Padre: Palabra censurada.
El hombre con la chaqueta de cuero negra toca el timbre.
Park cuenta tres, mientras lo contempla desde la ventana de la habitación de Alana. Coloca la frente sobre el vidrio y una punzada le recorre la médula espinal.
El no la nota, ella está ahí con la cara embadurnada al ventanal. Pero él sigue parado allí abajo como una farola, con la mandíbula tensa y la espalda recta.
Park voltea al interior de la recámara. Alana está dormida en la cama contigua, envuelta en sabanas y hecha un ovillo, como un lirón dentro de su madriguera, pareciera que no pensara despertarse hasta la próxima primavera.
Escucha un estornudo, es leve y su hermana se remueve en la cama.
Park agradece en silencio que su gemela no despertara.
Si estuviera despierta quizá le preguntaría qué es eso que ve por la ventana, y aunque no le contestara su curiosidad la llevaría a mirar por el portillo que está junto a su cama y descubriría a aquel hombre llamando a la puerta, y quién sabe después cómo reaccionaría la impulsiva jovencita.
Tal vez incluso le abriría la puerta y conversaría con él o peor susurraría en mitad de la habitación con un gesto ambivalente:
—Es papá.
Y eso sería un sacrilegio, peor que los conciliábulos.
Aquel hombre era un desconocido, cuyo ego había sido perforado por la negativa de Rose Sparks como una espada que le sobresalía por el esternón y le perforaba el corazón.
Aunado a ello, de él era de donde su hermana había heredado la tendencia a la traición. Aunque para su desgracia, Park había nacido con un sentido algo desviado de la justicia y su venganza les llegaría a los dos.
A ambos los había amado, a uno en menor medida y los dos la habían lastimado, una por robarle la ilusión y dejarla con aquel mal de amor y el otro era el culpable de su infancia distorsionada.
Alana podía haberlo olvidado y
Rose pudo haberlo perdonado, pero Park no, aveces aún arrancaba violentamente aquel momento de la caja de sus recuerdos y lo observaba con rencor.
•••
Era febrero y Park tenía frío.
Ella y Alana caminaban a ambos lados de Rose (por ese entonces) Lane, Alana tarareaba incansablemente Can't Buy Me Love de The Beatles mientras andaban por la acera con rumbo al despacho de abogados que dirigía su padre.
Ambas tenían once años y aún acudían a clases de Ballet.
Aquel día había comenzado con el pie derecho para la pelirroja, a Alana se le había caído el helado en el tutú y la maestra la había sacado de clase, además había conseguido el papel principal en el recital de las zapatillas rojas y un par de nuevas puntas .
Por ello exigió que se le llevará donde el padre para entregarle ella misma el boleto que le había reservado.
Alana caminaba arrastrando los pies:
—¡Quiero comer!—chilló y Park la fulminó con la mirada, apresurando el paso y halando bruscamente del brazo de su madre.
—Comeremos en un rato linda Alana, después de ir a ver a papá—la calmo Rose Lane tratando de impedir una posible riña y añadió, dandole unas cuantas palmaditas en la cabeza—. Quizá Sasha tenga algo de Smokva.
Sasha Ivanishcheva era la secretaria de su papá, una mujer esbelta de un metro setenta y cinco, la gracia de un dragón chino y la boca manchada de rojo manzana.
También horneaba y todo lo que hacía sabía a ambrosía. Su postre más famoso era justamente el Smokva, una especie de Mousse, gelatinoso con sabor a fresas.
Pero para Park ella era solo un personaje ambiental sin ninguna relevancia hasta ese día.
Las chicas entraron como un remolino de fuego por la puerta principal. Decididas y llamativas.
La recepcionista que era consiente de lo que sucedía en la oficina principal, intentó distraerlas, ofreciéndoles algo del famoso
Smokva de Sasha Ivanishcheva.
Pero a Park le importaban un comino los postres rusos.
Y Alana era tan cínica que lo tomo y siguió avanzando con la boca llena. La madre iba tras ellas.
—Rose...—murmuró la recepcionista, alargando el brazo para detenerlas.
Park abrió la puerta sin ningún pudor. Apartándola de un empujón...
Lo que vio le desencajó la mandíbula y la asqueo, aquella mujer eslava y su padre, la mujer eslava, su padre, ella y el... su cerebro censuró la imagen como su madre solía hacerlo con los programas para adultos de la TV.
Y el mundo se condensó, y exploto como las rocas que volaron por la presión del agua al romperse la presa en sus lacrimales, el agua arrasó con un claro cercano y con un par de niñas que danzaba en el, una era roja como la sangre y la otra oscura como el ebano y hacían apnea a duras penas, y se ahogaban, y se desesperaban y, y...
Park no dejó de pensar en agua y niñas muertas hasta que escucho el balido ahogado en los labios de su madre.
Al voltear lo único que vio fueron los ojos de su madre, grandes, azules y empapados.
Y Comprendió que aquel era el fin de la vida como la conocía.
El armagedon había llegado antes.
Y con el la muerte de la risa.
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