Esta es la (perdí la cuenta hace meses) vez que intento escribir cualquier pavada, desde que mi ínfima existencia de corte idealista, se torno nihilista y no he tenido el tiempo, ni las ganas, ni la inspiración y mucho menos las musas para teclear, ni un mugido.

Vale.
Ya no soy tan interesante.
Me castigaron hasta que tuviera 89.
🙄 pero se apiadaron de mi y pues... yey.

Pero bueno en todo caso aquí esta:

Como lluvia que cae del cielo Alana dejaba aflorar sus lagrimas saladas por su redondeada cara. Sus ensoñaciones de niña se habían desvanecido en la nada, volvía a sentirse: vigilada, trivial y vana. El dolor que cundía en su pecho era gigantesco, igual a un hoyo negro en las profundidades de el pericardio, estaba segura que la bolsa en la que descansaba su corazón se había roto y por eso cada vez que aquel musculo del tamaño de su puño se movía, se raspaba contra sus costillas.

—Alana—los gritos provenian desde afuera de la habitancion. Park prácticamente le daba de hachazos a la puerta y Alana realmente no se vería sorprendida, si en cualquier momento la cabeza de su melliza apareciera en medio de la puerta y le solfeara "¡Aquí está Parky!".

La joven se habia encerrado, en su vieja alchoba, con una libreta de tapas añiles bien cobijada en un abrazo, su antiguo diario. Se preguntaran porque una chica (dama) de hierro como Alana juntaría en sus ojos de azabache, los vientos de memorias pertinentes para crear uno de esos monzones de verano que vapulean las costas del subcontinente Hindu.

Esa era una repuesta sencilla.
El corazón de Alana no era como el de la joven de la rima LXXVII de Beqcuer. Ella si poseía (para su desgracia) sentimientos. Que por si aún no quedaba duda, podían ser heridos.

—¡Toma esa Alana!—festejo Park, mientras la puerta se abría y elevaba la mano con gesto dramaturgo y le mostraba un pasador.

—Yo te enseñe a hacer eso—contraatacó Alana—. Y a jugar a las damas chinas, y también ha acabar con una pelea con una mirada y...

—Si, ya entendí. Tú fuiste buena hermana y yo una chinche.

Alana que hasta entonces había mantenido la frente en alto y un aire retador en la mirada. Frunció el entrecejo y bajo la vista.

—Si, te sirve de algo yo no sabía que Wind y Jude fueran familia. Estaba casi tan sorprendida como tú cuando Wind se atrevió a darme la cara de nuevo para informarme. Mejor dicho para decirme un montón de sandeces, al estilo de: Alana y Jude, ¡Jude! Y Rayos el la beso. ¿No sabes hasta que base se quedaron? Dime que nunca llegaron a tercera. Y demás chácharas.

Alana no se inmutó.
No rodó los ojos.
No siseo.
Solo permaneció en silencio.
El más profundo de ellos.
Por qué allí, en la profundidad de un pozo, era donde se encontraba oculta la verdad.

—¿Tienes un encendedor?

—Oh, si claro, hermana. Yo cargo con cientos porque me dedico a la usura—afirmó Park con tono sentencioso.

—Dámelo o le hablaré a mamá acerca de el humo de colores del que tanto te glorificas cuando sales con la chica azul cerúleo.

Park suspiro con resignación.
Le tendió su pequeña cajita secreta.
Alana la encendió.
Se levanto de forma mecánica, dejó la libreta en el suelo cual objeto de ornato. Y después de contemplarla un rato, alzó los ojos hacia el techo, sabía que si lo hacía las lágrimas jamás llegarían de su cara al mar. Casi sin ver, lanzó el encendedor sobre el cuaderno y este ardió ante la cara turbada de su melliza.

—Ya estaba repugnada de ese trasto. Tal vez tú también deberías dejar el pasado atrás, se nota que has llorado por ese tal Wind. Si no te quiso, tú no debes dedicarle ni una sola lágrima. Sería injusto—la barbilla de Park empezó a temblar, Alana no pensó en lo que hizo. Pero para cuando sus neuronas hicieron sinapsis era demasiado tarde. Porque los brazos de Alana ya estaban alrededor de Park, consolándola mientras lloraba.

Hey otra vez yo.
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