Persona: Mentira.
Alana estornuda mientras se repliega en su propio cuerpo después de un viaje supuestamente metafísico, que los listillos de los tiempos grecorromanos llamaron Oniros o sueño.
Pero no tiene tiempo de perderse entre sus ideas seudofilosóficas porque una vez recapacita en la habitación y abre los párpados...
Casi escupe el alma por la boca al encontrase en una posición incómoda a su gemela.
Park golpea su frente con la de su hermana, Alana siente espinas frías clavarse alrededor de la zona frontal de su cabeza, justo donde la han atizado.
Siente la nuca rígida y ayudada por su dolor grita:
—¡¿Pero qué demonios?!
Park se aleja pero no a una distancia que podría resultar respetuosa, sigue cerca como una gran lapa de chicle pegada al Jersey de Alana.
—No te asuste hermanita—Park se aleja un poco para dejar ver a Alana que lleva puesta la chaqueta de cuero que su padre le heredó antes de marcharse, da unos cuantos saltos y hace una pirueta como si le modelara—. Solo estaba pasando por aquí para decirte que voy a tomar este recuerdito para salir esta noche.
—Más te vale traerlo de vuelta, si tú la quemas, yo le prenderé fuego a la llama que te crece sobre la cabeza—Alana desvía la mirada hacia la ventana mientras habla, acaba de escuchar el sonido del motor de una motocicleta aparcando.
Se asoma sin ningún disimulo, mientras se masajea el cuello, el cabello azabache le cae sobre la cara opaca. Es la copia casi exacta de Sadako al otro lado de la pantalla de tu televisor.
Pero el chico que se quita el casco después de aparcar no le teme a quien considera su doma de la furia.
El mozo de cuarta le lanza un beso nada más verle. Alana siente que vomita. Park se le acerca por detrás y le coloca los brazos sobre los hombros.
—Creo que ya llegó mi cita.
—Creo que esa es una frase estupida, si estás viendo que ese fantoche está aquí, es por que así es, deberías afirmarlo, porque yo claramente puedo verle con su cara de orate—advierte Alana, elevando los hombros.
—Los sentidos aveces nos engañan hermana de mi corazón—asevera Park y suspirando, se aleja proclamando—. Tocarte es igual que agarrar un sartén, pero no por el mango.
Una vez dichas estas palabras desaparece de su alcoba. Alana está sola en su cuarto de paredes blancas, pulcramente ordenada, todo es monocromático y escueto excepto el espejo, que es azul porque leyó en internet que según los psicólogos es un color feliz y claro también porque la vieja leyenda eslava y George Cukor lo confirman.
Camina arrastrando los pies por su piso blanco y se agarra las sienes, ¿ese dolor intenso en la cabeza es normal?
Siente que el cerebro acaba de hacerle implosión y protruye, tiene un plan de escape perfecto, estuvo leyendo revistas sobre el antiguo Egipto e ideo salir por la nariz, se deslizará por el piso impoluto y dejará un rastro de su sangre en la nieve.
Alana se deja caer frente a el espejo, su cara luce febril y rubicunda.
—¿Qué demonios?—externa por segunda vez en el día y entonces estornuda.
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