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9









Su juego.

Tal vez él era quién me quitaría este hechizo que me convertía en sirena. Casi podía sentirlo. Esa sonrisa sínica y divertida, apuntándome con su espada, definitivamente me estaba tentando a un duelo. Él jugaba conmigo.

Y sin más, me zambullí a la mar, nadando casi en la superficialidad, con bastante rapidez, para acercarme a él.

Aquel también se había lanzado al agua. Su cuerpo flotaba solitario en la profundidad, esperándome.

Esta vez su espada estaba envainada. Él no quería hacerme daño. Algo que me pareció extraño, pues, es un pirata. Ellos son desconfiados por naturaleza. La decisión de estar expuesto al peligro sin ayuda, era casi imposible. Tuve un poco de miedo con la idea de acercarme. Tal vez era una trampa, o tal vez, simplemente, quería someterse a mí.

Podía creer en esa opción, puesto que mi belleza es tan magnífica y sobrehumana, que había mucha probabilidad de que así fuera.

Decidí que me dejaría llevar, así como en las corrientes marinas. Pero esta vez, en las corrientes del amor.

Uní mis labios con los suyos, y sujeté sus fuertes brazos para evitar que el agua lo impulsara hacia la superficie.

Mi intención era besarlo, pero entonces, fue él quién dio el primer paso. Su desesperación por tenerme me hizo sentir calor. Y en cuánto seguí besando sus labios, tuve una repentina sensación de haber besado estos suaves labios femeninos antes. Eran labios muy femeninos, carnosos y adictivos, me hacían recordar a los de esa ingrata y testaruda capitán pirata.

Zair...

Oh, Zair... Sigue besándome.

Mi pensamiento llegó tan de prisa que me había impresionado de mí misma. Hasta incluso cuando tenía la oportunidad de conocer a mi amado caballero, pensaba en esa pirata. En esa mujer que no quería ayudarme, y que solo había pensado en utilizarme para su beneficio.

Debería odiarla.

Pero, ¿por qué estoy pensando tanto en ella?

Mientras pensaba en esto, el hombre a quién besaba comenzó a removerse intentando apartarse. Rápidamente me percaté de que la razón de su comportamiento era su falta de oxígeno, y lo elevé hacia la superficie.

En cuánto lo hice, la miré.

No era un él.

Era ella.

Su sombrero se había salido en el agua y su hermoso cabello rojo se había soltado. Verla así, mojada, respirando agitada, mirándome fijamente, me hacía sentir como si estuviese hechizada por ella. Como si los roles se invirtieran, y ella era la sirena que me provocaba en deseo y placer.

—¿Capitán?

—¿Perdida?

Ella tenía una mirada divertida. Me miraba como si ella hubiese ganado, y yo, ilusa, había caído en su juego. Aún así, no comprendía porqué se había hecho pasar por un hombre. ¿Era parte de su juego? ¿O algo más?

—Tú eres la que no está cumpliendo con tu promesa de ayudarme...

Ella dejó de mirarme divertida.

—No hay tiempo, tenemos que huir. Suelta la conciencia de mis hombres, ahora. —Su tono de voz fue firme. No había sido una petición, si no, una orden.

No respondí nada, solo obedecí mientras observaba como se alejaba en uno de los botes que usaban para subir al barco. Me sumergí en la mar, y me alejé de ellos. Me alejé de ella.

Aún estaba muy enojada de que me diera órdenes y se atreviera a actuar conmigo como si estuviera tratando con uno de sus piratas. Además, no quería ayudarme, no me tenía ningún tipo de afecto, entonces... ¿Por qué sigo aquí, deseando nadar su océano más a fondo?

Mientras me adentraba velozmente al arrecife que más habitaba, estaba pensando en que debía cortar toda relación con esa pirata que solo me traería problemas.

—Corinne, hermana. ¿Cómo...?

Coralia se aproximó a mí, desplazándose con elegancia, como lo hacía por costumbre y naturalidad. Había dejado su pregunta sin terminar, al verme con el rostro que denotaba enojo, y al nadar de forma rápida. Muy rara vez me enojaba, así que cuando lo hacía, era muy notorio.

