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La mar es salada por el llanto de las sirenas.

Ambas nos quedamos mirando fijamente. Parecíamos tener una conexión que iba más allá de la cercanía corporal, algo que no se podía experimentar con cualquier alma. Tuve deseos de besarla otra vez, pero de forma más frenética y extasiada. De tocar su cuerpo, hacerla sentir cosquillas y sensaciones agradables.

Mi pasión le estaba ganando a mi resistencia, y esto no estaba bien.

Estaba por atreverme, hasta que la capitán me interrumpió el impulso.

—Espérame aquí, Corinne —se levantó con agilidad—. Tengo algo para ti.

Intenté tranquilizarme. Eso me había salvado de cometer una acción en la cual, probablemente me iba a arrepentir.

Yo no era una presa. No estaba acostumbrada a serlo. Durante toda mi vida sumergiéndome libre y salvajemente en la mar, tenía el rol depredador por mis poderes hipnóticos. Y ahora que llegó esta humana testaruda a mi vida, había cambiado mi sistema. Eso me provocaba pasión, tentación y locura.

Pero también miedo.

Vi cómo subía su barco, alejándose rápidamente. En cuánto llegó arriba, el corazón se me aceleró al percibir otra presencia acercándose. Instintivamente me oculté en las aguas, hasta que lo pensé mejor. Esa otra silueta, podía ser quién rompiera el hechizo que me convierte en sirena.

Ella lo traería para mí, tal cómo lo había prometido.

Mientras ambos parecían interactuar, yo los esperé pacientemente. Pero ella jamás lo trajo hacia mí. Al contrario, hizo que se alejara y se despidió de él.

Lo supe desde ese momento. Ella no me ayudaría.

A pesar de haberlo prometido.

Con resignación, me alejé del barco, y me zambullí a las profundidades marinas. En unos minutos sentí mentalmente que me llamaba, pero no iría.

No quieres ayudarme, así que me alejaré de ti.

Tendría que acostumbrarme a volver a mi vida de siempre, a la rutina de ir de navío en navío, para intentar encontrar al hombre adecuado, que pueda darme mi libertad, devolverme mi humanidad, y así, poder conocer el maravilloso mundo que solo puedo observar desde la mar. No muy cerca de la orilla, para no ser vista. Ese interesante e increíble espacio de acontecimientos e interacciones entre humanos, que me hacían suspirar de alegría.

Yo quiero formar parte de tu mundo, Zair.

Me desplacé hasta llegar a Carmesia, uno de los lugares que habitábamos con más frecuencia mis hermanas y yo. El nombre estipulado honraba al color rojo intenso de su flora y fauna en constante convivencia.

Habían más sirenas en el lugar. Sus colas de distintos colores, tonos morados intensos, algunos más violeta, rosados, celestes y mucho más. Parecían auras mágicas aleteando asincrónicas.

Me dejé reposar sobre una cueva marina, rodeada de algas anaranjadas cubriendo su interior. Y solo en ese ruido sordo de la mar, alejada de las demás, las lágrimas salían de mis ojos, mezclándose con el agua a mi alrededor.

Sentí el abrazo reconfortante de la mar, al instante. Nosotras las sirenas la protegíamos, pero esa acción era mutua. Ella también nos protegía a nosotras. Y en cuánto llorábamos, ella lo sentía, y acudía. Siempre lo hacía.

La mar es salada por el llanto de las sirenas.

Cuentan las historias de piratas.

Creo que tienen algo de razón.

—Corinne, ¿qué ocurre? ¿Estás bien? —dijo en mi mente. Era la forma en la que nos comunicábamos cuando estabamos dentro del agua.

Era mi hermana mayor, Coralia. No la había visto hace tiempo, ella tampoco a mí. Pero la mar entregaba el mensaje de que una de nosotras necesitaba ayuda, y así, las corrientes marinas la guiaban y permitían el encuentro. Su cola escamosa de un maravilloso azul oscuro se desplazaba con gracia, en un ritmo moderado, hacia mí.

—Sí.

—¿Decepcionada otra vez de los humanos?

Lo pensé un momento—. Sí. Digo no. No lo sé. De ellos no. De mí misma.

La miré a los ojos. Ella siempre hablaba con sabiduría y seguridad, por eso me gustaba recurrir a sus consejos. Pero esta vez, sentía que lo mejor era seguir con mi rutina.

—No debes acercarte mucho a ellos, Corinne. Es peligroso, y nuestra vida está aquí, dentro de nuestra mar, que nos protege eternamente.

Pero mi vida no siempre estuvo dentro del mar.

Un recuerdo, flota sobre mi conciencia, y se pierde cada vez más.

Un baile sobre la arena, mis pies descalzos tocando la suavidad, sumergiéndose en la calidez.

Y luego... Nada.

—Corinne, prométeme que mantendrás tu distancia.

—Sí, Coralia.

Mantendré mi distancia, pero solo con esa mujer.











Un navío se hizo presente en mi señalizador instintivo. Me dirigí con rapidez, moviendo mis aletas de arriba hacia abajo. Tarde me percaté de que ese navío se encontraba peligrosamente cerca de una costa. Eso me hacía estar en desventaja. Aún así, ya había llegado hasta aquí y no iba a acobardarme.

Con mi poder hipnótico, los hechizé, despojándolos de su voluntad. Aquellos se encontraban en botes, que se dirigían a su barco. Enfocaron su mirada perdida en mí, que me dejé reposar sobre una roca cercana. El sol acariciando mi piel mojada era una sensación exquisita.

Tenía el poder.

Excepto... por un hombre.

Lucía un sombrero colorido y extraño en su cabeza.  Un traje color carmesí cubría gran parte de su cuerpo. Estaba a una distancia considerable, más lejos que cerca, no podía disntiguir su rostro.

¿Será él quién rompa el hechizo que me convierte en sirena?

Él era el único que no caía en mi ilusión.

Y mientras lo observaba, me di cuenta que comenzó a sonreír de una manera que me hacía atacarlo. Como si no me atreviera. Y el último acto que me indicaba que me estaba retando a un duelo, fue que desenvainó su espada, apuntando en mi dirección.

Esto se pondrá muy divertido.

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