, dilo! ¡Sé lo que piensas! Desde que conocí a Guille y me casé con él, ¿verdad? ¡Y enviudé! —Sacó un pañuelo y secó unas incipientes lágrimas—. ¡Hablas de envidiosa, porque no logras que el mecánico te lleve a su cama!

Fran rio con picardía.

—El mecánico y yo hace rato que vamos a la cama, querida.

—¿¡De verdad!? —El moreno asintió con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Y por qué no lo enviamos a él al concurso? Es joven, lindo...

—Porque tiene dos piernas izquierdas.

—Bueno, por tu bien, espero que sean tres.

—¡Oh! —exclamó Fran, divertido—. No hace falta que lo hagas si no te sientes segura —agregó con voz dulce—. ¡Ni siquiera sé por qué te anotaste!

—¡Porque quiero hacerlo! ¡Quiero un último aplauso! ¡La ovación, como cuando estaba en el Regina! ¿Recuerdas? —El muchacho asintió—. Parecía Natalia Oreiro ahí arriba...

Esta la vez, la carcajada de Fran retumbó por toda la casa.

—¡Natalia Oreiro cruzada con Schwarzenegger!

—¡No seas mala, marica, que la gente me aplaudía de pie!

—¡Sí, cuando terminaba el show, al fin!

—¡Qué sabrás, marica celosa! Eras una niña cuando yo llenaba teatros con mi talento... He ganado tantos concursos de belleza, de mímica, baile... ¡Ahhh! —Suspiró.

—Tenía dieciocho cuando te conocí, fue cuando te coronaron ¡reina del pistolón! —Fran se desternillaba de risa, Paulo lo miró con algo de desdén.

—Era un honor ser reina del pistolón, lo usaban los muchachos para disparar a las latas, ¿tu te acuerdas todavía de eso? Fui reina por cinco años consecutivos. ¡Cinco, marica! ¿Qué títulos obtuviste tu, dancing queen?

El moreno batió las manos en el aire, desdeñoso.

—Recuerdo verte en ese escenario con tu vestido de lamé y aquella estola brillante. ¡Había que ponerse gafas de sol para mirarte!

—¡Lo recuerdo! ¡Andaba por los cuarenta y estaba espléndida! No como ahora...

—Por no cuidarte, porque...

—¡No fue culpa de Guille! ¡No te atrevas, marica celosa!

—¡No, claro que no! ¡Él no tuvo culpa de nada, solo te obligó a dejar los escenarios, beber como un cosaco y alimentarte como una vaca preñada.

—Me trataba como a una reina —dijo Paulo con melancolía.

—Eso es cierto, hay que reconocer que en los diez años que estuviste con él, te mantuvo encerrada en el castillo, alejada de tu arte y de tus amigos, pidiendo permiso hasta para ir al estilista. ¡Yo misma, recién conocí esta casa cuando el desgraciado murió!

—¡Ya calla, perra amargada! ¡Quiero ganar ese concurso, quiero ese dinero para tu estudio! Pero, no sé si pueda hacerlo...

—¿Recuerdas tu último cumpleaños! Además de la cantidad espantosa de velas que tenía la tarta... ¿Cómo se te ocurrió poner tantas velas?

—Nadie iba a ponerse a contarlas, ¿verdad? Si hubiera colocado los números como querías tu, hubiera sido humillante.

—¡Como si nadie hubiera sabido cuántos cumplías! Me dijiste: «¡Wow! ¿Puedes creerlo, Fran? ¡He llegado a los sesenta años!».

—Es cierto... Te lo dije en secreto. Es que, fíjate que he visto morir a tantos, que estaba convencida de que moriría joven... ¡Eso es! ¡Has dado en el clavo! —Bajó del taburete con un salto—. Si he logrado llegar a los sesenta pudiendo, al menos, moverme un poco, puedo ganarles un estúpido concurso a chiquilinas que todavía se tragan los mocos.

Fran hizo un gesto de asco. Paulo abrió un pequeño relicario que colgaba de su cuello y se lo enseñó.

—Se lo dedicaré a ellos —dijo con voz suave—. Mi madre, mi padre, mi hermanita, Ethel, y mi amado esposo, Guille. —Levantó los ojos—. ¡Mal que te pese era mi esposo! —chilló—. Me están esperando, allá arriba. Por ellos me voy a presentar y, si no gano...

—Vas a haber brillado una vez más.

—La última.

—Quien sabe.

—Es cierto. Hierba mala nunca muere, tal vez el de arriba piense que soy un incordio y me deje un tiempo más. Ellos se fueron porque eran demasiado buenos. Menos Ethel, mi hermana era una serpiente venenosa, por eso la adoraba. Y ella a mí.

—¿No tenías también un hermano?

—¡Ja! La Augusta. ¡Un homófobo sexista que me ha negado siempre! Para mí es como si hubiera muerto también. Cuando me haya ido a visitar a nuestro Padre Santísimo, seguro que aparece a reclamar algo, por eso, ya hice mi testamento.

—¿Testa...?

—¡Sí, hombre sí! ¡No pongas esa cara de flor mustia en otoño noruego! Es para que nadie te acuse de que me hiciste algo para que muera antes de tiempo y quedarte con todo, que no es mucho, ya sabes: esta casa, el auto y lo que quede en la cuenta bancaria. ¡Oye! Que si no gano el concurso solo tendrás que esperar a que muera para montar tu estudio acá, o podrías comenzar en el gara...

—¡Calla! ¡Que los médicos no dijeron que te fueras a morir en dos días! ¡Te dio al menos un año más para seguir molestándome!

—¡Oh, qué carácter! Por eso no te consigues un marido, solo revolcones por ahí...

—¡No bromees con la muerte, Pola! Sé que te gusta burlarte de...

—¡No me estoy burlando de nada, marica estúpida! Pero con no hablarlo no vamos a evitar que suceda.

—Ya lo sé.

—¡Y tengo miedo! ¡Tengo miedo, ¿entiendes?! Así que más te vale quedarte conmigo hasta el final, cuando ya no me acuerde ni de cómo me llamo.

—Eso es alzhéimer y no tienes eso.

—No importa. Igual te quiero a mi lado.

Fran pasó el brazo sobre los frágiles hombros de Paulo y lo estrechó contra sí, balanceándose con él.

«Stay with me, sway with me».

—¿Me vas a ayudar a ganar este condenado concurso?

—¡Por supuesto!

—¿Harás que no me parezca al payaso de IT?

—Tampoco pidas milagros. 


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