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El danzar de las olas.

Como un buen depredador comencé a vigilar a mi presa más de cerca. Merodeando por los alrededores de su barco, escabulléndome de las miradas, y analizando su comportamiento. A veces permanecía mucho tiempo en el timón, con la vista perdida en la mar, como si la llamara, o simplemente sea dispersa.

En una tarde, cuando los piratas celebraban y el día ya se estaba despidiendo, me atreví a acercarme más, sabiendo que podría ser peligroso. La pirata bebía mientras se acercaba hacia la parte alejada del barco, en donde se podía distinguir con mayor precisión la mar que se meneaba suavemente.

Algo en ella era tan atractivo, como si ella también tuviera poderes de sirena. Y entonces pensé que toda mujer tiene algo de sirena, que la hace llamar la atención.

Antes de haberme dado cuenta de que la estaba mirando por mucho tiempo, concentré mi mirada hacia sus ojos. Y asustada, comprendí que ella también me miró.

Rápidamente entré a las profundidades de la mar, haciendo que mi cola retumbe las aguas.

Ella me había visto.

Solo por un maldito descuido de mi parte.

Con esto en mente quedé paralizada en mi sitio. Flotando, pensando. Ella nunca debió haberme visto. Comencé a maldecir por mi idea de acercarme, aún que sea solo un poco. Pero al verla, rápidamente tuve una sensación electrizante, que no había tenido con ningún humano nunca.

Quería que me volviera a mirar, que se interesara en mí.

Intenté hacer un hechizo para lograrlo, pero nuevamente fue en vano. La mujer pirata era inmune a mis hechizos y eso me hacía malditamente vulnerable. Mi curiosidad por ella incrementaba cada vez más, haciendo que no pare de buscar una posible explicación a tan extraño acontecimiento.

No podía entrar en su mente tan fácilmente, pero conocía aspectos de ella que la mar me decía, y que los rumores humanos expandían al aire. Conocí su nombre y su apodo. Lo último era encantador. Sirena.

Realmente, esa mujer tenía un poder hipnótico de sirena con tan solo mirarte.

Y fue cuando después de unas horas, decidí llamarla, para que acudiera a mí. Normalmente cuando las sirenas queremos comunicarnos, cantamos. Esto tiene un poder hipnótico para nuestras adorables presas, que se sienten totalmente satisfechas de oírnos.

Y justo cuando pensé que no vendría, pude distinguir su silueta de alta estatura aproximándose. Miraba a todos lados, como si estuviera buscándome. Eso quiere decir, que sí pude entrar en su mente esta vez, que al fin podría hipnotizarla para que caiga rendida a mis deseos.

Pero en cuánto pensé en que había caído, ella corrió hacia su habitación, alejándose apresuradamente, y ya no pude verla.

Me frustré otra vez.

Me alejé y me dejé llevar hacia donde las corrientes marinas quisieran trasladarme. Me sentía exhausta, por más que buscaba, no encontraba a alguien que pudiera romper este hechizo. Y a veces, llegaba a pensar en la doliente idea de que el amor verdadero en realidad no existía, y que jamás podría volver a ser humana. Bailar al sol, saltar y correr por la arena tibia bajo mis pies, y caminar observando el hermoso atardecer. Tengo esas experiencias en mi mente, como si fueran vívidas, un recuerdo de mi vida pasada.

Mientras pensaba en esto, me había acercado a un pequeño navío. Al saltar con intensidad, pude caer en la parte de atrás, en madera húmeda. El hombre que mantenía su vista fija hacia la dirección de su barco, sintió el ruido de mi cola al golpear el suelo dos veces con fuerza, captando su atención.

Me observó atónito. Pero esa sensación comenzó a transformarse rápidamente en lujuria. Canté una melodía que solo conocíamos nosotras, y lo miré con perversa diversión.

—Ven a mí, marinero cansado, y dime... ¿Qué es lo que quieres?

Mis ojos fijos en los suyos. Era un hombre promedio de no más de treinta años. Llevaba su ropa húmeda y el cabello despeinado. Fumaba y tenía varias latas de cerveza desparramadas. Su barba era crecida e irregular, indicando una gran cantidad de tiempo viajando en la mar. Una gran cantidad de tiempo sin tocar a una mujer.