—¿Qué te sucede, Corinne?

Se comunicaba en mi mente. Su voz era suave y decía las oraciones pausadamente, pero esta vez, hablaba con un tono de preocupación.

—Discutió con su novio humano —se burló una voz que entró de repente a la conversación telepática. Se trataba de mi otra hermana, Coral.

Observé hacia la dirección en la que había escuchado el sonido sordo y burbujeante de las aguas moviéndose y dando paso a mi hermana. Su cola escamosa de colores verdes brillantes e intensos se movía con lentitud, y luego se dejó caer en una roca plana del arrecife.

Me crucé de brazos, desviando mi mirada mientras la ignoraba.

—¿Eso es cierto, Corinne? —Coralia se dirigió a mí, con su mirada pensativa y preocupada.

Su rostro serio demostraba su desaprobación ante esa posibilidad. Sabía que sería insensato de mi parte enamorarme de un humano, pero lo que ellas no sabían, es que ese era mi plan.

—¿Tú le crees a Coral?

Pregunté.

La nombrada pareció burlarse con sus ojos verdes.

—Necesito que tú me lo digas, Corinne. Cuéntame qué es lo que te está pasando.

—No quiero hablar de eso ahora —dije de forma sincera, puesto que era verdad—. Estoy muy cansada, necesito recostarme. Y no se preocupen, les aseguro que no haré nada estúpido.

Y esa era otra verdad.

Ya no haría nada estúpido. Ya no me acercaría a ella otra vez. Estaba decidido.

Me alejé de ambas y me recosté en unas algas ambarinas. Nosotras las sirenas no necesitamos comer. Pero con dormir era distinto. Sí dormíamos, sin embargo, no lo necesitamos de la misma manera que los humanos, que suelen dormir cada noche. Para nosotras es una acción diferente, la realizamos solo cuando estamos cansadas, y para eso, pueden pasar muchas vueltas a la estrella dorada.

No recuerdo cuánto tiempo pasó desde que me quedé dormida, solo sé que sentí cómo la mar me llamaba, como un sueño. Me decía en una voz susurrante, mágica y profunda, que Zair me necesitaba.

Estaba a punto de negarme, cuando dijo que estaba en peligro de muerte.

Nadé velozmente, sin pensar en mi decisión de alejarme de ella. Comencé a localizar su cuerpo con mi poder, y lo seguí. Iría a esa dirección, para salvarla. No estaba tan lejos de donde yo me encontraba, no duró mucho cuando ya la tenía en mis brazos. Ella era una mujer muy fuerte, pero sumergida en la mar, tenía que cuidarla siempre.

Poca ropa cubría su cuerpo. Supuse que se había lanzado de forma intencional, tal vez para llamarme.

Pero qué mujer tan arriesgada.

Entonces, un objeto que emitía brillo se había desprendido de ella, y se alejaba hacia las profundidades. Fui muy rápida en buscarlo y sostenerlo en mis manos. Se trataba de una bonita y elegante joya que poseía una perla blanca brillante en el centro que seguramente se había robado de forma reciente.

Hice una burbuja de aire para que pueda respirar, mientras la impulsaba suavemente hacia arriba.

—¡¿Qué pretendías hacer?! ¡No eres una sirena real!

Comencé a exclamar mi frustración y preocupación por su acción tan peligrosa, infantil e insensata. No paso mucho tiempo alejada de ella cuando ya está expuesta al peligro y la muerte. Ella mientras me escuchaba, había regresado al bote y cubrió su cuerpo semidesnudo con la casaca que había dejado ahí.

En cuánto dejé de gritarle, se formó un silencio que se sintió demasiado.

—Estaba buscándote —agregó tímidamente, sin mirarme.

—Así me dijeron las aguas —dije muy seria.

Hay otras formas de llamarme, no solo atentar contra su propia vida.

Me zambullí a las profundidades para tomar impulso y volver a la superficie con un brinco que me hizo elevarme por los aires, cayendo en sus brazos. Ella miraba mi cola, fascinada. El brillo especial del rojizo atardecer le otorgaba un contraste magnífico.

