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Esa mujer pirata...

Me desperté con el glorioso sonido retumbante en las aguas que solo podía provenir de una gran máquina de transporte marítimo. Me acerqué con la inmensa curiosidad que siempre lograba otorgarme la necesidad de conocer a los humanos que se aproximaban.

Yo sé que fui una de ellos. A veces se arremolinan leves recuerdos de mi vida siendo humana, solo que no puedo recordar mi nombre.

Mi identidad.

Esa vida la había perdido por una maldición. Y ahora me encontraba deambulando dentro de la mar, sumergiéndome en su profundidad y extensión; esperando, siempre esperando.

Me encontraba observando ese navío. Las sirenas siempre debemos ser muy precavidas con nuestro acercamiento, para no ser vistas, a no ser que así lo queramos.

Unos marineros yacían en la parte ancha, observando las lejanías. Eran hombres de más o menos cuarenta años de edad en promedio, vestidos de traje marino oscuro y cabellos alborotados por el masaje del viento. Lucían muy despistados.

Sonreí. Eran presas perfectas.

En cuánto me preparaba para acercarme y ser vista por los gentiles caballeros, aparecen unos sujetos que usan una espada para retenerlos, y ponerlos de rodillas, mientras ataban sus extremidades.

Malditos piratas.

Observo la escena ante mis ojos, a una distancia considerable. Me acerco, para poder escuchar mejor. Los piratas comienzan a hacer de las suyas mientras mantenían detenidos a los marineros encargados de la embarcación de transporte.

Estaba dispuesta a marcharme, ya que no me atraen mucho los piratas como presas, de por sí son malas personas, y yo necesito a un hombre de verdad, que conozca el significado de la honorabilidad y lo practique en su día a día, no a un pirata que solo sabe hurtar, pelear, provocar escándalo y matar.

Pero entonces, veo algo que capta absolutamente mi atención.

El pirata líder de esa tripulación, que entre ellos suelen denominarlos "capitán", se trataba misteriosamente de una mujer.

Llevaba una casaca de color rojo vibrante, muy elegante, y su tricornio era del mismo color, con toques dorados. Caminaba con soltura y seguridad, haciendo retumbar la madera con sus botas alargadas. Pero lo que más me llamaba la atención de ella era su cabello muy largo y rojo, como si estuvieras viendo fuego intenso, y toda su personalidad reflejaba lo mismo. Era la más alta de todos ellos, y la más hermosa.

¿Qué estoy diciendo? Claro que no tiene nada de especial. Solo me llamó la atención que sea mujer, nada más.

Nunca había visto a una pirata mujer.

Mucho menos una capitán.

Mientras pensaba convencidamente de esto, logro distinguir su bello rostro. Una mandíbula definida, endurecida, igual que su expresión facial, denotando seguridad en las órdenes que daba. Sus ojos, de un verde intenso, casi inexpresivos y fríos, sin una pizca de remordimiento por lo que hacía. Y mientras más la observaba, más me resultaba conocida.

Como si la hubiera visto antes, desde que era una niña.

Y entonces, mi mente lo comprendió. Era esa pequeña niña pelirroja jugando a ser valiente, hace unos años atrás, cuando enfrentó a otros hombres para salvar a su padre. Lo recuerdo perfectamente. También recuerdo que en cuánto ese hombre pelirrojo cayó al agua, sentí compasión por ella. Yo en ese tiempo, también era pequeña. Pequeña y curiosa, al igual que ella. Teníamos ese aspecto en común, y el amor hacia la mar.

Salvé a ese hombre, transportándolo hacia ellos, con una burbuja de aire que solventaba su función pulmonar mientras era llevado inconsciente. Yo le salvé la vida, y fue lo único bueno que decidí hacer por un pirata. Solo por ella, su hija.

Quién diría que se convertiría en un vehemente reflejo de su padre.

Me alejé de ahí.

Nadé hasta muy profundo, y decidí seguir el barco de esa pirata. Tal vez pudiera darles una lección, o simplemente, me dedicaría a observar.










Habían pasado unas horas. Oía a los piratas triunfantes, que habían robado la mercadería del navío anterior, cantando y bailando, mientras fumaban y bebían. Es decir, lo de siempre.