Aquel comenzó a caminar lentamente hacia mí. Su mirada en mi pecho desnudo, el brillo en mi piel mojada. En cuánto yacía a un metro de mí, sus manos comenzaron a temblar de excitación. Su pecho subía y bajaba con alta frecuencia, y sus ojos irradiaban un deseo peligroso.

Pero antes de que pudiera besarme, sentí un dolor en el pecho indescriptible.

Lancé un gemido de dolor al viento, y de un brinco, caí a la mar nuevamente, dejándome abrazar a ella como mi fiel protectora. Sus aguas me envolvieron y me sentí más tranquila, pero aún sentía ese dolor como si fuera el peso de mis acciones dándome una lección.

Me llevé la mano hacia donde se encontraba localizado el dolor, y le pregunté a la mar a qué se debía.

Encuéntrala...

Necesita tu ayuda...

O morirá en mis brazos...

La voz marina se hizo presente en mi interior, provocándome escalofríos inmediatos por todo mi cuerpo.

En cuánto la escuché, supe a quién se refería y me impulsé con fuerza por las aguas. Sentí como la mar me daba ayuda para que llegue más rápido. Tuve una angustia terrible en mi corazón, aumentando el dolor, sin saber porqué. No la conocía del todo, no sabía quién era, solo la seguí de cerca como cualquier presa, con la diferencia que es la única que me ha interesado, y que por alguna razón, ayudé a su padre para que no muriera en los brazos de la mar, y ahora la ayudaré a ella para que no tenga ese final.

También conservé la daga que ella había perdido, y ahora estaba entre mis cosas.

Yo también colecciono mis tesoros, capitán. Tenemos eso en común.

Pensé en ese momento.

Luego, en mi campo de visión, distingo su silueta, cada vez más profundo. Me acerco a ella, su cabello rojo era lo que más brillaba en la oscuridad de las profundidades donde ya no llegaba luz solar y solo era mi poder de sirena lo que me facilitaba a verla.

Parecía una metáfora, como si solo brillara para mí, para que acuda a su ayuda.

Al llegar, la tomo en mis brazos, y comenzamos a caer juntas. Observo que está atada a un objeto muy pesado, entendiendo que alguien le había hecho esto para asesinarla, o que se lo había hecho ella misma. Algunos piratas lo hacían cuando ya no soportaban la vida.

La desaté con dificultad, para ello, tuve que transformar mis uñas en garras gruesas y afiladas. No acostumbraba a transformarme en una sirena completa jamás. Aquellas son una de nosotras, pero en su estado más puro. Es decir, ya no existe humanidad en ellas, son monstruos que te atacarán sin piedad con tal de defender y honrar a la poderosa mar. Su labor es sublime y muy importante, y la decisión es propia.

La mar nunca obliga a nadie a dejar su humanidad. Y a aquellas que lo deciden, las llamamos las Guardianas marinas.

Llevo a la capitán pirata hasta la isla más cercana. Se encontraba inconsciente, pero aún conservaba su vida. Me relajé de que así sea, el dolor de mi pecho aún no se había ido, pero ya no era tan intenso.

Me percaté de que el cielo nocturno nos observaba cauteloso, y ella estaba tan fría. En nosotras las sirenas es normal, somos seres que nos acoplamos a la temperatura de las aguas donde vivimos, y normalmente, vivía en agua fría.

Pero ella no. Ella necesitaba calor, y yo podía dárselo.

Me situé encima de su cuerpo. La sensación fue tan mágica, cálida y fría al mismo tiempo, y real. Comencé a entonar una melodía para despertarla, y favorecer la regularidad de sus signos vitales. Y en cuánto pasaron unos minutos, ella despertó. Lo primero que vio fue a mí encima de ella, cantando. En los primeros instantes su mirada era frágil y adormilada, pero después se tornó deseosa, traviesa y seducida, como si mi poder no era del todo nulo.