—Yo... quería entregarte esto. —Buscó esa joya de una perla, lo que obviamente no encontró—. Ay no... Lo perdí.

No pude evitar reírme.

— Deberías ser más observadora.

Ella me había mirado confundida, pero entonces había caído en cuenta lo que estaba sucediendo. Y al mirar hacia abajo, pudo notar la joya que yo misma le había robado. La situación me parecía absolutamente divertida. Yo, Corinne, había hurtado a la pirata que más hurtaba en la altamar.

Le estaba demostrando que yo también podía jugar.

—Qué ladrona —dijo mientras reía.

—Pero miren quién lo dice —agregué, también riendo.

—Bueno... En realidad, no lo robaste. Es tuyo. Lo robé para ti.

Solo bastó esa acción acompañada de esas palabras para entibiar mi corazón, disipando el enojo que había sentido con ella hoy. No pude evitar mirarla con ternura.

Qué fácil caes.

Me recriminaba mi mente.

—¡Qué considerada! Es muy bonito. Me encantan las joyas.

—Tenemos tanto en común...

Ella hizo un movimiento sutil con sus dedos acariciando mi cabello. Me di cuenta que estaba peligrosamente cerca de la pirata, sentada en su regazo. Su piel estaba mojada al igual que la mía. Nuestras respiraciones estaban tan cerca, y ella tocándome suave. Sentía que me propinaba un ardiente calor por todo mi cuerpo. Solo estábamos ahí, juntas, mientras caía la noche.

Entonces, mirando hacia el barco, supuse que ya era tiempo de que ella volviera, o se resfriaría por el cambio de temperatura. Algo muy común en los seres humanos. Y mientras miraba hacia esa dirección, pude distinguir a una silueta masculina que se acercaba.

—Oh, creo que viene alguien —murmuré con la vista hacia arriba, en el barco—. Rápido, tráelo hacia acá para que pueda besarlo.

Ella no me respondió de inmediato. Sentí su mirada intensa posada en mí.

—¿Qué?

—El plan, Zair —dije muy seria—. Dijiste que me ayudarías a encontrar el amor verdadero para que pueda revertir este hechizo que me convierte en sirena. ¡Tú me lo prometiste!

—¿Y cuál es ese plan, eh? ¿Besar hombre tras hombre hasta que te conviertas en humana de forma instantánea y mágica?

Estaba visiblemente molesta conmigo, y tal como lo pensaba, no tenía ninguna intención de ayudarme. Su voz sonaba más dura, demostrando el enojo que guardaba.

La miré con desaprobación.

—Sabía que no querías ayudarme, por eso me fui cuando me llamabas. Tuviste la oportunidad de entregarme a uno de tus hombres y no lo hiciste. ¡No quieres ayudarme!

—No necesitas mi ayuda, Corinne. Tienes poderes hipnóticos. Hazlo tu sola, yo me largo.

Se alejó, mientras trepaba por el lado del barco. Era rápida y muy ágil. Cuando ya estaba arriba, decidí que iba a hipnotizar a aquel hombre. No perdería mi oportunidad de ser feliz volviendo a ser humana.

Y así lo hice. Comencé a entonar un cantico suave y relajante, etéreo. Aquel, sumergido en un profundo estado hipnótico, se tiró hacia la mar sin pensarlo, preso totalmente de mi encanto irresistible de sirena. Y entonces, se subió al bote que había dejado Zair. Se tumbó en la madera, y comenzó a besarme con violencia, torpeza y de forma desagradable. Aún así, intenté seguir el beso, para que funcione la magia.

Esperé... y esperé. Y seguí esperando.

Pero nada había pasado. Él no era mi amor verdadero.

—¡He, tiburón caído! ¡Todos a ayudarlo! —Gritó la capitán.

Me había tomado por sorpresa. La miré, sin saber qué es lo que estaba sintiendo. Me percaté, a pesar de la distancia entre nosotras, que ella también me estaba mirando. Había observado todo. Digna. Triunfante. Acostumbrada a que las cosas estén a su favor.

Ella había ganado el juego, otra vez.

Siempre lo hacía.

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