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6













Esa parte de ti.

Había pasado muchos atardeceres con aquella humana. Era un ser un tanto extraño y aún que no lo había pensado antes, algo frágil y lastimada. Siempre he notado que ese lado de ella la hace sentir avergonzada, y se esmera en esconderlo, como si así dejara de existir. La fragilidad no es algo que caracteriza a un pirata, y supuse que ella había forjado una armadura tan fuerte para conseguir respeto, que había reprimido gran parte de su personalidad, y de su pasado.

Esa que no se muestra incómoda al compartir conmigo.

Tal vez porque no estaba acostumbrada al contacto femenino, a compartir su tiempo con una mujer, o en este caso, sirena.

Siempre permanecía rodeada de hombres. Sus hombres. Con ellos, lucía un poco más tosca y grosera. Con ellos, se alejaba de su feminidad.

Pero cuando estaba conmigo, la dejaba a la vista como un tesoro digno de mostrar. Me fijaba en sutiles movimientos muy femeninos, como la exquisita y suave manera en la que peinaba su cabello con los dedos, alejándolo de su rostro, mientras observaba concentrada el fondo de la mar, buscando algo, tal vez calma en el caos. También, la manera en la que me hablaba susurrando con delicadeza porque estaba tan agotada que el simple hecho de hablar le resultaba un acto laborioso. Y en las noches, la manera en la que necesitaba mi calor para dormir.

Nunca pensé que esa mujer tan fuerte, inescrutable e impetuosa, podría sentirse vulnerable, y necesitar de mí para hacer de sus frías noches un acogedor refugio.

Creo que podría acostumbrarme a su compañía. Y esa idea me aterraba.

Y en una de esas noches de desamparado naufragio, se lo comenté con firmeza. Mirándola a los ojos, tan opacos y deprimidos.

—¿Por qué te esmeras en ocultar esta parte de ti?

Ella no me había comprendido. O tal vez sí, pero ni ella sabía la respuesta.

—¿Cuál parte? —preguntó, extrañada.

—Siempre te muestras hostil, capitán. Pero en realidad, hay mucho dolor acumulado en tu mirada, y una gran persona que estoy ansiosa de conocer. Tal vez esa persona no aguantaría que la lastimen otra vez, y por eso se esconde.

La humana desvió la mirada enseguida. Le había cazado unos pescados y se los estaba comiendo crudos. Tenía tan pocas fuerzas restantes que no podía cazar nada por su cuenta, y ya se había comido la comida enlatada que se le había esparcido por el suelo del bote. Comía muy poco, por obvias razones. Realmente lo estaba pasando mal, y eso, en vez de provocarme satisfacción porque la persona que quiso dañarme estaba sufriendo, me dolía. Era un dolor sincero, empático. Simplemente no podía sentirme bien por esto.

—¿Qué es esto? ¿Me estás analizando? —Ella se levantó con esfuerzo, y me dio la espalda, mirando al horizonte.

—Tal vez has pasado por mucho, pero si quieres, puedes llorar conmigo.

—¡¿Y qué gano llorando?! ¡Llorar no sirve de nada! ¡Con llorar no se acaban las guerras, no se come a diario y no se vencen enemigos! Estoy cansada de llorar. Estoy cansada de sufrir. Me gustaría ser cómo tú, solo siendo bonita y nadando en la mar.

En ningún momento me miraba, y en cuánto dijo lo último, se silenció de inmediato, como si hubiese preferido no decirlo. Pero no se disculpó.

Comenzó a llorar sin mirarme. Nunca me miraba. No quería que la vieran llorar porque eso la haría débil, y en mundo de hombres rudos, ella no podía ser débil si quería liderar. Pero lo que no entendía, es que llorar no te hace débil. Te fortalece, deshidrata el miedo y la tristeza. Sentir las emociones tal cual son es lo más poderoso y valiente que puede hacer un ser humano.

Pero ellos no lo entienden.

—Lo siento...

Murmuró tan bajo que creí habérmelo imaginado.

Posé mi mano sobre la suya, en señal de que la estaba escuchando, de que podía estar ahí para ella.

Se recostó en la fría y dura madera del bote, cargando un dolor moderado pero sí incómodo por la posición no apta para la salud de su columna. Mi cuerpo se apegaba al suyo, y transmitía poderes curativos para que pueda dormir sin ese dolor.

La humana dormía tomando mi mano, y sin soltarla. Dormía muy poco, y tenía el sueño ligero. Las ojeras comenzaban a enmarcar sus bellos ojos que tiempo atrás habían sido de un hermoso verde brillante, y ahora lucían sombríos y perdidos.

Así dormíamos hasta encontrar tierra a la vista. Y Al llegar a la costa cercana, impulsó su cuerpo dejándolo caer en la orilla de la mar, con una energía vibrante y regenerada que emanaba de sí misma, anunciando que habíamos llegado a tierra como buena capitán.

Se lanzó a la arena y se dejó acariciar por esa caliente suavidad en su piel mojada.

Verla así de viva me hacía sentir bien, por alguna razón. Acariciaba la arena y sonreía, como una niña jugando en la playa, y no una mujer pirata que casi muere producto del naufragio.

—He, capitán, ¿no se le olvida algo?

Al dirigirme a ella, se volteó a mirarme. Y pude ver otra vez en sus ojos, ese brillo que la caracterizaba. Su cabello rojo lucía mojado y resplandeciente también, como si en él, atrapara al hermoso atardecer.

—Por supuesto que no. Comeré un rico almuerzo de carne, robaré algunas otras cosas útiles más, y luego iré a una cantina a conseguir hombres para traértelos a ti, aquí mismo, ¿te parece? Vendré apenas caiga la noche.

Yo le cazaba pescados, y ella en recompensa, me cazará hombres.

Sonreí ante ese pensamiento.

La pregunta era... ¿Puedo confiar en ella?

—¿Puedo confiar en ti, pirata? —Lo pregunté directamente.

Tal vez, con todo el tiempo que habíamos pasado juntas en la mar, si me mintiese, le creería de todas formas.

La humana pareció pensarlo un momento, para finalmente decirme de forma muy seria:

—Sí, sirena. Aquí estaré.

Y yo... Simplemente decidí creerle.

Aquella me dio una última sonrisa y se levantó rápidamente de la arena. Su cuerpo lucía muy débil, su aspecto agotado. Al moverse temblaba.

La vi marcharse, pensando que volvería.

Mientras pasaba la calurosa tarde de playa, tuve que alejarme de la orilla, puesto que muchos humanos amaban broncearse en la costa en un día cómo este. No podía permitir que me vieran.

Cuando dejé que una capitán pirata me viera, quiso secuestrarme.

Basta de esos pensamientos. Ella ya no es así.

A medida que movía mis aletas para desplazarme por la corriente profunda y en calma, pude divisar diversas embarcaciones. Cortesía del poder que emanaba de mi naturaleza de sirena. Busqué cuál era su barco, para atraer a los piratas hacia donde se encontraba su capitán. Pero fue una tarea laboriosa, que me hizo reducir mucha energía.

En cuánto estaba muy alejada de la costa, sentí que la humana me había llamado.

Ella había regresado.

Sentía su voz en mi mente, llamándome, pero no se encontraba en peligro. Supuse entonces que había conseguido una presa para mí. Me relajé al pensar en que ella estaría bien.

Pero lamenté no poder acudir a su llamado. Estaba muy lejos, no llegaría a tiempo ni siendo la más veloz de las sirenas.

Y mientras hechizaba a sus hombres para atraerlos hacia ella, solo podía pensar en que ella había vuelto por mí, y yo no estaba.

Pensará que la había abandonado.

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