Pero entonces, justo en cuánto pensé eso, y me acerqué para unir mis labios con los suyos, pareció entrar en razón, e intentar apartarme con fuerza, mientras se intentaba levantar de la arena. Pero el miedo la hizo actuar con rapidez y torpeza, haciendo que se golpee contra una roca y pierda nuevamente la conciencia.

Perfecto, voy a tener que curarte otra vez.

Pensé con molestia.

El dolor en mi pecho comenzó a aumentar otra vez. Las olas me llevaron hacia la mar, y me dejé movilizar mientras cerraba mis ojos, intentando calmarme.

Tuve la extraña idea de que esa mujer realmente era una sirena, una muy poderosa. Era parte de la misma mar y tenía la habilidad mezclarse con los humanos sin ser reconocida jamás como un ser de la mar.

Tuve miedo de ella.

Pensé en que ella podía causarme este dolor en mi pecho, si ni siquiera tocarme. Y que podía evitar mis hechizos, bloquearlos.

Tenía muchas dudas en este momento, y la duda a lo desconocido provocaba miedo. Sí. No solo los seres humanos son portadores del miedo.

Después de un tiempo de reflexión, decidí que iba a seguir a mi corazón. Y aquel me decía, que muy en el fondo, esa mujer no era mala. Solo estaba lastimada. Y quise ayudarla otra vez.

La mar me acercó con más velocidad a través del danzar de las olas. Caí en la orilla, y sentí como el dolor me estaba matando lentamente. Aún conservaba mi función pulmonar debido a que era mitad humana, y sentí como me costaba respirar.

Miré a aquella mujer, y ella también me observaba. Sus ojos estaban fascinados y asustados al mismo tiempo, y la credibilidad ante lo que veía era escasa. Fácilmente podía ser una alucinación para ella.

—No me lastimes, por favor —dije con el cuerpo un poco encorvado, posición que hacía más cómodo el dolor.

Ella quiso acercarse, pero luego se detuvo, y comenzó a alejarse, asustada.

Su actitud hacia mí fue reacia y negativa. Pero entonces, con una mirada y voz firme, le dije que la había salvado, y que me debía algo a cambio. Fácilmente pude haberla dejado morir en las profundidades del océano.

Ella pareció pensarlo un poco, sin apartar la vista de mí, demostrando desprecio, miedo, como una presa acorralada, cuando en realidad, no quería hacerle daño.

—¿Qué quieres, extraño ser de maldad? —Preguntó finalmente, aún con desconfianza.

Si algo sabía de los piratas, es que jamás debes fiarte de ellos. Son personas horrendas, matan solo para robar. Pero cuando de ellos se trataba, se tenían lealtad. Decidí confiar en esa lealtad conmigo, por haberla salvado.

—Un beso —respondí, mirándola fijo.

—¿Qué?

Rio un poco, como si creyera que en realidad me estaba burlando, y no lo decía en serio.

—Solo te pido que me beses. Lo necesito, por favor.

Ella lucía incrédula, pero sentí que pronto comenzó a ceder. Me miró extrañada por mi posición encorvada. El dolor me afligía totalmente, y pensé que era ella quién me provocaba ese dolor tan extraño que nunca había sentido antes.

—¿Qué tienes? ¿Estás herida? —Preguntó.

No respondí lo obvio.

Ella también estaba herida por la fricción de la arena que había quemado su piel.

Ella se acercó a mí, dejando caer su cuerpo de rodillas a la arena, y dejó su mano en el costado de mi rostro. Sus ojos de un verde maravilloso me miraban con intranquilidad y deseo al mismo tiempo, su curiosidad también me provocaba curiosidad a mí. Y en cuánto se acercó a mi rostro, el suyo enrojeció. Cerré mis ojos, y sentí sus labios junto a los míos, de una forma intensa.

Era la primera vez que una mujer me besaba. Se sentía distinto, irreal, tan mágico como mi encanto de sirena. De pronto todo el dolor cesó, y solo comenzó a aumentar mi excitación.

Ella, sin poderes de sirena exactamente, podía hacerme sentir como si estuviera en sus manos y a sus pies, dispuesta a seguir cada orden.

Y fluir. Solo fluir como el agua de la mar.





































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