Intenté acercarme, siempre con el cuidado de no ser vista.

Mi misión era darle una lección a esa vil mujer. Además, nunca antes había intentado convertir a una mujer en mi presa. Siempre habían sido hombres los afortunados de caer en mis redes. Aquellos sujetos caían fácilmente en mi poder hipnótico, y a veces, bastaba solo con mi inconmesurable belleza para que caigan encantados.

Con una mujer no debería ser distinto, mucho menos con una como ella, controlada por su avaricia e impulso de tenerlo todo.

Eso le podía fácilmente jugar en su contra.

Entonces, lo intenté. Pero en cuánto la vi, ya alejada de su tripulación, me di cuenta de algo que también me había llamado la atención. La mujer sostenía un artefacto en su mano, que parecía ser algo útil para depositar agua dentro, o algún líquido, y miraba a la mar, completamente perdida, observando, llorando, bebiendo de ese líquido.

Podía sentir su corazón afligido. Era parte de nuestro poder siendo sirenas. Y así podemos distinguir las víctimas más fáciles. Cuando un ser humano sufre una pena, se vuelven más susceptibles a ser hipnotizados, domados, manipulados.

Nunca lo pensé de ella, ya que siempre reflejaba seguridad, ímpetu y vigorosidad.

Esta mujer cada vez tenía cosas misteriosas, y mi atención hacia ella aumentaba.

Lloraba muy silenciosamente, como si no quisiera ser escuchada. Un amargo sentimiento me invadió, haciendo que me retractara de la idea de darle una lección, por lo menos, por este momento se salvaría de mí.

Y entonces pensé: Tal vez, muy en el fondo, detrás de toda esa prepotencia y avaricia que solo le ocasionaba daño desmedido, yacía una mujer de buen corazón, alma bondadosa y herida por una pérdida.

Y se me entibió el corazón.

Aún así, me llamaba mucho la atención. La seguía viendo como si hubiésemos cambiado roles, como si ella fuera la sirena hipnotizándome, y yo la presa.

Me acerqué un poco. No le haría daño, pero tenía que saber qué tan difícil era hipnotizarla y hacer que caiga ante mí.

Comencé a hacerlo. Mi hechizo iba dirigido a ella. Aún no me dejaba ver. No quería hacerlo. Quería que ella se lanzara al agua y se acerque a mí. Lo intenté por un buen rato, sin resultado positivo. Comencé a extrañarme por tan raro suceso que nunca antes me había pasado.

Habían hombres que se resistían un poco, los más fuertes de razón y vehementes de autocontrol. Pero esa resistencia no duraba más de cinco minutos. Otros, caían enseguida, tan rápido como tiburones persiguiendo a sus presas, solo que aquí era al contrario, las presas, deseando ser devoradas.

Con ella era distinto. Odiosamente distinto.

Por más que esperé, no cayó.

Volví a mirar y ya no estaba. Eso significaba que se había alejado aún más.

Me había ignorado completamente.

¿Qué se creía?

Luego pensé, con suma curiosidad; cualidad que tanto mr caracterizaba, sí siquiera hubiese sentido que la estaba hipnotizando, o si realmente ni siquiera me sintió.

Ya no estaba en la parte visible del barco.

Tenía dos opciones: dejarla en paz, hacer como que nada pasó, y alejarme de ella. O, descubrir el porqué no podía hipnotizarla.

El poder hipnótico era mi fiel amigo y al mismo tiempo mi peor enemigo, debido a que no podía distinguir si era amor verdadero o no, que es lo que estaba buscando realmente. No hipnotizo por diversión, si no, para encontrar un buen amor, vivir para siempre con él, honrarlo y estar permanentemente agradecida por su bondad de haberme regresado mi humanidad y salvarme de esa maldición. Pero ese objetivo no lo estaba alcanzando, y a veces creía que es porque los hipnotizaba y así no era real.

Si con ella no puedo hacer eso, entonces es probable que...

Esa mujer pirata sea mi amor verdadero.

Y si no, al menos, tendría que descubrirlo por mí misma.


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