5
La condición para el perdón.
Mi desesperación no era más grande que la vasta mar furiosa golpeando el bote con suma fuerza e ira. Comencé a sentirme protegida, que no estaba sola. La capitán intentaba mantener el control pero lo estaba perdiendo. Era solo una simple humana intentando salvarse de la fuerza del océano.
—¡Está bien! ¡Lo lamento! —Exclamó al viento, totalmente asustada—. ¡Lo siento, por favor! ¡Te lo imploro!
Las aguas ya atravesaban la parte interna del bote, haciendo rugir la madera vieja y desgastada, que en cualquier momento se haría pedazos.
Mis lágrimas caían mientras sentía las manos apresuradas de la pirata intentando liberarme de la soga con la que tiempo antes, ella misma me había atado. En cuánto lo había logrado, —y con bastante dificultad puesto que el bote hacía movimientos bruscos por el empuje de las olas—, me tomó en sus brazos e intentó no caerse mientras nos balanceábamos.
Y entonces, cruzamos una mirada instantánea percatándome que en sus ojos, también existía una pizca de dolor y arrepentimiento.
—Eres libre —dijo con lágrimas en sus ojos.
Y me lanzó al océano.
El contacto frío con el agua me hizo sentir paz. Me había liberado de su avaricia. Me alejé lo más rápido posible, sumergiéndome con agilidad y soltura.
Y cuando ya me encontraba lo suficientemente lejos, sentí que ella necesitaba mi ayuda. Ayudar a quién me intentó perjudicar tal vez no era una acción tan sensata, pero de todas formas, vi el arrepentimiento pintado en su mirada, la culpa y el dolor en sus ojos la última vez que me miraron ofreciéndome una disculpa. Y este, iba a ser mi acto de bondad por ello.
Perdónala. Déjala vivir, por favor.
Le pedí a la mar.
Aquella me escuchó con empatía, y me respondió de la misma manera. La mar no planeaba acabar con la vida de la pirata, si no, solo darle una lección. Y al pasar unos minutos, la inclemencia de la mar se había calmado. Hasta el sol apareció iluminando con delicadeza, y las aguas brillaban su resplandor.
Supuse que Zair necesitaría ayuda para regresar a su barco. Con mis poderes de sirena podía distinguir que se situaba lejos y no había forma de que lograra llegar a ellos en la dirección que iba. Podía sentirlo, pero ella no. Y probablemente muera después de un tiempo por inanición. Su muerte sería lenta y dolorosa, hay quiénes sufren de alucinaciones por culpa del hambre azotándolos y el fuerte periodo de insolación y fiebre.
No podía permitirlo. Yo... simplemente no era así.
Fui lo más rápido posible a uno de los lugares escondidos donde guardaba mis tesoros. Las sirenas teníamos cierta similitud con los piratas aún que no nos gusta admitirlo: A nosotras también nos gusta conservar tesoros, de esos que se desparraman cuando los grandes buques se hunden al fondo de la mar, o en mi caso, una pequeña daga filosa que cayó del barco de la jovencita pelirroja ese día oscuro.
Esa vez que salvé a su padre.
Luego, con la daga en mis manos, me acerqué hacia donde estaba su dirección. El rugir de sus latidos era vibración pura. Todos los seres vivos son vibración y energía, y esa es la forma en la que puedo saber donde hay vida y donde no.
Y en cuánto la vi, le lancé la daga al bote, apuntando al lado donde ella no estaba. Me escondí en las profundidades, pero, esperaba ser vista.
Me sumergí más profundo para impulsarme y saltar. Cuando salí del agua, comencé a dar vueltas en el aire, logrando que muchas gotas de agua mojaran al bote, y la ropa secándose de la pirata.
Cuando caí al agua, me asomé y la miré de forma fija. Ella se veía aún más hermosa estando desnuda.
Era un acto sublime. El cuerpo de una mujer, tan hermoso y agraciado. Perderse en esa piel brillante y suave debería ser la mejor sensación del mundo, como nadar en agua fresca, en un día de calor.
Ella rápidamente se cubrió con el borde del bote, y sus mejlllas estaban tan rojas como el atardecer.
—¿Por qué te escondes?
Pregunté, pensando en que un ser tan hermoso jamás debería esconderse.
—No lo sé... Supongo que los humanos no acostumbramos a mostrar nuestra desnudez.
Su rostro lucía cansado, y la piel alrededor de sus ojos estaba inflamada. Ella había llorado por mucho tiempo.
—Esa daga se te cayó al agua cuando eras menor, y decidí conservarla, hasta volver a entregársela a su dueña —le comenté con una sonrisa.
Ella iba a saber lo que le quise decir.
—Me la había regalado mi padre, cuando me enseñó a defenderme.
Me hablaba con una sonrisa genuina, recordando con nostalgia el amor de su padre, y todas las aventuras que vivieron siendo ambos piratas.
—Eras muy valiente desde pequeña.
—Me seguías...
—Sí, a veces... Es que eres interesante, Zair, o debo decir... Sirena.
—Suena tan raro si lo dices tú.
Entonces, ambas comenzamos a reír.
—Eres la única mujer pirata que he conocido, y de la que he oído hablar. Hay muchos hombres que te quieren muerta.
—Corinne... Sé que te decepcioné. No soy la mujer que creíste que era. No soy tan valiente como piensas, y hasta yo misma estoy dudando de mi fortaleza. Ni siquiera hice que funcionara el hechizo que querías, y la verdad es que estás mejor sin mí. No sé porqué no me mataste cuando tuviste la oportunidad y toda tú eres un enigma... y yo... lo siento. De verdad lo siento.
La pirata volvió a derramar lágrimas de dolor que se mezclaban con la mar.
Verla así me dio aflicción, como si el contacto con el agua pudiera hacer que se desprenda su energía. Como si pudiera sentir su dolor también.
Realmente no la entendía. Era una sensación ambivalente la que tenía cuando estaba con ella. Le temía, claro que le temía. Podía ser una muy mala mujer si se lo propusiera, además, la aspereza de una vida dura genera un molde bastante sólido, como piedra, lo que protege a quién se esconde, pero le impide demostrar sus verdaderos sentimientos porque esa armadura mental los reprime.
—Ya estás perdonada por la diosa mar, Zair.
Le dije con una sonrisa. Solo quería que ella me devolviera la sonrisa de vuelta. Me gustaba verla sonreír.
Pero ella no me devolvió la sonrisa. Lucía preocupada aún.
—¿Y tú, podrías perdonarme? —Agregó mirándome fijo a los ojos, con una intensidad que me hacía sentirme nerviosa.
—Solo con una condición.
Le respondí.
Ella parecía decidida a cumplirla a cómo de lugar. Se incorporó en su lugar, acomodando sus codos en el borde del bote, mientras me analizaba con el verde de sus ojos, reflejando el resplandor lumínico del agua, lo que convertía su color en una combinación de verde agua maravillosa.
No quería admitirlo, pero esa mujer parecía hipnotizarme. Como si los roles se hubiesen invertido. La sirena es la que era seducida por una pirata.
—Dímela, y la cumpliré.
Y entonces, sentí esperanza en que pudiera ayudarme con mi petición.
—Ayúdame a romper el hechizo que me convierte en sirena.
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